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Creo que fue Menéndez Pelayo el primero que supo destacar las notables cualidades de José María Blanco White como escritor costumbrista. A pesar de la enemiga ideológica que le profesaba el ex-clérigo, don Marcelino elogió sin reparos esta dimensión de las Letters from Spain: "si las cartas de Doblado se toman en el concepto de pintura de costumbres españolas, y sobre todo andaluzas, del siglo XVIII, no hay elogio digno de ellas [...]. Nunca, antes de las novelas de Fernán Caballero, han sido pintadas las costumbres andaluzas con tanta frescura y tanto color, con tal mezcla de ingenuidad y de delicadeza aristocrática [...]. Hoy mismo pasan por cuadros magistrales el de la corrida de toros, que no ha superado Estébanez Calderón ni nadie, el de una representación de El Diablo Predicador en un cortijo andaluz, el de la profesión de una monja y el de las fiestas de Semana Santa en Sevilla; cuadros todos de opulenta luz, de discreta composición y agrupamiento de figuras, y de severo y clásico dibujo" (2). Aunque más recientemente otros críticos (3) han llamado la atención sobre este aspecto de la obra de Blanco, e incluso ya Correa Calderón lo incluyó en su conocida antología (4), todavía resulta raro citarlo entre los costumbristas, tal vez porque las diferencias oculten las semejanzas.
Formalmente, las Letters from Spain cumplen los requisitos o marcas de género: el uso del pseudónimo -Leucadio Doblado-, el hecho de aparecer primeramente en la prensa periódica -durante el año 1821 en The New Monthly Magazine-, la enunciación en primera persona, el (aparentemente) leve andamio de una ficción vicaria... También, en cuanto al contenido, repasa Blanco los que habrían de ser los tópicos del género: diversiones y fiestas populares, la comida, el vestido, la casa, la religiosidad popular,... en suma, todo el amplio teatro de la vida cotidiana de los españoles (5).
La crítica ha insistido en que lo que separa a Blanco del costumbrismo que harían Mesonero Romanos, Estébanez o Larra -la famosa tríada- en los años treinta son principalmente los fines. Cabría añadir que lo que inicialmente le diferencia de ellos es el público para el que escribe, de habla inglesa en el caso de Blanco. Escribir para ingleses resultó en la práctica una ventaja para el costumbrismo literario de Blanco, pues tuvo que describir las cosas con enorme minucia y claridad para que aquellos lectores suyos de entonces pudieran hacerse una idea cabal de aquello que se les contaba, lo que no podemos sino agradecer los lectores de hoy, incluidos los de lengua española (6). En cuanto a la intención, ya es evidente que la de Larra es muy diferente a la de Estébanez o a la de Mesoneros, lo que conlleva diferencias no sólo estilísticas sino de fondo. Larra renuncia al pintoresquismo, a la observación pormenorizada del detalle físico, material o ambiental -procedimientos tan queridos y usados por los dos escritores antes citados-, porque, a diferencia de ellos, su propósito es satírico y moral, y su alcance el propio de un reformador de las costumbres. En este sentido, Blanco está mucho más cerca de un Larra que de un Mesoneros o un Estébanez, pues le mueve también un propósito político, en su caso centrado en la denuncia del fanatismo religioso, denuncia que busca obtener consecuencias prácticas: "La lucha -escribe en la carta VII- será larga y desesperada, y es probable que ni esta generación ni la siguiente vean su fin. Pero permítame que me anime la idea de que, con la exposición de los efectos malignos del actual sistema, estoy contribuyendo, aunque sólo sea un poco, a su destrucción final: sólo este pensamiento me puede animar a seguir adelante" (7). Pero, a diferencia de Larra, Blanco no teme caer en las descripciones minuciosas incluso de objetos. Véase, como ejemplo, esta descripción (a la que podrían sumarse las que hace del brasero de cisco, de la zambomba navideña o del modo de rasguear la guitarra) que hace de un candil: "La iluminación de la sala consistía en un candil, tosca lámpara de hierro fundido colgada de un gancho de una pieza de madera en posición vertical, que a su vez está sostenida por un taburete de tres patas, todo ello de madera de pino al natural" (V. 158). Blanco, como después será usual entre los costumbristas españoles, se revuelve contra la superficialidad o la deformación de las observaciones de los viajeros extranjeros (véase lo que dice en la Carta X, p. 254), pero, a diferencia de la mayoría de los costumbristas románticos, no intenta establecer un estático o metafísico supuesto "carácter nacional" de los españoles. En una importante declaración de principios que sitúa en su segunda carta, escribe a este propósito:
