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El Corpus Christi de Francisco Sánchez(1) es una interesante novela en la que las “hazañas” amorosas del protagonista -un muletero-, se entremezclan con el desarrollo de una de las más antiguas procesiones que todavía tienen lugar en la ciudad de Guadalajara: la del Corpus.
El argumento gira en torno a la preparación del entierro del muletero Francisco Sánchez, tras su suicidio, que según los estatutos de la cofradía de los Apóstoles, donde había ostentado el cargo de San Andrés, debía llevarse a cabo con toda solemnidad.
La novela, aparte su valor literario, es muy interesante desde el punto de vista etnográfico, ya que da a conocer aspectos puntuales acerca de la procesión del Corpus: su protocolo, la música, etc., y muy especialmente todo lo referente al color de la vestimenta de cada uno de los apóstoles, así como a los elementos que cada uno debía llevar, según la tradición (San Pedro las llaves, San Juan el cáliz, etc.), al igual que otros aditamentos que ayudaban a su caracterización, aparte de los denominados “rostros” o caretas nimbadas, con el nombre de cada uno de ellos inscrito, elementos que contribuyeron a su mejor reconocimiento por parte del pueblo llano, en su mayor parte analfabeto(2), ya que la novela está situada temporalmente hacia finales del siglo XIX o comienzos del siguiente.
A lo largo de la lectura es posible encontrar descripciones como las siguientes, que damos a conocer:
LA TARASCA
“Era la tarasca como un dragón, de cartón, pintado de verde, con una cola muy larga. Majestuosa y grotesca a la vez, la tarasca avanzaba por medio de la calzada. Veíanse por debajo las alpargatas de los hombres que, metidos dentro, la llevaban. Los ojos, de vidrio verde, brillaban al sol. De las fauces sombrías salía una lengua muy larga, partida en dos al final. El rojo de la lengua se destacaba sobre el verde de las escamas. Desde dentro hacían mover la lengua, la metían, la sacaban.
-¡Que saque la lengua!- gritaban los chiquillos.
El capataz de la tarasca, que iba dentro, a tras del todo, hacía oscilar la cola por medio de unas cuerdas.”(3)
La tarasca era uno de los agentes que en las procesiones del Corpus representaba el Mal, especialmente durante el Barroco y, para demostrarlo nada mejor que el sermón que el jesuita Juan Martínez de la Parra pronunció en México el día del Corpus de 1690:
“¿Pero a todo esto no ay quien me pregunte por la Tarasca? Pues ha de salir, que es fuerça. Este nombre Tarasca se tomó del verbo griego Theracca, que quiere decir espantar, poner miedo. ¿Con que Tarasca quiere dezir espantajo? Sí. ¿No le ven aquella figura, qué fiera? Parece dragón, parece ballena, parece sierpe, y lo es todo, pues es Tarasca; essa significa al Demonio, aquel dragón fiero del que nos promete David, que lo ha de sujetar Dios hasta ser juguete de muchacho.”(4)
El primer dato sobre la tarasca del Corpus de Guadalajara data de 1614, en el acuerdo firmado por Juan Navarro, maestro de danzas, y Antón de Blas, con el Concejo de la ciudad, por el que se comprometen a construir cuatro gigantes, dos gigantillas y una tarasca, para la procesión de dicho año, según la traza presentada(5).
Su tamaño era muy parecido al de otras tarascas españolas: el grueso del cuerpo de unos 3,50 metros de largo por 2,10 de ancho, y 2,80 de alto (para que en su interior pudieran caber los hombres necesarios para su funcionamiento), cuello e infernal cabeza y alas. La de Guadalajara necesitaba más de ocho hombres(6).
José García Mercadal recoge la descripción que de una tarasca española hizo Antoine de Brunel (1655):
“… es una serpiente sobre ruedas, en forma de mujer, de un tamaño enorme, de un cuerpo lleno de escamas, de un vientre horrible, de una ancha cola, con pies cortos, uñas ganchudas, ojos espantables y boca abierta, de la que salen tres lenguas y dientes puntiagudos. Pasean este espantajo de niños pequeños, y los que van ocultos bajo el cartón y el papel de que está compuesta la hacen mover, tan diestramente, por algunas máquinas, que arrebata el sombrero a los que se la quedan mirando como pasmarotes…”(7).
