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Si el envío anterior terminó con un cuento, éste, el último, también comienza con otra quimera que, igualmente, me contó mi abuelo.
Se dice que en cierta ocasión coincidieron en el campo una zorra y una cigüeña. Y la zorra propuso a la cigüeña hacer un gazpacho.
– Tú pondrás el agua, el aceite y los poleos, y yo el pan y la sal –dijo.
– Bueno, como quieras, comadre –repuso la cigüeña.
Y se pusieron manos a la obra, sólo que el gazpacho lo hicieron sobre el hueco que había en una peña, de modo que la zorra, con su lengua pudo comérselo todo, mientras la pobre cigüeña se quedaba a verlas venir, pues con su largo pico poco podía pescar.
Días después coincidieron de nuevo ambas comadres en el campo.
– ¿Quieres que hagamos otro gazpacho? –propuso la raposa.
– Bueno –respondió la cigüeña–. Pero esta vez se hará donde yo diga.
– Como quieras –afirmó la zorra, que pensaba darse otro banquete a costa de la cigüeña.
Entonces, la cigüeña trajo una alcuza aceitera y fue echando en ella los ingredientes para el gazpacho, y así, cuando llegó la hora de comerlo, la zancuda metió el pico en la alcuza y se lo comió todo, pues la zorra, por más que lo intentó, no lograba llegar con su lengua al gazpacho, con lo cual quedó chasqueada y la cigüeña pudo vengarse de ella por la faena que le había hecho la vez anterior.
REFRANES, DICHOS Y EXPRESIONES
– ¡Acútami la silla! Guárdame el sitio.
– Al hombre pobre la cama se lo come, y al rico le hace borrico. Si el pobre sestea y no procura por un trabajo con que ganarse la vida, acabará en la pura miseria. El rico que se apoltrona y no mira por su hacienda acaba por embrutecerse y volverse necio.
– ¡Allá vuslasveáis! Allá os las veáis vosotros.
– Amigo que no da y cuchillo que no corta, si se pierden poco importa. Es refrán que no necesita explicación, por ser manifiesta.
– A qué ton. Locución adverbial. A son de qué.
– ¡Ay, qué serración de pielnas tengu. Para indicar que se tienen las piernas cansadas.
– ¡Cállate, perru tontu! Para motejar a alguien de tonto.
– Chozu sin puerta. Hace referencia a la persona desagradable, que no cae bien.
– Chucallu sin badajo. Se refiere a la persona que habla mucho.
– Comu a lar dó. Sobre las dos, como a las dos.
– Cuando comienza a marcear, siembra tu patatal y tu garbanzal. Marcear es hacer el tiempo propio del mes de marzo, mes que –de venir como es debido– traería viento y frío y algo de sol, más no agua, nefasta en marzo, porque la lluvia hace crecer y madurar los frutos antes de tiempo, como advierte otro refrán castellano: El sol riega y el agua quema. O como aquél otro: Cuando marzo mayea, mayo marcea, para indicar que si en marzo hace sol, en mayo hará mal tiempo, cosa nefasta para el campo, que precisa frío y viento en marzo y buen sol en mayo.
– Cuando la cochina se lava la cara, todo el mundo lo repara. Advierte sobre la expectación que se despierta ante algo inusual o inesperado.
– Dar el tártago a alguien. Molestarla con una palabrería inútil.
– Dar las papeás. Estar en las últimas el moribundo.
– De acá que no te veu, has creciu un deu. Desde que no te veo has crecido un dedo. Se dice cuando pasa tiempo sin ver a una persona conocida.
– Día de la Madalena rebusca la tu jiguera, de jigos, que no de brevas; y si no encontraras na, güelve el día de Santa Ana por la mañana, e higos encontrarás. Antes de la fiesta de la Magdalena –22 de julio– la higuera breval deja de dar brevas, su primer fruto, y comienza a dar higos. De ahí el refrán, que advierte de la proximidad de los tales por esas fechas de julio.
– Dicen que dicen, dirán que dirán; mientras el mundo sea mundo, así será. Advierte sobre la pervivencia de personas maldicientes y murmuradoras.
– Donde no hay, no entra. Sobre los torpes y cerrados de mollera, con quienes –por más que traten maestros y doctores– no se consigue nada positivo. Es paralelo al proverbio famoso de Lo que Natura no da, Salamanca no presta.
– Echar un jurcu (1) en la reguera. Orinar.
– Entrar por arroba y salir con adarme (2). Ir por mucho y tener que conformarse con poco.
– En mayo, quemó la vieja el escaño, y en junio porque no lo tuvo. Alude a las imprevisiones meteorológicas de esos meses en que, presumiblemente, debería hacer buen tiempo.
– Eris más grandi que una jolca (3). Hace referencia a una persona muy alta.
– Eris un mediu celemín. Hace referencia a una persona pequeña, o baja de estatura.
– Estás como el milanu, con las alas quebrás y el picu sanu. Hace referencia a la persona que está bien de todo, menos de las piernas.
– Huéspedes: Bienvenidos seáis por el gusto que me dais cuando os marcháis. Los huéspedes reticentes terminan siendo molestos, aunque en un primer momento fuesen bien recibidos; de ahí la dicha de perderlos de vista.
– Jigu corigu (4). Persona menuda.
