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Revista de Folklore número

192



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LA RECOLECCION DE LA ACEITUNA EN TORREDONJIMENO (JAEN)

ANTA FELEZ, José Luis y CAÑADA HORNOS, Manuel Jesús

Publicado en el año 1996 en la Revista de Folklore número 192 - sumario >



RESEÑA HISTORICA DEL OLIVAR TOSIRIANO

Hasta el siglo XIX, aunque con un tímido avance durante el siglo XVIII, la producción olivarera tenía ciertamente un carácter marginal en Torredonjimeno. Ni las tierras a ella destinadas, ni las técnicas aplicadas, eran las más adecuadas y eficientes. Puede ilustrar este hecho el que la propia recolección se llevara a cabo de forma poco convencional, adelantándose al tiempo de maduración del fruto para evitar el frío y la lluvia, lo que generalmente conllevaba daños en el arbolado. En la Edad Moderna y en consonancia con la agricultura provincial de esta época, relacionada con el denominado modelo castellano, en el contexto andaluz las Ordenanzas Municipales tosirianas desfavorecían este cultivo, fomentando otros en su lugar (sobre todo cerealista, vinícola y frutícola), aunque la mayor extensión de la tierra se destinaba a pastizal para el ganado, en favor de la cual se decantaba el cabildo municipal, permitiendo incluso la entrada del ganado en tierra de olivar y prohibiendo la plantación de olivos sin la oportuna licencia.

Actualmente, por contra, la importancia del olivar en el uso del suelo agrícola tosiriano es enorme, por no decir que se trata de un monocultivo, una vez desaparecidos los campos próximos al núcleo urbano en el que se habían refugiado los campos dedicados a la producción cerealista y hortifrutícola en las últimas décadas. Desde un punto de vista socio-económico, y hasta la década de los ochenta, la importancia del olivar desde su extensión como monocultivo se tradujo en que la mayor parte de la población tosiriana se dedicase al sector primario, produciéndose con posterioridad un desplazamiento de población hacia el sector terciario, manteniéndose inerte en esta inversión el sector secundario. Esta línea evolutiva se aprecia, aunque débilmente, desde la década de los años sesenta, teniendo mucho que ver en ello la apertura de una fábrica de cementos. Las modificaciones señaladas no significan que el número de personas que se emplea en el cultivo del olivo haya disminuido sensiblemente, sobre todo en época de recolección, sino que se está produciendo un proceso multilineal y de compactación que ha dado como resultado las transformaciones del campo andaluz en las últimas décadas. Aunque parezcan poco visibles y tardías en el caso que nos ocupa, han propiciado un descenso en la oferta de empleo dentro del sector. Un empleo cuya principal característica es la temporalidad. La calidad de vida de un campesino andaluz en nuestros días no está en consonancia con el modelo de sociedad de bienestar.

Ambos hechos son la causa de los cambios señalados en ocupación laboral, puesto que familias enteras de larga tradición agrícola, que antaño encontraban su sustento en el campo, lo han abandonado para buscar un mejor nivel de calidad de vida. No es nuevo que, desde hace algunas décadas, las expectativas de una familia media van mucho más allá del sustento alimenticio, ya que nuevas necesidades entendidas hoy como básicas han pasado a formar parte de su vida cotidiana. En último término, se trata de la ruptura del modelo campesino tradicional, basado en la subsistencia (reproducción y futuro mantenimiento) del grupo doméstico, que constituye la unidad de producción y de consumo a la vez, y la superación de este grupo con la intromisión, más o menos directa, del sistema capitalista.