Señala Pedro José Pradillo y Esteban que, en algunos lugares, la tarasca era seguida por un grupo de diablos y figuras burlescas que golpeaban con vejigas llenas de aire a la concurrencia (las Mojarillas de Sevilla, el Mogigón de Madrid, el Cachidiablo de Burgos, etc…), de gran parecido con las botargas de numerosos pueblos de Guadalajara(8).
Sabemos que en la procesión del Corpus del año 1638 desfilaba una botarga, siendo el ya citado Juan Navarro y Roque de Quer los encargados de dirigir dos danzas y “sacar en cada danza una botarga”(9).
Así, tanto la tarasca como las botargas, enanos y cabezudos, son referentes simbólicos de los herejes y seres maléficos que, en otros tiempos, llegaron a ser identificados con los primitivos pobladores de la Península, idólatras y gentiles, cuando no con los vencidos infieles musulmanes(10).
Hace pocos años el Ayuntamiento de Guadalajara recuperó esta figura demoníaca.
Todo esto nos da pie para entrar en el mundo de la botarga del Corpus.
LA BOTARGA
“Inmediatamente detrás (de la tarasca) venía una especie de máscara. Era la botarga, que llamaban el Moro porque tenía la cara tiznada de negro y se tocaba con un gran turbante blanco. Llevaba unos pantalones, a modo de zaragüelles, hechos de parches de tela de diferentes colores, rojo, verde, naranja, azul, negro. Un jubón, a rombos verdes y amarillos, le ceñía el cuerpo. De un cinturón de cuero muy ancho pendían cascabeles y de las hombreras, de paño rojo, colgaban campanillas. Rodeaba el cuello una gola blanca almidonada y del turbante salían largas cintas de varios colores, que le caían por la espalda, y a cuyos extremos había también cascabeles. Portaba una caña muy larga de la que pendía un cascabel enorme.
Escoltaban a la botarga los pregoneros de la ciudad, con pífano y tamboril. Bailaba la botarga, de vez en vez, una extraña danza al son de los pífanos y el tamboril.
-¡Que baile el Moro! –gritaba la gente.
Daba la botarga vueltas sobre sí mismo, movía la caña, y los cascabeles y las campanillas sonaban.”(11)
De este personaje, de carácter carnavalesco, a pesar de la fecha de su aparición, el día del Corpus, nada conocíamos hasta ahora.
Según la descripción precedente varios son los elementos que lo componían, coincidentes con los de algunas botargas actuales de la provincia de Guadalajara, por mencionar las más cercanas:
- Se le denominaba “la botarga”, en femenino, aunque, en realidad fuera conocido por “el Moro” (“especie de máscara”, pero sin careta alguna, ya que llevaba la cara “tiznada de negro”). En una ocasión aparece citado como “la mojiganga”(12). Es decir, recibía tres nombres diferentes: “la botarga” y “la mojiganga”, en femenino y “el Moro”, en masculino.
- Los pantalones estaban confeccionados a base de parches de tela de varios colores, algo semejante a como sucede hoy con la botarga de Valdenuño Fernández(13).
- Vestía también un jubón, especie de chaquetilla de los hombros a la cintura, “a rombos verdes y amarillos”, semejante a la vestimenta que usa la botarga de San Sebastián, en Montarrón(14).
- Al igual que sucede con algunas botargas alcarreñas, de su cinturón, -en este caso “de cuero muy ancho”-, pendían numerosos cascabeles y campanillas.
- Algunos danzantes, como los de Valverde de los Arroyos, lleven cintas de colores colgadas en la espalda a modo de siguemepollo femenino(15).
- Llevaba, además, “una caña muy larga de la que pendía un cascabel enorme”, quizás como elemento sustitutorio de las cachiporras, bastones y otras cañas de las que, en lugar de un cascabel, pende una vejiga de cerdo hinchada, o una especie de bolsa de badana rellena de serrín, como la que lleva la botarga de la Virgen de la Paz, en Mazuecos(16).
