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En pleno corazón del oscense Valle del Guarga, de la "Guarguera" según la denominación dada por los habitantes de esta zona del sur de la comarca de Serrablo y por las tierras aledañas, se encuentra el pequeño pueblo de Cerésola, enclavado en un piedemonte sito en las mismas faldas de la Sierra de Portiello y de su pico Picardiello -1.533 m.-. Población de pequeñas dimensiones, levantada sin ningún orden ni estructura prefijada, sino siguiendo las posibilidades y los lugares favorables para la edificación que dejó el propio terreno.
Así, en un reducido espacio -pero suficiente para levantar todas las construcciones que lo configuran- se halla este núcleo poblacional, cuya primera mención documental data de 1189, compuesto a finales del siglo XV, según Antonio Ubieto, por 5 (1488) y 6 (1495) fuegos, cifra esta última que se mantiene en 1543, incrementándose a 8 en 1609 y 11 en 1646. Evolución de la población que en el siglo XVIII se estableció entre cinco y diez vecinos, llegando a tener en su momento de más auge 16 (1797). Ya en el siglo pasado, y siguiendo a Pascual Madoz, este lugar contaba con "10 CASAS, una igl. parr. (Ntra. Sra. de la Asunción) servida por un cura, cuya vacante se provee en concurso", estando asentado en un terreno "montuoso y poco fértil".
Casas y habitantes que con ligeras variaciones se mantienen hasta, ya en este siglo, los años setenta, momento en que su población queda reducida a una familia -aunque Antonio Ubieto lo da como despoblado-, la misma que desde entonces vive en Cerésola y que se encarga desde antaño de la celebración de esta romería a la ermita de San Urbez. Situación poblacional, de pérdida de habitantes a partir de los años cincuenta, de parecidas características al resto de todo el Guarga, donde la gran mayoría de los pueblos -superando el 75% del cómputo total- se encuentran en total abandono o despoblación, sólo restando algún vecino en los lugares de Ordovés, Abenilla, Castillo de Guarga, Molino Villobas y Cerésola, además de los núcleos que han recobrado la vida, tales como Gésera, Artosilla, Aineto y Laguarta. Estado de abandono y despoblación que, al igual que en otras áreas y zonas muy concretas del Alto Aragón, ha incidido notablemente en esta "Guarguera", como consecuencia -fundamentalmente- de la caída y olvido de las formas de explotación y de obtención de recursos económicos habituales en la vida cotidiana montañesa, por la práctica inexistencia de vías de comunicación -sólo los antiguos caminos de herradura y viejas veredas transitados a pie y en caballerías-, la supresión de determinados servicios -educativos y sanitarios principalmente- y otros varios asuntos que llevaron a numerosos lugares, y al Valle del Guarga en su práctica totalidad, a la despoblación y al olvido, al abandono y a la ruina. Como apuntaba José María García-Ruiz en 1976, el Prepirineo -donde se ubica la zona y la población abordada- "tiene también su línea trazada. La crisis se acentúa de tal forma que está a punto de dejar de serlo. Dentro de diez años, quizás bastante antes de 1980, la mayor parte del Prepirineo será un desierto demográfico. En parte lo es ya. Será la única forma en que dejará de ser una región en permanente decadencia. Las últimas noticias confirman lo anterior. Cuando se están redactando estas líneas Laguarta ha quedado totalmente deshabitado. El sector oriental de la región ha quedado abandonado" (Modos de vida y niveles de renta en el Prepirineo del Alto Aragón occidental, p. 245).
Dramáticas palabras que se han hecho realidad en un gran número de localidades, de áreas enteras en las que no queda ni un solo habitante, conllevando la pérdida de toda la cultura tradicional con sus diversas manifestaciones que atesoraban estos pueblos, desde la arquitectura popular hasta las creencias y supersticiones, teniendo notable incidencia en todo aquello que se transmitía de generación en generación y por vía oral, situación en la que se encuentra también todo lo relativo a las fiestas. Al desaparecer los moradores que posibilitaban estas celebraciones y manifestaciones festivas, se perdía su puesta en escena, su realización y preservación, lo cual hubiera ocurrido igualmente con esta romería de San Urbez de Cerésola a no ser por la ya aludida única familia que subsiste y aguanta en esta población, la última que resiste entre sus muros y que desde siempre la ha llevado a cabo por tradición familiar mantenida desde hace varias generaciones, y que la sigue realizando con la convocatoria anual a familiares y amigos.