– La calabaza en la olla se ha vuelto caldo, de lo que dijiste ayer, ¿queda algo? Advierte sobre lo volubles que suelen ser algunas personas, y su facilidad para olvidar lo dicho con anterioridad.
– La madri y la jisa (5) van a misa, si la madri pisa paja, la jisa paja pisa. Se dice de quienes imitan a otros en todo.
– Los espárragos de abril para mí, los de mayo para mi caballo. Porque los primeros son los mejores, por más tiernos.
– Machacar en hierro frío, es tiempo perdío. O como dice el proverbio: Predicar en desierto, sermón perdido.
– Malcueru (6) embarrumbau (7). Persona descuidada.
– Se me arrengó (8) la burra. Se dice cuando se viene abajo por exceso de peso.
– Meterse a baratero. Tanto como meterse a redentor, a arreglarlo todo, aunque fuese de modo chapucero.
– Ni fu ni fa, ni carallo (9) en Portugal. Significa que una persona o cosa carece de importancia; que no sirven para nada.
– No hay refrán que no diga verdad y si no una, es porque dice más. Esto es muy relativo, pues junto a refranes profundos, de una filosofía meditada y experimental, los hay que no dicen más que solemnes majaderías.
– ¡No te amuelas! (10). Sinónima de la locución interjectiva coloquial ¡No te fastidias! Se usa para concluir enfáticamente un comentario que revela molestia o enojo.
– No trates con desprecio ni al que tengas por necio. Advierte que muchas veces las apariencias engañan.
– Ojus de cabra muerta. Ojos inexpresivos.
– Ojus de lienzu cruu, repulgadu con jilu negru. Ojos de lienzo crudo, repulgados con hilo negro: ojos de color azul claro con pestañas negras.
– Ojus que paecin (11) puñalás en tomati. Ojos inyectados en sangre.
– ¡P’a ti la perra gorda! Expresión que se emplea para poner fin a una discusión cuando uno de los discutidores no se aviene a razones ante lo que es claro y manifiesto.
– ¡P’a ti p’a siempre! Expresión de enfado cuando alguien reclamaba a otro algo que éste le había dado con anterioridad. Es dicho propio de muchachos, principalmente.
– ¡Perru judío! Para motejar a alguien de mala persona.
– Premítalo Dios que… Permita Dios que…
– ¡Prenda mía! O ¡Ay, prenda! Expresión cariñosa, muy propia de Cilleros. Se decía cuando dos conocidos se encontraban en la calle, a modo de saludo.
– Primero falta la madre al hijo que la helada al granizo. Los fenómenos naturales se rigen por leyes más fuertes e irreversibles que las afectivas o familiares.
– ¡Qué jeyondu (12) eris! Se le dice a la persona molesta, enfadosa o insufrible.
– Quien de joven no trabaja, de viejo duerme en la paja. La persona que de joven no ha dispuesto lo conveniente para atender a contingencias o necesidades propias de la edad venidera, cuando viejo pagará las consecuencias de su imprevisión.
– ¡Reina! O ¡Ah, reina! Exclamaciones cariñosas y familiares, muy propias de Cilleros. Se decía cuando dos personas se encontraban en la calle, a modo de saludo.
– Salud y pesetas; lo demás, puñetas (13). El refrán es claro.
– Santa Sumé, (14) parece buena y no lo es. Se refiere a las personas que aparentan una cosa y son otra.
– ¡Si sacu lar uñas, te sacu lorojus. Si saco las uñas, te saco los ojos. Se dice cuando una mujer está muy enfadada con otra mujer, o con un hombre.
– Tardíos, pero ciertos. Alude a las personas que cumplen sus promesas aunque se demoren algo en ello.
– Tener la boca como un serón. Tener una boca grande; también se refiere a la persona que habla más de lo que debe: bocazas.
– Tener lengua de trapo. Se dice como alusión a la persona que trabuca las palabras y no pronuncia con claridad.
– Tener tres y la bailaera. Dicho típico cillerano para referirse a una persona de difícil trato.
– Tripas vacías, corazón sin alegría. Donde se pasa hambre sólo hay tristeza y mohína. En algunos pueblos del norte extremeño –como Guijo de Coria– suele utilizarse aún la expresión ¡A espigar a Cilleros! Se emplea para decirle a otra persona que está sobrando, que molesta. Su significado primitivo resulta desconocido, aunque debió de tener su origen entre los muchos segadores que antaño recalaban en Cilleros durante la siega, tal vez desde Portugal –fue a un portugués al primero que se lo oí decir–, y que fuese una frase tópica, respuesta a una pregunta también tópica: ¿Adónde vas? – A espigar a Cilleros.
ACERTIJOS
En los que la picardía y la doble intención hacen acto de presencia
– ¡Ah, María!; ponti, que ya vengo dando (15).
– Tres patas y una corona, estrébedes (16), so tontona.
– Un hombre chiquininu
arrinconau en la paré,
con la minguina fuera
provocandu a la mujel (17).
– Chiquininu com’una pulga
y con pelus en la pandulga (18).
– Casquete sobre casquete,
casquete de rico paño;
si no te lo digo yo,
no lo aciertas en un año (19).
– Fui al campu,
jinqué una estaca,
y el agujerinu
me lo traji p’a casa (20).
– Gordu lo tengu,
más lo quisiera;
que entre las piernas
no me cupiera (21).
