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Sabiduría popular
Las gentes de la ciudad suelen decir que los campesinos se pasan la vida mirando a las nubes para escrutar el tiempo que hará. Hay una vieja coplilla que dice:
Siempre los labradores
están llorando:
unas veces por duro
y otras por blando.
La verdad es que no lloran los labradores cuando están pendientes del curso que toman las nubes. Lo que hacen es intentar conocer qué tiempo atmosférico se avecina, con el fin de acomodar sus planes de trabajo a las veleidades atmosféricas.
Las cosechas dependen mucho del tiempo atmosférico. Y esto no es culpa del labrador. El tiempo es factor decisivo en el desarrollo de los cultivos. Si me apuráis un poco, diré que el tiempo atmosférico influye en esto más que el propio suelo agrícola y aún más que el afanoso quehacer de los agricultores. A fuerza de una inteligente labor, a fuerza de una adecuada fertilización, a fuerza de emplear seleccionadas semillas, a fuerza de riego, si llega el caso, a fuerza de cuidados, es posible muchas veces hacer buena una tierra que incluso no era muy apta para obtener apreciables cosechas. ¿Pero quién es capaz de modificar el clima para que éste permita lograr los frutos apetecidos? Bastante hace el agricultor con procurar adaptarse al clima que rija en su región, en su comarca, y aun a veces en su término municipal.
Necesita el labrador saber muchas cosas que atañen a la labranza de la tierra, y una de éstas, quizás la más importante, es el tiempo que va a hacer. Si el agricultor pudiera conocer con antelación suficiente y con un mínimo de seguridad el próximo comportamiento de los acontecimientos meteorológicos, se evitaría muchas contrariedades, muchos fracasos. Podría preparar a tiempo ciertas labores agrícolas y hacer éstas en la mejor sazón. Esto ya sería apuntarse un buen tanto en la consecución del éxito que persigue en su aleatoria empresa. ¿Pero de qué medios dispone el labrador para predecir el tiempo que va a hacer?
Hasta el presente, el agricultor no tiene a su favor más que su permanente contacto con la Naturaleza, aprovechar este contacto para observar los fenómenos naturales y darse maña para traducir estas observaciones en experiencias. Un camino realmente científico, pero que el labrador, de un modo intuitivo, a base de corazonadas, quizás, recorre .diariamente durante años, durante generaciones, siglo tras siglo, creando, quizás sin proponérselo, una especie de código de sabiduría popular. He querido decir, un refranero.
He dicho alguna vez en letras de molde que los agricultores son una especie de poetas que además de producir trigo, vino, aceite y otras cosillas así, se dedican a observar muy atentamente los fenómenos naturales, y de sus observaciones, repetidas una y mil veces, van sacando conclusiones, que al pasar y confirmarse de generación en generación, llegan a constituir una utilísima experiencia, que según va pasando el tiempo va creando esa riquísima colección de refranes, proverbios, adagios, sentencias, dichos, ¡verdades contrastadas por el consenso de las generaciones campesinas!
Los refranes, muy especialmente los que rigen las complejas actividades de la agricultura, han llegado a constituir un auténtico cuerpo de .doctrina y han entrado a formar parte del folklore rural como una rama literaria, tradicional, costumbrista, que explica todas las incidencias de la vida de los pueblos y las gentes más entrañablemente apegadas a sus raíces.
La transmisión de los hechos observados y las experiencias
Alguien me ha preguntado si hay todavía en el campo gentes para quienes las verdades que dicen expresar los refranes son aún su pequeño evangelio profesional. Gracias a Dios, las hay. Los agricultores de nuestros días, pese a los grandes adelantos científicos alcanzados, siguen ateniéndose a sus propias observaciones y a la experiencia alcanzada por sus antepasados, contrastada su eficacia de generación en generación.
Desde que el mundo es mundo, el hombre que labra la tierra ha sabido ir de la paciente observación al rigor de la experiencia, un camino científico que nadie le ha enseñado ,pero que le ha servido para formar su propia cultura profesional.
Hoy día, el agricultor sigue observando constantemente hechos naturales, al parecer insignificantes, pero que se repiten con el ritmo de un reloj, siempre los mismos, en determinadas circunstancias, con idéntica periodicidad, y que revelan muy claramente el cariz que el tiempo va a tomar.
