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El estudio de la joyería tradicional(I) ha recibido una especial atención en comarcas limítrofes al occidente de la vallisoletana, como evidencian los trabajos de Antonio Cea en Salamanca, Concha Casado en León, Lena Mateu en Zamora y Carlos Piñel para el conjunto de esas tres provincias. Por contra, Valladolid permanece como una zona poco conocida en este ámbito de la cultura tradicional. Las escasas noticias que se han dado sobre su joyería inciden en apenas unos pocos aspectos concretos que no dan pie a recuperar una imagen general. Entre las referencias aisladas que existen al respecto, se ha señalado la importancia de objetos de devoción, como patenas, y colgantes-sonajeros con forma de sirena, centauro o de animales como leones, delfines o gallos, sin mayores detalles (Herranz 1992: 62).
Poco es lo que podemos aportar para rellenar la ausencia de estudios en la materia, pero recientemente se nos ha brindado la oportunidad de analizar una pequeña ocultación de joyas hallada en un descampado del término municipal de Cabezón de Pisuerga. Su reconocimiento nos ha permitido un acercamiento a un tipo de alhajas de carácter popular que resulta muy difícil encontrar actualmente en manos de particulares o en camarines de Vírgenes de la zona vallisoletana. Contextualizar este lote variopinto y con sólo unas pocas piezas bien fechadas resulta, sin embargo, difícil. Por ello hemos recurrido a complementar nuestro estudio con la consulta de un limitado lote de protocolos notariales, en concreto las cartas de dote, seleccionando de forma aleatoria un conjunto representativo de joyas correspondientes a dos épocas: 1787-1817 y 1834-1851(II). La elección de estas fechas responde a que, pese a ser ocultado hacia la mitad del siglo XIX, el tesoro contiene piezas elaboradas al menos desde el último cuarto del XVIII.
Conjugamos así dos fuentes de información. Mientras los listados recogidos en los archivos permiten conocer qué se poseía a título particular, los tipos elementales de joyas y los materiales empleados, las piezas del atesoramiento nos dan una visión completa del aspecto de varias joyas, puesto que su morfología es un dato que no detallan los inventarios. Sobre el sentido de este conjunto ocultado en Cabezón, ya hemos tenido ocasión de reflexionar acerca de la posible propiedad por parte de un joyero o comerciante (Bellido 2008: 41-42), encontrando muchas similitudes con inventarios de tiendas en Cacabelos, Astorga y Villamañán de hacia 1800 (Casado 1991). Sin duda el tesoro no incluye toda la variedad de alhajas mencionadas en los documentos, pero ayuda a ampliar la visión de la joyería proporcionando valiosos testimonios sobre los joyeros y orfebres que las realizaron o sobre las técnicas de fabricación.
Tipos de joyas
1. Inventarios 1787-1817
Este primer periodo refleja el dominio de piezas que podrían considerarse más enraizadas con la tradición. En conjunto se aprecia el empleo predominante de la plata, seguida del oro y, en menor cantidad, similor(III), bronce, acero y, para elementos complementarios, perlas, diamantes, coral, distintas piedras preciosas y semipreciosas, azabache, piedras de Francia(IV) y nácar. Analizaremos los tipos según su disposición sobre el cuerpo.
En el grupo de joyas para el pelo tendría cabida sólo una peineta, de la que se dice que era de acero.
Entre los pendientes, la descripción suele centrarse en su material. Los más habituales son los de plata, por lo general sobredorados, seguidos por los de similor y sin que falten los de oro. En otros casos se explica que cuentan con piedras verdes, piedras de Francia, aljófar y diamantes, pero las alusiones a la morfología son raras. En dos ocasiones se mencionan pendientes de tres gajos (unos de plata sobredorada y otros con piedras de San Isidro), otra dice que tienen una cruz de plata y una más define los pendientes como “de calabacilla”. Con una denominación aparte se incluyen los “broqueles”, un tipo de pendientes en forma de botón, sobre los que los inventarios detallan que en un caso cuentan con perlas finas y en otro diamantes sobre oro.
Como joyas de busto se incluyen varios tipos de adornos: una amplia variedad de colgantes, cadenas, el aderezo y gargantillas. Entre los colgantes abunda más la referencia a su forma que al material, si bien se aprecia de nuevo el predominio de la plata tanto en las medallas como en los engarces de los amuletos, aunque sin que falte el empleo ocasional de similor. Predominan las piezas de índole devocional, de las cuales las más numerosas son las Medallas –todas de plata y unas pocas sobredoradas–, sobre cuya advocación sólo se explicita la advocación de las Vírgenes de la Peña (Tordesillas) y del Pilar. En dos ajuares se mencionan “águilas” de plata sobredorada, que podrían corresponder a medallas cuyo cerco adopta la forma de este animal, similares a una engarzada en una brazalera de La Alberca (Herradón 2005: 138-9). Aparecen nueve Cristos de plata, tanto macizos como afiligranados, de los que la mayoría se atribuyen al tipo “Cristo de Burgos”. En otros casos se mencionan cruces de plata, una cruz con piedras verdes y otra “cruz de aldeana con sus piedras”, y una encomienda de similor. Hay tres imágenes de Santiago, una de ellas afiligranada.
Aparecen varios corazones, muy dispares: de similor, uno de azabache engarzado en plata, otro de plata y uno más se describe como “corazón de Santa Teresa”. Son frecuentes los relicarios, varios de plata –uno es de oro con 16 huesos de santo, mientras otro se caracteriza por tener una flor de perlas aljófar– , en los que se mencionan dedicaciones a Santa Catalina y al Niño Jesús. También hay una jardinera. Entre los amuletos se cuentan varios dijes (dos de plata) y una mano de coral fino.
Aderezos –entendido como adorno para el cuello o como peto– se citan varios de plata, en los que se detalla en ocasiones que está sobredorada y en otras que se complementa con piedras blancas, piedras de Francia, diamantes o nácar. Uno de ellos es descrito como de “oro portugués”.
Hay unas pocas cadenas de similor, plata y oro (ésta “con su retrato”). También las gargantillas son de diferente aspecto, pues varía su material y sólo se repiten las de perlas finas (de dos o tres hilos), mientras sólo hay un caso en que se componen de granates, piedras bastas, corales o nácar.
Como joyas de brazo incluimos las brazaleras, de las que encontramos cuatro ejemplos citados de distintas maneras: “dijes compuestos con cinco medallas, un relicario, una cruz y una higa”, “un relicario con varios dijes y medallas de plata”, “un manojito de medallas de plata” y “unos dijes”. Sus componentes son básicamente devocionales y protectores, sin que se aluda a la presencia de elementos funcionales como vasos, cucharas o tijeras.
Un lugar aparte merecen los rosarios, muy frecuentes, y que en su mayoría sólo van aderezados con medallas de plata. Éstas se presentan en número par (seis, ocho o diez) y a veces se completan con una cruz o un cristo que se dispondría en su centro, manteniendo siempre un diseño simétrico. Sobre las cuentas se señalan varias veces que son de piedra –de color azul o blanco–, en un caso se dice que son de nácar y en otro que son blancas con ramos encarnados.
En relación con las manos aparecen una pulsera, sin más detalles, y un buen número de sortijas. De éstas dos son de plata – una adornada con piedras de Francia– y el resto de oro, sobre cuyo soporte se presentan diamantes en tres casos y uno más éstos se acompañan de rubíes.
Al grupo de elementos de cierre hay que adscribir las hebillas de zapato que forman parte importante de la indumentaria femenina y, salvo un caso de bronce, se elaboran en plata. Los botones también se hacen en plata, y sólo en un caso de acero. Se refieren conjuntos de seis, ocho, dieciocho, veintidós, treinta, treinta y cuatro y hasta cuarenta y ocho, siendo los lotes más numerosos para cerrar los justillos femeninos, mientras que los menores se aplicarían en camisas y chalecos masculinos. En uno de los documentos se detalla que los botones son afiligranados. Dos broches de plata, sin mas detalle y seguramente aplicados en la sujeción de una capa o chaqueta, aparecen en el inventario de una mujer.
Finalmente hay que incluir además una par de pequeñas cajas de plata, un dedal de plata y dos alfileteros, uno de nácar y otro “de china”.
2. Inventarios 1834-1851
Unas décadas después la joyería vallisoletana presenta bastantes cambios. El empleo del oro ha aumentado en detrimento de la plata y aparecen con mayor profusión las piedras preciosas (diamantes, amatistas, topacios, granates, esmeraldas y rubíes), junto a perlas, coral, ámbar y esmaltes.
Como joyas para el pelo hay que incluir unos cuantos alfileres, si bien algunos pudieron haber servido como broches de pecho. La mayoría son de oro – uno combinado con topacio y otro con coral– y, sin mencionar su material, tres cuentan con diamantes y uno se adorna con un camafeo. Tan sólo en un caso se menciona que servía para sujetar la mantilla. Se recoge la presencia de dos “cintillos” –que corresponderían a cordoncillos para usar en los sombreros–, ambos con diamantes y en uno se explica además que era de oro.