– Largu y gordu
lo quieren las mozas,
que le tapi el agujeru
y le cuelguin las bolas (22).
–Levanta, niña,
no te pongas melindrosa,
que te la vengu a metel
y traigu tiesa la cosa (23).
ARQUITECTURA LOCAL
Escribe María del Rosario González Saiz en una tesina inédita, que Cilleros “era un pueblo muy atractivo, con mucho tipismo”, pero que perdió ese carácter a medida que se asfaltaban las calles y se hacían desaparecer de ellas los típicos torreones, al objeto de darles mayor anchura.
De esos torreones había dos tipos. Uno, que consistía en cuatro o cinco escalones graníticos, bastante altos y situados en sentido decreciente hacia la puerta, que daba acceso lateral o frontal a la casa –comúnmente de dos o tres plantas, aunque también las había de una sola– a poca distancia del suelo. El otro tipo era el que daba acceso a una puerta situada a nivel con el primer piso tras subir nueve o diez escalones, bordeados algunos de ellos en su parte exterior por barandillas.
En Cilleros, el material más empleado desde antiguo han sido las piedras, bien como cantería labrada, bien sin pulir, que se ajustaban entre sí con otras más pequeñas a modo de cuña. Otros muros se construían con pizarra y solían combinarse frecuentemente la pizarra y el granito y, en menor proporción, la cuarcita. El uso del adobe fue muy escaso, limitándose su utilización al cuerpo superior de las casas.
Muchas edificaciones tradicionales conservan aún el tejado con vertientes a dos aguas, con aleros muy salientes y grandes. Las tejas –de estilo árabe– solían sujetarse con piedras para evitar que los fuertes vientos serranos se las llevasen. Aun así era temible caminar por las calles con temporales ventosos. Los desprendimientos eran frecuentes y peligrosos.
La casa tenía dos entradas. La de acceso a la vivienda podía estar a mayor o menor altura respecto al nivel de la calle, según el torreón que tuviese. También podía accederse a la vivienda desde la cuadra. Ésta ocupaba la planta baja. Al fondo se situaba la bodega, destinada a pisar la uva y a guardar el vino y la chacina, amén de otros enseres y viandas, como los quesos, en tinajas con aceite. Finalmente, por debajo del techo del primer piso había una especie de troje más o menos alta donde se almacenaba el pasto y la hierba, y donde estaban los caballejos o depósitos del grano para facilitar el preparado de la pastura para el ganado.
En la primera planta se hallaba la vivienda. Al entrar desde la calle se encontraba el “cuerpo de casa”, especie de pequeño recibidor que daba acceso a las demás dependencias: dormitorios y salas. De las ventanas que daban a la calle algunas tenían salientes de pizarra a ambos lados. Su cometido era servir de estante a macetas, especialmente de albahaca, que en verano –por estar abiertas aquéllas– impedían la entrada de moscas y mosquitos en las dependencias, debido a la repulsión que dichos insectos sienten hacia esta labiada aromática. O para poner a enfriar algunos alimentos.
La solería de esta primera planta solía ser roja.
El segundo piso albergaba la cocina –o cocinas–, la solana y los desvanes.
Las casas cilleranas podían tener dos cocinas. Una, servía de uso diario y corriente, bien en el centro de la estancia, bien adosada a una de las paredes laterales, con suelo de cantería granítica en ambos casos. Los suelos podían ser de lajas –lanchas– finas de pizarra, o de boñiga de vaca mezclada con barro y bien apisonado el conjunto, aunque este último caso era más común en desvanes y altillos. La otra cocina, la de veraneo –que no todas las casas tenían– estaba situada bajo un cobertizo abierto y sustentado por una columna de madera en el huerto o corral de la casa.
Había también casas en teja vana, cuyo techo era el propio tejado, que carecían de chimenea. El humo salía al exterior por entre las tejas, con las consiguientes molestias cuando soplaba fuerte el viento, ya que llenaba la pieza de humo, produciendo toses y vómitos.
Pieza indispensable en la cocina cillerana era el escaño, especie de tresillo de madera con respaldo alto. Algunos de estos escaños tenían un pequeño gancho donde se colgaba un candil de aceite para iluminar la pieza antes de que la luz eléctrica hiciera acto de presencia en los hogares del pueblo.
La parte “técnica” la aporta María del Rosario cuando dice que los vanos de la primera planta eran las puertas; que ponían los dinteles y jambas de granito; que la única decoración se encontraba en la imposta, que consistía simplemente en que sobresalía –en redondo– del marco de la puerta, y que se podía presentar haciendo una pieza con el dintel o como una pieza independiente de dintel y de jambas. “Ésta es la única decoración de las puertas, bien sea de cuadras o de viviendas. Algunas tienen el dintel de madera, y solamente en una puerta de cuadra he observado un arco de descarga de ladrillo, pero muy pequeño”.
En la primera planta los vanos eran ventanas y balcones. Los balcones no merecían ninguna atención. Lo más destacado y más bonito eran las ventanas. El hueco estaba hecho en granito y algunas presentaban el dintel con una moldura muy simple. Lo más corriente era que estuviese decorado el alféizar con gola o cuarto bocel. “Hay un lado de una ventana –matiza– de esquina con columna. La columna está moldeada con un pequeño capitel y una pequeña base de medio bocel; el fuste se estrangula en el centro”.