Una sola casa abierta de todas las que tuvo este núcleo poblacional, el cual se componía -y se compone, pese a la ruina casi generalizada del mismo- por un escaso número de construcciones levantadas sin ninguna estructura clara y preconcebida, sin ninguna red urbana de plazas y calles, sino aprovechando los espacios más aconsejables para edificar que permitía el terreno donde se ubica Cerésola. Conjunto de casas, aproximadamente esas diez ya comentadas, que se encuentran en un estado de continua y progresiva ruina, si bien todavía es posible apreciar determinados elementos compositivos, tales como portaladas, blasones, hornos para la cocción del pan, ventanas labradas con diversos motivos y símbolos, chimeneas troncocónicas siguiendo el modelo habitual en esta comarca serrablesa, así como algún "arnal" o colmenar y diversas "bordas" o pajares.
De entre todo ello, sobresale "Casa Juan Domingo", la única aún abierta y propiciadora de la romería a la ermita de San Urbez, en la que apreciar determinados elementos de gran interés -puerta de ingreso, ventanales o la propia chimenea-. Interés también apreciable en la pequeña escuela ya derruida y en desuso situada justo al lado de la iglesia parroquial, ésta bajo la advocación de Santa María, obra del románico rural levantada a mediados del siglo XII -fase de la que conserva la cabecera-, posteriormente ampliada y transformada hacia su testero en el siglo XVII, la cual se compone por una nave culminada en su correspondiente ábside semicircular, a cuyo lado se levanta la sencilla torre construida en el citado siglo XVII; iglesia de cuyo interior proceden unas interesantes pinturas murales francogóticas del siglo XIV, en la actualidad trasladadas y conservadas en el Museo Diocesano de Jaca. También reviste interés la balsa situada en las afueras del lugar, camino del abandonado pueblo de Sandiás, en la que sobresale una lápida con la siguiente inscripción entre diversos elementos decorativos: "ESTA BALSA / LA HIZO HACER / LORENZO GRASA GASTAN Y / MARÍA MARTÍNEZ LABARTA / AÑO 1907".
ENCLAVE DE LA ERMITA
La ermita de San Urbez de Cerésola se encuentra enclavada en uno de esos lugares insólitos, de gran espectacularidad y de especial atracción y tradición para los moradores. Situada en el acceso al pueblo de Cerésola, a escasa distancia de la carretera que recorre el Valle del Guarga, está levantada en el interior de un covacho de considerable profundidad excavado por un arroyuelo, la cual está protegida por el gran saliente de roca a modo de visera, posición estratégica y escondida favorecida, asimismo, por la espesa y frondosa vegetación. Orientada hacia el sur en el lugar conocido como Cueva o Pardina de Saliellas, zona perteneciente a "Casa Juan Domingo" -la misma que, como queda dicho, se encarga de organizar y realizar esta romería de resolución eminentemente familiar-, dicha ermita se erige en el hueco o covacho protegido por la gran cornisa, pudiéndose apreciar en el mismo dos edificios claramente diferenciados: a la izquierda, según se accede a todo el recinto, la propia ermita u oratorio, y a la derecha un complejo -o edificación con varias y diferenciadas zonas- pastoril.