En los pendientes predominan ahora los de oro, adornados de muy diversas maneras. Los hay con piedras azules, esmaltados, con diamantes –se especifica un caso en que son “rameados” y en otro se les define como “aretes”– y con topacios y amatistas. Sobre el oro, en una pieza es “oro francés” y otras son de venturina de oro. Unos se describen como “con calabazas” y hay también “broqueles de careta”. Tampoco son inusuales los de oro con perlas, dispuestos “con palillo de perlas”.
Entre las joyas de busto disminuye el número de colgantes, de los que se citan unas pocas medallas de plata, tres cruces – una con perlas y otra con coral–, dos medallones de oro, dos relicarios, un “premio” y dos cuentas de leche. Los aderezos(V) tampoco son muchos, si bien su aspecto varía. Se confeccionan con oro acompañado de piedras preciosas (rubíes, amatistas, topacios, granates y diamantes) y perlas. Además ya no se componen sólo de un joyel de colgar, sino que en ocasiones forman amplios conjuntos a juego. Sobre su composición uno de ellos cuenta con pendientes, alfiler, pulsera y caja de tafilete y otro con collar, pendientes, alfiler y sortija. También forman conjunto los pendientes con el collar, contabilizándose uno de ámbar y otro de perlas.
Similar variedad de tipos se identifica en los collares, donde se menciona el uso de cuentas de piedra encarnada, de perlas –“tres vueltas”–, de coral con corazón y de oro. Se recogen varias cadenas, la mayoría de oro, pero también de plata – sobredorada en dos casos– y una de seda. De su morfología, tan sólo se precisa que una cadena es de plata afiligranada, otra de arete y otra se denomina “cordobesa”, seguramente debido a su fabricación. Sobre su uso no hay que dar por supuesto que todas sirviesen para llevar al cuello, sino que algunas se habrían utilizado para sujetar el reloj. De hecho hay referencia a tres relojes de pecho, uno de oro, otro de plata y el último esmaltado.
El número de rosarios disminuye de forma importante, aunque siguen en uso con la misma morfología que en tiempos anteriores, adornados con medallas de plata.
De las joyas de manos hay que citar en primer lugar unas pocas pulseras, dos de diamantes montados al aire y otras dos de coral. Muy numerosas resultan las sortijas, que parecen ser todas de oro. Buena parte se ornan con diamantes – 19 de un total de 29–, aunque se citan también una de esmeraldas, otra de perlas, una que combina los topacios con diamantes y tres más de topacios y perlas. Otra de las sortijas se define como “de pelo”. Sobre su morfología sólo en un caso se dice que era “de evilla”.
Disminuyen enormemente los elementos de cierre, de los que sólo se encuentran dos hebillas para cinturón, un corchete de plata, dos broches de oro y tres conjuntos de botones de plata –uno sobredorado–, para uno de los cuales se explica que servía para camisolines. Sobre estos últimos sólo en dos casos se especifica su número, que se reduce a seis y doce.
3. Ocultamiento de Cabezón
Este lote de joyas habría sido escondido, según indican las marcas que aparecen en algunas de ellas, hacia mediados del siglo XIX. No obstante, buena parte del conjunto estaría alejado de las últimas novedades de la orfebrería en boga en los ambientes burgueses de la época, y se encuadraría en el ámbito de lo popular y lo rural. Los principales materiales empleados son la plata y el oro, si bien –a falta de análisis metalográficos– muchas de las piezas doradas podrían ser de plata sobredorada. Para los adornos y elementos colgantes se utilizan las perlas y, excepcionalmente, piedras preciosas y coral.
La mayoría de pendientes (fig. 1) son del modelo conocido como “de chorro”, con charnela o aro articulado de oro y una sarta de perlas aljófar. En segundo lugar destacan los de aro, con una bolita como único elemento decorativo, si bien un par de ellos añade un colgante piriforme o de calabaza. Los pendientes más aparatosos presentan dos o tres cuerpos, elaborados con filigrana en espiral, que adoptan forma trilobular el primero, de lazo el segundo y de calabaza el tercero. En otros zarcillos los cuerpos son macizos y con forma de botón o roseta, uno con un colgante piriforme (pendientes de aldaba o de maza) y otro con unos colgantitos (tipo girandole). Un último pendiente, de aro, presenta una hilera de cinco diamantes.
Para las joyas de busto (fig. 2) hay que comenzar por una serie de piezas de oro que pudieron servir como adorno central del collar o como broche independiente colocado sobre el pecho. Un par de ellas se han elaborado con filigrana y se acompañan de perlas, adoptando formas de cruz y de lazo. Otras se han compuesto con planchas que muestran botones de estructura radial, adornadas con lazos y repujados vegetales. Una joya más ofrece forma de “galápago”.
Por su sencillez, creemos que la mayoría de joyeles de colgar serviría para atavío de grandes collaradas y brazaleras –sin descartar que las gentes más humildes los utilizasen aislados. Contemplan una gran variedad de modelos, en su mayoría de plata o metal dorado, que incluye corazones, relicarios de custodia (también denominados “sacramentos”), medallas de Vírgenes –aparecen las de la Fuencisla, Nieva, Valdejimena y la Peña de Francia– y crucifijos. La presencia de dos cascabeles y una campanilla se vincularía con la protección de los niños, que los portarían con cadenas. El lote cuenta además con varias cadenas sueltas que pudieron servir para elaborar las brazaleras.
Se cuenta con varias joyas de mano (fig. 3). Hay cinco anillos de oro, con decoración cincelada de tema geométrico, y dos de bronce lisos –que quizás correspondiesen con tumbagas–, así como cinco sortijas. De éstas, una de plata tiene chatón de cristal, mientras las otras son de oro y piedras preciosas (diamantes, esmeraldas y quizás un topacio). La más primitiva es del tipo “roseta”, con puntas de diamante, mientras en el resto las monturas son más ligeras.
Numerosos resultan los elementos de cierre. A una pareja de hebillas de zapato se suman varios broches de capa y abundantes botones y gemelos. Los broches son de plata, adoptando formas de león, hoja, águila bicéfala y un motivo de doble voluta. Entre los botones los hay de oro, con cabeza semiesférica y decoración de filigrana y granulado, y también de plata, con cabeza plana octogonal y grabado un motivo de flor en su interior. Pieza única resulta un botón de plata con cabeza semiesférica. Muchos gemelos repiten el modelo de los botones, aunque otros incluyen la decoración de flor dentro de una cabeza circular y dos más se han fundido con forma de venera.
Visión de conjunto sobre la joyería vallisoletana
1. Centros de elaboración
Los comerciantes pertenecientes al gremio de joyería tenían obligación, siguiendo las reglamentaciones gremiales, de vender objetos elaborados en España. Sin embargo, en sus inventarios no pueden identificarse los lugares de origen de las piezas según se ha constatado en el caso madrileño (Cruz y Sola 1999: 347), del mismo modo que sucede en los inventarios y cartas de dote vallisoletanos. Para acercarnos a la procedencia de las joyas, se debe acudir a otras fuentes.
Eugenio Larruga ya destacaba a finales del siglo XVIII que el colegio de plateros vallisoletano “se halla en un estado infeliz: su dibujo imperfecto; su idea antigua; su bruñido grosero; y sus manufacturas casi no pasan de hevillas, rascamoños y cosas semejantes, comprando mucho de ello a los plateros cordoveses” (cit. García Fernández 1999a: 619). La mejor época de la platería vallisoletana sería el siglo XVI, cuando estuvo por delante de otras localidades de la región, como Medina del Campo, Salamanca, Burgos o Ávila. Sin embargo, tras la marcha definitiva de la Corte a Madrid, a comienzos del XVII se produce una fuerte decadencia de la Cofradía de plateros (de Nuestra Señora del Val y San Eloy). Durante el siglo XVIII, hasta su mitad, se aprecia una recuperación en el número de plateros (25 maestros y 13 oficiales aparecen en el catastro de Ensenada), pero sin que llegue a acercarse a centros como Salamanca (con 40 maestros, 23 oficiales y 27 aprendices) o Córdoba (con 85 maestros, 109 oficiales y 70 aprendices), que son los principales en esa época. La cantidad de miembros de la Cofradía sigue disminuyendo y en 1788 eran ya sólo 16 maestros (Brasas 1980: 55-6).
A través de las marcas de las joyas recuperadas en Cabezón se manifiesta la importancia de los orfebres salmantinos. Los cuños se han aplicado a dos anillos, un colgante de pecho, una campanilla y dos hebillas de zapato y se circunscriben a la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX (Bellido 2008: 38-9). Una marca más indica la procedencia cordobesa de uno de los botones, si bien se trata de una pieza cuya tipología se separa del resto. Por su morfología cabría suponer que el grueso de las alhajas fuera también salmantino, pese a la escueta referencia de Larruga a la compra de joyas cordobesas. Se aprecian enormes semejanzas con diversas joyas pertenecientes a la colección de Caja España que tienen procedencia charra (Piñel 1998: 46-52).