En el propio hogar, observa el labrador, pongo por caso, que se desprende hollín de la chimenea, que las ascuas se agarran a las tenazas; que las moscas, si es tiempo de ellas, se ponen más pesadas que de costumbre; que el gato no se sienta cara al fuego del hogar y no hace más que lavarse la cara y rascarse porfiadamente las orejas; que al perro le rugen las tripas con insistencia; que las losas del zaguán y las paredes de la bodega rezuman humedad; que el ganado en la cuadra se muestra inquieto y cocea más que suele...
Sale al corral el labrador y observa que las gallinas se espulgan con extraordinario nerviosismo, se revuelcan con cierta desazón y hasta con violencia en la ceniza del muladar, hunden su pechuga en la tierra y escarban con exagerado ardor. Ve también el labrador que las abejas se encierran en sus colmenas, y, por el contrario, las palomas abandonan su palomar y regresan para volver a salir rápidamente, en constantes idas y venidas; observa que los patos no salen del estanque y nadan con mayor viveza que de costumbre y gustan de realizar frecuentes buceos; que vencejos y golondrinas van y vienen sin cesar en vuelos bajos, casi a ras del suelo a veces...
En el campo, el labrador no puede menos de pararse a mirar cómo atraviesa el camino una interminable hilera de hormigas; cómo ciertas hierbas se enroscan o presentan alteraciones en su natural color; cómo las ranas cantan "alzando el gallo" como retadoras, y los sapos salen de sus agujeros y pululan por la tierra; cómo los pájaros, principalmente los gorriones, se ponen tristes y mantudos; cómo los sarmientos de la vid "lloran"; cómo las arañas trabajan con inusitado afán; cómo las campanas de la iglesia lugareña se oyen en el campo, a grandes distancias...
El labrador, en fin, advierte que se le agudizan las neuralgias, o que le vuelven los dolores reumáticos, o que el oído, o que un callo...
-No se ría usted, amigo, pero mi pierna es un barómetro que no falla.
Con éstas y con otras señales por el estilo, los agricultores están en que se avecina un tiempo de lluvias. Y por si acaso, toman sus medidas en relación con sus trabajos en el campo.
De una manera análoga fundan su pronóstico en sentido contrario, o sea, que no va a llover, al menos de inmediato. De manera que si observa que los pájaros se muestran alegres, o bien más alegres que de ordinario; si estas avecillas se mueven en el espacio con claras muestras de alborozo, es decir, más parlanchinas e inquietas que suelen; si vuelan altos vencejos y golondrinas; si los patos, gallinas y palomas se muestran remolones en sus movimientos; si las moscas vuelan después de la puesta del sol y los murciélagos después de anochecido; si las abejas y las avispas madrugan y dan señales de extraordinaria actividad; si... ¿A qué seguir? Son señales, al parecer, inequívocas de que se avecina un tiempo seco y bonancible.
Bueno, y todas estas observaciones y experiencias las expresa el labrador luego en refranes, en dichos populares, y los escritores en libros... Libros que, como ha dicho alguien, "nadie ha escrito", pero que todos sabemos, y más que nadie, los propios agricultores que han ido transmitiéndolos de boca en boca, de generación en generación, y que los tienen como "cosa cierta", expresada, además, con un agudo sentido de realidad y hasta con un candoroso estilo, breve, apretado, riguroso...
-¿Ya estamos de sementera, tío Lucas?
-¡Así parece, amigo!
-¿No es un poco pronto?
-¡Nunca es pronto, si la dicha es buena! Pero no sé si usted sabrá, don Evencio, y usted disimule si le digo lo contrario, que la siembra hay que hacerla pronto.
-¿Y en qué se funda usted para ello, tío Lucas?
-Pues le diré a usted. Yo, más que nada me guío por lo que voy viendo año tras año, pero también por lo que han dicho los antiguos por medio de refranes. Y el refrán dice que "poda tardío, pero siembra temprano", porque, como dice otro refrán, "si lo temprano a veces miente, lo tardío, siempre".
-Pero tendrá que esperar a que llueva, ¿no? Sembrar en seco es dar ocasión a que los pájaros se coman la simiente.
