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En la provincia de Burgos hay una comarca llamada de la Sierra, lindando con las provincias vecinas de Soria y Logroño, una parte de ella está integrada por pueblos serranos, como Huerta de Arriba, Huerta de Abajo, Neila, Tolbaños de Arriba, Tolbaños de Abajo, Riocavado de la Sierra y Pineda de la Sierra, en los que aún perduran recuerdos y algunas costumbres de la vida trashumante que ejercieron sus hombres, algunos de los cuales todavía viven. Muchos apellidos aún vigentes en esos pueblos como Ayuso, Fernández de la Cuesta, Sierra, Andrade, Ebro, designaron a los antiguos ganaderos, señores de la Mesta. En las casonas viejas de piedra, que perviven en dichos pueblos desafiando al tiempo, aún podemos ver los escudos de armas de aquellos señores miembros del Honrado Concejo de la Mesta.
Desde el siglo XIII, concretamente desde el año 1273 en que el Rey Alfonso X el Sabio dio forma al Concejo de la Mesta -e incluso antes- hasta casi nuestros días, esos pueblos han vivido los trabajos, las ausencias, los sacrificios y los desvelos que siempre llevó consigo el pastoreo trashumante.
El Concejo de la Mesta integraba a todos los propietarios de rebaños de ovejas que practicaban la trashumancia. A los propietarios de esos rebaños se les llamaba "señores de la Mesta", de los cuales había varios afincados en los pueblos de la Sierra burgalesa.
Tras la creación del Concejo de la Mesta que garantizaba el paso de los rebaños por las cañadas y protegía de manera extraordinaria desde las más altas instancias el ejercicio del pastoreo trashumante, en muy pocos años éste alcanzó unas enormes proporciones económicas y por lo tanto también unas amplísimas consecuencias sociales.
Sin necesidad de hacer un estudio económico y simplemente con un conocimiento somero de la ganadería ovina en general y de la trashumante en particular, hemos de convenir que sólo la lana que han proporcionado los rebaños de ovejas -sobre todo las merinas- en las tierras de Burgos, ha constituido, en siglos pasados un muy floreciente y próspero negocio.
Desde el tiempo de los romanos, la oveja, con el cereal y el viñedo, ha estado inseparablemente unida, no sólo al paisaje burgalés, sino también a los múltiples aspectos de la vida económica, social y religiosa del hombre de esta tierra castellana.
Grandes y pequeños rebaños fueron siempre el complemento de la economía agraria, no sólo rebaños estantes que permanecían siempre en el mismo lugar, aprovechando los pastos en el buen tiempo y consumiendo los piensos: paja, grano y heno en los corrales y tenadas durante el invierno, sino también los rebaños trashumantes. Rebaños de ovejas churras o de ovejas merinas. Las primeras más aptas para producción de crías, sobre todo del cordero de Burgos y también de leche para queso, las segundas más apropiadas para la producción de lana.
Ganaderos de estas tierras que poseían grandes rebaños de ovejas se dieron pronto cuenta de la riqueza que podía suponer el dominio de Castilla en Andalucía, después de las conquistas del Rey Fernando III el Santo. Amplios terrenos que habían quedado despoblados, iban a estar bajo el control y protección de los reyes castellanos en Extremadura, en la Mancha y en Andalucía. La temperatura de aquellas tierras tan distinta de los rigurosos fríos de la meseta castellana, podía permitir una casi constante permanencia del ganado en los pastizales y dehesas.
Los pastores y ganaderos castellanos, agobiados por los largos inviernos y el elevado consumo de piensos durante ellos, sacaron pronto las cuentas y vieron que era muy beneficioso para sus rebaños y por lo tanto para su propia economía el aprovechar los pastos y los climas de aquellas lejanas tierras. Compensaba el desplazarse los penosos meses de otoño e invierno a aquellos climas cálidos si con ello evitaban los inclementes fríos y las hambres que los rebaños padecían en Castilla durante esos meses. Rápidamente se desarrolló este género de pastoreo que se llama trashumancia, es decir, el traslado de los rebaños de ovejas semestralmente de unas dehesas a otras, de unas regiones a otras.
Pero no todos los pastores y ganaderos adoptaron esta forma de pastoreo, pues en la mayor parte de la provincia de Burgos siguió practicándose de una forma masiva, el pastoreo tradicionalmente llamado estante, sin salir de los límites de cada pueblo, aunque en rebaños más pequeños, generalmente.