A lo largo del siglo XIX el ascenso de la burguesía conllevó el florecimiento de una nueva joyería, favorecida por el desarrollo de la revolución industrial que permitió usar técnicas y materiales insólitos hasta entonces. Muchos joyeros y bisuteros franceses se establecen en España y comercializan las mismas joyas que están en boga en toda Europa (Herradón 1999: 286-7). Con anterioridad también fue importante la relación con Italia, de donde se importaba el coral y se traían las cubiertas de cuarzo o cristal de roca usadas en medallones y relicarios (idem 2005: 69). El origen extranjero, concretamente francés, puede asegurarse sólo en un colgante, una sortija y un pendiente. La atribución del primero se hace por su morfología, mientras que las otras dos piezas se identifican por sus marcas de fabricación punzonadas, que corresponden a trabajos realizados en París entre 1819 y 1838.
Ya Brasas Egido (1980: 319) destaca que los plateros salmantinos se hacen con la clientela vallisoletana a mediados del siglo XVIII, reforzándose su papel predominante tras la creación de la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy en 1784. Durante ese siglo las piezas de mejor calidad usadas en la provincia vallisoletana para la liturgia suelen ser salmantinas y sólo excepcionalmente cordobesas (ibidem: 320). Por lo recuperado en el ocultamiento de Cabezón podemos asegurar que el predominio de los artífices salmantinos se mantenía a mediados del siglo XIX.
2. Materiales y técnicas
Otro aspecto interesante es el de los materiales empleados en la elaboración de las joyas y su evolución. Hemos mencionado más arriba que en los inventarios más antiguos predomina la plata, seguida del oro, en lo que constituye la estructura de las piezas. Curiosamente en un aderezo (1808) se indica su elaboración con oro portugués, algo relativamente inusual pero que también se documenta en un par de cordones murcianos (Nadal 2003: 455). El empleo de la plata, no obstante, incluye un número significativo de ocasiones en las que aparece “sobredorada”, y por tanto con intención de aparentar oro. Así se menciona aplicada sobre cinco pendientes, ocho colgantes (medallas, águilas y cruces), un aderezo y una cadena. Poco podemos decir sobre los procedimientos de sobredorado. Tras el estudio y la restauración de varias piezas del ocultamiento de Cabezón se ha podido constatar que muchas veces el oro se presenta aleado con cobre (con un alto porcentaje de este metal) y que algunos recubrimientos de la plata se han podido realizar con algún tipo de purpurina –mezcla de cobre, zinc y algo de hierro– (Echevarría 2008).
Existen diferentes técnicas para lograr un acabado de oro sobre piezas aleadas. Una consiste en introducir la pieza en una solución que disuelve la parte de cobre en la superficie de la pieza para darle aspecto exterior de oro puro (Bury 1997: 346 y 354). Otra, con un largo uso, es la aplicación de una amalgama de oro y cobre con mercurio, para a continuación sublimar el mercurio mediante un tratamiento térmico. Este interés por lograr la apariencia de oro en piezas de menor valor se manifiesta también en el uso del similor, que se emplea en piezas similares a los sobredorados: seis pendientes, dos colgantes y una cadena.
Uno de los nuevos materiales, que vemos en inventarios de 1808 (peineta) y 1817 (botones), es el acero(VI). Resulta curioso que las únicas menciones al acero pertenezcan a las dos primeras décadas del XIX, puesto que su mayor difusión se produce en la tercera década. Pese a lo caro que resultaba cuando se aplicaba a la fabricación de aderezos y cadenas, debido a lo laborioso que resultaba el pulimento de las facetas a mano (Vever 2001: 166), las piezas vallisoletanas se valoran muy por debajo de la plata. Habría que pensar entonces en el uso de procedimientos de elaboración más sencillos, como el uso de planchas recortadas y prensadas.
Como complemento decorativo y para determinados colgantes se aplicaban otros materiales. Las perlas (generalmente aljófar) se aplican a 5 pendientes, 2 gargantillas, un collar, una cruz y una reliquia. El nácar se menciona en un aderezo, un rosario, una gargantilla y un alfiletero; mientras que en azabache sólo se ha tallado un colgante con forma de corazón y el coral sólo se usa en una gargantilla y en un amuleto con forma de “mano”. La mención al azabache se encuentra en un inventario de 1791. El auge de este material y su mayor expansión a nivel popular se produce en los siglos XVII y XVIII, sobre todo en Asturias, Galicia, León y Castilla, mientras que su declive es total en el siglo XIX (Monte Carreño 2004: 74-6), lo que explicaría su desaparición en los inventarios vallisoletanos analizados. Uno de los alfileteros se describe como “de China”, sin que podamos precisar más sobre sus características materiales y técnicas.
A menudo se refiere el uso de piedras preciosas o semipreciosas, si bien su identificación no siempre está clara. Entre las naturales se citan “piedras verdes” (en una cruz y unos pendientes), “piedras blancas” y “muchas piedras” en sendos aderezos, simplemente “piedras” en una sortija y “piedras bastas” en una gargantilla. Sus tasaciones varían según los casos, pero son bastante bajas. En un caso se mencionan pendientes con “piedras de San Isidro”(VII). Su valoración no es tampoco demasiado elevada, resultando incluso más baratas que las piedras de Francia. Éstas son de un material artificial usado desde mediados del siglo XVIII, denominado también estrás, y que sustituía a las piedras preciosas y semipreciosas con un considerable abaratamiento(VIII). Las piedras de Francia se aplican a dos pares de pendientes, un aderezo y una sortija.
Las únicas piedras preciosas mencionadas explícitamente son los diamantes, usados en cuatro pendientes, cinco sortijas y un aderezo. A ellos se suman una gargantilla de granates y una sortija de diamantes y rubíes.
Entrando ahora en el análisis de las joyas de mediados del siglo XIX, el oro se convierte en predominante y se aplica a casi todas las joyas, quedando la plata para los rosarios, relicarios, medallas, botones y otras piezas de tradición antigua. La plata sobredorada se vuelve excepcional y no se alude a ella más que en dos cadenas y un grupo de botones, al tiempo que desaparece el similor.
De los materiales que completan las piezas se mantiene el uso del coral, ahora presente en un collar, dos pulseras y un alfiler. Mayor importancia cobran las perlas, que adornan tres collares, una pulsera, ocho pendientes, cinco sortijas (en tres se aplican combinadas con topacios), una cruz y un alfiler. El ámbar se emplea sólo en un conjunto de collar y pendientes y además se cita un alfiler con un camafeo y una cadena de seda. Los esmaltes aparecen aplicados sobre un reloj de pecho y unos pendientes.
Lo más numeroso son las piedras, dispuestas sobre aderezos o conjuntos a juego, doce pendientes, doce sortijas, seis alfileres, dos collares y dos pulseras. Aumenta la precisión con que se especifica el tipo de piedras de que se trata y sólo en una ocasión se describen simplemente como “azules” y otra como “encarnadas”. La mayoría son diamantes (19 joyas), seguidas de topacios (7), amatistas (3), rubíes (1), esmeraldas (1) y venturina (1). Por lo general se usan independientes, pero también se pueden combinar dos de ellas, como topacios y amatistas (dos aderezos y unos pendientes), diamantes y topacio (una sortija), diamantes y perlas (un aderezo), granates y perlas (un aderezo) o perlas y topacios (tres anillos).
3. Evolución de las alhajas
Hacia 1800 se identifican varios modelos entre los pendientes, aunque hay que repetir que en general no se explica su forma en los inventarios. Uno serían los broqueles, que se corresponden con pendientes en forma de botón, adornados en estos casos con perlas y diamantes. Hay “de calabacilla”, similares a los de calabaza, con un aro del que cuelgan dos esferas; y de tres gajos, que serían tres sartas de perlas o piedras colgando de un aro articulado. Los inventarios de la segunda época mantienen alusiones a aretes con diamantes y con calabazas, pero parecen cobrar mayor peso los pendientes de gajos con perlas, que ahora se describen “con palillo de perlas”. Estos pendientes están documentados durante el siglo XVIII en diversos lugares, como Salamanca, Jaén, Madrid o Valencia (Cotera 1999: 267). Se cita además un pendiente de diamantes “rameado”. La mayor diferencia a mediados del XIX es que en los materiales hay una presencia importante de las piedras de distintos colores, lo que dota de mayor vistosidad a las joyas. Sin embargo, en relación con lo encontrado en el tesoro de Cabezón, hay que destacar que los pendientes de lazo simple y del modelo girandole, pese a tener su auge en el siglo XVIII, continúan en uso e incluso realizándose para la joyería popular durante el XIX, aunque cada vez en materiales menos nobles y con diseños alejados del concepto de lazada (Mejías 2004: 294).