También era corriente encontrar en los laterales de las ventanas –aparte de las lanchas antes mencionadas– una especie de machones de granito o de madera con un hueco donde encajar un palo que servía como tendedero para la ropa.
González Saiz analiza a continuación los tres posibles modelos de solanas –como único vano existente en el segundo piso– que se daban en Cilleros. Uno, que corría a lo largo de toda la fachada de la casa a lo largo del muro. “Las barandillas –escribe– son de madera (cuadrados los balaustres, o de hierro) y cada 9 ó 10 balaustres hay uno más largo que llega hasta el tejado y termina en una especie de capitel de madera, pero plano”. El segundo modelo era la solana corrida a lo largo de la fachada, pero sobresaliente del nivel del muro. La barandilla se presentaba de la misma forma que la anterior y se apoyaba sobre canes que pertenecían a la misma viga, y en machones que generalmente eran de granito y que aguantaban el peso, ya que algunas solían ser bastante grandes. Estaban cubiertas por un gran alero. Al tercer tipo corresponden solanas que ocupan un trozo de fachada, bien en el medio, bien en uno de sus laterales, que lo mismo aparecen a nivel del muro que sobresalientes. Algunas de las maderas de las barandillas están decoradas y el balaustre central lo hacían recortando simétricamente sus lados en una moldura más o menos complicada. Las solanas de este tipo, que sobresalían del muro, también se apoyaban en canes y eran muy pocas las que, a la vez, llevaban el refuerzo del machón. También se cubrían con aleros.
Los canes y machones en algunas ocasiones se encontraban decorados con una moldura sencillísima, generalmente con el borde rebajado o con un filete con cuarto bocel.
Existía también un último tipo de solana, menos frecuente, que formaba parte de la estructura del mismo edificio, abierta hacia el corral o huerto. Estaba cubierta con techo de tejas y sustentada por columnas cuadradas y arcos de medio punto. Las columnas se unían mediante barandillas de hierro, de donde pendían macetas.
TRAJE TÍPICO
Hombre: Calzón corto, medias blancas de encaje, chaquetilla corta, camisa blanca con la pechera muy adornada, capa y sombrero.
Mujer: Zapatos negros, medias blancas de encaje, falda negra de vuelo, corpiño de color, bordado con abalorios. Y cuando se casaban, se ponían una mantilla del mismo color y tela que la falda.
JUEGOS
El “dao”: Primero se elige a uno de los jugadores para que se quedase. Éste perseguía a los demás, hasta que tocaba a uno de los otros, a la vez que le decía «¡Dao!» para avisar a los demás participantes que desde ese momento el perseguidor era otro. Y así se continuaba hasta que se decidía terminar el juego.
El “escondel”: Era el clásico juego del escondite. Quizá lo novedoso en Cilleros fuesen los salmodios monorrítmicos con que se echaba suertes para ver quién se quedaba; es decir, quién debía buscar a los demás.
Había muchas retahílas, pero las más conocidas o comunes, eran:
En un café
se rifa un gato.
Al que le toque
el número cuatro:
uno, dos, tres y cuatro.
Chibiricuri carifé,
chibiricuri carifá.
Tres pajaritos en un jardín
comen hierba y perejil,
suben al monte
y rezan a Dios:
Santa María,
madre de Dios.
Con cada palabra, bien marcadas para evitar trampas, se iba señalando a un jugador. El número cuatro y Dios eran los que se quedaban y, en consecuencia, los que debían buscar a los demás.
El “trucu”: Es el juego del truque, sólo que en vez de con cartas y sobre una mesa, se hacía sobre el suelo y con monedas.
Solía ser típico dedicarse a este juego los domingos y festivos antes de entrar a misa mayor, aunque cualquier otra ocasión también fuese buena para practicarlo, unas veces apostando por cada jugada y otras señalando de antemano una cantidad de tantos. La pareja ganadora –solían intervenir dos o más parejas– se llevaba el dinero acordado, un gallo, etc. Si era entre chicos jóvenes las apuestas se limitaban a chapas, cromos, etc.
Antes de comenzar, se trazaba una línea de entre 1’2 y 2 metros como máximo. En el centro se dibujaba una casa. Luego, los jugadores se colocaban a una distancia predeterminada, provistos de tres monedas cada uno, que iban tirando, una cada vez, alternándose jugadores y parejas. Cuando la moneda recalaba cerca de la línea, contaba un tanto; si sobre la misma línea, dos; cuatro, si se alojaba dentro de la casa; ocho si en el espacio que ocupaba la puerta y diez si en el tejado, pudiendo trucar –es decir, envidar– cualquiera de las parejas sobre la jugada del adversario, desafiándola a que podía mejorar la tirada de cualquiera de ellos, lo cual significaba doblar o triplicar la apuesta o los tantos que pudieran llevar los otros. Si los contrincantes no aceptaban el truco, la pareja retadora se llevaba los tantos. Si decían ¡quiero!, aquéllos que acercaban más las monedas a la raya, se llevaban los tantos hechos en la tirada, a no ser que alguno hubiera aumentando la apuesta diciendo: “Van cinco… Van ocho…” etc. –o incluso podían apostar toda la partida a una sola tirada–, en cuyo caso los tantos aceptados –cinco, ocho, diez, etc.– pasaban a sumarse a los correspondientes por el juego mismo, según la moneda hubiese caído en la raya, la casa, la puerta o el tejado. Ganaba la pareja que antes hiciera los tantos –cincuenta, sesenta, etc.– acordados de antemano.