La práctica de la trashumancia, regulada hasta los más mínimos detalles por el Concejo de la Mesta, tuvo una finalidad primordial: la producción de lana. La lana en otros tiempos fue una fuente de ingresos y un factor económico de primer orden, llegando a convertirse la Mesta en una verdadera potencia económica y política.
En virtud de la legislación y ordenanzas dadas a la trashumancia en favor del Concejo de la Mesta, la red de cañadas, cordeles, veredas y coladas era intocable y estaba superprotegido el paso de ganado por ellas. Utilizando estos caminos de pezuña y herradura integrados en esa red, cada seis meses pasaban en una dirección o en otra grandes rebaños de merinas que, por ejemplo, en el año 1519 alcanzaban la considerable cifra de 3.200.000 cabezas.
Tanto la ida como la vuelta se programaba con todo detalle. En los primeros días de octubre, entrado ya el otoño, salían de sus pueblos de la sierra burgalesa los pastores trashumantes conduciendo, con la ayuda de sus perros, los rebaños de ovejas en busca de mejores climas y buenos pastos.
En aquellas tierras, lejos de la propia familia, permanecían hasta entrada la primavera, primeros días de mayo, cuando en sus pueblos de la sierra empezaba ya a hacer calor y los pastos eran abundantes en los montes y praderas hasta hacía poco cubiertos de nieve.
El camino de ida se realizaba lentamente, ya que al estar los campos libres, pues todavía no se había realizado la siembra y la recolección ya había finalizado, se permitía a los rebaños pastar a lo largo de las cañadas sin necesidad de agobiar al ganado con largas caminatas. Sin embargo la vuelta se realizaba más rápidamente por varias razones: al volver circulaban por entre campos de cereal ya casi en sazón y esto obligaba a los pastores a estar más vigilantes y éstos procuraban pasar acelerando la marcha para evitar que los rebaños perjudicaran los campos. Los días primaverales permitían andar más pues había más horas de luz. Pero sobre todo porque los rebaños estaban más ligeros, sin la rémora natural de las ovejas preñadas, que eran las que, a la ida, marcaban el paso y el resto del rebaño se acomodaba a su marcha. Los partos se producían alrededor de la Navidad.
Se conocen con todo detalle y pormenores los itinerarios por los que discurrían los rebaños desde la sierra burgalesa hasta el sur de Extramadura, con sus pasos y jornadas a realizar, que eran normalmente 30, atravesando las provincias de Burgos, Palencia, Valladolid, Avila, Salamanca y Cáceres.
LOS PASTORES. JERARQUÍA Y TRABAJOS
Una de las ideas que surge espontánea al hablar del pastor trashumante y considerar el hecho de salir de su tierra, dejando casa y familia, para irse a dehesas alejadas, es comparar esta vida con la que, siendo sacrificada, llevan los pastores estantes.
No vamos a descubrir ahora los valores y cualidades humanas de los pastores. El pastor ha sido figura habitual vinculada al paisaje de nuestros pueblos, junto a su rebaño, siempre y acompañado de sus fieles perros.
El pastor de esta tierra ha sido siempre un hombre hecho a la soledad de los campos, a las inclemencias del tiempo, a la monotonía silenciosa de los montes y prados. Siempre familiarizados con el campo y los cielos claros de Castilla, conocedores profundos y observadores constantes de la naturaleza y sus fenómenos y mudanzas, saben todo sobre el viento, la lluvia, la nieve y las canículas; conocen mejor que nadie lo que llevan y traen las nubes en su ir y venir por el cielo; compañeros de todos los árboles, arbustos, pájaros, animales e insectos, que conocen por su contacto diario con todo lo que corre, vuela y repta por los términos del pueblo. Llevan una vida sana y sacrificada. Son austeros y de pocas palabras, que ven la vida con una filosofía muy personal, plasmadas a veces en frases o refranes llenos de sabiduría práctica. Cuidadores fieles de sus rebaños a los que vigilan constantemente, conociendo una a una las ovejas que les encomiendan.
Los pastores juntamente con las ovejas y los perros son los protagonistas de la trashumancia.
Los pastores como oficio han sido desde muy antiguo tiernos y bucólicos personajes literarios, pero su vida real, tanto la estante como la trashumante ha estado rodeada de pocas consideraciones sociales y casi siempre mal pagados sus servicios y poco reconocido su trabajo.
En las tierras burgalesas ha habido siempre muy buenos pastores que no han desdeñado seguir esa profesión igual que sus padres y que con verdadero tesón y pundonor recorrieron la jerarquía del oficio desde zagalejos hasta llegar a mayorales, como otros empezando desde aprendices llegan a carpinteros o maestros albañiles, etc.
