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Revista de Folklore número

183



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EL NIÑO DE BAZA

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1996 en la Revista de Folklore número 183 - sumario >



Los enfermos sanan, tal vez, sin médico, pero no sin medicina.

(Hipócrates)

Le llaman Santón y Santito, término que rechaza, puestos seguramente al calor de la influencia del Santo Manuel. Esteban, que así se llama, me hace un relato de su caída de un risco, de su pérdida de conocimiento, de la aparición de la Virgen y de la donación del poder de curar. Al escucharlo en su cueva-consultorio de Baza (Granada) es posible confundir el encanto con el convencimiento; pero no traspaso el umbral de las consideraciones personales; me limito a señalar que en el patio emparrado o sala de espera hay gente de toda España con los más diversos males: cojos, reumáticos, cancerosos o ciegos que abrigan la esperanza de que les devuelva la vista. En una sucinta encuesta compruebo que todos, sin excepción, vienen de vuelta del médico. En 1991 Esteban tiene 18 años; el relato de su vida profesional sólo merece ser dado íntegro, sin siquiera añadir las preguntas, para que así no pierda encanto, perfume. Dice él:

«Aquí recibo a todas las personas que quieren ser atendidas por mí. Esta humilde morada es una cueva de tierra picada y todo es muy sencillo. Tengo una pequeña ermitilla muy bien compuesta, la Virgen de la Soledad que hace muchos milagros, un retrato miO de cuando pequeño y algunos santillos y eso. Hay muchas flores porque estamos en el mes de flores y toda la gente le trae flores a la Virgen. En esta pared he colgado un gran pan redondo, que, al bendecirlo, queda consagrado. Lleva aquí más de siete meses y no se ha florecido ni con la humedad. Tengo una habitación donde recibo y curo a la gente, donde tantas alegrías he vivido al cabo de mi vida, y cuadros de santos; las imágenes son obsequio de las personas que han querido traérmelas porque dentro de ellas hay una satisfacción de que yo las tenga, sea porque los he curado. Normalmente tengo música en la radio, la que más me apetece, no tiene por qué ser música de iglesia. El servicio militar ¡líbreme Dios!, me he hecho objetor de conciencia y no quiero hacer servicio social. Creo que ya es bastante servicio el que presto curando. Llevo una vida normal, tengo novia, amigos y también voy a una discoteca y si hace falta me tomo una cervecilla. La gente se preguntará por qué voy vestido así de Nazareno, con el traje morado. Es porque yo quito el dolor a los demás y me quedo con él. Y a veces son dolores muy fuertes. Esta túnica me protege un poco. Yo no cobro nada. Si quieren dejar algo lo dejan y si no, nada. No es importante el dinero para mí. Creo que hay algo más importante en la vida, empezando por la salud. El día del Corpus del año pasado yo empecé a curar en esta cueva, donde antes había animales y leña. Y el año pasado salieron imágenes por todo el suelo, imágenes maravillosas, con unos colores; una cosa divina. Echaron fotos y no salió nada. Esas imágenes desaparecieron y sólo quedó un rostro en el suelo, que yo protejo con cirios, que es el Corazón de Jesús, con sus ojos, su boca y su mano. Y esta imagen ha hecho infinidad de milagros. Yo soy de Baza, me llamo Esteban, y cuento mi vida porque creo que a la persona que tenga poca fe se la aumenta, y al que no la tenga le puede llenar el corazón. Yo era enfermo del corazón, con una lesión desde los ocho años y fui medio yendo con una vida muy delicada, pero normal, hasta que cumplí 16 años. Al cumplirlos, recién cumplidos, empeoré, tuve una recaída grande del corazón. Me vieron los médicos y también acudí a personas que son como ahora yo soy y me decían que no tenía solución. Entonces, como última esperanza, no por mí, porque yo aceptaba bien el Destino, porque decía: todos hemos nacido, todos hemos de morir, fui a una vidente que hay en Albox, Almería, que se llama Pilar. Al entrar allí, apenas me vio me dijo: Tú tienes una enfermedad en el corazón, pero no me mires que llevas una luz que abrasa. Hijo mío, ¿tú sabes que has venido a esta tierra para curar? Yo sé que de pequeñito me ponía a mirar a un perro cojo y el perro salía andando. Ella insistió: Pues sí, tienes Gracia para curar. Y si curas, te salvas, si no, dentro de una semana el Señor baja a recogerte. Y que sepas que te mueres. Entonces yo vine muy pensativo, muy creyente y al llegar a mi casa dije: Sea la voluntad del Señor. Curaré si el Señor me lo manda y si no me lo manda, haré lo que él me diga. De esto pasó un par de días y caí yo un poquito peor en la cama. Estando acostado una noche, se puso una luz inmensa en mitad de la habitación -me estoy acordando y se me pone el vello de punta-, una luz muy hermosa. Yo sabía que era una cosa buena. Una luz que de la simple luz, derramaba amor. Y de aquella luz tan hermosa lo primero que salió fue un hombre con las manos abiertas hacia delante, como Cristo, y me enseñó las llagas que llevaba en ellas. Yo suspiré, crucé las manos y los pies y creía que venía a recogerme. Se acercó y me dijo: Hijo mío, ¿sabes quien soy? Entonces le dije: sí, Padre; Jesucristo. ¿Sabes a lo que he venido? Se me saltaron las lágrimas y le dije: Sí, a llevarme. Pues no, hijo mío, que se acaben tus penas, pues vengo a curarte para que hagas mucho bien. Y yo me preguntaba: Señor, ¿lo digo o no lo digo que te he visto? Entonces él me pasó la mano por el pecho y todo el mal que tenía me desapareció. Y yo decía: ¿se lo digo a mi familia? Y al día siguiente se me abrió la ventana de par en par y entraron cuatro ángeles, pero no cuatro ángeles como los tenemos pintados, sino cuatro luces con cuatro caras maravillosas, y en mitad, una golondrina blanca. Aquella golondrina se me transformó en una señora, la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Iba de blanco, los pies descalzos, con una túnica sencilla, llevaba una rosa de color rosa, un velo de tul azul, una mata de pelo rizado y una cinta azul colgando. Ojos verdes, fina de cara y un hablar que daban ganas de morirte. Me dice: Esteban, soy María de Nazareth. He venido a decirte que cures, hijo mío, que a muchos curarás y a otros aliviarás y ve a los médicos para dar testimonio de fe del milagro que Jesucristo ha hecho contigo. Mi familia se quedó sorprendida porque fuimos al médico y verdaderamente me encontraba bien. El médico llamó a otros médicos y comprobaron que el mal había desaparecido totalmente y me latía el corazón como a todo el mundo, pero de lado a lado, viendo que la parte trasera de mi corazón era como un cáliz. Se quedaron asombrados. Y empecé a curar poco a poco, que había mucha gente a la que le pasaba la mano y le aliviaba dolores, males pequeños. Trabajaba en un taller de confección y siempre le daba una pasaíca al que estaba malo. Y una mujer me dijo: Oye, ¿por qué no vienes a ver a mi tía, a tocarle, que lleva cuarenta años con muletas? Y en esto que voy, está allí la tía, empiezo a tocarle la rodilla y la cogí de las manos, se levantó y salió corriendo. A partir de allí tuve que dejar el trabajo porque la gente me comía, día y noche a la puerta de mi casa, ni dormían, se tiraban tres días en la puerta para que las recibiera. Entonces tomamos la medida de dar números para uno u otro día y así fui llevando la vida. Y me tiré cinco meses sin ver ninguna aparición. Y yo decía: ¡Ay, Señor! ¿Te habré ofendido? ¿qué te he hecho que no te puedo ver? Y un día que fui a pasear con otras tres personas dije: Vamos a rezar un Rosario, que me gusta mucho rezar el Rosario y es muy buena oración, y empezó a acudir muchísima gente, demasiada, y nos fuimos a la Fuente la Teja y al llegar empezamos a rezar. Y comenzó el cielo a ponerse muy raro y se posó una luz en un almendro que abrasaba. Y se apareció Nuestra Señora, la Virgen Santísima y estuvo hablando conmigo y me dijo que en la semana tenía que hacer tres Rosarios y otras cosas que no puedo decir a nadie. Los que estaban conmigo no la vieron, pero sí la luz tan hermosa y el almendro florecido, que echaba flores por todos lados. Ya nos veníamos y dije yo: ¡Ay, Virgen Santa Madre Divina!. Dame una muestra para que ellos vean que no estoy loco, que es verdad que yo te veo. Y entonces se abrió un almendro de par en par y apareció la Virgen y la vieron. La segunda aparición fue el miércoles de la misma semana; la primera había sido el sábado. Volvimos al sitio cuatro o cinco personas y se volvió a aparecer la Virgen. Ellos no la vieron, pero sí el resplandor, rayos maravillosos que salían del almendro. Y ella me dijo: Quiero que el próximo día se lo digas a la gente para que venga y vea. Y convoqué al sitio a muchas personas a algunas de las cuales les llamo personas por educación, pues empezaron a tirarle colillas al almendro, las perrerías más grandes del mundo, que si me las hacen a mí, me las aguanto, pero que se lo hicieran a ella fue lo que me dolió. Y dijo: Como no sois dignos de mí, me voy. He venido a que me quitéis una corona de espinas del corazón y me la estáis clavando más honda. Y desapareció. Y aquella noche me decía el corazón que tenía que volver a ese lugar. Y fui con otras personas. Al llegar, la Virgen se posó en lo alto de un ribazo, y me dice: Esteban, ¿quieres venir conmigo?. Le dije: Sí, y salté al ribazo. Los demás se quedaron abajo. Y entonces vi como yo salía fuera de mi cuerpo y subía de una forma maravillosa, y subía y subía, hasta un túnel donde había gente a los lados, y al final del túnel, a la derecha, mucha claridad, y a la izquierda, estaba oscuro. Y me dijo ella: A la derecha. Y había una luz, un bienestar, que aquello era la cosa más hermosa del mundo. Y me dijo ella: Bájate, hijo mío, que tienes muchas cosas que hacer. Y le dije: No, madre, déjame aquí. Yo quiero estarme aquí. Y no me acordaba de mi familia, de nadie. Sólo quería estar allí. Yo no veía a nadie. Allí sólo había amor. Y me dijo que me bajara. Y al llegar abajo me estaban dando bofetadas porque había estado una hora muerto, sin pulso, pero no podían moverme del lugar; lo intentaban pero no podían, querían arrancar el coche y el coche no se movía del sitio. Y supe que hay un cielo maravilloso y que todos debemos portarnos bien para llegar a él. Yo curo todos los días, menos los fines de semana, pero si alguien viene en sábado, lo atiendo».