La primera, la ermita donde según la hagiografía y la tradición de San Urbez pasó algunos años de su vida como más adelante se detallará, presenta planta rectangular (7x4 m.) conformada por la propia roca y por sendos muros completamente encalados, techándose toda la contrucción por el saliente rocoso que le sirve asimismo de asentamiento. Construida con piedra similar y sillarejo a finales del siglo XIX -sustituyendo a otra cuyos cimientos aún son apreciables en el contiguo edificio pastoril-, concretamente en 1889 según reza la inscripción de una lápida situada sobre la puerta en su lado izquierdo -centuria que vivió una pujanza económica, en la que se rehicieron y edificaron numerosos edificios o se reelaboraron varias piezas de arte mueble, además de ser el momento de expansión, de adquirir mayores proporciones las viviendas familiares-, no presenta mayor interés que los escasos detalles apreciables en el arco de medio punto de la puerta de ingreso a los pies del edificio, compuesta por una sola arquivolta en la que se inscribe un a modo de tímpano de madera con la fecha -1899- pintada, así como la ya mencionada lápida sita sobre la anterior y en la que se puede leer "ESTA ERMITA LA IZO HACER / (hueco sobre esta línea y la siguiente, al parecer picado y borrado) / D.LORENZO GRASA / I GASTAN SAN URBEZ / ORA PRO NOBIS AÑO DE 1889", la misma persona, y la misma "Casa Juan Domingo" -cuyos descendientes siguen manteniendo la tradición y la romería-, que unos años más tarde mandaría construir la balsa ya aludida, en la que también dejó una lápida grabada sobre su hacedor y el año de su realización. En el otro muro, el único detalle a observar es el pequeño vano de arco de medio punto biselado, situado casi en la unión de la obra con el declinar del saliente rocoso, en cuya cabecera monolítica se puede volver a ver el momento de su edificación -"AÑO 1889"-, apreciándose en la jamba derecha de la misma la siguiente inscripción: "SAN / IUSTO / C.D.V.F". Más simple y sin prácticamente detalles que observar y reseñar es el interior, en donde ambos muros se hallan completamente pintados de blanco y, la parte inferior a modo de zócalo, de azul, habiéndose levantado el del testero en perfecto acoplaje -también- con la roca, el cual presenta un resaltado arcosolio donde se ubica la hornacina que contiene la imagen de San Urbez, situándose a los pies del mismo una curiosa imagen de Cristo crucificado, de la que más adelante se hablará. Por lo demás, el recinto y la construcción no presentan más detalles de interés, a no ser la propia romería de la que es objeto y que posteriormente se describirá.
El otro edificio, sito a la derecha según se presenta desde el camino de acceso, es el recinto pastoril, en cuyo interior todavía se pueden apreciar -como ya se apuntaba- los restos, los basamentos excavados de la anterior ermita que, al parecer de Enrique Satué, data del siglo XVII. Esta construcción pastoril, con la que se rememora la principal actividad que asocia a San Urbez y al mundo montañés -el pastoreo-, así como -según la tradición- los años de estancia en estos lares de este santo, se configura por un muro levantado hasta el mismo saledizo de la roca, la cual le sirve de techo como en el caso de la ermita, en el que se abren las ventanas -una de ellas, la inmediata a la puerta por su jamba derecha, con una cruz incisa, claro símbolo protector-, y la portada sita a una cota superior, accesible tras corta escalera. Muro que en su lado derecho, según se mira, todavía conserva el saliente de la chimenea, del hogar que los pastores tenían y utilizaban en el interior. Mayor interés contiene el interior, con una serie de corrales de mayores o menores dimensiones claramente diferenciados para las ovejas -como el situado a la izquierda de la entrada y separado por unos "cletaos", o vallas de madera, del resto del conjunto, o el más espacioso que ocupa todo el perímetro restante del edificio-, y una estructura netamente palafítica -en la que apreciar un complejo entramado de postes y vigas- que posibilita la existencia de un piso superior como morada para los pastores, estructura con la que se individualizan y separaban del ganado, propiciando al mismo tiempo -al estar a una cota superior- que les llegara el calor desprendido por los animales. Piso sobre una base de palafitos situado aproximadamente en la parte central de todo el complejo, junto a la puerta de ingreso, en el que -además del mencionado hogar y consiguiente chimenea, y los pequeños vanos que dan una exigua y tamizada luminosidad- apreciar un indescriptible y prácticamente único conjunto de inscripciones y dibujos realizados por los propios pastores a lo largo de sus solitarias e inacabables estancias, en los que se contienen resumidas todas sus creencias y sus mundos, sus desvelos y preocupaciones, así como el nombre de un buen número de los que allí llevaban a cabo la dura y especializada labor del pastoreo: seres humanos, diablo, animales domésticos diversos, culebra -temida y perjudicial según la mente tradicional, gráficamente expuesto en la inscripción sita encima de la misma, "puta culebra"-, no faltando entre otros textos y frases la fijación de distintos años -1910, 1916, 1934- que atestiguan la estancia de los distintos usuarios del recinto. Un maravilloso y excepcional mural con el que apreciar y entender la cultura pastoril y su enrevesado entramado, su complejo mundo y vida.