Los cambios de actividad y el sistema equilibrado de salarios y poder adquisitivo han generado la aparición de una clase media que adquiere pequeñas parcelas de cultivo (pegotes), la mayoría destinadas al olivo. Los pequeños propietarios, los "pegoteros", están empleados en otros sectores (secundario o terciario), dedicando períodos de ocio a la actividad primaria, durante los fines de semana y en vacaciones, sobre todo las de Navidad, cuando aprovechan la mano de obra familiar para la recolección. En el contexto tosiriano, tal circunstancia obedece a las herencias culturales que se han mantenido inalteradas a lo largo de generaciones. De esta manera, el aceitunero ha devenido en un agricultor a tiempo parcial (el tema del PER es otro, muy interesante, que también ha alterado la forma de ver el campo en Andalucía), superando así su ocupación a tiempo total, motivado por nuevos esquemas sociales. Muchos de ellos (estudiantes, desempleados, amas de casa y otros) ni siquiera pueden definirse como agricultores.

LOS GRUPOS DE RECOLECCION DE LA ACEITUNA: LAS CUADRILLAS

Podemos distinguir tres tipos de grupos diferenciados que se dedican a la recolección de la aceituna: las cuadrillas familiares, "a destajo" y las tradicionales. En las cuadrillas familiares, es decir, en aquéllas cuyos componentes trabajan sus propias y pequeñas propiedades, participan todos los miembros de la familia, ocupándose cada cual del trabajo que está a la altura de su edad y/o género. Podemos así afirmar que en este tipo se produce la identificación "cuadrilla = familia", y que en la estructura y organización del trabajo intenta aproximarse, en la mayor medida posible, a una cuadrilla tradicional.

Por otra parte, hasta el siglo XVIII el jornal solía ajustarse a lo que se conoce como "a destajo". La gran extensión del olivar en Torredonjimeno hizo desaparecer esta modalidad. En los últimos años ha vuelto a aparecer por razones de carácter económico y por influencias foráneas, aunque generalmente sólo personas venidas de otras zonas la practican. Se trata de familias inmigrantes con carácter temporal que intentan aprovechar al máximo la coyuntura favorable de empleo que supone la recolección de la aceituna. Como en principio intentan recaudar la mayor cantidad de ingresos posible, lo que más les interesa no es que se valore el tiempo que dedican a su trabajo, sino la labor ejecutada. Se les paga de este modo los kilogramos de aceituna que recogen (entre 17 y 20 Ptas./Kg. en la campaña de 1994-95), previo acuerdo con el propietario y sin distinción por géneros.

El trabajo "a destajo" se diferencia con bastante nitidez de la peonada o trabajo tradicional, sobre todo porque uno tiene un criterio cuantitativo y el otro cualitativo. Además, la procedencia de los miembros de este tipo de cuadrillas suele ser una misma localidad, igualmente están, en principio unidos por lazos de parentesco y amistad, que se fortalecen a consecuencia de la estrecha convivencia que se produce en la temporada, puesto que el patrón está obligado a proporcionarles alojamiento, y lo es normal que lo haga agrupando a todos (independientemente que sean de familias distintas) en una sola unidad habitacional. Se rompen así barreras de edad y género, lo que constituye una diferencia radical con la cuadrilla de uso tradicional. Las cuadrillas "a destajo" suelen provocar un sentimiento de adversidad en la población receptora, por varias razones: quitan trabajo a las cuadrillas tradicionales, obtienen mejores beneficios, ya que responden más a los intereses del patrono, puesto que la aceituna de éste se recoge más rápidamente que mediante el trabajo tradicional, lo cual es importante para el dueño del olivar, más si se tiene en cuenta, por ejemplo, la proliferación de los ladrones de aceituna.

Las técnicas de su trabajo son fácilmente asimiladas por todos, independientemente de la cantidad de experiencia con respecto al olivo, a diferencia de aquéllos que se decantan por la "tradición". La aceituna es un trabajo muy estático, un saber -dicen los más "tradicionalistas" que debe ser cuidadosamente transmitido, por lo que no agradan, por ejemplo, las varas de fibra de plástico que sustituyen a las tradicionales varas de madera. Esta inmutabilidad explica también la escasez de maquinaria en la recolección tosiriana (como máquinas vibradoras que permiten eliminar el vareo) y las reticencias a cualquier cambio, por demostrado que esté que traerá una mejora, como las gafas de plástico que la Seguridad Social ha obligado a usar en la campaña de 1994-95 para prevenir accidentes oculares, pero que generalmente ningún aceitunero se ha colocado en los ojos, sino a modo de visera, alegando incomodidad para el trabajo.