"Tendrá que perdonarme usted por haberme abstenido de trazar un cuadro del carácter nacional de los españoles. Siempre he considerado tales descripciones carentes de sentido [...] El poder de observación del hombre no puede ser al mismo tiempo tan preciso y tan extenso, tan minucioso y tan general, como para permitirle incorporar los rasgos particulares de millones de seres en un solo ser abstracto que contenga los de todos ellos. Sin embargo, esto es lo que intentan la mayoría de los viajeros tras unas pocas semanas de estancia, y lo que estamos acostumbrados a esperar desde la primera vez que pusieron en nuestras manos un manual de geografía" (8).
Aunque se puedan considerar como precedentes lejanos de las Cartas de España las Lettres persannes de Montesquieu o las Cartas Marruecas de Cadalso, lo cierto es que el texto más cercano del que partió Blanco fueron las Letters from England, publicadas a primeros de siglo por Robert Southey, quien en ellas describe y critica su propio país desde la perspectiva de un visitante extranjero, en este caso español. El libro de Southey constituye un demoledor ataque a las consecuencias sociales de la industrialización. Blanco no podía criticar esto en España, país atrasado en el que la revolución industrial aún no había tenido lugar, y por ello el objeto de sus críticas es sobre todo el oscurantismo y la intolerancia del Antiguo Régimen, vivo todavía en España. Hay otras diferencias: Southey escribe exclusivamente para sus compatriotas; Blanco, español, escribe para ingleses. Pero esta diferencia se nos antoja accidental, al menos a la postre, porque tanto el libro de Southey como el de Blanco fueron luego publicados en otros países y leídos por lectores distintos a los primitivos destinatarios de sus primeras ediciones. Y aún puede decirse que los lectores ingleses de Blanco eran, de alguna forma, "como" los españoles del futuro, ese futuro en el que España saldría de su atraso para incorporarse al conjunto de las sociedades burguesas industrializadas. En este sentido, "la pequeña parte de ficción" que contienen las cartas, es decir, el hecho de que el relator sea un sacerdote español que vuelve a España tras una larga estancia en Inglaterra, constituye un recurso algo más que retórico para enfrentar modernidad y atraso, progreso y estancamiento, hogaño y antaño en la terminología de los costumbristas posteriores. Además, este recurso -que va más allá de la mera oposición cronológica- permite superar el cuadro de costumbres estático, meramente descriptivo o evocador, para adentrarse en los terrenos de la toma de conciencia, de la perspectiva histórica general, de la conflictualidad esencial de nuestro siglo XIX, tal como la vieron un Larra o un Galdós.
En las Cartas de Blanco nos podemos encontrar tanto con escenas como con tipos, pero tanto unas como otros aparecen, no por simple pintoresquismo, sino dentro de ese proceso de toma de conciencia al que nos referimos. Sin dejar de "asegurar al lector la autenticidad y veracidad de todas las circunstancias mencionadas en su libro", Blanco apunta claramente en el prefacio a la primera edición que la piedra fundamental de su edificio es la pintura de la situación moral de su país, empeño al que se subordina todo otro elemento pintoresco o folklórico:
“En efecto, la pequeña parte de ficción que contienen estas Cartas puede suscitar la duda de que tal vez la fantasía del escritor y su deseo de impresionar a los lectores exagere o colore los bocetos de las costumbres y opiniones con los que el autor describe la situación moral de su país [el subrayado es mío, E. B] en el período inmediatamente anterior al actual y que coincide en parte con la invasión francesa".