Entre ambos edificios, en medio de la oquedad, se encuentra el pequeño arroyuelo propiciador del covacho y de su gran profundidad -posibilitándose de este modo la construcción de sendos edificios-, cuya surgencia se produce en situaciones normales en una gran roca recubierta en su práctica totalidad del verdoso musgo, agua que gratifica a los asistentes el día de la romería.
SAN URBEZ
La existencia de este lugar, de este espectacular e indescriptible recinto, se debe a una de esas figuras más asentada y presente en la mente de la sociedad tradicional montañesa, en el mundo pirenaico: San Urbez.
San Urbez, o Urbicio, es un santo -según la hagiografía- de origen francés, nacido en la ciudad de Burdeos en torno al año 702. De alta condición social, su llegada a la Península Ibérica se debe -según la tradición oscense- a la guerra librada entre gallegos y bordeleses en el año 717, cayendo en cautiverio a manos de los primeros (la otra versión se enmarca dentro de la llegada a tierras de Aquitania de los musulmanes, allá por el año 731). Una vez liberado, es el encargado -por mandato divino y tras salir victorioso de un encuentro con el demonio- de recoger las reliquias de los santos Justo y Pastor depositadas en Alcalá de Henares, las cuales habían sido profanadas a causa de la dominación musulmana. Desde esta última localidad partirá hacia Aragón, transportando dichas reliquias en una alforja, de la misma forma que un pastor -de donde parte su condición y tradición asociada al pastoreo- lo había hecho con las de Santa Orosia, la otra gran figura de la montaña pirenaica. Desde que tuvo 30 años hasta los 50 su vida se desarrolla en las montañas del Pirineo (Serrablo, valles del Ara y de Vio), realizando un periplo por sus tierras perfectamente reflejado por Wifredo Rincón y Alfredo Romero: "Al parecer, por el año 740 pastoreaba un numeroso rebaño de ovejas en el Cañón de Anísclo, donde habitaba la cueva de Sastral y recorrió posteriormente los lugares de Sercué y Vió, alcanzando gran fama. Pasó después a Albella y con su ganado obró prodigios, como fue atravesar un gran torrente con su cayado, rebaño inclusive. Cerca de este lugar construyó una ermita y decidió ser anacoreta, llegándose para ello a los valles de Serrablo, a Laguarta y de allí a la Cueva de Saliellas, en Cerésola" (Iconografía de los santos aragoneses, Vol. II, p. 9). Son los años en los que adopta todas las posturas habituales del pastoreo e inherentes al pastor, ya que ratifica todos los postulados y estructuras habidas en dicha sociedad y mentalidad, como son los conceptos y asuntos relativos a la casa y familia, al heredero único, a las pertenencias o -a modo de ejemplo- a los movimientos trashumantes. De sus 50 años hasta los 100 que murió -el 15 de diciembre del 802, según los hagiógrafos-, realizó una vida eremítica en el monasterio de San Martín de la Val de Onsera, a donde se trasladó y donde fue ordenado a manos del propio San Martín. De allí nueva peregrinación hasta los montes del Nocito, lugar en el que posteriormente se levantaría su más conocido santuario, en donde según la tradición se veneró su cuerpo hasta 1936.