Sin embargo, y a modo de comparación, el uso más frecuente de la caña lo encontramos en otro personaje, muy común, conocido como “el Lilí”, vestido en la actualidad arlequinadamente, que lleva un cesto de higos y que es perseguido por la chiquillería (17).
Un personaje con una especie de caña de pescar en una mano, de cuyo “anzuelo” pende un higo seco, mientras que en la otra lleva una vara con la que golpea la caña al tiempo que canturrea una especie de salmodia en la señala la actuación que debe desempeñar la grey infantil:
Al higuí, al higuí,
con la mano no,
con la boca sí.
Dicho personaje, que sale en carnaval, va acompañado por dos mandas, -puesto que ese era el nombre que él recibía-, especie de botargas vestidas de rojo y amarillo contrapeados(18).
A la botarga del Corpus la “escoltaban los pregoneros de la ciudad, con pífano y tamboril”, quizás antecesores de los mandas mencionados más arriba, mientras de vez en vez, bailaba una extraña danza.
Parece ser que por entonces (s. XVII) había dos tipos de danza: las de sarao o cuenta, de carácter culto, y las de cascabel, más populares y frenéticas, que se acompañaban de dulzaina y tamboril. Dulzaina que muy bien pudo ser sustituida, con el paso del tiempo, por el pífano que se menciona en la descripción(19). También se bailaban con este mismo acompañamiento las danzas de campesinos denominadas de paloteo o de cascabel gordo, así llamadas por los muchos cascabeles que sus ejecutantes llevaban cosidos en la vestimenta(20).
El tema de los zaragüelles y los cascabeles lo encontramos en un documento de 1586:
“.- Una dança de la una siega que a de llevar esta traça: primero, un hombre delante que lleva una bara e una bandereta, en ella este yrá bestido con un sayo blanco pintado, yrán ocho segadores vestidos, quatro con sayos de seda, çaraguelles de rizo y medias de punto, los otros quatro sayos pintados todos con caperuzas de labradores con guirnaldas de espiga. A de yr un mayoral con su sayo largo, azul nuevo, con su caperuza de labrador y barba y cabellera blanca, an de llebar sus cascabeles.”(21)
La tez ennegrecida con hollín, el turbante blanco, el jubón a rombos verdes y amarillos, el pantalón a base de parches de colores -“a modo de zaragüelles”-, la gola blanca almidonada, el cinturón ancho y las hombreras de los que pendían cascabeles y las cintas con campanillas, más nos hacen pensar en un personaje teatral o, tal vez, en un pajecillo -acaso un esclavo- escapado de los siglos XVII o XVIII, o tal vez en aquellos “vencidos infieles musulmanes”.
De todas formas no conviene olvidar que nos encontramos con la descripción de dos manifestaciones festivas, quizá “adaptadas” a la trama novelesca urdida por García de Pruneda, aunque también hay que tener en cuenta que, por lo general, el resto de este tipo de descripciones se atiene fielmente a la realidad.
NOTAS
1 GARCÍA DE PRUNEDA, Salvador, El Corpus Christi de Francisco Sánchez, Guadalajara, Patronato Municipal de Cultura. Excmo. Ayuntamiento de Guadalajara, 1995.
