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“... Pasan el Puerto el Pontón
y también el de Pajares,
y el de Bárcena Pie de Concha
los llamacinos de Llanes.
Y por tierras de León
de Burgos y de Palencia,
de Vizcaya y de Navarra
y Ribera del Pisuerga
allí yasten nuestros mozos
a machuriar la llamacea [tejera]”.
(Coplilla popular asturiana)
“Teja me ponen por nombre y por
tal e de serbir para algu
na buena casa u iglesia
u acaso para un cubil, año 1755 en Salgaredo”
(Inscripción incisa sobre una teja en el concejo de Llanes)
Entre los fondos del Museo Etnográfico de Castilla y León en la ciudad de Zamora se custodia una teja curva de sencilla tipología árabe (nº inv. 1989/53/006 y 18 x 44 cm). Sería una pieza anodina de no presentar un conciso texto inciso que detalla: “Ramon Simon/ tejero de Santibañez/ (Burgos)/ Asturianos/ de/ Llanes/ Vibaño/ Año 1951/ El Combral”. En el pago del Combral (concejo de Llanes) está perfectamente documentada la existencia de una vieja tejera ya extinta (cf. Toponimia de la llingua asturiana. 31, Llanes (1), Asturias, 1994, p. 46). Tampoco desgrana exotismo, el hecho de escribir sobre este tipo de soportes está documentado desde época antigua y medieval (cf. Juan GIL “Sobre la inscripción latina en teja de Villafranca de los Barros”, Habis, nº 16 (1985), pp. 183-186; Fernando PATRÍCIO CURADO, “Tégula epigrafada de Póvoa do Concelho (Troncoso)”, Ficheiro Epigrafico, nº 27 (1988), pp. 11-13; Mª Paz DE HOZ, “Las inscripciones griegas del castro de Vilalonga en el contexto del corpus epigráfico griego de la Península Ibérica”, Boletín da Asociación de Amigos do Museo do Castro de Viladonga, nº 18 (2008), pp. 20-27; José Ángel GARCÍA SERRANO, “Inscripción arábiga en una teja del Ayuntamiento de Novallas”, Turiaso, nº 7 (1987), pp. 275-280; Josep CORELL, “El grafito sobre tegula de La Boatella, Valencia. Una nueva lectura”, Favantia. Revista de Filologia Clàssica, nº 14 (1992), pp. 87-97; Isabel VELÁZQUEZ SORIANO, “Inscripción de una tégula calagurritana (informe provisional)”, Estrato. Revista Riojana de Arqueología, nº 7 (1996), pp. 65-67; id., La teja de Villamartín de Sotoscueva (Burgos): los versos más antiguos del “Poema del Fernán González”, Burgos, 2006), siendo frecuente que muchas tejas presentaran inscripciones fundacionales, meteorológicas y símbolos mágicos y profilácticos de muy variado género. Pero la presentada aquí es singularísima y muy especial pues revela la presencia de artesanos itinerantes procedentes del oriente de Asturias en tierras burgalesas.