Destacada presencia, como se ha visto, de este santo en las tierras altoaragonesas, hasta tal punto que se considera el "patrón de la montaña", al igual que Santa Orosia es la "patrona", para quien dicha sociedad escribió y popularizó numerosos gozos, novenarios, himnos, coplas y hagiografías. Santo, asimismo, eminentemente milagrero, sobre todo como dominador de los animales salvajes -en especial, osos- y de los agentes meteorológicos, aspecto que se ha transmitido generacionalmente y que se ha reflejado y recogido de forma escrita o esculpida. Personaje presente de forma especial -según se está viendo- en la cultura popular montañesa, como se demuestra asimismo en las varias rogativas que hacían en los pueblos aledaños al lugar de ubicación de las distintas ermitas, realizadas todas ellas y los romeros que las llevaban a efecto con la intención de conseguir la necesaria lluvia, el agua vital en una zona -Sierra de Guara y Valle del Guarga, principalmente- en la que las condiciones orográficas y el clima mediterráneo dado en los enclaves de los distintos santuarios, obligaban a la constante y fundamental petición del líquido elemento a dicho santo. En este mismo sentido, destacaba la romería celebrada en Nocito, la cual se enriquecía con la presencia, entre otros, de los romeros de Albella -pueblo del Valle del Ara donde se localiza otra de las ermitas dedicadas a este santo-, quienes para pedir el agua tan necesitada se desplazaban por casi todos los lugares con la advocación de San Urbez: desde Albella se dirigían a la Cueva de Sastral en el Cañón de Anísclo, para a continuación volver los pasos y encaminarse hasta el centro neurálgico de esta devoción, al santuario de Nocito. Romería ésta que contaba con la intervención especial de los Villacampa de Laguarta, señores y auténticos mandatarios de todo lo que acontecía en el Valle del Guarga -económica y espiritualmente hablando-, cuya participación también se daba -y da- en la de Cerésola, como más adelante se expondrá.
Una importante y enraizada devoción y romería que contaba -y cuenta- con cuatro puntos principales en la geografía altoaragonesa, como son las ermitas sitas en el Cañón"de Anísclo -Cueva de Sastral-, en la localidad de Albella y la del santuario de Nocito, además de la ya descrita de Cerésola. La primera, en Añisclo, es otra construcción rupestre, cerrada por un muro con entrada de formas muy simples a los pies, a la que se accede tras escalinata y en la que el altar se sitúa al final de su larga nave. Albella, centro como ya se ha dicho de gran tradición, cuenta con una ermita cuyo edificio es de factura barroca, fechado en el siglo XVIII y con plata jesuítica, con una puerta de ingreso en la que figura la fecha de construcción -1783- y un interesante retablo donde se desarrolla la vida de San Urbez. Finalmente, Nocito y su santuario, cuyo edificio posee partes medievales -en especial en el crucero-, remodelado y ampliado entre los siglos XVI y XVIII, en el que se atesora pinturas y retablos alusivos al santo, así como una excelente pila bautismal decorada con motivos pastoriles, estando anexas las restantes edificaciones del santuario, además de otra pequeña ermita donde se conserva el cuerpo de San Urbez. No obstante, existen grandes diferencias entre los distintos centros romeros mencionados, entre las localidades del Albella y Nocito y el pueblo de Cerésola, en éste más sencilla y familiar, más pequeña y de menor repercusión -aunque no por ello menos importante- frente a las otras dos, que cuentan incluso con sus Romeros (Albella) y su Cofradía (Nocito).
Santo y asuntos que ha tratado magistralmente, entre otros varios aspectos relativos a las romerías tradicionales del Pirineo, Enrique Satué en su libro Religiosidad popular y romerías en el Pirineo, obra de necesaria y obligada consulta, a la que remitimos para ampliar con mayor holgura y más exhaustivamente los puntos aquí enunciados, los cuales tienden a centrarse en el caso particular de la romería celebrada en la localidad de Cerésola.