El brile: Con más o menos variantes era el balón–tiro, conocido también como balón prisionero, el matar, etc.
Las chapas: Con el nombre de chapas –o platillos– se conocían las tapas metálicas de las cervezas y refrescos. Con ellas se podía participar en dos juegos distintos.
El primero consistía en situar amontonados en el centro aproximado de un círculo una chapa por jugador y luego intentar sacarlas, bien con la enyiná, golpe directo del peón –o peona– sobre las chapas amontonadas, bien cogiendo el peón en la palma de la mano mientras estaba bailando y dejarlo caer de pico al borde del platillo para que éste se fuera desplazando hacia el exterior del círculo, hasta sacarlo fuera. Ganaba aquel jugador que más chapas lograba sacar.
Y como el primer jugador que tirase su peón llevaba ventaja sobre los demás, por estar los platillos amontonados, se sorteaban los turnos.
El segundo juego consistía en señalar sobre el suelo un camino estrecho –algo mayor que el diámetro del platillo– y tortuoso, y usando la chapa como vehículo, procurar llevarla hasta la meta a base de suaves golpes dados con el dedo corazón, que impulsaban al platillo hacia delante. Cada jugador podía dar tres impulsos a su chapa cada vez que le llegaba el turno, alternándose con los demás. Si la chapa se salía de los límites del camino marcado en cualquiera de las tiradas, había que retrasarla a la posición que ocupaba antes de la tirada. Ganaba –lógicamente– el jugador que primero llegase a la meta.
Algunos de los platillos de este juego estaban artísticamente decorados con las cabezas de futbolistas o ciclistas, o dibujos, que, a su vez, se cubrían con un cristal recortado al efecto, formando así pequeños cuadros ambulantes.
Cortar el hilo: El jugador al que le correspondía quedarse perseguía a los demás, intentando coger o tocar a otro de los participantes. Si lo conseguía, pasaba el cogido a ser perseguidor. Los otros jugadores podían ayudar al que se encontrase en apuros. Para ello, bastaba con que se cruzase entre perseguidor y perseguido. Entonces, éste quedaba libre, mientras que aquél que le había ayudado pasaba a ser el perseguido. Así, el perseguidor siempre tenía que correr detrás del último que corta.
La taba. Era un juego de muchachos. En la taba –astrágalo, hueso del tarso del carnero– se distinguían cuatro partes: vino o agua –la parte ancha y hendida del mismo–; pan o panza –la parte ancha abultada–; rey –la estrecha con hendidura–y verdugo, la estrecha lisa.
Para jugar, primero se sorteaban los cargos de rey y verdugo. Luego, cada jugador iba tirando la taba al aire. Si al caer sacaba vino o agua, no pasaba nada, y si le salía panza recibía por parte del verdugo cuantos azotes ordenara el rey. Estos dos cargos –rey y verdugo– se perdían cuando al detentador de cualquiera de ellos le salía la parte de la taba indicativa de su oficio.
Algunas veces el rey solía llevar un distintivo indefinido de su mando.
Las tabas: Era la versión femenina del juego anterior. Se llevaba a cabo con un número indeterminado de tabas y una china mediana de arroyo. Aquí, las partes se llamaban vino, pan, liso y carne –el rey–. Y ése mismo era el orden en que debía jugarse. La primera jugadora cogía todas las tabas y las lanzaba al aire. Las que caían por la parte que mandase en ese momento hacia arriba –por ejemplo, vino– debía procurar recogerlas con una mano a la vez que lanzaba la china al aire e intentaba cogerla con la otra. De no salir ninguna con la parte que mandase, la jugada pasaba a otra chica. Si lograba ambos objetivos –es decir, coger tabas y china– podía continuar, sino, pasaba el turno a la siguiente jugadora. De continuar, mientras con una mano lanzaba nuevamente la china, con la otra debía procurar colocar una o más tabas en la posición que mandase a continuación: Pan, liso, … Si no conseguía ponerla o ponerlas a la primera, pasaba turno. Si lo lograba, volvía a tirar la china como en el primer intento. Y, así sucesivamente, hasta que no quedase ninguna taba.
La recogida de las tabas podía hacerse de una en una, de dos en dos, etc.
Las chinas: Era un juego de chicas. Se empleaban cinco chinas, que se dejaban en el suelo. Había que completar un juego cogiéndolas de una en una, de dos en dos, de tres en tres –en la segunda ocasión se añadía una a las dos restantes– y, por último, las cuatro de una vez. Se permitía dar cierta colocación a las chinas en estos casos. La quinta debía de tirarse al aire y recogerla a la par que la otra u otras.
Ganaba la chica que más juegos hiciera.
Jujú, que suelto la jaula: Por suerte, se elegían al director del juego y al “amochao”, y luego, el primero se sentaba y el segundo se arrodillaba junto a él, metiendo su cabeza entre las piernas del otro para no ver nada. Mientras, el resto de jugadores se escondía en las proximidades. A la par, el director del juego recitaba o salmodiaba:
Jujú, que suelto la jaula,
jujú, que ya la solté.
Pollitos y gallinas
que se vayan a escondel.
El que no se haya escondiu
tiempo ha teníu…
Que la sueltu, que la sueltu,
que ya la solté…
A la una, a las dos y…a las tres.