Desde el siglo XVIII hasta mediados del XX, la vida cotidiana de los antiguos tejeros o tamargus de Llanes y Ribadesella fue dura y mísera. Contratados por el man (patrón), abandonaban sus domicilios en cuadrilla para emplearse desde mayo a septiembre en otros concejos asturianos y regiones lindantes de Cantabria, Galicia, Castilla, la Rioja, el País Vasco y Navarra. Su vida era muy penosa, durmiendo a tejavana, comiendo frugalmente y trabajando en condiciones agotadoras, muchas veces de vulgar explotación. En su defensa, utilizaban una jerga profesional característica, la xíriga. Asturias fue una región muy rica en jergas profesionales: los caldereros de Miranda de Avilés, San Juan de Villapañada y Fornela (León) usaron el bron, los cesteros de Peñamellera el varbeo, los zapateros de Pimiango el mansolea, y los canteros de Ribadesella el ergue; eran herramientas de supervivencia frente a las ásperas condiciones de vida y los largos desplazamientos a los que se veían sometidos. Pero jergas al uso se dieron en toda la Península, los afamados trillos de Cantalejo (Segovia) eran trajinados por todo el país por profesionales ambulantes que manejaban la gacería (cf. José Mª ZAMARRO CALVO, Introducción al léxico de la gacería, Segovia, 1985; Mª L. GORDALIZA ESCOBAR, El habla de Cantalejo, Segovia, 1986; Francisco FUENTENEBRO ZAMARRÓN, Cantalejo: los briqueros y su gacería, Cantalejo, 1994; id., Cantalejo: creencias y mentalidades, Madrid 1996; Teresa BARGETTO-ANDRÉS, “La gacería y el lunfardo: hacia una teoría memética de las variedades lingüísticas”, Revista de Estudios Hispánicos, XXX (2003), pp. 153-166; id., “Un enfoque memético de la gacería”, Crítica Hispánica, XXVI (2004), pp. 23-40).
El proceso de producción de las tejas comenzaba por cortar el barro, extraído de pozos y galerías, en láminas finas, se secaba al sol en eras hasta el atardecer, cuando se amasaba en un lagar. Se trabajaba después con varias herramientas: el rasero, el cocín, el marco y el punzón. Las tejas y ladrillos (y hasta tiestos y lápidas funerarias), se secaban nuevamente al sol y se horneaban. Una manufactura muy exigente en la que participaban distintos operarios: el cavador, el maserista, el tendedor, el cocedor y los pinches adolescentes.
Aún siguen vivos algunos tejeros asturianos que nos ofrecen su testimonio (vid. La Nueva España, 25-II-2009). Evaristo Concha (Vibaño, 1938) empezó a trabajar en la tejera a los trece años, durante nueve temporadas estuvo en tejeras de Mansilla de las Mulas (León), Pino de Bureba y Cubillo del Campo (Burgos) y Orejo (Cantabria). “Muchu trabaju y mucha jambre. Comprábamos un bollu de pan y, prácticamente, lo únicu que mayábamos (comíamos) era pan y agua”. Juanito Remis (Debodes, Caldueño, 1929), marchó con sólo diez años a una tejera de la zona de Avilés y estuvo veinticuatro años como operario en Cervera de Pisuerga (Palencia), León y Asturias (en Lada y Ciaño), “muchas jambres y muchas moyaduras” refiere. Juan Ríos, vecino de Villahormes, de setenta años, estuvo siete años en el oficio. “empecé a los catorce años en Piedramuelle (Asturias). Lo que viví lo puedo resumir diciendo que fue una esclavitud. Pocu dineru. Una vida de perros..., claru que de jóvenes se aguanta tóu”. A punto de cumplir ochenta años, Ángel Amieva, natural de Lledías, empezó a los trece años de pinche y trabajó en Villallana (Asturias), Pino de Bureba (Burgos) y Villamañán y Villacé (León), once largos años en total, luego, en 1960, marchó a una fábrica de ladrillos en Lille (Francia). “La vida en la tejera era miserable. Trabajábamos 17 y 18 horas diarias, ganábamos muy pocu y había que aguantar muchu. Estábamos como la Guardia Civil: siempre en serviciu. Si había tormenta, salíamos corriendo a tapar las tejas, a cualquier hora. El camastru era de tablas, con paja arriba, y allí nunca se barría. Era muy esclavu. No sé de qué se queja hoy la gente”. Tito Celorio (Vibaño, 1940) estuvo doce temporadas en las tejeras desde que cumplió los diez años. Su periplo fue muy variado: Cangas del Narcea (Asturias), Matallana de Torío, Chozas de Arriba, Cea y La Robla (León), Saldaña (Palencia), Orejo (Cantabria) y Pino de Bureba (Burgos). Trabajaba desde que amanecía hasta que oscurecía y empezó, como tantos, de pinche: “alubias o garbanzos, o patatas con arroz, todos los días. Y en Castilla, pulgas y chinches había muchísimos”.