Los jornaleros "a destajo" no recogen bien la aceituna, dicen en Torredonjimeno. Para los tosirianos, partidiarios como hemos dicho de la costumbre tradicional, es fundamental trabajar con mimo el olivo. De ello depende la calidad del aceite. Existe un cierto criterio de humanización del árbol, muy en relación con la modalidad del tajo (uso tradicional), no "a destajo", lo cual es importante en un pueblo donde el olivo siempre está marcando las vidas de quienes de él dependen, hasta el extremo de que el año comienza y termina en torno suyo. El olivar significa, en líneas generales, la herencia de algún padre o abuelo que trabajó en el pasado para conseguir ese "tesoro", y se supone que el heredero debe entregarlo a su descendencia. El árbol es considerado como un tosiriano más, y todos sueñan con ser al menos pegoteros, mientras que la desgracia familiar viene a ser la venta de tierras, por ejemplo, para continuar la costumbre de casar a una hija.

LAS CUADRILLAS TRADICIONALES

Las cuadrillas tradicionales (a las que hemos llamado así porque siguen un esquema de trabajo apenas mudado en el tiempo desde que se produjo su extensión a finales del siglo XVIII y principios del XIX, al igual que son las que más peso han tenido en las costumbres de Torredonjimeno respecto al olivo), entre las que se incluye la cuadrilla aquí estudiada, son las que han caracterizado la recolección de la aceituna cuando ésta ha sido fundamental en la economía tosiriana. Aunque años atrás no fuera así, hoy sólo participan en ellas las personas que han pasado la mayoría de edad. Es lógico si tenemos en cuenta que este tipo de cuadrilla trabaja las tierras de un gran propietario local, y que éste debe cotizar a la seguridad Social por sus operarios, algo que legalmente sólo puede hacer con aquellos que cumplen los requisitos establecidos por la Ley. En consecuencia, tampoco los jubilados pueden trabajar en la aceituna dentro de la estructura de lo que hemos llamado cuadrilla tradicional. Obviamente esto es en teoría, puesto que en la práctica no podemos descartar actuaciones fraudulentas por parte de algunos propietarios, si bien cada vez menos frecuentes (aunque muy representativas, porque los jubilados, las personas de mayor edad, son precisamente quienes más entienden del campo y, por tanto, los más valorados) debido a las inspecciones administrativas, completamente imprevisibles. Es comprometido dentro de la propia cuadrilla contratar a personas que no estén dentro de la ley, ya que los restantes miembros de ésta no ven con buenos ojos a quienes no reúnen las condiciones legales, sobre todo en los últimos años, cuando el aumento del desempleo ha concienciado a buena parte de la sociedad acerca de la escasez de puestos de trabajo y la necesidad de que éstos, por temporales que sean, deben ser ocupados por quienes realmente los necesitan.