Quien haya conocido profundamente la vida pastoril y ganadera en los pueblos pequeños y haya tenido relación con buenos pastores, tendrá la convicción de que no es fácil el oficio de pastor.
Para seguirlo y ser un pastor cabal se necesitan unas aptitudes no comunes. A veces -y así lo expresan algunas conocidas letras del folklore popular- se les ha menospreciado injustamente.
Hablando concretamente de los pastores trashumantes, sin embargo, eran como la élite del gremio, gracias al Concejo de la Mesta. Eran mimados por los reyes porque de los pastores dependía una de las fuentes principales de riqueza de la nación y justo era que por ello se les concedieran privilegios.
Entre éstos se contaba el de la exención del servicio de armas o la exención de quintas. Otro de los privilegios era que los pastores tenían derecho al uso de armas de fuego para defenderse de los enemigos comunes de los rebaños, los lobos, las alimañas, los ladrones y los gitanos que nomadeaban por las proximidades de las dehesas o tenadas.
Tenían también el privilegio de que sus culpas, faltas, litigios y pleitos se resolvían en tribunales propios y no se les podía detener, ni obligar a declarar en los juzgados, si no se contaba con la autorización del Concejo de la Mesta cuando estaban en las majadas. También disfrutaban de privilegios fiscales y sólo tenían obligación de contribuir en los pueblos de origen.
Comparando los dos tipos de vida pastoril, la estante y la trashumante se ven claramente las diferencias. El pastor estable no abandona el pueblo en que vive, conoce el terreno como la palma de su mano, conoce como un meteorólogo práctico la climatología; está todo el año con su familia, no obedece más que a un dueño del rebaño que guarda y no está sometido al engranaje y escala jerárquica que la trashumancia llevaba consigo.
Aunque a primera vista no lo parezca, una de las características de la vida pastoril trashumante es la jerarquía que en ella existía.
La máxima autoridad, como es lógico, era el dueño o dueños de los rebaños. Los dueños normalmente no intervenían en la vida cotidiana de los rebaños y sus problemas. El dueño se limitaba a nombrar un mayoral al que apoderaba constituyéndole en director y responsable del rebaño.
El mayoral era el que: -Contrataba al rabadán, a los pastores y zagales.
-Organizaba con el intendente o yegüero la compra de la intendencia.
-Programaba las jornadas, las paradas y el calendario.
-Visitaba la cabaña o rebaños cada 15 días.
Tras el mayoral estaba jerárquicamente el rabadán que interpretaba y ejecutaba las órdenes superiores del mayoral. Era el responsable de un rebaño y mandaba directamente sobre él, de sol a sol, con la colaboración de los pastores y zagales.
El rabadán se obligaba a pernoctar en el chozo y redoblaba su vigilancia en las ocasiones en que el trabajo o el peligro aumentaba, como sucedía en el tiempo de la paridera. No obstante, entre el rabadán y los pastores y zagales existía un auxiliar o ayudador del rabadán. Este abría la marcha del rebaño caminando en cabeza y seguidos de los "mansos".
Seguía en el orden jerárquico el intendente o yegüero, que era indispensable para la vida de la cabaña. Tenía que organizar junto con el mayoral la intendencia y suministro de comida y bebida. Debía preocuparse de los utensilios necesarios: trébedes, calderos de cobre, sartenes, grasa, redes, pellejos de vino y todo aquello que fuera menester hasta el pan y la sal. También debía cuidar de las yeguas o mulas para el transporte de la intendencia y los bultos necesarios.
Seguían después en autoridad los pastores primero, segundo y tercero. El pastor primero estaba relacionado directamente con el rebaño y con el rabadán. El pastor segundo gobernaba el hatajo de carneros o moruecos. El pastor tercero estaba encargado de la limpieza de los corrales y actuaba como correturnos en los descansos de los demás.
En el último lugar del escalafón estaban los zagales, chicos que a la temprana edad de 9 años comenzaban a aprender el oficio duro y sacrificado de pastor trashumante; normalmente eran hijos de los mismos pastores, si los tenían, pues así al mismo tiempo que aprendían su oficio, aportaban alguna ganancia más y los padres se sentían más acompañados haciendo más llevadera la ausencia de sus casas. También procedían de familias numerosas de los mismos pueblos de origen y sus padres les encaminaban por el camino de la trashumancia, consiguiendo darles un oficio que entonces era rentable y al mismo tiempo disminuían las bocas a mantener con la maltrecha economía rural durante el invierno. Además era un jornal -exiguo, pero jornal- que entraba en la casa.