Los colgantes citados en los inventarios más antiguos son claramente devocionales y protectores (salvo el caso de unos pocos aderezos), sin alusiones a los collares y cadenas donde se ensartaron. El predominio de joyas de devoción se encuentra igualmente en otras zonas, como en Murcia (Nadal 2003: 448). Tan sólo se describe la naturaleza de las cuentas en las gargantillas, que pueden ser de perlas, granates, nácar o coral. Por el contrario en los ajuares más modernos se encuentran collares con perlas, ámbar, diamantes, granates, topacios, amatistas y rubíes; que además forman conjuntos con pendientes, sortijas y pulseras. Los colgantes mencionados a mediados del XIX, que siguen siendo en su mayoría devocionales (relicarios, medallas y cruces), no parecen guardar relación alguna con estos collares, sino más bien con los rosarios o cadenas y cordeles sencillos.
Respecto a las medallas de Vírgenes, en Valladolid están presentes imágenes de ámbito regional, mientras que faltan devociones locales, como las Vírgenes de San Lorenzo (patrona de la ciudad) o de la Guía. Tan sólo la referencia a la Señora de la Peña de Francia en el tesoro de Cabezón permite referirse al culto a una imagen de ésta en la parroquia vallisoletana de San Martín, muy antigua y de mucha devoción (Ortiz Azana 1989). No ocurre lo mismo en otras zonas, como en Murcia, donde entre las medallas destacan las de la Virgen del Rosario, la del Pilar, Nuestra Señora de la Concepción o la Purísima, todas ellas de gran devoción local (Nadal 2002: 268-9).
Las sortijas se han definido como elemento de uso aristócrata y burgués poco frecuente en los ámbitos rurales (Cavero y Alonso 2002: 239), si bien aparecen en varios de los inventarios vallisoletanos. Para el grupo más antiguo la mayoría son sencillos anillos, en su mayoría de oro, que sólo en cinco casos se adornan con piedras de Francia, diamantes o rubíes. A mediados de siglo las sortijas son todas de oro y con piedras. Se mantiene el predominio de los diamantes, aunque también se aplican esmeraldas, topacios y perlas, y se especifica una vez que corresponde al tipo “de evilla”. Con todo, pervive en Cabezón una sortija de “roseta”, cuyo modelo procede del siglo XVII, junto a otras piezas más modernas.
Se perciben algunas diferencias entre las joyas usadas en los pueblos y las de la capital a través de los inventarios de finales del siglo XVIII y principios del XIX (fig. 4). Consisten sobre todo en la mayor comparecencia de gargantillas, rosarios y colgantes en los primeros, mientras que en la ciudad de Valladolid destacan sobre todo pendientes y sortijas. Estos rasgos podrían guardar relación con una mayor modernidad de la ciudad respecto a los núcleos rurales, pues muestran semejanzas con lo que vamos a encontrar en la evolución general de la joyería vallisoletana de unas pocas décadas después.
Ya hemos aludido más arriba a la disminución o casi desaparición de piezas como los rosarios, las brazaleras, las hebillas de cinturón y los botones a mediados del XIX. En esta segunda etapa se identifican unas pocas joyas como elemento característico del ajuar femenino: las sortijas, los pendientes, los colgantes, los collares y los alfileres. El cambio afecta a las gargantillas, que son sustituidas por los collares, al tiempo que aparecen los alfileres y aumenta enormemente el número de sortijas. Resulta llamativa la pérdida de importancia que sufren los colgantes. El reloj y la cadena que lo sujeta comienzan a proliferar a partir de ese mismo momento, sobre todo entre la burguesía y en medios urbanos (Herradón 1996: 131), y en los inventarios femeninos vallisoletanos se empiezan a mencionar desde los años treinta.
Determinadas modas se repiten en distintas etapas. Los camafeos (uno citado en un inventario de 1847) ven su esplendor en Francia en torno a 1800 y aunque luego desaparecen, se recuperan hacia 1830 (idem: 194). Algo parecido ocurre en el caso de los pendientes de gajos con perlas.
Entre las joyas de Cabezón abundan las que se han elaborado con trabajos de filigrana y con perlas (aljófar), como puede verse en los pendientes y en los colgantes de pecho. Joyas similares a éstos segundos se encuentran con gran profusión durante el reinado de Carlos II, en el último tercio del siglo XVII, y se mantienen durante todo el XVIII (Arbeteta 1998: 51-54, Aranda 1999: 398-400, Mejías 2004: 289). Cabezón también ha proporcionado pendientes y joyas de pecho con varios cuerpos de filigrana que adoptan formas de botón, lazo, cruz y almendra, acompañadas de formas recortadas en “C” y alguna rematada con corona. Piezas afines se encuentran a inicios del siglo XVIII, aunque los modelos más ligeros y con elementos oscilantes (almendras o lágrimas) se usan más durante el segundo cuarto del siglo y se mantienen con posterioridad (Arbeteta 1998: 57-9). De hecho la filigrana sigue de moda en Francia durante el Primer Imperio (1804-1814) y el reinado de Luis Felipe (1830-1848) (Vever 2001: 118). Otros pendientes, como los de tipo girandole se vuelven muy habituales a partir de 1760. Las piezas de Cabezón carecen, no obstante, de las piedras preciosas que son propias de las joyas más caras.
La aparición de estas piezas en un contexto de mediados del XIX no debe resultar extraño, puesto que los tipos se mantienen en uso en la joyería popular con posterioridad al momento álgido de su esplendor. Joyas de pecho similares a las de Cabezón se encuentran en toda la joyería del XIX en Galicia, Zamora y Salamanca, clara evidencia del renacer de su uso (Arbeteta 1998: 84; 2007: 63). Desconocemos, por la ausencia de marcas, si se trata de piezas antiguas o elaboradas pocos años antes del ocultamiento.
A mediados del siglo XIX parece que la ciudad de Valladolid ha experimentado ya un importante cambio en su joyería, que la liga a corrientes más modernas y llenas de novedades. El conjunto de joyas de Cabezón, pese a la datación de su escondite a mediados del XIX, mantiene muchos rasgos que lo vinculan con la joyería tradicional y permite completar la información de los inventarios. Sin embargo, no hay que dejar de anotar que resulta un conjunto destinado al comercio y no de uso personal, lo que hace que algunas joyas estén representadas en exceso y falten otras muchas.
Una fuente adicional para conocer la joyería tradicional la deparan los grabados e imágenes de la segunda mitad del XIX, donde aparecen representados tipos populares (fig. 5). Varias de estas estampas muestran el uso de gargantillas de cuentas de color rojo, que podrían ser corales o granates, de los que pende un colgante. Se identifican también pendientes con colgantes del mismo material rojizo y pendientes de aro dorado (Casado y Díaz 1988: 176-186). Gargantillas similares se encuentran en los inventarios más antiguos, mientras que los pendientes de aro encuentran su mejor paralelo en el tesoro de Cabezón. Así mismo se ven alfileres en el pelo de dos de las mujeres, elemento que según los inventarios no se encuentra a principios del siglo XIX, y otra parece que llevase una peineta. Se identifica por tanto una joyería popular de aspecto tradicional que, salvo algún detalle como los alfileres, está más bien alejado de las joyas más caras y coloridas que se encuentran en los inventarios de mediados del XIX.
Las joyas como elemento del ajuar personal
La cantidad de joyas recogidas en cada una de las cartas de dote no está relacionada proporcionalmente con la valoración total de los bienes. Dentro de la documentación que hemos manejado la mayoría de tasaciones oscilan entre 2.500 y 8.000 reales, aunque hay varias algo por debajo de 1.000 y otras por encima de 30.000. Esto no desentona demasiado con lo constatado en estudios más amplios. Entre 1700 y 1850 en las mujeres de la ciudad de Valladolid hay un predominio de las que tenían dotes inferiores a 5.000 reales, aunque desde 1830 empiezan a aumentar el porcentaje de dotes entre 20.000 y 50.000 reales (García Fernández 1999b).
En un estudio sobre las dotes entre 1735 y 1799 se aprecia el predominio del dinero en efectivo y, en las menores de 10.000 reales, del ajuar doméstico en el monto total de los bienes (ropa, útiles de cocina y muebles); mientras que en las dotes más cuantiosas también es dominante la posesión de tierras y los géneros comerciales (García Fernández 1999a: 620-1 y 1999b: 141). Entre las familias más pudientes va aumentado el número de objetos del ajuar, así como su calidad y variedad, y aparecen más objetos lujosos e importados, a medida que transcurre el siglo XIX (idem 1999b: 140). Se indica por tanto que la posesión de joyas constituye un elemento secundario, tanto en las familias adineradas como en las modestas. Eso mismo hemos constatado en la documentación de nuestro estudio (fig. 6), con una tendencia a que, pese a que el total de la dote sea mayor que la media, el valor de las joyas en general no supere los 300 reales en el primer periodo, con sólo unos pocos casos saliéndose de la norma. Para el segundo de los periodos, la mayoría de ajuares se mantienen en tasaciones de joyas por debajo de 300 reales, o con un pequeño aumento del límite hasta 500. Sin embargo, los casos que se superan esta cifra son casi la mitad y llegan –salvo un lote excepcional de alhajas valorado en más de 12.000 reales– a acumulaciones de algo más de 3.000 reales en joyas.