La madre, la novia y un amigo de Esteban corroboran sus palabras, como el que aguarda en el patio-sala de espera, que «llega molido y se va sin dolor». La madre cuenta una aparición que tuvo de la Virgen en «unos pinillos cerca de Guadix»; y el padre «no podía hablar, y habló». La gente va con bultos en los pechos, pinchazos en los pies, dolor de articulaciones, heridas de mala traza, y antes de operarse, con la cita del cirujano en el bolsillo. Esteban insiste en calificar su curación como «auténtico milagro».

Al filo de esto unos piensan que quien hace milagros está tan cerca de la Divinidad que es como un adlátere, un santo. Otros coinciden con la Iglesia cuando exige como garantía para inscribir un santo en el calendario que el milagro sea «una evidencia sostenida por hechos excepcionales». Ya Trento ordena que ningún milagro sea dado por auténtico antes que los haga el obispo. Teilhard de Chardín dice que «como la flor disecada, el milagro catalogado pierde la esencia» y añade que «más allá del estremecimiento del ser que reconoce obscuramente a su Dios, están las insinuaciones de una gracia persuasiva que atrae el milagro como un perfume. Por costumbre o necesidad, sólo vemos la parte física o palpable del milagro, el trazo, pero ¿qué nos dirá su cortejo de efluvios vivificantes que no son recogidos por nuestros sentidos? Otros están con Haeckel cuando expresa que «las pretendidas curaciones milagrosas están fundadas en una falsa explicación de la sugestión, en la invención poética, en la asociación de imágenes, en la ilusión directa y el engaño mal intencionado».

Lo cierto es que se crea o no en estas cosas, se amen o se desprecien, se acojan con fe o con sonrisa de suficiencia, es posible que si nos viéramos en el brete de enfermar de cuidado y alguien nombrara a alguna persona con «poder» para salvarnos, por ejemplo, el Niño de Baza, surgiera en nuestra mente la vieja cuestión descrita por Woody Allen en Annie Hall, cuando concluye: «Mi hermano quiere matar la gallina, pero necesita los huevos».



EL NIÑO DE BAZA

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1996 en la Revista de Folklore número 183.

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