Existe una narración legendaria posiblemente vinculada con los restos de la basílica paleocristiana de Marialba, en una muria entre Marialba y Castrillo de la Ribera hay un pago situado a la izquierda de la carretera en dirección a León conocido como La Tejera: “Aquí antes los de Asturias los meses de verano pues venían, los asturianos que hacían la teja, trabajaban esos meses como rayos. En mi vida vi gente trabajar al barro, a pisarlo y venga p´allá y p´acá. No trabajaban más que los meses de verano, después eso ya no se podía hacer, no es como ahora que ya tienen naves y hornos, entonces secaban la teja a la intemperie, al sol. Había veces que lo hacían todo y venía una nubada y lo echaba a perder todo. Y entonces el tío Aquilino aquí, compró eso -o era de ellos, era de esa familia todo eso-, y ahí trajo unos tejeros, y dice: –Aquí se puede hacer una tejera -había un barro en Las Arribas-. Y venga a picar. Y dormían en casa de él -yo creo- los tejeros. Eran obreros de él todos, les pagaba su jornal y fuera. Y en una noche desaparecieron de ahí y no vinieron ni a cobrar. No supo más de ellos y se sospecha eso, que encontraron la bolera de oro allí enterrada” (información oral suministrada por Cecilio Pérez Álvarez, 20-II-1998). La historia se repite en muchos cuentos tradicionales conocidos por tierras de León y Asturias: trabajadores forasteros (en muchas ocasiones tejeros asturianos) que supuestamente descubren un tesoro y que desaparecen inesperadamente sin esperar a cobrar sus jornales (cf. Jesús SUÁREZ LÓPEZ, Tesoros, Ayalgas y Chalgueiros. La fiebre del oro en Asturias, Gijón, 2001, nº 250 y 278-279; Nicolás BARTOLOMÉ PÉREZ, “El folklore relacionado con la basílica paleocristiana de Marialba de la Ribera (León)”, Revista de Folklore, nº 310 (2006), pp. 119-125).
La jerga de los tejeros asturianos, reducida a lances de supervivencia y trances de picardía imponderable, tuvo hasta crónicas de heroicidad. Algunas lenguas minoritarias como la de los indios navajos llegaron a ser utilizadas como vehículos de transmisión de órdenes por los marines norteamericanos durante los salvajes combates del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Lo que no sabíamos es que, utilizando la xíriga, algunos exiliados republicanos asturianos alistados en las compañías de trabajo de civiles movilizados por el ejército francés, comunicaron crípticamente a sus compañeros lo que había sido la caída de Dunkerque cuando las tropas británicas (los xiflos de la ingle), galas y belgas claudicaron estrepitosamente ante la potente maquinaria de guerra nazi (los gachuleros de cebeca´n cuadru). Meses después, en junio de 1940, un tejero de Llanes, César Sánchez Argüelles (Posada de Llanes, 1908-Toulouse, 1959), alistado en Cassel y acosado como una alimaña en las playas de Dunkerque, escribía una carta fechada en Toulouse dirigida a su compañero y paisano, el poeta Celso Amieva (pseudónimo de José Mª Álvarez Posada (1911-Moscú, 1988)), relatando con mucha sorna lo canutas que las había pasado.