Para el periodo consultado de 1787-1817 se manifiesta la existencia de un pequeño porcentaje de mujeres sin joyas, algo que se volverá más excepcional en la muestra de mediados del siglo XIX. En los ámbitos rurales analizados lo más frecuente entre las mujeres es la posesión de un par de pendientes, un rosario y/o algunos colgantes, que podrían haber sido lucidos al cuello o formar parte de rosarios o brazaleras. Otra pieza habitual es la pareja de hebillas para los zapatos, mientras que entre los hombres lo más frecuente son los botones. Los conjuntos son más reducidos en Medina del Campo y Villalón, mientras que en Tordesillas aparecen los mayores lotes de alhajas, mencionándose gargantillas, broches, diversas sortijas e incluso una peineta.
La ciudad de Valladolid no destaca especialmente sobre las localidades menores mencionadas, aunque habría que señalar la mención a algunas piezas de tipología infrecuente. En un caso se cita un dedal, en otro dos alfileteros y una de las mujeres contaba con una cadena con retrato.
Para el periodo posterior, 1843-1851, las tasaciones de los conjuntos son más elevadas y también más numerosas las joyas. Los ajuares más humildes agrupan fundamentalmente un collar, pendientes y sortijas. Se usan con menor profusión los rosarios, los colgantes y las hebillas, mientras aparecen relojes, alfileres, hebillas de cinturón, pulseras y abundan las cadenas.
En los grabados que hemos mencionado más arriba, sin embargo, los ajuares femeninos vallisoletanos se reducen a pendientes y gargantilla. Esta imagen contrasta enormemente con las imágenes femeninas de otras provincias limítrofes, entre las que se encuentran amplias collaradas, generosos pendientes, broches y botones (Casado y Díaz 1988). Se podría pensar que en otras provincias perdura durante todo el siglo XIX el modelo más tradicional, mientras que en Valladolid el tipo popular ha perdido buena parte de las joyas antiguas y se ha impuesto un conjunto más sobrio y sencillo, lejano al mismo tiempo de los amplios conjuntos de alhajas poseídas ahora por las familias burguesas de la capital.
Consideraciones Generales
La joyería vallisoletana no se mantiene como una manifestación cultural fosilizada, sino que a través de distintos testimonios se puede apreciar una evolución importante durante todo el siglo XIX. En el momento más antiguo de nuestro análisis las alhajas presentan similitudes con las provincias limítrofes de Zamora y Salamanca, lo que además queda reforzado por las referencias a marcas de orfebres salmantinos. Entre los rasgos que se repiten cabe destacar el uso de la filigrana y aljófares, los pendientes de varios cuerpos, los aderezos y las hebillas de zapato en las mujeres y los botones y broches en los hombres (Mateu 1985: 9-18; Piñel 1998). Pero también se manifiestan afinidades con joyerías menos conocidas, como la segoviana. Pueden relacionarse con ella los pendientes de gancho de los que cuelgan hasta tres hijos con aljófares rematados con una bola de oro, entre otras piezas (López García-Bermejo y otros 2000: 76). El metal más empleado es la plata, aunque se prefieran habitualmente los acabados dorados. Al mismo tiempo se encuentran en uso gargantillas de distintos materiales.
A lo largo del siglo van cambiando las joyas y se pasa a un estilo con gusto por el oro y las piedras preciosas. Pese a ello buena parte de la población, seguramente los individuos más humildes, mantienen en uso parte de los adornos anteriores, aunque su fabricación se habría visto muy reducida y pervivirían sobre todo por transmisión hereditaria. Se produciría en esas décadas de mediados del siglo XIX una escisión que marca a partir de entonces la separación de una joyería de las clases populares y otra de las clases más adineradas.
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APÉNDICE DOCUMENTAL. Archivo Histórico Provincial de Valladolid
Protocolos notariales. Medina del Campo. Manuel Belmonte Lobato (1793-1796) (1808-1810)
Legajo 7317/1, hoja 110-ss (14 de enero de 1793). Inventario de bienes de Blas Gutiérrez, labrador: “un Sto. Cristo de Burgos pequeño tasado en 2 reales, otro mayor tasado en 5 reales; (...) un relicario grande tasado en 4 reales”. [total de bienes: 54.625 reales]
Legajo 7317/1, hoja 141-ss. Testamento de Gabriela Gutiérrez, que menciona un Cristo de Burgos, valorado en 5 reales.
Legajo 7317/2, hoja 71-ss (4 de mayo de 1796). Inventario de bienes de María Begas, viuda y vecina de Medina del Campo, antes de su matrimonio con Antonio Segovia, viudo y vecino de San Vicente de Palacio: “una cruz y unos pendientes de plata, en 44 reales”. [total de bienes: 23.935 reales]
Legajo 7326, hoja 34-ss (12 de enero de 1807). Inventario de bienes de Matías Lozano, carpintero en Medina del Campo: “pendientes y cadenas de similor, en 12 reales”. [total de bienes: 5.520 reales]
Protocolos notariales. Medina del Campo. Gregorio Rubio (1801-1806)
Legajo 6377, hoja 550-ss (17 de junio de 1804). Carta de pago de dote de Darío Tolomé Ferranz, viudo y vecino de Medina del Campo, a favor de Tomasa Jiménez de Evora, natural de Vadillo de la Sierra (Ávila): “un aderezo de plata para el cuello, en 10 reales; una sortija de los mismo, en 4”. [total de bienes: 3.260 reales]
Legajo 6378, hoja 75-ss (7 de septiembre de 1806). Carta de pago de dote de Ramón Herranz Martínez, natural de Medina del Campo, a favor de Michaela Duque, natural de Rueda: “un rosario con unas medallas de plata, en 40 reales”. [total de bienes: 1.892 reales]
Protocolos notariales. Tordesillas. Raimundo González (1787-1797 y 1808)
Legajo 5642/1, hoja 74-ss (10 de septiembre de 1787). Carta de pago de dote entre Mª Antonia de Velasco y Blanco para sí ante Tomás Conde, ambos de Toro: sin joyas tasadas. [total de bienes: 31.205 reales]
Legajo 5642/2, hoja 90-ss (2 de octubre de 1788). Carta de pago a favor de Juliana Rodríguez Casado, que casa con Antonio de la Lastra Sobrados, vecinos de Tordesillas: “un aderezo de nácar guarnecido de plata, en 16 reales; otro par de pendientes de piedras verdes, en 14; una encomienda y un corazón de similor, en 12; unos pendientes color dorado claro, en 30; unas gargantillas de granates, en 5 reales; dos rosarios con seis medallas de plata, en 14”. [total de bienes; 3.586 reales]
Legajo 5642/2, hoja 98-ss (21 de octubre de 1788). Inventario de bienes a la muerte de Josefa Melgar González, vecina de Tordesillas: “unos dijes compuestos de cinco medallas de plata, un relicario, una cruz y una higa ¿engarzonado? En lo mismo, en 30 reales”. [total de bienes: —]
Legajo 5642/3, hoja 34-ss (12 de marzo de 1789). Inventario de las alhajas correspondientes a la capilla de Arganda sita en la parroquial de Santiago de Tordesillas: sin joyas.
