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INTRODUCCION
Entre la gran variedad de plantas que puede encontrarse en el mercado, no es frecuente hallar especies que, por su tradicional cultivo, hemos venido a denominar, equívocamente, autóctonas. Son esas plantas de maceta, frecuentemente de interior, con todo su ritual de siembra que aún hallamos en las umbrías dependencias de las casas mallorquinas ubicadas en pueblos del interior de la isla no excesivamente contaminados por la aculturación causada por el efecto turístico.
Las especies más cultivadas, plenamente interpretadas en el paisaje doméstico, proceden del continente americano y del Extremo Oriente y llegaron en los barcos que desde el siglo XVII realizaban viajes de comercio intercontinental siguiendo las rutas mediterráneas en cuyo itinerario ocupan un lugar preeminente las Islas Baleares, con los dinámicos puertos de Alcúdia, Sóller i Palma, en Mallorca, el de Mahón en Menorca y el de Ibiza en aquella isla.
Por citar algunas de las especies de entre las más apreciadas mencionaremos la begonia (Begonia rex, Begonia semperflorens) procedente de las Indias Orientales y de América, de las que se contabilizan hasta trece variedades de bellísima apariencia; la hortensia, planta saxifragácia de la especie Hydrangea hortensia, originaria del Extremo Oriente; el alhelí, del género Matthiola y Cherantus, o la albahaca (Ocimum basilicum) cuya etimología, al-habaqa, nos sugiere claramente la transmisión que de esta planta procedente del sur de Asia, nos legaron los árabes.
Con su permanencia, se ha conservado igualmente un ancestral conocimiento del lenguaje de las flores incomprensible fuera de otro marco que no sea el del propio mundo rural. Desde obsequiar con un ramillete atado con una cinta cuyo color variaba según la intención de quien lo ofrecía (uso muy arraigado hasta la primera mitad de nuestro siglo) hasta la costumbre de no tener flores ni macetas en las casas con luto reciente, en torno a las plantas giran motivaciones, modas y tradiciones que van mucho más allá de la simple acepción de jardinería.
Fuertemente vinculado al puro sentido estético, hallamos un sentimiento esotérico y mágico relacionado con las plantas y su significación en el acervo cultural insular. No cabe duda de que la superstición juega un destacado papel, pues Mallorca, después de Ibiza, es isla de extenso historial mágico. El hecho geográfico de las Baleares y su enclave en el mar de las primeras culturas netamente occidentales, le confieren un caudal histórico y cultural que se alimenta en las fuentes clásicas y en todas las sucesivas dominaciones que se han registrado a lo largo de los siglos.
El solsticio veraniego lleva aparejado un bagaje creencial que se inicia en el paganismo (Grecia y Roma en los orígenes) y se transforma (sólo en el nombre) con la cultura cristiana. Ritos mágicos y animistas que prevalecen residualmente en las fuentes orales y en la pervivencia, cada vez más débil, de prácticas esotéricas. Uno de los mayores exponentes de estas creencias de origen indefinido se relaciona con el helecho (Plypodium Phegopteris), planta de la familia de las polipodiáceas de la que se dice que florece, madura y desprende su semilla en la noche de San Juan. De ahí que resulte imposible obtener semilla de esta planta, amenos que se siga el siguiente ritual: deberá doblarse una sábana de lino en nueve pliegues y colocarla, antes de la media noche, bajo la planta de helecho. A la hora bruja, cae la semilla sobre la sábana con tal fuerza de penetración que atraviesa los pliegues y se queda entre el octavo y el noveno. De ahí hay que cogerla e introducirla inmediatamente en un tubo de plata. Al salir el sol la semilla se habrá convertido en un duende dispuesto a satisfacer los deseos de su amo durante un año.
Muchas de las costumbres que aún prevalecen en algunos pueblos de Mallorca, tienen su origen en la fenomenología de la superstición. No podía sustraerse a esa consideración la jardinería popular que conserva la creencia en la beneficiosa influencia de algunos santos "jardineros" a quienes se encarga, sin el menor escrúpulo, la difícil misión de hacer que un injerto prenda o que impidan que los insectos acaben con un plantel, hasta lograr una floración abundante y olorosa de las matas de claveles.
En este panel insólito también ocupa el primer lugar San Juan, que en la madrugada mágica de su fiesta está más solicitado que ningún otro. Cualquier manipulación que en este día se efectúe en las plantas, cuenta con la protección del santo, según la enraizada creencia popular.