El encargado de reclutar a los jornaleros de una cuadrilla tradicional es el manijero, el hombre de confianza del propietario de la tierra. Existen algunos criterios en virtud de los cuales se produce ese reclutamiento: fundamental es la antigüedad, de manera que aquellos aceituneros que tienen antecedentes en una cuadrilla mantienen su puesto en ella, avalando su experiencia. El lazo familiar o parentesco constituye, también, un nexo entre los miembros de una misma cuadrilla, tal vez como elemento de pervivencia del grupo doméstico en base al cual se ha estructurado tradicionalmente el campesinado. La amistad, vecindad y otras circunstancias similares, bien con el manijero o con el propietario, son también elementos que permiten a una persona acceder a una cuadrilla y mantener su puesto en ella, aunque con resultados diferentes en uno u otro caso. Si la relación se produce con el manijero, el nuevo miembro es acogido amablemente por sus compañeros, siempre que aquél sea un buen manijero y esté bien valorado por sus subordinados. Si se produce con el propietario, afloran, generalmente y por lo menos en el primer momento, sentimientos adversos y de rechazo, acompañados de calificativos encubiertos, como pelota o enchufado, y se le evalúa de mal trabajador (de hecho a estos cuadrilleros se les asignan trabajos peculiares y que los mantienen a distancia de sus compañeros), mientras que cualquier conflicto que pudiera existir entre el patrón y los operarios se atribuye a chivatazo del nuevo componente del grupo. Similar situación se produce cuando el manijero no goza del aprecio de la cuadrilla.

LA MUJER EN LA ACEITUNA

En las cuadrillas tradicionales trabajan hombres y mujeres. El caso de éstas es peculiar, porque siempre deben estar respaldadas por un hombre. Es decir, toda mujer que quiera trabajar en ellas debe cumplir un requisito que se torna como imprescindible: estar acompañada por un hombre, o, como se dice en el mundo aceitunero, llevar una vara. Normalmente las mujeres casadas recurren a sus maridos, mientras que las solteras a sus hermanos o a sus novios, lo cual no excluye otras fórmulas de asociación entre ambos géneros, pero siempre encaminadas a justificar la presencia de la mujer en el trabajo. Esta circunstancia se ha visto incrementada en los últimos años debido a nuevas técnicas de recolección y limpieza (la "limpia") de la aceituna. El trabajo tradicional de la mujer en el campo consiste en recoger manualmente el fruto caído del olivo a la tierra antes de tiempo. Esta labor es una de las más importantes, y la mujer resultaba rentable al propietario. Además, las fábricas de aceite, donde se muele la aceituna, exigen que ésta llegue limpia de cogollo (ramas desprendidas del olivo durante el vareo) piedras y cualquier otro elemento que incrementa el peso a pagar por la fábrica y dificultará el trabajo en el molino; la mujer recoge "limpiamente" la aceituna, por lo que, entre otras muchas cosas, cumple este requisito.

Desde hace algunos años la recolección resulta más rentable mediante el barrido del suelo, amontonando la aceituna con escoba metálica y arrojando después los montones en espuertas de goma (de mayores dimensiones que las esportillas de esparto que suelen emplear), resultando que la mujer es prescindible para el trabajo, e incluso poco rentable para el propietario. Además, ya no importa que la aceituna llegue sucia al molino, porque las nuevas máquinas instaladas allí permiten limpiarla mejor y de forma más rápida que mediante técnicas tradicionales. Tiempo atrás la limpieza de la aceituna se efectuaba en el campo. Formaba parte del tajo de la cuadrilla. Su técnica pasaba por el empleo de un artefacto limpiador, entre otro utillaje, cuyo uso precisaba dos personas, normalmente un hombre y una mujer. Sólo la aceituna vareada, es decir, aquella que los hombres (vareadores) derribaban del olivo golpeando con sus varas las ramas de éste, necesitaba ser limpiada, puesto que durante el vareo, junto con la aceituna, suelen caer cogollos; no así la procedente de las recogidas del suelo.