DÍA DE LA ROMERÍA
A mediados de diciembre, en concreto el domingo más cercano al día 15, tiene lugar la celebración de esta romería en la localidad de Cerésola. Llegado ese momento, en el reducido espacio habido en el covacho donde se sitúa todo el conjunto de la ermita y del edificio pastoril, se van congregando desde las primeras horas de la mañana las personas que van a participar en dicha celebración. Personas que acuden a esta romería familiar, la cual la lleva a cabo -como desde tiempo inmemorial lo han hecho sus antecesores- los componentes de "Casa Juan Domingo", en la que tienen cabida -por indicación de los miembros de esta familia de Cerésola- unos pocos y selectos individuos invitados, por lo general familiares y amigos, gentes que por lo normal llevan ya años y años asistiendo a la cita anual, convocatoria a la que no falta asimismo un descendiente de los Villacampa de Laguarta -"Casa el Señor"-, miembro destacado en esta celebración, a modo de rememoranza de aquellos tiempos en que todos los componentes de esta casa fuerte eran personas que dominaban el Valle del Guarga en su conjunto. Y ello es debido a que, además que los miembros de esta familia controlaban el citado valle tanto en lo económico -en casi todos los pueblos de esta zona existe una casa de los Villacampa, como así lo atestiguan los blasones y las inscripciones habidas aún hoy día en sus fachadas, además de otras posesiones y campos-, como en lo religioso -mandaban, incluso, a los Romeros de Albella iniciar la rogativa cuando faltaba el agua, como apunta Enrique Satué-, fueron también los propietarios durante los siglos de la Edad Moderna de esta ermita de San Urbez de Cerésola, de cuyo dominio queda todavía constancia si se tiene en cuenta que en la celebración anual de esta romería debe haber un representante de esta casa solariega e infanzona de la "Guarguera".
Romería familiar, en la que intervienen muy pocas personas en su celebración, que se van congregando mientras los miembros de "Casa Juan Domingo" van preparando la comida en el interior del covacho y en unos grandes calderos, alimentos con los que van a halagar y convidar a sus selectos invitados. Primeros pasos de la celebración que tiene su continuación en la consiguiente misa desarrollada en el pequeño eremitorio, en el que apenas entran todos los concurrentes a esta curiosa, única y familiar romería. Una vez concluida, para cuyo desarrollo intervienen todos los elementos habituales, estando presidida toda la ceremonia por la imagen de San Urbez y del Cristo de Cerésola que se lleva en este día desde la casa en el pueblo hasta los muros del eremitorio, siguen unos instantes de alegre conversación y diálogo entre los asistentes, mientras se ultiman las postreras fases de cocción y realización de la comida, a la espera de los últimos preparativos que posibilitarán degustar los alimentos elaborados por los miembros de esta familia, de "Casa Juan Domingo", a la que según es costumbre y tradición depende su organización, permitiendo apreciar -por su pervivencia y por el hecho que desde antaño la realizara esta casa en solitario- el modo tradicional de las comidas llevadas a cabo en las romerías populares, claro ejemplo -a su vez- del reparto de la "caridad" -torta, por lo general, en otros lugares- habitual en toda la celebración festiva de este tipo.
Así, llegado el momento, se montará una mesa donde se sentarán a comer –fundamentalmente las personas mayores, ya sean éstas de la propia familia, o bien se trate de determinados invitados, entre los que no falta el representante de la "Casa el Señor" de Laguarta, fiel exponente del estado privilegiado y poderío que tuvieron -y todavía se mantiene en la mente popular- los Villacampa. Mesa presidida, asimismo, por el Cabeza de "Casa Juan Domingo", en cuyos dispuestos platos se servirán los alimentos guisados en las cercanas ollas, en el fuego formado al fondo del covacho, los cuales consisten en carne a la pastora y pollo, todo ello regado con vino y teniendo como colofón unas sabrosas pastas de manteca elaboradas previamente en la propia casa.
Un vez terminada la comida, llega la tertulia y el buen departir en la sobremesa, la cual se continúa hasta la media tarde -aproximadamente entre las cuatro y las cinco-, momento en que empiezan a despedirse los asistentes, se recogen los distintos preparativos de la ermita y de la posterior comida, y se concluye toda la celebración hasta el próximo año, en el que llegada la esperada fecha volverán a repetirse todas las peculiaridades y elementos participantes en esta peculiar romería de San Urbez de Cerésola.