San Rafael sigue de cerca al santo veraniego en cuanto a celestiales encomendaciones jardineras; desde tiempo inmemorial, lo que confirma la conexión con los ritos paganos que siempre han coincidido con el cambio de estaciones, sin que por supuesto las modificaciones en el santoral hayan cambiado la práctica, las hortensias (esos increíbles arbustos que presentan floraciones de hasta sesenta y setenta pompones y que dan ese aspecto único y sedante a las antiguas casonas payesas) se podan el día de San Rafael, el veinticuatro de octubre, no antes ni después. Con ello se asegura que no se pudrirá el tronco y que la floración será de flor por tallo.
Ampliando un poco el tema sugestivo de la hortensia (que debe su denominación a una dama del mismo nombre a quien el naturalista Commerson se la dedicó), digamos que en tiempos en que las vistosas procesiones del Corpus recorrían las principales calles de los pueblos, era deber inexcusable que todas las casas que comprendía el itinerario, abrieran de par en par sus puertas manteniendo en su interior una vela encendida o una lámpara de aceite. En el dintel se colocaban las mejores macetas de esta planta mimada en la jardinería rural, que la dueña de la casa había cultivado con ese fin. Era una sana rivalidad la que motivaba a las vecinas a cuidar durante todo el año (guardando sus secretillos) aquellos tiestos que con su lustrosa y florida presencia saludaban el paso de la procesión.
No podemos ocultar que en más de una ocasión, entre cantos y oraciones, la fragante y llamativa presencia de las hortensias distraía a los concurrentes arrancando murmullos de admiración que sólo la severa presencia del sacristán, caminando arriba y abajo de la comitiva, conseguía acallar.
EL LENGUAJE DE LAS FLORES
Nuestras abuelas conocieron y disfrutaron aquella hermosa costumbre del lenguaje de las flores. Cuando el interés por una joven movía a los mozos del pueblo a dirigirse a ella, no podía utilizarse la simple gracia de la palabra, es más, era de muy mal gusto hacerlo sin haber obtenido antes autorización de la pretendida. Por otro lado, contribuía a mantener las distancias la presencia firme de la llamada "carabina" o dama de compañía junto a las jóvenes de buenas familias. Era necesario pues servirse de medios más sutiles para atraer la atención de la joven. El más conocido fue sin duda el de mandar flores.
A través de una persona interpuesta, el galán enviaba a su admirada un ramo de flores atado con una cinta verde. Si la joven accedía al cortejo, le devolvía un pañuelo atado con la misma cinta; en caso contrario le devolvía sólo la cinta, entonces el joven mandaba otro ramo con una cinta de color negro que simbolizaba el dolor por el rechazo. El Cancionero Popular refleja ampliamente estas prácticas. De él seleccionamos algunas muestras que ayudarán a ilustrar el texto:
Com es ramell m'enviares,
estava sense consol.
Seda negra m'hi posares
i amb aixó em demostrares
que en no veure'm duies dol.
(Cuando el ramo me enviaste / yo me quedé sin consuelo./ Seda negra me mandaste / y con ella demostraste / que al no verme sientes duelo).
Si la joven se ablandaba, le enviaba, siempre a través de la misma persona, un ramillete atado con una cinta de seda blanca.
Seda blanca és esperanza
que envíen a un fadrí.
Jo la voldria tenir
i en Déu la confiança.
(Seda blanca es esperanza/ que aun soltero se le
envía./ Tenerla yo bien querría / y en Dios la confianza).
En algunos pueblos de montaña eran mujeres con buenas dotes de "glosadora" las que hacían este peculiar servicio de correo. Famosa fue "madò Tremeda" de Alaró (Mallorca) quien llevó numerosos ramos y asistió como invitada de honor a muchas bodas de parejas que iniciaron su relación de este modo.
Aquest ramell vos envia
el qui bona amor vos té
un mestre picapedrer
qui pensa en vos nit i dia.
I m'ha dit que si sabia
que el sol la salut vos priva,
a dins poc temps ell faria
teulada en el sementer.
(Este ramo os envía / quien buen amor os profesa / un maestro albañil / que en vos noche y día piensa./ Y dice que si supiera / que el sol de salud os priva / en poco tiempo un tejado / en el campo os construiría).
A parte del color de la cinta, que como hemos visto era importante, tenían su propio lenguaje las flores y plantas.
Anant a Lluc, vaig collar
una mota de falguera
per donar a s'amor primera
que en aquest món vaig tenir.