El proceso de limpia seguía dos pasos: 1) Se iniciaba en la clara (espacios entre olivos). La acéituna derribada caía en manteos (grandes lonas puestas al efecto debajo del olivo), y el contenido de éstos se vaciaba en otro de menor tamaño, donde los limpiadores iniciaban su tarea quitando con las manos los cogollos de mayor tamaño. 2) El manteo pequeño se vaciaba entonces en espuertas y se trasladaba hasta la clara, donde se había situado la máquina llamada "limpia". En la parte superior de ésta, en la especie de cajón que forma, se vertía el contenido de las espuertas, y el hombre se situaba allí dejando caer la aceituna, ayudándose para ello de una compuerta que articulaba con una mano, mientras con la otra intentaba quitar la mayor cantidad posible de cogollo. A través del alambrado que constituye el cuerpo medio del artefacto mecánico se eliminaban los cogollos de menor tamaño, hojarasca y otras "impurezas". La mujer, arrodillada en la parte baja de la limpia con una espuerta vacía, recogía el fruto e intentaba acabar la limpieza con ambas manos. Alrededor de la limpia quedaban todos los elementos que ensuciaban el producto, mientras que éste se vaciaba en sacos dispuestos para ser llevados hasta la fábrica de aceite. Las mujeres, por su parte, no tenían necesidad de limpiar la aceituna recogida por ellas, por lo que la vertían directamente en el saco.

En la actualidad parte de este proceso ha desaparecido (sólo se ha mantenido el primer paso), como hemos dicho, con la instalación de maquinaria moderna en los molinos, repercutiendo indirectamente en la presencia de la mujer en el campo. Otras causas más o menos ligadas a ésta, como el barrido del suelo o el menosprecio que últimamente se hace de la aceituna caída del olivo (sobre todo con la extensión del trabajo "a destajo") acentúan el menosprecio de la mujer (como parte de una cuadrilla tradicional). Consecuencia de éste es que muchas mujeres se hayan visto obligadas a cambiar su trabajo tradicional como recogedoras por otro propio hasta hace poco de hombres, como pueda ser el tendido de manteos, aunque esta circunstancia no se haya extendido de forma generalizada.

En tal estado de cosas, la continuidad de la mujer es casi una imposición del hombre vareador al propietario, puesto que es frecuente que éste se niegue a trabajar para aquél si no va también su compañera. Las razones de esta actitud podemos encontrarlas en la economía y estructura familiar, cuando los matrimonios deciden aprovechar la temporada de recolección para incrementar sus ingresos, pero, sobre todo, por la proyección del mundo familiar en la cuadrilla tradicional. Como sucede en otras esferas de la vida cotidiana de las familias de Torredonjimeno, la mujer se perfila en la cuadrilla como la avitualladora de alimentos para el hombre, hecho constatable a la hora del almuerzo, cuando aquélla prepara la comida para éste antes incluso que la suya propia. Tal proyección es visible sobre todo en matrimonios de edad avanzada, aunque también en el caso de jóvenes parejas, que entienden la comida (y las labores domésticas en general) como función de la mujer.

Otro factor que permite la continuidad de la mujer en el campo lo constituye el caso de aquellas recolectoras cuya antigüedad en la misma cuadrilla les avala gran experiencia. En la aceituna, en principio, se valora sobremanera el criterio de experiencia, en virtud del cual aquellas mujeres que la han demostrado durante muchos años en la cuadrilla tienen garantizado su puesto en ésta. A pesar de ello, la presencia de una mujer experimentada en la cuadrilla, si no va acompañada de su respectivo vareador, debe estar justificada por algunos de los hombres que no tienen pareja; es decir, en una cuadrilla tradicional es imprescindible actualmente que la proporción vareadores/recogedoras esté equilibrada o, en caso contrario, que siempre sea mayor el número de aquéllos respecto al de éstas, de tal manera que una mujer que no tiene vareador propio forme pareja con un hombre que no tiene recogedora propia.