CRISTO DE CERÉSOLA
Dos son las imágenes que presidirán toda la ceremonia desde el altar de la pequeña ermita. La primera es la propia de San Urbez, embutida en una hornacina y representado -como es habitual- cuidando y conduciendo a un rebaño de ovejas. Escultura de escayola y de escaso valor, sólo destacable por su iconografía, por mostrar la principal actividad, función y figuración que los montañeses del Pirineo tienen de San Urbez.
Delante de la anterior se coloca la del Cristo, pequeña escultura de sabor popular y de gran interés por lo que representa en la mente y en la religiosidad tradicional, sin olvidar su fecha aproximada de elaboración. Tallado en el siglo XIX (en esos instantes en los que debido al deterioro que habían sufrido muchas imágenes medievales y ante la pujanza y el crecimiento económico de dichas fechas se rehicieron y se volvieron a realizar numerosas imágenes de gran tradición popular), este Cristo de Cerésola fue llevado a cabo por un miembro de "Casa Carpintero" -autor de un buen número de cristos localizables en la comarca de Serrablo- de Yebra de Basa, en el aledaño valle del río Basa, carpintero que recibía el apodo de "sucarracristos", ya que según cuentan los habitantes de estos pagos las piezas ya talladas las llevaba en un saco donde se adherían pelos y fibras de este continente, para lo cual después las tenía que socarrar -o tostar superficialmente- para quitárselos.
La imagen, de aproximadamente 30 cm. es una simple y popular representación de Cristo. Toda la imagen se apoya en un pequeño basamento del que emerge la cruz pintada de negro, en cuya parte superior se superpone una pequeña cartela donde leer el consabido INRI. Sobre ésta está la propia figura, desproporcionada y planteada a grandes rasgos, donde destaca una cabeza coronada de espinas con un simplificado rostro ladeado hacia la derecha, así como un esquemático torso con las costillas apenas sugeridas en sus costados, del que salen sendos brazos rígidos y en forma de V, un paño de color negro, y finalmente las piernas un tanto flexionadas y desproporcionadas, con el pie derecho sobre el izquierdo, todo ello pintado de color carne a excepción del pelo, barba y el paño ya mencionado, estos últimos de negro.
Interesante y curiosa imagen de Cristo, conservada en la actualidad en el Museo de Artes Populares de Serrablo en Sabiñánigo, si bien todos los meses de diciembre -con ocasión del desarrollo de la romería de San Urbez de Cerésola-, volverá a presidir el altar de la ya mencionada y sin igual -por ubicación y celebración- ermita.
INTERÉS DE LA ROMERÍA
Romería y diversos actos desarrollados en la ermita de San Urbez de Cerésola que tienen su interés e importancia por lo ya descrito, por tratarse de una única y sorprendente romería familiar, convocada y realizada por una sola familia que invita a otros miembros de la misma y a diversos amigos y personas fundamentales en la concepción de la sociedad tradicional -cura, médico, descendiente de los Villacampa, etc.-, Pero, además, porque esa casa -la única que queda abierta y en pie en esta población serrablesa- lleva a cabo unos aspectos dignos de ser contemplados y vividos, analizados desde su propio inicio y preparación hasta el desarrollo de la tradicional -y ya desaparecida en otros lugares- comida, como ya quedan vistos a lo largo de estas líneas. Pero, sobre todo y aunando todo lo anterior, por ser un reducto, una última muestra de lo que acontecía en un pasado no muy lejano en el seno de la sociedad tradicional, una postrera imagen de todas y cada una de las manifestaciones habituales antaño en la cultura popular.
Una romería realizada ante el fantasma de la despoblación a su alrededor, en ese ambiente desolador y casi deshumanizado en el que el mantenimiento de la vida, de la presencia humana, tiene lugar gracias al empeño y al afán de seguir adelante en su lugar de origen de esta familia, auténtico baluarte para la continuidad de Cerésola como pueblo y del recinto de la ermita de San Urbez y de su romería.
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NOTA *
Informante: Leoncio Grasa Sanromán, de "Casa Juan Domingo" de Cerésola.
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