Legajo 5642/3, hoja 83-ss (1 de octubre de 1789). Carta de pago y recibo de dote en favor de Petra Alonso Galbán, dada por Gregorio de Castro, vecino de Tordesillas: sin joyas. [total de bienes: 3.852 reales]
Legajo 5642/5, hoja 65-ss (14 de abril-1791). Carta de pago y recibo de dote de Francisca de la Cruz Lucas otorgada por su padre Antonio Anas, vecinos de Tordesillas: “pulseras, pendientes y escudo, en 40 reales; un escudo, en 15; (...) un rosario con medallas de plata, en 20; un corazón de azabache engarzado en plata, en 10”. [total de bienes: 2.182 reales]
Legajo 5642/5, hoja 138-ss (6 de diciembre de 1791). Carta de pago y recibo de dote a favor de Ana Pérez, vecina de Tordesillas: “un aderezo de plata con piedras blancas, en 50 reales; (...) un rosario blanco con ramos encarnados con un christo y ocho medallas de plata, en 40; (...) tres sortijas, un escudo y unos botones todo de plata, en 12; una medalla intitulada de la Peña, en 10 reales”. [total de bienes: 4.642 reales]
Legajo 5643/1, hoja 68-ss (23 de septiembre de 1793). Carta de pago y recibo de dote a favor de Juliana Rodríguez Díez, vecina de Tordesillas, hecha por Pedro Aguado, natural de Toro: “un rosario con ocho medallas de plata, en 28 reales; una cruz y pendientes de plata, en 30”. [total de bienes: 2.977 reales]
Legajo 5643/3, hoja 17-ss (4 de febrero de 1795). Carta de pago y recibo de dote entre Vicente de la Cruz Díez y Juliana Amor López. Bienes de dote de Bicente entregados por su madre: “un rosario con varias medallas de plata, en 55 reales; unos diges, en 30; unas gargantillas de nácar, en 8; un aderezo, en 40; unos zapatos de pana con evillas de plata, todo en 100 reales; (...) un corazón de plata, en 10 reales”. [total de bienes: 3.496 1.913 reales] Bienes de Juliana: sin joyas. [total de bienes: 2.253 3.213 reales]
Legajo 5643/4, hoja 109-ss (20 de octubre de 1796). Carta de pago y recibo de dote a favor de Isabel Cerezal Pablos, dada por Francisco Galván Rodríguez, vecino de Tordesillas: “una cruz y pendientes de metal, en 8 reales; (...) un rosario con cuentas de piedra y ocho medallas de plata, en 16”, y como dádivas “un relicario con el cerco de plata, en 24; una medalla de plata, en 2”. [total de bienes: 2.227 5.680 reales]
Legajo 5643/6, hoja – (6 de enero de 1808). Carta de pago y recibo de dote a favor de Beatriz Martínez, vecina de Tordesillas, dada por Sebastián Corral, su hijo: sin joyas. [total de bienes: 846 reales]
Legajo 5643/6, hoja – (5 de febrero de 1808). Carta de pago y recibo de dote a favor de María Escobar de Pineda por su madre María de Pineda Gómez, naturales de Tordesillas: “unas gargantillas de perlas finas de dos ¿ylos?, en 100 reales; dos broqueles con perlas finas, en 100; una aguila de platta sobredorada, en 4; un rosario de cuentas azules con seis medallas de plata y su cruz de lo mismo, en 40; una cruz de aldeana con sus perlas, en 100”, y como dádivas “una gargantilla de perlas finas y compuestas de tres ylos, en 200; dos broqueles de perlas finas, en 100; (...) un anillo de oro, con chispas de diamantes, en 90; un crucifijo de metal con su cruz de madera, en 8; un corazón de Santa Teresa, en 4; un relicario de Santa Catalina, en 8; otro del Niño Jesús, en 8”. [total de bienes: 36.943 reales]
Legajo 5643/6, hoja – (2 de mayo de 1808). Carta de pago y recibo de dote de María López Bazán por su futuro esposo Pedro Bravo, ambos de Tordesillas: “un aderezo de oro portugués, en 120 reales; unos pendientes de calabacilla, en 8; un aderezo de plata sobredorada, en 16; un rosario de piedra azul y blanca, con varias medallas y un santo Cristo de plata, en 32; una cruz, una medalla y un relicario de plata, en 11; unos broches de plata, en 8; ocho botones de plata, en 8; una cruz, pendientes y jardinera, en 4; una peineta de acero, en 2”. [total de bienes: 3.450 reales] Bienes de Pedro Bravo: “docena y media de botones de plata, a dos reales botón, en 36; dos relicarios y una medalla de plata, en 12; (...) un rosario de piedra con diez medallas y cristo de plata, en 50; tres medallas de plata, en 6; dos sortijas de plata, en 4; unas evillas de lo mismo, en 100; unas gargantillas de piedras bastas, en 2; unos pendientes de plata sobredorada, en 8; dos aguilas de lo mismo en 10”. [total de bienes: 7.340 reales]
Protocolos notariales. Villalón de Campos. Baltasar Martín Villazán (1814-1817)
Legajo 12268/2, hoja 145-ss. (27 de diciembre de 1815). Escritura de declaración de bienes que entraron a su matrimonio Bernardo Tomero y María Arias García, vecinos de Villalón: bienes de Bernardo —- [total de bienes: 1.633 reales] Bienes de María: “unas ebillas, reguladas en 8 reales”. [total de bienes: 2.660 reales]
Legajo 12268/2, hoja 147-ss (18 de marzo de 1815). Escritura de declaración de bienes que entró al matrimonio Manuela Gil Alonso, dada por Miguel Pérez Rodríguez, viudos ambos y naturales de Villalón: “dos pares de pendientes de aljófar, 180 reales; un rosario con ocho medallas grandes y la cruz de plata, en 180; otro de coral engarzado en plata, en 60; una reliquia de oro y 16 huesos de santo, en 60; otra con una flor de perlas aljófar, en 60; otra de San Ramón nonato pequeña, en 20; otra de una santa ¿alcazaren?, en 20; un aderezo de plata con muchas piedras, en 40; un santiago filigranado, en 20; una santa grande en plata sobredorada, en 30; otra reliquia pequeña, en 20; un Christo de ¿varra? macizo en plata, en 30; una caja pequeña en plata, en 10; una mano de coral fino, en 16; una cruz de plata ¿laberiada? sobredorada, en 30; otra reliquia de la Virgen del Pilar, en 20; una medalla de plata, en 20; dos cristos de Burgos afiligranados de plata, en 30”. [total de bienes: 21.895 reales]
Legajo 12268/2, hoja 149-ss (2 de julio de 1815). Escritura de declaración de bines que entró al matrimonio Ana Triana de los Prados, dada por Felipe Giraldo García, vecinos de Villalón: —-. [total de bienes: 1.526 reales]
Legajo 12268/2, hoja 150-ss (9 de febrero de 1815). Escritura de declaración de bines que entraron al matrimonio Manuel Curieses Alexandro y Marian Requejo, vecinos de Villalón: bienes de Manuel —-. [total de bienes: 1.640 reales]
Legajo 12268/2, hoja 152-ss (11 de mayo de 1815). Escritura de declaración de bines que entró al matrimonio Vicenta Saravia, dada por Melchor Fernández Domínguez, vecinos de Villalón: —-.
Legajo 12268/2, hoja 154-ss (27 de marzo de 1815). Escritura de declaración de bines que entró al matrimonio Basilisa Manchuca, dada por Ildefonso Cebrián, vecinos de Villalón: “ropas de vestir y otras alajas de plata, en 1.000 reales”. [total de bienes: 8.900 reales]
Legajo 12268/3, hoja 201-ss (14 de mayo de 1816). Escritura de declaración de bienes que entró al matrimonio Petra Gordaliza Herranz, dada por Gregorio Antonio García Herrero, vecinos de Villalón: “dos pares de evillas de plata, en 200 reales”. [total de bienes: 6.012 reales]
Legajo 12268/4, hoja — (16 de diciembre de 1817). Escritura con cuenta de los bienes de Antonio Herrero y Bernardo de Tomos: “un rosario de nácar con cruz, en 16 reales; cuatro docenas de botones de acero, en 12; dos medallas: un Santiago en ¿cintillo? un christo de Burgos y demás piezas de plata, en 86”. [total de bienes: 146.040 reales]
Legajo 12268/4, hoja — (18 de diciembre de 1817). Escritura con cuenta de los bienes de Matías Gutiérrez: “una santa de plata sobredorada, en 60 reales; un santiago de plata, en 8”. [total de bienes: 67.533 reales]
Protocolos notariales. Valladolid. Manuel Álvarez (1804-1812)
Legajo 4011/1, hoja 38-ss (12 de mayo de 1804). Lo que aporta al matrimonio Teresa Garrido, natural de Boadilla de Campos y residente en Valladolid: “una sortija de diamantes y rubíes, tasada por el facultativo en 100 reales; otra de oro en 20 reales; un par de pendientes de tres gajos con piedras de San Isidro, en 20; otros de similor en 10 reales; otros de lo mismo en 16; otros de lo mismo en 8”. [total de bienes: 5.183 reales]
Legajo 4011/2, hoja 2-ss (16 de enero de 1805). Lo que aportó Isidro Villanueva Aparicio al matrimonio con Juliana Sierra, vecinos ambos de Valladolid: “un chaleco de terciopelo de colores, con veinte y dos botones de plata, afiligranados, en 160 reales; (...) unas evillas de plata, en 140 reales”. [total de bienes: 9.776 reales]