Después, el director preguntaba al “quedao” dónde podía estar tal jugador –decía el nombre–, el otro, el otro… De acertar el sitio, el director decía “caca”. Y si erraba, caballo. Cuando terminaban de ser nombrados todos los “escondíos”, los “caballos” iban subiéndose de uno en uno sobre las espaldas del “amochao”, y le daban golpecitos mientras recitaban:
El Codín y el Codán,
a la vera-vera van
del palacio a la cocina…
Y dime ahora:
¿Cuántos dedos tienes encima?
Si el “amochao” acertaba cuántos dedos señalaba el otro, éste se bajaba y empezaba un nuevo juego, pasando ahora el “amochao” a director del juego y eligiéndose un nuevo “quedao”. En caso de que no acertase los dedos que el primer caballo había señalado, se subía otro a sus espaldas otro, y empezaba diciendo:
Si no mintieras,
del porrazo que te diera…
para seguirse luego con la misma salmodia del principio: El Codín y el Codán…
El pincho: Se trazaba un círculo en el suelo y se dividía en tantas partes como jugadores participasen. Luego, por orden –siempre tras echar suertes–, se tiraba el pincho –un trozo de hierro de unos 25 ó 27 centímetros de largo, terminado en punta–. Si se quedaba clavado en el trozo de cualquier contrario, el jugador le comía todo el espacio que pudiera abarcar sin salirse de su propio terreno y sin apoyar la mano libre en el suelo. Para marcar el terreno acaparado, el jugador podía blandir su pincho por una punta y marcar con la otra. Este jugador seguía tirando y –por tanto– ganando terreno mientras lograse clavar el pincho en terreno enemigo. Si fallaba –es decir, el pincho no se clavaba–, perdía turno. Y así sucesivamente.
El juego seguía hasta que uno cualquiera de los jugadores se quedaba con todo el terreno del círculo.
Ratón, que te pilla el gato: Se sorteaba para ver quién hacía de gato y quién de ratón. Los demás formaban un corro enlazándose por los hombros y dejando cierta separación entre ellos para permitir el paso de aquéllos. A la señal de salida, corría el ratón, y detrás –siguiendo su mismo camino– el gato. Mientras, los componentes del corro, a coro, salmodiaban:
Ratón, que te pilla el gato;
ratón, que te va a pillar;
si no te pilla esta noche,
te pilla de madrugá.
Así, hasta que el gato cogía al ratón, en cuyo caso se trastocaban los papeles. Después, se elegía nuevo ratón y nuevo gato y el juego continuaba.
El correcalles: Era juego de muchachas. Las chicas, cogidas por la cintura o por los hombros, se colocaban al comienzo de una calle cualquiera y, todas a las vez, la recorrían saltando, a la vez que recitaban:
Acutemos la calle
pa que no pase nadie,
na más que mi agüela
comiendo cigüelas.
Si pasa Jesús,
nos pondremos cru;
si pasa María,
nos pondremos de rodillas;
y si pasa el demonio,
echaremos a correr…
Al decir esto, salían en desbandada hasta el otro extremo de la calle. Y así cuantas veces quisieran.
Canciones de corro: Se hacía el corro que, primero, giraba saltando de izquierda a derecha al compás de la canción elegida. Cuando terminaba ésta, se repetía, pero girando en sentido contrario.
Las canciones solían ser tres:
Miguel, Miguel, Miguel,
trolá, trolá, trolera…
Ni tú, ni tú, ni tú,
ni tu hermana la pequeña,
ni tú, ni tú, ni tú,
ni tu hermana la mayor…
¡Chin, pon!
Cigüeña perigüeña,
ponte en la pena
y dice al pastor
que toque el tambor
con la mano derecha
de Nuestro Señor.
Que llueva, que llueva,
la Virgen de la cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan.
¡Que sí, que no!
¡Que caiga un chaparrón,
que rompa los cristales
de la estación!
Los santos: Para jugar, en principio, se requería tener bastantes cartoncitos ilustrados de las cajas de cerillas –santos–, aunque posteriormente se jugó también con cromos.
Cada jugador ponía un santo junto a una pared, en el suelo y luego, como en otros juegos, se sorteaba el orden de intervención. El que salía elegido el primero, cogía su santo y apoyándolo en la pared lo dejaba caer sobre los demás desde una altura predeterminada. Si conseguía montarlo sobre uno o más, se los apropiaba y jugaba de nuevo. Cuando no lograba su propósito, dejaba su santo sobre el suelo y seguía turno el siguiente, y así sucesivamente. El juego terminaba cuando los jugadores se aburrían o alguno o algunos perdían todos sus santos.
El tirable: Como en juegos anteriores, primero se sorteaba para elegir el amochao; es decir, el chico sobre el que habían de saltar los demás. Luego, se procuraba saltar sobre él sin tocarlo con otra parte del cuerpo que no fueran las manos, como apoyo, cumpliendo, además, ciertos requisitos reglamentarios según la posición que ocupara el amochao en relación a la línea de salida.
Las modalidades de saltos eran las siguientes:
1. Tirable. El “amochao” estaba sobre la misma línea.
2. Pídola. El “amochao” daba un paso lateral. Había que saltar poniendo el pie izquierdo entre él y la raya.
3. “Asentá”. El “amochao” daba otro paso lateral. Los demás jugadores saltaban a pies juntos hasta la proximidad del “amochao”; luego debían saltarlo con el único apoyo de las manos.