2 BOROBIA, Francisco Javier, La primera noticia existente acerca de estos rostros data de 1454: “e fue ende mostrado un rotulo de los rostros e estorias e otras cosas que se avian de facer…”. “Este término -rostro-, por otra parte, ha llegado hasta nuestros días en el lenguaje de la Cofradía para denominar a la máscara de cartón individualizada, provista de peluca y coronada por aureola en la que se leía la titularidad del santo, que fue utilizada por los Apóstoles hasta el Corpus de 1.936.” Prólogo, sin paginar, en PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José, El Corpus Christi en Guadalajara. Análisis de una liturgia festiva a través de los siglos (1454-1931), Guadalajara, Aegidius Ediciones, 2000. El autor de nuestra novela, García de Pruneda, ofrece la siguiente imagen de los rostros, que denomina caretas: “Colocó con cuidado el arcipreste la careta en el armario. Abiertas de par en par las puertas, la luz iluminaba a trechos el interior sombrío. Tenía el armario de la cofradía un extraño aspecto. Apoyábanse las caretas que aun había dentro sobre la balda en múltiples posturas. Estaban una boca arriba y mostraban barbas blancas y negras, caudalosas todas, mejillas morenas y sonrosadas, narices ganchudas, algo judaicas, y otras chatas, orejas de distintas facturas, cabellos abundantes y calvas relucientes. Los ojos, vaciados todos, para que a su través viesen con los suyos naturales los que habían de llevarlas, eran como oquedades siniestras, donde la luz de hundía, acusando la negrura del armario. Las que estaban boca abajo mostraban al descubierto el cartón sin pintar de la parte de dentro, con los huecos de la nariz y de las orejas, con las superficies curvas y los entrantes, que a la parte de afuera eran salientes, de los pómulos, de la boca, del mentón. En la uniforme tonalidad grisácea del cartón sin pintar sólo se destacaban los nimbos recubiertos de panes de oro por ambos lados.” GARCÍA DE PRUNEDA, Salvador, op. cit., p. 221.
3 GARCÍA DE PRUNEDA, Salvador, op. cit., p. 267.
4 CARO BAROJA, Julio, El estío festivo. Fiestas populares del verano, Madrid, 1986, pp. 77-78.
5 Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. Escribano Público: Alonso Hernández. Protocolo n.º 241. Guadalajara 1614, marzo 8. Publicado por PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José, op. cit., p. 87.
6 Idem., op. cit., p. 88.
7 GARCÍA MERCADAL, José, Viajes de extranjeros por España y Portugal, Madrid, 1959, tomo II, pp. 440-441. Muchas tarascas llevaban a lomos una figura de bulto que, en este caso, debía representar una mujer -de ahí su alusión a la “forma de mujer”- y que no es mas que una alusión a la mujer apocalíptica, la gran meretriz de Babilonia. Véase PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José, op. cit., pp. 88-89.
8 PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José, op. cit., p. 89.
9 RUBIO FUENTES, Manuel, “Algunos apuntes sobre las antiguas fiestas del Santísimo Sacramento en la Guadalajara del siglo XVII”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, n.º 25 (Guadalajara, 1993), p. 347.
10 PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José, op. cit., pp. 89-90.
11 GARCÍA DE PRUNEDA, op. cit., p. 267.
12 Idem., op. cit., p. 295.
13 LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Guadalajara, Fiesta y Tradición, Guadalajara, Editorial Nueva Alcarria, S.A., 2005, fotografía en la p. 17.
14 LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, op. cit., fotografías en las pp. 18-19; LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Fiestas Tradicionales de Guadalajara, 3.ª ed., Guadalajara, Diputación de Guadalajara, 2006, fotografía en la p. 18.
15 LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, “La fiesta de la Octava del Corpus en Valverde de los Arroyos (Guadalajara)”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XXX (Madrid, C.S.I.C., 1974), pp. 91-98; LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Guadalajara, Fiesta y Tradición, op. cit., fotografía en p. 218; CONDE, Raúl, Danzantes de Guadalajara. Viaje por la provincia a través de sus danzas tradicionales, Guadalajara, Editores del Henares, C.B., 2006, p. 74 y fotografía en la p. 79 (Danza del Cordón).
16 LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Fiestas Tradicionales…, op. cit., fotografía en la p. 23.
17 Idem., op. cit., p. 45.
18 Idem., op. cit., fotografía en la p. 46; LÓPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón, Guadalajara, Fiesta y Tradición…, op. cit., fotografías en las pp. 93 y 100.
19 PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José, op. cit., p. 117.
20 Idem., op. cit., p. 120.
21 1586. Mayo, 12. Guadalajara. Carta de obligación de Francisco de Santiesteban, maestro de danzas, para ejecutar unos dances el día del Corpus en la ciudad de Guadalajara. A.M.GU. Legajo 1H78-006, en MEJÍA ASENSIO, Ángel, “Danzas, comedias y música en la ciudad de Guadalajara en la celebración del voto de Santa Mónica y festividad del Corpus Cristi a finales del siglo XVI”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, n.º 28 (Guadalajara, 1996), p. 287. Las negritas son nuestras.