-Algo se comerán, no digo que no, pero ya dice el refrán que "por miedo a los gorriones, no dejes de sembrar los cañamones". De todos modos, "más vale sembrar en seco que hacerlo tarde". Tengo muy presente que mi abuelo Gerardo decía: "Agua esperé y tarde sembré. ¡Sabe Dios lo que cogeré!". Mire usted, don Evencio, "por más que no haya sazón, retardarla no es razón", aconseja otro refrán. Hay otro que dice que "siembra temprana, cosecha galana". Hay que tener en cuenta, ¿sabe usted?, también la proximidad del invierno, y si se siembra pronto, "al llegar invierno helado, está ya el trigo enraizado". O sea que la siembra temprana se libra de los rigores del invierno. Por algo, el primer aviso lo dan las arañas. Jamás verá usted que las arañas se pongan a hilar en el campo a comienzos del otoño si en la atmósfera no hay buena disposición para que el trigo germine.
-Eso valdrá para el trigo, pero hay otras siembras...
-Sí, señor. Ya sé por dónde va usted. Pongo por caso, el garbanzo. En Castilla se siembra a últimos de abril. Ya lo dice el refrán: "Por San Marcos, el garbanzal, ni nacido ni por sembrar". La cosa varía, naturalmente, en otras regiones. Por ejemplo, más abajo, allá por Andalucía, se dice "Por San José, el garbanzal, ni nacido ni por sembrar".
Refranes para todo
-¿Pero sólo hay refranes para señalar la época de la siembra?
-No, señor. Los hay para todo cuanto se refiere a todas las faenas agrícolas. Tenga usted en cuenta que el Refranero agrícola reúne unos seis mil refranes, o algo más. De ellos, solamente los que se refieren a la conveniencia de que llueva o no llueva, según las épocas, y a las señales de que viene tiempo seco o lluvioso, hay más de un millar de refranes. Le diré algunos ejemplos: "A invierno lluvioso, verano abundoso". "Bien que llueva y no diluvie, que el diluvio lo destruye". "Agua de aguacero, más daño que provecho". "Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso". "Cuando marzo mayea, mayo marcea". "Lluvia por Santa Bibiana, lluvia durante siete semanas". (Santa Bibiana es el dos de diciembre). En Andalucía creo que dicen: "Si llueve por la Ascensión, cuarenta días de lluvia son". La relación entre lluvias y vientos también la tiene muy en cuenta el refranero: "Viento solano, agua en la mano", dicen en Extremadura, si bien algunos añaden: "en invierno, que no en verano". En Aragón dicen: "Aire serrano, el agua en la mano". En Castilla, "Viento solano, agua en la mano, en invierno, que no en verano". Llaman viento serrano al que viene de donde sale el sol. Dice también el refranero que "cuando la perdiz canta, nublado viene"; pero suele añadirse que "no hay más señal de lluvia que cuando llueve". El refranero avisa que "lombrices a flor de tierra, lluvia venidera". No siempre las lluvias favorecen al campo. Por algo hay un refrán que dice que "Lluvia por San Juan quita vino y no da pan". Y "agua por Santa Rita, todo lo quita". En cambio, hay cientos y cientos de refranes que auguran buenas cosechas si las lluvias de enero, febrero, marzo, abril y mayo vienen a su tiempo y sin violencias de tormentas.
Y el bueno de don Atanasio, el curica del pueblo, le decía un día al tío Lucas:
-Por lo que veo, ustedes, los labradores, tienen refranes para todo...
-Sí, señor. Pero también ustedes, los sacerdotes suelen tener los suyos, pues yo recuerdo que el señor cura que había en este pueblo antes de usted, un señor ya muy viejecito, solía dolerse entre amigos de lo poco generosas que eran con la Iglesia las personas que más amigas parecían, para que usted entienda mejor, las que solíamos llamar "las más beatas" del pueblo. No salían de la iglesia, es verdad; asistían a todos los actos, misas, rosarios, novenas, procesiones, ¡a todo! Pero eran, al parecer, las que menos ayudaban a la parroquia, y aquel buen señor cura, don Anacleto, o don Cleto como le decíamos, solía decir medio en bromas, medio en serio, hablando de esas personas: "Muchos Padrenuestros y Credos, pero los cuartos quedos". Los "cuartos", ¿sabe usted?, eran los dineros, para que usted entienda.