Muchos zagalejos de éstos a base de sacrificio, constancia, disciplina y estímulo de su amor propio llegaron a ser mayorales después de escalar los puestos intermedios.
La vida pastoril de la trashumancia era dura. Lo más duro, sin duda, la obligada separación de la familia y del pueblo natal durante seis largos meses de invierno, en tierras extrañas.
Durante esos meses habitaban en sitios normalmente inhóspitos, en casi completa soledad, en montes y dehesas en los que estaban los pastos.
Habitaban en chozos en condiciones de habitabilidad muy precarias, teniendo que comer y dormir, vestir y, en general, llevar una vida muy austera y sacrificada.
Normalmente el único contacto humano y trato social era el que desarrollaban cotidianamente con los otros pastores.
Intenso trabajo físico. La caminata inicial de ida y final de vuelta cuidando el rebaño no era lo más duro.
El trabajo aumentaba en la paridera, debían cuidar de que los nacimientos se produjeran en condiciones óptimas para que el cordero no se malograse y luego cuidar de que las madres amamantaran a sus respectivas crías y también debían estar al tanto para "ahijar" o hacer que los corderos fueran con sus madres respectivas y éstas los reconociesen sobre todo los primeros días.
Todos los pastores debían adquirir, más con la práctica que con otra cosa, conocimientos sobre enfermedades y peligros más comunes de las ovejas y lo que era más importante, modos y recetas caseras para librarlas de esos peligros y enfermedades, sobre todo aquellas enfermedades contagiosas, epidemias, pestes, etc.
Debían organizar y acomodar su sueño a los horarios de dormir y de vigilancia sobre los rebaños.
En sus tiempos debían realizar la faena del "raboteo" o corta de los rabos de corderos y corderas nacidos en la última paridera. Era tradicional realizar esta faena el primer viernes de marzo.
Debían realizar la castración de los carneros descartados al elegir los moruecos o sementales del rebaño, de los que había unos 40 en cada uno.
Los castrados iban a engrosar el grupo de los "mansos" que normalmente eran los que servían de guía al rebaño.
La operación de castrar a los carneros se realizaba en la luna menguante del mes de marzo y por las mismas fechas se cortaban los cuernos tanto a los carneros como a las reses que lo necesitaban.
Entre los trabajos no era el más pequeño el preparar los chozos y chozuelos al llegar a la dehesa, reparando los de años anteriores o haciéndolos nuevos.
Estos habitáculos consistían en una choza grande que servía de habitación para el rabadán y el zagal. Los chozuelos eran cabañas menores para ser utilizadas por los pastores en distintos puntos desde los cuales poder vigilar al rebaño.
LA SOLDADA
No estaba, ni mucho menos bien remunerado el trabajo y los sacrificios que la vida trashumante llevaba consigo, aunque digamos también que estos pastores eran como la élite de su oficio en comparación con los pastores estantes.
Los ajustes pastoriles vencían normalmente para San Juan (24 de junio) y por esas fechas se les pagaba la soldada. A veces se había hecho entrega cada trimestre de una parte de la paga.
En siglos pasados se acostumbraba a pagar a cada pastor 12 fanegas de trigo, el 20 por ciento de las ovejas que nacían en el rebaño se repartían entre los pastores como complemento de la paga y se repartían también la séptima parte del queso que se elaboraba en la majada. Por cada cien ovejas cuidadas percibían cien maravedíes, moneda que es muy difícil de valorar porque tenía muchos altibajos.
En la Sierra de Burgos, hacia 1930, los pastores trashumantes percibían unas doscientas pesetas en metálico y los zagales, la mitad al final del ajuste, esto es por San Juan, el 24 de junio. La alimentación corría por cuenta del amo. A esto se añadía el derecho llamado "escusa" por el cual cada pastor podía llevar en el rebaño del amo sus propias ovejas que podían ser unas 25-30, más cinco cabras y dos caballerías mayores. Y esto no era poco. Sin embargo la lana de las ovejas de los pastores correspondía siempre al dueño del rebaño.
LA COMIDA
El normal aislamiento y la falta de vías cómodas de comunicación en las dehesas y pastizales eran la causa de que las comidas fueran poco variadas, escuetas y monótonas.
Como norma los pastores trashumantes hacían dos comidas diarias. La primera por la mañana y la segunda al anochecer. A mediodía solían tomar un tentempié a base de pan y lonchas de tocino o cosa semejante.