Consiguió así burlar la censura impuesta por el gobierno colaboracionista de Pétain, pues omitió el nombre del destinatario, internado en el campo de concentración rosellonés de Argelès-sur-Mer, aunque sobrado conocedor de la caligrafía de su amigo. La carta le llegó gracias a la intuitiva agudeza de otro camarada, el capitán Carmelo Ibáñez, atrapado también en la ratonera de Dunkerque con sólo 20 años. Un puñado de españoles consiguieron llegar hasta las costas británicas en verdaderos cascarones de nuez (cantuxelas) habilitadas por hombres hechos a la bravura del Cantábrico. Durante su singladura, verían abundantes manchas de petróleo y cientos de cadáveres panza arriba, sufriendo en carnes propias los bombardeos de la Ludwaffe. Una vez seguros en suelo inglés, fueron encarcelados y expulsados del país hacia el puerto bretón de Saint-Nazaire. Pocos días más tarde, Francia se rendía al ejército alemán. En 1942, Celso y Carmelo se reencontraron en otra compañía de trabajo en Brams; otros, con peor suerte, fueron detenidos por la Gestapo y asesinados en los campos de extermino de Mauthausen y Gussen (cf. el curioso trabajo de Emilio MUÑOZ VALLE, “La xíriga como lenguaje secreto en la segunda guerra mundial (Las jornadas de Dunkerque referidas en el argot de los tejeros por un testigo presencial)”, Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, nº 99 (1980), pp. 127-134).
Nos consta que la xíriga fue utilizada por muchos indianos en México y Venezuela y resistentes asturianos refugiados en Francia, arrojados al maquis cuando el desembarco aliado en Normandía. Hay que reconocer que los de Llanes fueron bravos, hasta el punto orgulloso de firmar una teja en Santibáñez, localidad burgalesa que no sabemos si fue del Val o Zarzaguda, tierras ásperas, preñadas de barro, de veranos ardientes e inviernos infernales, que conocieron por misivas escurridizas, verdaderas obras de arte de astucia y dignidad, que el más allá del infierno y las chimeneas de la muerte, allí por 1941-45, unieron los ríos Danubio y Arlanzón.
Sabemos que un hijo de Vibaño de Llanes, Rodolfo Vela Santovenia, nacido en la localidad asturiana en 1904, vino a trabajar como tejero a tierras de Burgos; su suegro, que era almadreñero en Teberga, le instruyó además en la artesanía de la madera, y así completaba sus escasos ingresos como fabricante de tejas. Activo en el condado de Valdivieso, cuando estalló la guerra civil de 1936, se instaló en San Mamés de Abar (a tres kilómetros de Basconcillos del Tozo), consiguiendo auxilio y cobijo por parte de la Guardia Civil mientras trabajaba en una tejera junto a otro paisano asturiano que huyó de los bombardeos que asolaban su tierra de origen (cf. José Mª GONZÁLEZ MARRÓN, “Las almadreñas de Burgos”, Revista de Folklore, nº 45 (1984), pp. 103-105). La familia de Rodolfo -que pasó infinita hambre en Vibaño durante la guerra- terminaría instalándose en Ayoluengo de la Lora, dedicándose al desbastado de almadreñas en madera de haya y nogal que recogía el padre en los montes cercanos, falleciendo en la calle de San Lesmes de la ciudad de Burgos en 1973.
En 1951, un tejero de Vibaño dejo su firma en un cacho de barro, por cierto con muy arreglada caligrafía, que nos pone la piel de gallina, entre el escalofrío y el orgullo. Mayen bringos. Amen.
BIBLIOGRAFÍA:
Josefa CANELLADA LLAVONA, “En 'Xíriga'”, en Philologia hispaniensia in honorem Manuel Alvar, Madrid, vol. 1, 1983, pp. 131-136.
José Manuel FEITO ÁLVAREZ, Cerámica popular asturiana, Madrid, 1985, pp. 279-292.
Xosé Lluis GARCÍA ARIAS, “El cascón, la xíriga de los goxeros de Peñamellera”, Lletres Asturianes. Boletín Oficial de l´Academia de la Llingua Asturiana, nº 85 (2004), pp. 129-131.
Emilio MUÑOZ VALLE, “La xíriga (el lenguaje de los tejeros de Llanes, como espejo de la psicología de un gremio social)”, Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, nº 76 (1972), pp. 439-531.
Xuan Xosé SÁNCHEZ VICENTE (coord.), Xírigues. Lengua y vida de los artesanos asturianos ambulantes, Oviedo, 2004.
Natacha SESEÑA, Cacharrería popular. La alfarería de basto en España, Madrid, 1997, p. 104.