Legajo 4011/3, hoja 44-ss (5 de marzo de 1806). Lo que aportó al matrimonio Petra Ramos, casada con Manuel Anastasio Alonso, vecino de Valladolid: “un rosario con medallas de plata, en 38 reales; un par de pendientes, en 10 reales; otro par de pendientes de piedras de Francia, en 30 reales; un dedal de plata, en 10 reales; un anillo de plata con piedras de Francia, en 20 reales”. [total de bienes: 4.306 reales]
Legajo 4011/3, hoja 64-ss (3 de abril de 1806). Lo que aporta a su segundo matrimonio Agustina Pollo, viuda de José Morrillo y vecina de Valladolid: “un relicario con varios dijes y medallas de plata, en 80 reales”. [total de bienes: 4.876 reales]
Legajo 4011/3, hoja 162-ss (22 de septiembre de 1806). Lo que aportó al matrimonio Francisca Pico, vecina de Fuensaldaña: “un aderezo de plata que valía 300 reales”. [total de bienes: —]
Legajo 4011/4, hoja 72-ss (7 de febrero de 1807). Lo que aporta al matrimonio Rosa de Guzmán, de Geria, que casa con Manuel Fernández, de Valladolid: ninguna joya. [total de bienes: 2.661 reales]
Legajo 4011/4, hoja 225-ss (27 de noviembre de 1807). Lo que Manuela Muñoz, natural de Medina de Rioseco y vecina de Valladolid, aporta al matrimonio con José María Rodríguez: “unos pendientes de similor nuevos, en 24 reales”. [total de bienes: 4.386 reales]
Legajo 4011/5, hoja 16-ss (9 de febrero de 1808). Lo que otorga al matrimonio Fabiana González, vecina de Valladolid, y casada con Santos Morante: “un aderezo de piedras de Francia, en 80 reales; (...) un santo Christo de Burgos de plata, en 20; dos medallas de plata, en 8 reales”. [total de bienes: 7.047 reales]
Legajo 4011/5, hoja 60-ss (29 de julio de 1808). Lo que Manuela Sanz Conde, viuda de Matías Gil y vecina de Valladolid, tiene de lo que le dejó su marido y aporta al segundo matrimonio: “una cadena de plata, en 50 reales; una caja de plata, en 60; treinta y cuatro botones de plata, en 50; tres pares de botones de plata de camisa, en 6; dos piezas de dijes de plata, en 8; dos pares de ebillas de bronce, en 12”. [total de bienes: 24.063 reales]
Legajo 19746/1, hoja 53-ss (17 de abril de 1809). Carta de pago; Manuel Fernández, maestro estameñero, reconoce lo que aportó al matrimonio Florencia López: “una joya para el cuello y un par de pendientes de plata sobredorada, en 50 reales”. [total de bienes: 2.620 reales]
Legajo 19746/1, hoja 96-ss (16 de noviembre de 1809). Carta de pago; el licenciado León Ramos reconoce lo que aportó al matrimonio Manuela de Castro Maroto, vecina de Valladolid: “unos broqueles de diamantes en oro, 200 reales; un par de pendientes de oro en 40 reales; otros dos pares de pendientes a 20 reales, 40; una cadena de plata sobre dorada, en 160 reales; una sortija de oro en cuarenta reales; un relicario de plata afiligranado, en 40 reales; tres medallones a 20 reales, 60; (...) un medallón, en 40; (...) un anillo de diamantes puestos en oro, 400 reales; otro anillo de oro, en 40; otro de diamantes puestos en oro, en 200 reales; unos pendientes de diamantes en 200 reales; (...) un medallón de plata sobredorada, en 50; un christo de plata afiligranado en 30 reales; dos alfileteros, uno de nácar y otro de china, en 70 reales; una gargantilla de corales, en 30; (...) un collar y pendientes de similor en 30 reales”. [total de bienes: 14.249 reales]
Legajo 19746/2, hoja 28-ss (23 de abril de 1810). Inventario y descripción de bienes. Josepha del Moral, vecina de Valladolid y viuda de Baltasar Gil, lo hace antes de contraer matrimonio con Matheo Choya: “dos docenas y media de botones de plata para justillo, en 60 reales; dos anillos de oro, en 30 reales; unos pendientes de plata de 3 gajos sobre dorados, en 30; un rosario con ocho medallas de plata, en 80 reales; un manojito de medallas de plata, en 16 reales”. [total de bienes: 4.896 reales]
Legajo 19746/2, hoja 31-ss (29 de abril de 1810). Inventario y descripción de bines . Matheo Choya, vecino de Valladolid y viudo de Agustina Vicente, antes de casar con Josepha del Moral: ninguna joya. [total de bienes: 4.355 reales]
Legajo 19746/2, hoja 53-ss (22 de mayo de 1810). Carta de pago de dote. De Julián García Baamonde a su esposa Ezequiela Valle Soto, natural de Valladolid: ninguna joya. [total de bienes: 86.155 reales]
Legajo 19746/2, hoja 97-ss (10 de diciembre de 1810). Carta de pago. Lo que Antonio Contreras, vecino de Valladolid y viudo, recibe en el matrimonio en segundas nupcias con Manuela Vela, natural de Valladolid: “un collar de oro con su joya en 220 reales; unos pendientes de oro con perlas y sus extremos en 70 reales; otro collar de perlas con su sacramento, en 90 reales; una cruz de piedras verdes, en 16; once medallas de plata, en 30; un par de evillas de plata, en 140 reales”. [total de bienes: 3.842 reales]
Legajo 19746/3, hoja 3-ss (26 de enero de 1811). Carta de dote. Lo que Pedro Cano, vecino de Canalejas y viudo, recibe de Juana Sanz, de Manzanillo, antes de contraer sus segundas nupcias: “unos pendientes con su cruz de plata, en 34 reales”. [total de bienes: 835 reales]
Legajo 19746/3, hoja 77-ss (2 de julio de 1811). Inventario de bienes. Lo que recibe Julio Rey de la viuda Rosa Osbal, vecina de Valladolid: “un par de pendientes con piedra de Francia, en [0]”. [total de bienes: 952 reales]
Legajo 19746/4, hoja 24-ss (26 de febrero de 1812). Carta de pago. Ambrosio Bueno se casa con María Rodríguez, ambos residentes en Valladolid, y reconoce lo que ella aporta: “una cadena de oro, de dos varas, con su retrato, en 1100 reales; un aderezo de diamantes en plata, en 1200 reales; un anillo de oro con diamantes, en 200 reales; una sortija de oro con piedras, en 60; dos pares de pendientes en oro, en 90 reales; una sortija de diamantes en oro, 360 reales.” [total de bienes: 38.395 reales]
Protocolos notariales. Valladolid. Isidoro Cuervo (1834-1851)
Legajo 5145/7, hoja 25-ss (15 de marzo de 1834). Carta de dote y recibo que Carlos Carabantes, alférez de la Guardia Real, otorga a su futura esposa Josefa O’Donell y Oromi, ambos residentes en Valladolid: “aderezo de oro y rubíes, 660 reales; cadena de oro, 460; reloj de pecho esmaltado, 640; collar y pendientes de ámbar, 220; par de pendientes de oro, con topacios y amatistas, 120; (...) alfiler de oro y topacio para mantilla, 140; rosario con engarce y medalla de plata, 50; evillas para cinturones, 60”. Regalos de parientes: “la condesa de Trigona, un aderezo de oro, amatistas y topacios, en 400; doña Josefa Merino de Nebot, un aderezo igual, 400”. [total de bienes: 48.464 reales]
Legajo 5145/7, hoja 34-ss (6 de mayo de 1834). Carta de dote y recibo que otorga Vicente Vela, viudo y natural de Cervera de Pisuerga, vecino de Valladolid, a favor de su futura esposa Vicenta Hortega, natural de Cuellar: “ropas de vestir, de su uso, interior y exterior de varias clases, incluso un collar de perlas, con pendientes de lo mismo y una sortija de oro, 1000 reales”. [total de bienes: 13.142 reales]
Legajo 5145/8, hoja 3-ss (20 de marzo de 1835). Carta de dote y recibo que otorga José Barbán, abogado y vecino de Mayorga, viudo, a favor de su futura esposa Jacoba Cuervo Reynoso, natural de Valladolid: “un par de pendientes de diamantes, 200 reales; otros pendientes de oro con sus calabazas, 30; un cintillo de diamantes, 60; una sortija de dos diamantes y topacio, 60; otra de pelo, en 20; otra con esmeraldas, 30; una cadena de plata sobre dorada, 60; un alfiler de oro, en 20”. [total de bienes: 26.074 reales]
Legajo 5145/8, hoja 11-ss (1 de septiembre de 1835). Escritura de capital que otorga Antonia Fombellida Cuervo, natural de Cevico de la Torre, y mujer de Demetrio Cuvas, vecino de Valladolid, sobre lo que él aportó al matrimonio: “dos rosarios con medallas de plata, a 15 reales, 30; un relicario con su cadenita de plata, 20; dos pares de pendientes de oro, a 10 reales, 20; otro par de pendientes de oro, 8; media docena de botones de plata, 8; un premio de plata, 8; doce botones de plata sobre dorados, 16; dos cuentecitas de leche, 4; un relicario de bronce, 4”. [total de bienes: 44.410 reales]