En medio de una descripción pormenorizada del atavío de las mujeres españolas, y del empleo del abanico, Blanco incluye una aparente digresión:
((Pero nuestra enfermedad es la más horrible y compleja que jamás haya hecho presa en las entrañas de la sociedad humana. Con algunas de las cualidades más nobles que un pueblo pueda poseer -usted me excusará este involuntario arranque de parcialidad nacional-, estamos peor que degradados, nos encontramos depravados por aquello mismo que debería servir para alimentar y promover todas las virtudes sociales. Nuestros corruptores, nuestros mortales enemigos son la religión y el gobierno".
El comentario permite observar no sólo el patriotismo de Blanco, lo que ni excluye ni se opone a su admiración por Inglaterra, sino también la coherencia doctrinal que hilvana los más minuciosos o brillantes bocetos costumbristas de sus Cartas. Aunque no siempre estas digresiones conllevan crítica social, como en el caso de la descripción del rosario de la aurora (VI, 174), que Blanco apostilla con un comentario bien sensible hacia determinadas tradiciones populares.
“Existe en nuestros pueblos la antigua costumbre de despertar a los trabajadores antes del alba para que tengan tiempo suficiente de prepararse para sus labores, especialmente cuando han de ir a los sembrados, que con frecuencia está a seis u ocho millas de sus casas. Sólo la religión ha sido capaz de mantener esta costumbre [...]. Me ha gustado siempre mucho escuchar desde la cama el efecto de la esquila y la voz y no me ha gustado menos el coro completo de la procesión que viene después. El canto, algo monótono, armoniza admirablemente con la tranquilidad de la hora y, sin apartar completamente el suave y ligero sueño de la mañana, ahuyenta del alma las ideas de soledad y silencio susurrando la proximidad de la vida y la actividad que vuelven con el nuevo día".
Otras veces, sin embargo, aunque no sea de manera explícita, no deja Blanco de mostrar sus reservas, o claramente su repugnancia ante determinadas prácticas de la piedad popular. Así, por ejemplo, cuando describe las prácticas y ritos funerarios de los que fallecen antes de cumplir los siete años, moralmente irresponsables según la teología católica:
"Consiguientemente, la muerte de un niño es motivo de alegría para todos, excepto para aquellos en cuyos pechos la Naturaleza habla demasiado alto como para que su voz pueda ser sofocada con argumentos teológicos. Los amigos que visitan a los padres contribuyen a aumentar su dolor al felicitarlos por haber acrecentado el número de los ángeles. La frase usual en estas ocasiones es ¡Angelitos al cielo!, duro cumplimiento que nunca deja de arrancar nuevas lágrimas de los ojos de una madre".
Si el poético fingimiento de las Cartas marruecas de Cadalso consistía fundamentalmente en la perspectiva de dos algo exóticos corresponsales marroquíes, el sacerdote católico español con experiencia inglesa de Blanco dota de mayor verosimilitud a su libro. Con su sacerdote podían identificarse muchos españoles conscientes -hubieran viajado o no al extranjero- del atraso de su país y de las causas que lo motivaban. En definitiva, a lo que Blanco contribuye es a crear "un sujeto colectivo y su memoria" (9), empeño que sólo bastante después remataría Galdós, y de manera coral, en sus Episodios Nacionales. Ciertamente, no fue Blanco el único en utilizar la autobiografía como engarce de contenidos costumbristas. Aparte del conocido caso de las Memorias de un setentón de Mesoneros, puede citarse el caso del Bosquejillo de la vida y escritos de José Mor de Fuentes. Pero la autobiografía de Blanco es ficticia (la real la escribirá más tarde, con el título de "Memoirs of the Rev. Joseph Blanco White (1775-1836)" (10), lo cual acerca las Cartas de España al género novelístico. En todo caso, el resorte configurador del texto resulta de la viva conciencia de estarse produciendo un vertiginoso cambio histórico (el que desencadena el proceso de solapamiento de guerra y revolución entre los años 1808 y 1814), entre un ayer y un hoy y, en el caso de Blanco, también de un mañana presentido y deseado.
