Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Me contaba mi padre que una vez le corrieron dos culebras.
-¡Uy, chacho, eran así de grandes! -y extendía los dos brazos.
Las Cañadas (la escañá) es una finca de unas cinco hectáreas que perteneció a mi padre. Tenía tejar, olivar y regadío, y una pequeña zona de secano que solía sembrar de avena para el ganado equino de servicio de la finca. Tanto el olivar como este secano dan con la dehesa del común, cubierta de monte bajo de jara, brezo, retama y corros de matorral de roble.
En cierta ocasión en que se encontraba arreglando la zanja de separación y, de paso, buscando alguna cama de liebre o madrigueras de conejos, se le levantaron las dos culebras.
-Estaba yo hurgando con un palo, escarbando matas y catando con las manos, cuando me doy con dos culebras que estaban enroscadas, como un manojo de fideos gordos. Bueno, como sogas. ¡Dios! Me eché p'atrás de un brinco y vi cómo se desenrollaban. Daban cabezas pa un lado y pa otro, y bufaban ¡ffiuuu, ffiuuu!
Y mi padre se movía y las imitaba contorsionando el cuerpo y moviendo las manos, lanzándolas contra nosotros: ¡Fiu, fiu!
-Estaban allí como apareás y eran más gordas que tía Santiaga -exageraba, mentando a una pariente nuestra-. Se pusieron de pie y se me tiraron, y yo salí corriendo. Cogí el camino hacia el tejar y para tenerlas a raya, de vez en cuando me volvía y las asustaba con el palo. /Zas, zas! Pero las culebras no dejaban de correr y me alcanzaban, una detrás de otra y otras veces juntas. ¡Fiu, fiu!, silbaban ellas. ¡Zas, zas!, les soltaba el palo yo.
Así las cosas, tuvo una idea.
-Como veía que no las dejaba atrás, me metí en el barbecho, cogiendo los surcos a través.
El barbecho, y lo daba por sentado, se refería al secano que sembraba de avena. Allí, el corte de la caña del cereal, segado con hoz a mano (alto) y seco de un año para otro, así como la ondulación que los surcos prestaban al terreno, frenaría la velocidad de las culebras, pensó mi padre.
-Además, decía, surcando mucho trecho se les partía la espina.
Pero salieron nuevamente a otro senderillo y le alcanzaron. ¡Auggg!, atemoricé yo mi relato.
-Entonces, continuó mi padre, me volví de pronto y me tiré a ellas, y, con el palo, de un golpe le tronché el cuello a una, y a la otra, que se me enroscó en una pierna, saqué la navaja y la corté por la mitad.
Y nos tiró un derrote con el dedo gordo y la mano cerrada. ¡Rasss!
-Buena culebra estás tú hecho, dijo mi madre, que cosía al lado nuestro, recogiendo la costura y guardando la aguja en un alfiletero forrado con piel de serpiente.
-Mira, todavía cojeo un poco, la embromó mi padre haciéndose el renco mientras se marchaba riendo estrepitosamente.
Todos salimos detrás, haciendo lo mismo.
-¿Y era verdad? -me preguntaron los niños, viendo que yo también me iba.
-Ya lo creo. Como lo del lagarto en el puchero. Pero eso os lo contaré otro día.
-¡Ahora, ahora, abuelo! No les hice caso y me fui a acostar haciéndome el zambo.
____________
NOTAS
Apareás: apareadas, posiblemente en período de celo.
Renco: cojo de la cadera.
Zambo: que tiene las rodillas juntas y separadas las piernas hacia afuera.
Derrote: cornada que da el toro levantando la cabeza. En sentido figurado, golpe o amago que se hace con la mano o un arma.
Alfiletero: especie de canuto pequeño de metal, madera u otra materia, que sirve para meter en él alfileres y agujas. Los quintos (mozos que sortean para ir al servicio militar) traían vainas de las balas de fusil para hacer alfileteros a las novias, madres y hermanas.