4. Calcetín. Nuevo paso lateral del “amochao”. Los saltadores tenían que efectuar una pídola más una “asentá”.
5. Tercia. Nuevo paso lateral del “amochao”. Los jugadores tenían que efectuar dos pídolas más una “asentá”.
6. Cuarta. Nuevo paso lateral del “amochao”. Los saltadores tenían que efectuar tres pídolas más una “asentá”. Y así sucesivamente.
Si en alguno de los casos anteriores se cometía falta –tocar al “amochao” con otra parte del cuerpo que no fuesen las manos, o incumplir las normas anteriores–, el infractor ocupaba el puesto de “amochao”. Si terminaban de saltar todos sin cometer ninguna infracción, se comenzaba de nuevo todo el proceso.
La “chirumba”: Se necesitaba para su ejecución un palo largo –de 110 a 115 cm.– y otro corto –de 15 cm.–, algo más grueso, con los extremos afilados: la “chirumba”.
Primero, se elegía el orden de participación lanzando monedas –u otro objeto semejante– desde un lugar determinado a una línea trazada al efecto. Luego, el jugador número uno –el que se acercase más a la línea– trazaba un círculo –de 150 cm. de diámetro, aproximadamente–, se instalaba dentro de él y lanzaba la “chirumba” lo más lejos posible. Entonces, el segundo jugador –segunda mejor aproximación a la línea– la recogía e intentaba, tirándola, meterla dentro del círculo, defendido por el primero con el palo. Si éste no podía alejarla de un golpe, y caía en el círculo, quedaba eliminado, pasando el segundo a ocupar su puesto dentro del círculo. Si, por el contrario, lograba desviarla con un golpe, o caía fuera del círculo, continuaba en su sitio y el segundo jugador era reemplazado por el tercero que se hubiese aproximado más a la línea con su moneda. Antes, el número uno intentaba alejar la “chirumba” cuanto le fuese posible del sitio donde hubiese caído, empleando, para ello, un máximo de tres golpes.
El desplazamiento de la “chirumba”, en todos los casos, se conseguía golpeándola en uno de sus extremos para hacerla saltar y, así poderla batear; rebote.
Ganaba el jugador que permanecía en el círculo sin haber sido desplazado por ninguno de los otros jugadores.
Pasi misí–pasi misá: Era un juego fundamentalmente de muchachas. Dos jugadoras –las líderes–, mirándose frente a frente, se cogían por las manos y extendían los brazos a media altura, dejando un espacio entre ellas, a modo de puente, para que pudieran pasar por debajo las restantes jugadoras de una en una, agarradas por la cintura, mientras cantaban:
Pasi Misí, pasi Misá;
la de adelante corre mucho
y la de atrás se quedará...
A la última de la cadena, en efecto, la atrapaban entre los brazos y tenía que adivinar el nombre secreto con que se habían bautizado las líderes, para lo cual le daban una pista: “Somos árboles… Somos flores…”, etc. –nombre que cambiaban cada vez que apresaban a una nueva jugadora–. Acertado el nombre, la “prisionera” pasaba a formar equipo con aquella líder a la que correspondiera el nombre acertado. Cuando acababan de pasar todas, se cogían de la mano, cada cual con su líder, y haciendo en el suelo una raya para determinar los dominios, intentaban atraerse más partidarias mediante convencimientos de cualquier tipo, promesas, halagos, etc.
Resultaba ganadora la líder que conseguía más simpatizantes
Éstos eran los juegos más propios o típicos de Cilleros. Aparte, había otros más generalizados a nivel regional o nacional que –como los bolindres, canicas, o las prendas– también se practicaban en el pueblo, con más o menos variantes en su ejecución.
OTROS ASPECTOS ETNOGRÁFICOS DE CILLEROS
Fórmulas o clichés admitidos antaño como esquemas formales al menos por los más jóvenes, que los repetían y repetían como parte de esa cultura o subcultura, según otros, que unas veces trascendió y otras se perdió para el bagaje popular de las sociedades –principalmente campesinas– donde surgieron. Así, esta estrofilla, que en Cilleros se decía hace ya muchos años como alusión a unos tiempos pretéritos de difícil identificación (25):
En tiempos de los apostóles
había unos hombres tan barbáros
que se subían a los arbóles
y se comían a los pajáros.
O esta retahíla de la que hay numerosas versiones en Extremadura:
Mañana domingo
se casa Perico
con una mujer
que no sabe coser
y cierra la puerta
con un alfiler.
Cuando se cogía al vuelo una mosca o un insecto que nos resultaba molesto o nos había picado, y mientras lo matábamos poniéndolo entre las uñas de los dedos pulgares, solíamos entonar la siguiente retahíla, con voz que pretendía imitar un cántico sacerdotal (26):
Alicáncanu que picasti
en el gañoti de un sacerdotorum,
has de morir en patena,
per sécula seculorum.
“La Parroquia”, cancioncilla que decía:
La bota de peleón
de mano en corría,
toa la genti bebía
menus el probi Simón.
– ¿Cómu no bebis Simón?
Le pregunta la ti Ustoquia.
– Yo no soy de la pirroquia,
y los que bebin lo son.
Una vez que empiné el codo
y se lo diji a mi a mi agüela,
que estaba comiendu sopa,
y me tiró la cazuela.