Esta determinada construcción o hilván de las páginas costumbristas de las Cartas del Doblado, aneja a la intención con que fueron escritas, es lo que radicalmente diferencia a Blanco de un Mesonero Romanos, y lo que sitúa su costumbrismo a un determinado camino de la encrucijada. Parece oportuno traer a colación aquí lo que a propósito de Mesoneros escribía Leonardo Romero Tobar: "Lo que Mesoneros evitó de modo perseverante fue la complicación traída por una peripecia sostenida [...]. Lo que hay detrás de las resistencias de tipos desarrollados al socaire de una peripecia es un rechazo del análisis en profundidad de los problemas vividos por la sociedad contemporánea [...]. El prefirió atenerse a la imitación directa con prescindencia de las virtualidades dramáticas existentes en el mundo que él observaba y reproducía [...]. En mi opinión -y para concluir-, la negativa al tema político en la redacción de las Escenas estriba en la mímesis a mitad de camino, iniciada en el registro de los personajes pero detenida en la exhibición de los conflictos" (11). Esto es sin duda a lo que Montesinos se refería cuando habló de la superficialidad moral del costumbrismo (12).
El costumbrismo decimonónico, aparentemente independiente en su forma de cuadros o escenas que aparecen en los periódicos, era en realidad un género fronterizo, que pronto se deslizaba a otros terrenos: la historia, el ensayo, el folklore, la autobiografía, el libro de viajes, la novela... Muchas de las páginas del Semanario pintoresco o de Los españoles pintados por sí mismos no son hoy así más que materiales para el trabajo de folkloristas, antropólogos o historiadores. Muchas de las páginas de Mesoneros -y de sus recuerdos personales- le sirvieron a Galdós como materiales de construcción de las novelas históricas de sus Episodios Nacionales. Las Cartas de España de Blanco se siguen hoy leyendo por sí mismas, como los artículos de Larra. No excluye esto el valor folklórico o histórico de las Cartas, que es incluso superior al de otros escritos más convencionalmente costumbristas, como los de Estébanez. "Curioso folklorista avant la lettre" le llama Leonardo Romero Tobar (13), a causa de los pormenores sobre juegos de niños, carnavales, fiestas religiosas y civiles, antropónimos, usos y costumbres domésticos, etc. que Blanco acumula en su obra. Pero también y, sobre todo, la literatura como autoconciencia de la humanidad, y en este caso como autoconciencia española, está mejor representada en las Cartas de Blanco que en las Escenas andaluzas o el Panorama matritense. Entre otras cosas, porque la vida popular está en Blanco incorporada a la Historia con mayúsculas, porque lo histórico y lo intrahistórico se engarzan, porque la vida cotidiana no aparece como un compartimento estanco al margen del fluir de la Historia, porque lo popular y "costumbrista", en suma, no se relega al ghetto de lo meramente pintoresco.