(Una plantita de helecho / para ella en Lluc cogí / primer amor que en mi pecho / y en el mundo, conocí).
Así el helecho, significaba para la joven que lo recibía que ella era la primera en la lista de preferencias del galán. La rosa era la flor que el novio entregaba a la novia cuando ya tenía "entrada" a la casa. El arrayán (Mirtus Commnunis) significa amor perdido:
Es ramell que han enviat,
Jaume, és estat de murta.
Amb tot que siga amor fuita
aixímateix l'he apreciat.
(El ramo que me has mandado / Jaime, ha sido de arrayán / aunque es amor que se va / aún así, lo he apreciado).
Vetaquí un brot de murta
collit de la meva mà
per veure si et tornarà
aquella amor que t'ha fuita.
(Te ofrezco un brote de mirto / que con mi mano he cogido / para ver si volverá / aquel amor que se ha ido).
La albahaca (Ocimum Basilicum) se enviaba para acompañar algún recitado de disfrazado contenido erótico:
Madó Bet, s'aufabaguera
se na Rosa, ja fa olor,
des que li han donat conror
de terra llucmajorera.
(Señora Isabel, la albahaca / de Rosa ya desprende olor / desde que la han abonado / con tierra de Llucmajor).
Lo mismo se atribuye al envío de claveles:
La meva sang donario
colada dins un ribell
per regar es teu clavell
si falta d'aigo teni.
(Colada de un librillo / toda mi sangre daría / para regar tu clavel / si falta de agua tenía).
La ajedrea (Satureia Hortensis} representaba para quien la recibía la confirmación de que era objeto de engaño. Violetas, significaban el testimonio ardiente del amor.
Pero no sólo en las relaciones amorosas se utilizaban las flores como lenguaje; otro interesante capítulo donde encontramos este modo de comunicación es en las tareas del campo, hoy ya casi perdidas. Cuando el auténtico pulso de la vida mallorquina latía en el campo, con las épocas de siembra, siega, vendimia, etc... llegaban las correspondientes celebraciones. Para cada tarea había una fiesta en la que no faltaban recitados, bailes, música de gaita y tamboril y canciones picantes.
En este contexto, las jóvenes que querían ser obsequiadas con una "sonada" de gaita y tamboril ofrecían a los segadores solteros un ramo de espigas de trigo:
He segat vint-i-un dies
i no m'has fet cap ramell.
Devers la Mare de Déu
no sentiràs xeremies.
(He segado veintiún días / y no me has dado ni un ramo./ En el día de la Virgen / las gaitas no habrán sonado).
También en época de esquileo, la hija mayor soltera de la finca obsequiaba con un ramillete de flores al esquilador más hábil de la cuadrilla, indicándole con ello que el día del banquete de fiesta que señalaba el fin de la esquilada, podría sentarse a su lado y bailar con ella.
Con lo que hemos referido hasta este momento en torno al lenguaje de las flores, no hemos conseguido más que apuntar un vasto tema sobre el que podríamos extendernos mucho más. Creemos, no obstante, haber contribuido a fijar suficientemente la atención sobre más creencias ligadas a simbolismos ancestrales de evidente lirismo a menudo repetidos en los grandes argumentos de la literatura popular universal.
La versión local de cuentos y leyendas populares se presenta bajo el título de "Rondaies mallorquines". A lo largo de los veinticuatro tomos que recogen los viejos cuentos que se ocupó en recoger el ilustre folklorista Mn. Antoni Ma. Alcover, persiste el lenguaje simbólico de las flores en formas de encantamientos, virtudes, curativas, filtros amorosos, etc... que dan idea de la riqueza argumental de la flora y su vinculación a factores antropológicos de profundo significado esotérico.
De las virtudes curativas de las plantas, de los filtros mágicos obtenidos de sus flores y frutos y del extenso caudal de creencias supersticiosas que se nutren del acervo dejado por el paso de muy diferentes culturas queda, diluyéndose en las islas, la preservación de hábitos que nos sorprenden cuando los oponemos a una sociedad tecnológicamente avanzada que, paralelamente a la conservación del tesoro etnológico, se prepara para el cambio de milenio.
Apuntado queda pues uno de los temas que nos permitirá exponer en próximos trabajos la otra cara de un pueblo, cuya idiosincrasia queda muy lejos de la imagen tópica turística e impersonal que acompaña a la superficial visión que de esta comunidad ofrecen los mass-media.
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BIBLIOGRAFIA
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