La base de la alimentación era el pan, el aceite, los ajos, la leche, el queso y la carne fresca o en cecina, procedente de algunas reses malogradas.
El rabadán entregaba a cada pastor media hogaza y media libra de aceite. No faltaban en todos los menús de los pastores los ajos y el pimentón. La comida de la mañana consistía en migas del pastor y la de la tarde o anochecida en sopas canas. Y el menú era el mismo cada día, cada semana, cada mes. Sólo había algunas contadas excepciones. Fechas como las Navidades y carnaval se celebraban distinguiéndolas con alguna comida extraordinaria.
Para Navidad se sacrificaba algún cordero y no faltaban los tradicionales platos de bacalao. En carnaval solía hacer algún plato distinto, predominando el cocido de garbanzos.
Los pastores trashumantes tenían su propia medida para la bebida, para la ración de vino y según esa medida se aprovisionaba la intendencia para toda la temporada de estancia en los pastos.
Tal medida era el "llano" que en algunos pueblos se llamaba "llara". Era esta medida un vaso hecho de cuerno de buey por los mismos pastores pacientemente, con sus navajas y leznas o grabados a fuego. Hemos visto no sólo estas medidas, sino el cuerno con que avisaban otros pastores para soltar las reses por las mañanas, así como colleras de madera hechos por ellos mismos con el gusto y la finura de verdaderas obras de arte.
Cada pastor tenía derecho a tres "llanos" para acompañar las "migas", cuatro para la hora del tentempié de mediodía y otros tres con las "sopas canas". Esas diez medidas juntas podrían ser así como litro y medio, que no estaba mal para todo el día, lo cual nos hace ver que los pastores tenían mejor remedio para la sed que para el hambre.
EL VESTIDO
Los pastores trashumantes, como los otros pastores estantes, eran bastante mañosos y apañados en general para trabajar las pieles. Normalmente usaban el traje de faena que se confeccionaban ellos mismos tirando de lezna y aprovechando las pieles de las reses muertas que les correspondían en el reparto. Este vestido consistía en zamarra, pantalón, chaleco y montera para la cabeza.
Hemos visto y tocado prendas semejantes hechas de pieles preparadas, cortadas y cosidas por los mismos pastores que las usaban y hemos de confesar que estaban dotadas de una extraordinaria flexibilidad, resistencia y protección contra el frío y adaptadas perfectamente para el trabajo duro propio de los pastores.
Para el traslado y viaje utilizaban un traje de pana que guardaban en una bolsa de cuero y que usaban en la majada raras veces.
LOS PERROS
Los perros para el pastor son siempre unos compañeros inapreciables y una ayuda imprescindible. Y para los pastores trashumantes, más.
El mastín era el perro reglamentario para los pastores de la Mesta, que aunque estaba al servicio del pastor no pertenecía a éste sino al dueño del rebaño. Se acostumbraba a asignar dos perros a cada pastor y desde ese momento el pastor era el amaestrador y el responsable de los perros que le confiaba el mayoral.
Los perros acompañaban en todo momento a los pastores, atentos a lo que sucedía no sólo en el rebaño sino en los alrededores. Durante la noche como todo buen perro hacían vigilancia con sus respectivos pastores en los chozuelos.
Eran los perros una auténtica defensa no sólo contra los enemigos más peligrosos y más temidos en las soledades de las dehesas, los lobos, sino también contra toda alimaña o persona que fuera extraña al rebaño, sobre todo defendían contra el zorro o raposo, el gato montes, el lince, el águila.
Según los presupuestos, en los que figuraban también los perros, se les repartían dos comidas al día, una por la mañana y otra por la tarde en cada una de las cuales se les daba a cada perro media hogaza.
Eran tan valiosos e importantes los perros en el pastoreo de trashumancia que según las ordenanzas de la Mesta no se toleraba maltratar a los perros y si algún pastor lo hacía podía ser sancionado con una multa en dinero equivalente a cinco ovejas.
Si alguno se encontraba un perro de pastor había que devolvérselo inmediatamente a su dueño y el robar un perro a su pastor o dueño se consideraba falta mayor grave.
LAS RESES MUERTAS
Era frecuente que muriesen reses adultas y también crías, pues se tronzaban y se malograban y había que matarlas para evitarles sufrimientos y su carne era aprovechada. Otras veces morían a consecuencia de enfermedades o empachos y entonces los mastines daban buena cuenta de las reses muertas, lo cual suponía un buen complemento de su comida reglamentaria. Después de los mastines, las bandadas de aves carroñeras, buitres, grajos, etc., que seguían a los rebaños por el aire, devoraban los restos, eliminando los posibles focos de contagio.