Legajo 5145/8, hoja 11-ss (1 de septiembre de 1835). Escritura de dote de Demetrio Cubas, vecino de Valladolid, a favor de Antonia Fombellida, natural de Cevico de la Torre: “unos pendientes de perlas, 30; un collar de piedra encarnado, 50; (...) una sortija de perlas, 40”. [total de bienes: 4.823]
Legajo 5145/8, hoja 22-ss (1 de diciembre de 1835). Escritura de capital de María Arranz, natural de Valdearcos, de Palencia, en la que reconoce los bienes de su futuro esposo, Vicente Bela, viudo y vecino de Valladolid: “un collar de señora, pendientes y una sortija, 340; (...) tres rosarios grandes con medallas grandes de plata valuados en 300”. [total de bienes: 89.490]
Legajo 5145/9, hoja 16-ss (21 de julio de 1836). Carta de dote a Paula González, otorgada por su marido Nicanor Guerra, vecinos ambos de Valladolid: “unos pendientes de oro con perlas, en 40 reales”. [total de bienes: 1.135]
Legajo 5145/9, hoja 21-ss (7 de octubre de 1836). Carta de dote a María Arranz, viuda de Vicente Vela, otorgada por Abdón Pérez, viudo: “un collar, pendientes y una sortija de señora, 340 reales; (...) tres rosarios grandes, 300”. [total de bienes: 66.864]
Legajo 5145/9, hoja 22-ss (8 de octubre de 1836). Escritura de lo que aportó Abdón Pérez al matrimonio con María Arranz: “botones de camisolines y un alfiler, 59; un reloj de plata con sobrepuesta de lo mismo, cadena de arete, piedra fina y otra cadena de seda, 126; corchetes de plata y una medalla de lo mismo, 30; un par de pendientes de perlas y un alfiler, en 78”. [total de bienes: 15.982]
Legajo 5145/13, hoja 13-ss (13 de agosto de 1842). Carta de dote de Julián Ramón Rubio, vecino de Valladolid, a su futura esposa Manuela Juncosa, natural de Ciudad Real: “una cadena filigranada de plata sobre dorada, 40; tres pares de pendientes de oro, 94; tres anillos de oro con ¿puntas?, 100; un medalloncito de oro guarnecido, 24; (...) una cadena de oro con peso de cuarenta y cinco adarnes [un adarme= 1,8 gramos], 900; unos pendientes rameados con diamantes, en 640; un collar de perlas gruesas de tres vueltas, 800; (...) unas pulseras de diamantes montados al aire, 640”. [total de bienes: 8.479]
Legajo 5145/20, hoja 1-ss (9 de enero de 1849). Carta de dote de Casiano Ibáñez Juanagorría, licenciado, a su esposa Julia de la Bastida, vecinos ambos de Valladolid: “una cadena de oro, su peso seis adarnes, en 96 reales; unos aretes de diamantes, tasados en 240; unos pendientes de oro francés, en 20; unos broqueles de careta, tasados en 16; una sortija con siete diamantes, en 100; otra de evilla con quince ídem, en 100; una cadena cordobesa, en 40; un collar de coral con un corazón guarnecido de lo mismo, en 60; otro ídem de lo mismo, en 20; un medallón de oro, peso cinco adarnes, en 70; cuatro medallas de plata y una cruz, su peso una onza [una onza= 28 gramos], y un rosario, en 20; cuatro medallas de plata, su peso media onza, en 8”. [total de bienes: 6.410]
Legajo 5145/22, hoja 57-ss (30 de octubre de 1851). Pedro Castañón, viudo y vecino de Valladolid, y Rafaela Viguela, natural de Valladolid, reconocen sus respectivos bienes: del marido, “una sortija de oro guarnecida de diamantes, 400 reales; unos pendientes de diamantes engarzados en plata, 600; un alfiler de diamantes de dibujo, en 900; una sortija de diamantes, 240; una cruz de perlas finas, 300; otra cruz con una vuelta de coral fino, 60”. [total de bienes: 21.188]; de la mujer: ninguna joya [total de bienes: 2.750]
Protocolos notariales. Valladolid. Pedro Solís Ramos (1846-1847).
Legajo 15824, hoja 9-ss (16 de enero de 1846). Carta dotal. Luis García Pizarro, natural de Medina de Rioseco que casa con Josefa de Lara y Reinoso, natural de Valladolid y reconoce su dote: “unos pendientes de oro esmaltados, 60 reales; otros de id. de id., 80; otros pendientes afiligranados de algofar (sic), 60; otros de chispas de diamantes, 160; un par de pulseras de coral que hacen acollar con dos broches de oro, 100; un relojito sabineta de oro con una cadena del mismo metal, 560”. Regalo del novio “un aderezo compuesto de collar, pendientes, alfiler y sortija de perlas y diamantes, 10.000”; de doña Joaquina Hidalgo de Lara “un aderezo de oro con granates y perlas compuesto de pendientes, alfiler y pulsera con su caja de tafilete, 800”; de don Juan José de Lara, “Un cintillo de oro con tres diamantes, 320”; de don Juan Pasalodos, “una sortija de oro de anillo calado con siete diamantes, 320”; de don José Pizarro, “un alfiler de diamantes pequeños, 200”. [total de bienes: 229.135]
Legajo 15825, hoja 21-ss (21 de enero de 1847). Carta de dote. El licenciado Mariano Nava, natural de Alaejos y vecino de Valladolid, confiesa haber recibido de su esposa Visitación, de Dueñas: “un alfiler de camafeo, 19 reales”. Regalos recibidos: “dos sortijas, 80 reales; pendientes de oro, 20; una cadena de plata, 40; (...) dos sortijas, una de diamantes, 160; unos pendientes de ídem, 300; una cadena de oro, 300; un alfiler, 12”. [total de bienes: 6.678]
Legajo 15825, hoja 72-ss (30 de abril de 1847). Escritura de dote y capital. Rufino Hera, vecino de Valladolid, reconoce la dote de su esposa Luisa Príncipe, vecina de Valladolid: “cuatro anillos de oro con diamantes, 300 reales”. [total de bienes: 19.911]
Legajo 15825, hoja 91-ss (20 de mayo de 1847). Ángel Estirado Sanz y Magdalena Benito Albarrán, vecinos de Valladolid, reconocen los bienes propios. De ella, regalos: “una cadena de oro, en 900; (...) unos pendientes de diamantes, en 282; seis anillos de oro, tres de diamantes buenos, en 320; otros tres de perlas y topacios, en 80; (...) un alfiler de oro con piedra coral, en 30; unos pendientes de oro con palillo de perlas, 50; otros pendientes de venturina de oro, en 24; otros de oro con piedras azules, en 30; otros anillo de oro, en 12; un rosario con medallas de plata y engaste de los mismo, 40” [total de bienes: 19.412]; de el: “un alfiler de diamantes, 440” [total de bienes: 21.101]
Legajo 15825, hoja 128-ss (7 de julio de 1847). Carta de dote. Bernardo Lobo reconoce la dote de Casimira Romo, vecinos ambos de Valladolid: “un collar de oro, en 100; dos pares de pendientes de oro, uno en 20 reales y otro en 12”. [total de bienes: 2.926]
NOTAS
I He de agradecer las orientaciones y la ayuda que me han brindado Maria Antonia Herradón, Manuel Pérez Hernández, Enrique Echevarría y Eloísa Wattenberg durante el estudio de las joyas del ocultamiento de Cabezón de Pisuerga. Vaya mi reconocimiento también para de la Cruz y para Cea.
II A la primera época corresponden 47 inventarios, de los que 38 cuentan con joyas, y a la segunda 17, todos con joyas.
III Aleación de zinc y cobre con un aspecto que imita al oro, empleada para objetos de bisutería.
IV Creemos que correspondería al estrás, un cristal artificial inventado entre 1730 y 1734, con el que se elaboran piedras falsas y que imita al diamante.
V El aderezo se entiende aquí como un conjunto de joyas a juego compuesto por collar, pendientes, pulsera, alfiler y sortija (o parte de estas piezas), mientras que los inventarios del primer bloque parece que se alude más bien a una joya individual, que sería un lazo o cruz para colgar del cuello o una joya para el pecho.
VI Comenzaría a aplicarse a la joyería a mediados del siglo XVIII en Inglaterra y vería su auge en las primeras décadas del XIX (Herradón 1999: 290).
VII Se trataría de unos cristales de cuarzo que pueden aparecer transparentes o marcados con óxidos de hierro, lo que les daría un color amarillento. Se pueden encontrar en distintos puntos de las provincias de Madrid y Guadalajara. Deben su nombre a que uno de sus yacimientos se encuentra en una pradera junto a la ermita de San Isidro, en Madrid, según relata Ambrosio de Morales a mediados del silo XVI. Sobre sus cualidades y dureza escribe Bernabé Llugardo (1985), en cuyo trabajo llega a compararse las piezas de san Isidro con los topacios por su color y dureza.
VIII Con anterioridad, y desde al menos el siglo XV, existen otras piedras artificiales, similares al cristal de roca y cuya elaboración es muy parecida a la del vidrio (Pérez Grande 2002: 190-1).