Con esi garbu que lleva usté,
la borrachera le cai mu bien.
Y como canción de taberna:
Por el río Pajarino (27)
bajaba un submarino,
tumbalatumbalatún,
cargado de borrachos
y todos cilleranos,
tumbalatumbalatún,
la tumba del cañón.
Dicen que Cilleros
no aparece en el mapa,
tumbalatumbalatún,
pero bebiendo vino
nos conoce hasta el papa,
tumbalatumbalatún,
la tumba del cañón.
Relación de supersticiones populares cilleranas –algunas de las cuales he oído mencionar también otras localidades extremeñas– que subsisten incluso hoy día entre las personas menos cultas:
– Si a un muerto se le quedaban abiertos los ojos era señal de que pronto habría otra muerte en la familia.
– Cuando había un enfermo grave en una casa y un perro aullaba o escarbaba en la tierra era señal de que moriría pronto.
– Abrir un paraguas dentro de la casa y jugar con él, era señal de mala suerte.
– Encontrarse un tuerto al salir de casa por la mañana era señal de mal presagio.
– Si se te caía una cosa de las manos, era señal de que alguien se estaba acordando de ti. La letra inicial del nombre, vocal o consonante, indicaría el de la persona en cuestión.
– Acostarse del costado izquierdo, lado del corazón, provocaba malos sueños.
– Si los niños enredaban con fuego antes de irse a dormir, se orinarían en la cama.
– Era pecado matar las golondrinas, porque ellas quitaron la corona de espinas a Jesús en el Calvario.
– Cuando alrededor de una persona volaba una mariposa blanca era señal de que iba a recibir buenas noticias; si la mariposa era negra, las noticias serían malas.
– Cuando a una persona soltera se le barrían los pies, aunque fuese sin intención, era indicio de que no se casaría.
– Si al servirte cualquier guiso te tocaba una hoja de laurel, era señal de que no eras del agrado de tu suegra.
– Soñar con toros era señal de que iba a tocar la lotería al soñador.
– Hay que rezar a San Antonio para que aparezcan los objetos perdidos.
Y como conclusión a este cuarto y último artículo sobre Cilleros, una anécdota que se cuenta en el pueblo.
“El vino de Cilleros ha sido tenido en estima desde muy antiguo entre los pueblos próximos. Incluso se dice que un cantero cillerano lo llevó a la obra del Escorial y que fue alabado por el propio Felipe II, que en más de una ocasión mandó a Cilleros a buscar pellejos para degustarlo en la Corte. En relación con esta fama cuentan que cierto día un carretero, paisano local, se encontró a un caminante solitario, al que invitó a subir a su carreta, y que tras un tiempo de animada cháchara, ofreció su bota de vino al viajero. Y cuando consideró que éste ya había paladeado a satisfacción el caldo, le preguntó qué le parecía.
– ¡Qué quiere que le diga! –repuso el otro–.Es un vinín, vinín…
Y el carretero, herido en lo más profundo de su orgullo, le replicó:
– ¡Conque un vinín, dice usted! ¡Pues sepa usted que no entiende ni de vinos ni de nada! Así es que bájese de mi carro y lárguese con viento fresco.
Y se quedó tan pancho”.
NOTAS
1 Surco.
2 Como cantidad o porción mínima de algo.
3 Horca.
4 Clase de higo pequeño y rojizo por dentro.
5 Hija.
6 Montón de piedras.
7 Derrumbado, caído.
8 Derrengó.
9 Carallo, voz portuguesa; carajo, en castellano. Aquí carallo es sinónimo de la locución adverbial coloquial española un carajo, con el significado de nada, ninguna cosa, o nada importante.
10 De amolar, coloquialmente, fastidiar, molestar con pertinacia.
11 Parecen.
12 Hediondo.
13 Tonterías, en este caso.
14 Nombre ficticio, destinado a hacer consonancia con “es”.
15 Dando la vez para empezar a amasar en la panadería.
16 Trébedes.
17 El candil.
18 Pandulga, pandorga: vientre, barriga, panza. El grano de anís.
19 La cebolla.
20 Defecar.
21 El caballo.
22 Los pendientes.
23 Poner una inyección; la cosa tiesa es la jeringuilla.
24 Después de leer a Julio Cortázar (“Un lugar llamado Kindber”, Relatos 2, Juegos, p. 11) –Mejor paramos en Kindberg y te invito a cenar, o sí gracias qué rico, así se te seca la ropa, lo mejor es quedarse aquí hasta mañana, que llueva que llueva la vieja está en la cueva…– pienso que el segundo verso está equivocado en la canción infantil, y que en vez de decir la vieja está en la cueva –al abrigo de la lluvia– alguien inventó lo de una Virgen que concuerda muy poco con el resto de la canción.
25 Versos que me hacen recordar al siguiente epigrama:
En tiempos de las bárbaras naciones,
colgaban de las cruces los ladrones.
Mas ahora, en el Siglo de las Luces,
del pecho del ladrón cuelgan las cruces.
26 Hubo quien dijo que el motete lo había entonado un cura al que picó un mosquito mientras oficiaba la misa, y que una vez despanzurrado lo había echado en el cáliz, tragándoselo en la comunión. Cosas de críos, quiero recordar.
27 Regato que discurre de norte a sur por la parte este de la localidad.