Blanco, pues, fue el primero -cronológicamente hablando- de nuestros costumbristas decimonónicos, incluso si reservamos esta denominación para la forma canónica del artículo periodístico, pero también el que mejor alcanzó la síntesis de posibilidades en que el costumbrismo consistía. A ello no fue ajeno el horizonte intelectual que le abrió su autoexilio británico, pero esto, como es lógico, no habría sido bastante de no mediar su talento personal como escritor. La aportación más significativa de las Cartas de España, sin embargo -y más allá de la plasticidad o el color de sus escenas populares- radica desde nuestra perspectiva en constituir uno de los pocos casos de armónica fusión entre Ilustración (y empleo este término con un alcance mayor que el simplemente cronológico) y Tradición, o entre Razón y Costumbre, de reconciliación entre la vida popular y el programa de modernización de España que enarbolaron los liberales y progresistas españoles de nuestro siglo XIX, algo que resultó siempre conflictivo a lo largo del siglo XVIII y que aún hoy dista mucho de haberse consolidado como consenso definitivo e irreversible entre nuestra intelligentsia actual. En suma, lo que algunos gustan de llamar el "romanticismo liberal" (particularmente, creo que se trata de términos irreconciliables, pero no es momento de explicar por qué) tuvo en Blanco a uno de sus adalides más tempranos y señeros.
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NOTAS
(1) El presente artículo es una versión corregida y aumentada de la comunicación que presenté al congreso sobre "El costumbrismo romántico", organizado por el Centro Internacional de Estudios sobre el Romanticismo Hispánico, durante marzo de 1996 en Nápoles. Ya aceptada, obligaciones profesionales me impidieron asistir y, por tanto, que fuera recogida en las Actas de dicho congreso. Agradezo ahora a la Revista de Folklore su hospitalidad para estas líneas, y que me haya brindado además la oportunidad de revisar y ampliar el texto primitivo para su publicación en estas páginas.
(2) Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, 1965, edición nacional, VI, pp. 191-192.
(3) GARCIA CASTAÑEDA, Salvador: "Costumbristas españóles en Inglaterra: observaciones sobre la obra de Blanco White, Valentín de Llanos y Telesforo de Trueba y Cossío" en Actas del VII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, pp. 501-503, y ROMERO TOBAR, Leonardo: Panorama critico del Romanticismo español, Madrid, Castalia, 1994.
(4) CORREA CALDERON, Evaristo: Costumbristas españoles, Madrid, Aguilar, 1950, 2 vols.
(5) Sobre las marcas del género, cfr. ROMAN, Isabel: "Hacia una delimitación formal del costumbrismo decimonónico", en Philología hispalensis, Año III, vol. III, fasc. I, pp. 167-179.
(6) Para la confrontación y repercusión inglesa de las Cartas, cfr. ALBERICH, José: "Las Cartas de España de Blanco White y los viajeros ingleses de la época", en Archivo Hispalense, nº 231 (1993), pp. 105-126.
(7) Cito siempre por la traducción al español de Antonio Garnica, José Blanco White, Cartas de España, Introducción de Vicente Lloréns, traducción y notas de..., Madrid, Alianza, 1972.
(8) "Los fallos, la ineficiencia, el atraso intelectual del país -interpreta acertadamente Vicente Lloréns en el prólogo de la traducción española de las Cartas-, no se deben al carácter de los españoles ni a ninguna especie de inferioridad, sino al sistema político y social en que tienen que vivir...".
(9) ZAVALA, Iris M.: Romanticismo y Realismo. Primer Suplemento, en Francisco Rico, Historia y critica de la literatura española, Barcelona, Crítica, 1994, p. 11.
(10) Hay traducción española, Autobiografía de Blanco-White, edición, traducción y notas de Antonio Garnica, Sevilla, Universidad, 1988. Para la autobiografía como género y su relación con el costumbrismo, cfr. SANCHEZ BLANCO, A.: "La concepción del 'Yo' en la autobiografía española del siglo XIX: de las Vidas a las Memorias y Recuerdos", en Boletín de la Asociación Europea de Profesores de Español, año XV, nº 29 (1983), pp. 34-46.
(11) ROMERO TOBAR, Leonardo: "Mesonero Romanos: entre costumbrismo y novela", en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XX (1983), pp. 258-259.
(12) MONTESINOS, José F.: Costumbrismo y novela, Madrid, Castalia, 1965, p. 52.
(13) Panorama..., cit., p. 143, nº 30.