En último término, como factor de la presencia de la mujer en la aceituna, podemos señalar el criterio de eficacia racional. Este justifica no sólo a la mujer, sino a cualquier hombre cuya valía para el trabajo no está a la altura deseada. En una cuadrilla, por ejemplo, nos encontramos con algún componente que "no es muy bueno para el trabajo", en palabras de sus compañeros. Su presencia no tendría sentido sino en virtud de este criterio, es decir, si su mal trabajo no quedara compensado mediante el gasto que este individuo y su familia generan después de la recolección a lo largo del año. Se trata de una especie de sistema de reciprocidad en la economía tosiriana, puesto que esas personas mantienen un poder adquisitivo con la aceituna que posteriormente se invierte en los comercios locales, repercutiendo así en un esquema económico donde el olivo juega un papel de primer orden, casi imprescindible si consideramos que el universo aceitunero es básico en Torredonjimeno. Años de mala cosecha resienten el ritmo de crecimiento de sus comercios y actividades económicas. En definitiva, podemos afirmar que el olivo y la producción aceitera estructuran la economía de este pueblo.

EL PREDOMINIO DE LA MASCULINIDAD

La situación de la mujer, en lo que al trabajo en la aceituna se refiere, tiene un efecto práctico: es menos remunerada; mientras que el jornal o peón (6,30 horas) de un hombre fue de 4.055 Ptas. en la campaña de 1994-95, el de la mujer se limitó a 3.981 Ptas. Además sus expectativas de trabajo no van más allá de la recolección, mientras que el hombre puede trabajar durante el resto del año en otras tareas que el campo requiere (corta, cura, arado, hace suelos, abonar , etc.). Y no se debe a que la mujer no pueda trabajar; sencillamente ningún propietario pensaría jamás en contratarla, porque, se dice, no es lo propio. El trabajo (incluso el vareo) requiere -se dice tradicionalmente- una fuerza y una técnica que la mujer no tiene, pero el hombre sí.

Se puede concluir que la aceituna se ha convertido en el caldo de cultivo de la total dependencia laboral de la mujer respecto al hombre. Exalta, en cierta medida, la masculinidad en detrimento de lo femenino, y en ella el hombre refuerza su virilidad, sabiéndose heredero y transmisor de los patrones culturales de nuestra sociedad masculinizada, que sitúan al varón en la cantina y a la mujer cuidando hijos y atendiendo el hogar. Tal afirmación de la masculinidad también se pone de manifiesto con los homosexuales, dependiendo de los referentes masculinos o femeninos que éstos adopten. Si es el femenino, el homosexual gozará de amabilidad por parte de todos sus compañeros, e, incluso, podrá convertirse en un elemento institucionalizado. Si el referente es masculino-viril, los hombres de la cuadrilla sentirán repulsa hacia el homosexual. Esto permite explicar, por ejemplo, por qué los hombres sí pueden detenerse a encender un cigarrillo, mientras que las mujeres no pueden parar sin que el manijero les regañe. De ellas se espera una diligencia traducible en movimientos rápidos al trasladarse de un olivo a otro, recoger aceitunas arrodilladas en tierra y con ambas manos. Del hombre se espera una diligencia distinta: movimientos escasos y lentos, pequeñas pausas para dialogar de un abanico de temas tan dispares que van desde el fútbol hasta la difícil situación laboral, mientras que las mujeres hablan en voz baja. Después de todo, el hombre puede justificarse arguyendo que apenas si debe moverse sobre los manteos para evitar pisar la aceituna, puesto que, de lo contrario, será víctima de irónicos comentarios como "la aceituna se muele en el molino, no aquí" o "ruedas de molino son tus pies", Concluyendo, en la recolección de la aceituna se resuelve una de las muchas paradojas de nuestra sociedad: el trabajo del hombre siempre se considera más duro y a la mujer discapacitada para él. De esta forma el olivo es el elemento que perpetúa el orden social en Torredonjimeno, lo cual no quiere decir que deje de constituir el escenario donde se establece, entre otros, el conflicto de los diferentes géneros.



LA RECOLECCION DE LA ACEITUNA EN TORREDONJIMENO (JAEN)

ANTA FELEZ, José Luis y CAÑADA HORNOS, Manuel Jesús

Publicado en el año 1996 en la Revista de Folklore número 192.

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