El abastecimiento de agua para las reses se solucionaba poniendo los apriscos en lugares que contaran con algún riachuelo cerca para no tener que desplazarse largas distancias para dar agua al ganado y para tener agua disponible para el aseo y necesidades culinarias.
A medida que iban pasando los días, los pastores trashumantes, a pesar de estar constantemente ocupados en los trabajos propios de la majada, sentían la nostalgia de sus familias, de sus respectivos pueblos y estaban deseando que llegara la primavera para regresar con los suyos y se daban por satisfechos con pasar en sus casas la primavera y el verano.
Sin embargo el verano se pasaba prácticamente preparando de nuevo la marcha hacia la majada. Después de terminar de esquilar al rebaño, que muchas veces estaba compuesto por unas 10.000 reses, los dueños del ganado y los mayorales empezaban los trámites de ajustar por San Juan a los pastores, zagales, yegüeros, etc., pensando en que el otoño se presentaba pronto y había que formar los equipos que conducirían de nuevo los rebaños hacia las tierras del sur.
Además de esto, había que preparar el aprovisionamiento, disponer todos los utensilios necesarios para las chozas. Y aunque parecía que sobrara tiempo para preparar la expedición, pronto se acercaba el momento de salir para las dehesas nuevamente a pasar el invierno.
Para ir preparando esta partida con todo lo que exigía, los ganaderos, mayorales y rabadanes estaban continuamente en contacto para tratar los asuntos concernientes a los rebaños, los pastores y todo lo que fuera necesario solucionar para la marcha.
La tradición nos dice que antes de partir los pastores se reunían o en la ermita de Nª Sra. de la Caraba, en Monterrubio de la Demanda o en la de Nª Sra. de la Vega en Huerta de Arriba, celebrando allí su fiesta particular. Y después en los primeros días de octubre salían pastores y rebaños a recorrer otra vez el camino trashumante.
Los pueblos en los que hubo pastores trashumantes no eran indiferentes a las consecuencias que la trashumancia acarreaba a dichas localidades. La ausencia de la mayoría de los hombres o cabezas de familia de sus hogares, con todas las secuelas que conllevaba, familiares y sociales, era durante el medio año que duraba, el mayor sacrificio y por tanto el más alto precio que pagaban tanto pastores como sus familias.
Este hecho necesariamente tenía una prolongada influencia en las familias y los pueblos afectados. A cambio, los resultados económicos a lo mejor compensaban tantos sacrificios, pero ni los mismos interesados quizás lo evaluaban.
La trashumancia fue durante siglos una abundante fuente de ingresos, principalmente por la producción de la lana, pues no debemos olvidar que los rebaños que iban y venían por los caminos de trashumancia eran rebaños de ovejas merinas, cuya lana fue objeto de una floreciente actividad mercantil no sólo en España, sino principalmente en Burgos en cuya provincia en los siglos XV y XVI había numerosos apellidos burgaleses entre los grandes economistas y financieros. Pero este tema rebasa y se sale de nuestro objetivo que ha sido presentar la vida del pastor trashumante.
EL FOLKLORE REFLEJA ALGUNOS ASPECTOS DE LA TRASHUMANCIA
Hay una canción, muy conocida y cantada en toda la provincia de Burgos que expresa mejor que ninguna otra la experiencia de los pastores trashumantes y a sus familias, en la que se veían perfectamente reflejadas las gentes de estos varios pueblos de la Sierra burgalesa. Se escucha y el alma se llena de nostalgia incluso cuando no se ha vivido esa experiencia, porque su música y su letra contagian ese hondo sentimiento.
Ya se van los pastores
a la Extremadura. (bis)
Ya se queda la sierra
triste y oscura. (bis)
Ya se van los pastores
ya se van marchando; (bis)
más de cuatro zagalas
quedan llorando. (bis)
Ya se van los pastores
para la majada. (bis)
Ya se queda la sierra
triste y callada. (bis)
En el pueblo húrgales de Neila, con gran tradición trashumante, se conoce una popularísima danza llamada "Las Mayas" en cuyas letras encontramos estrofas como éstas que hacen alusión a la trashumancia:
Ya vienen los pastores
ya viene el rumbo,
ya viene la alegría
mejor del mundo.
Ya vienen los pastores,
no viene el mío,
alguna picarona
lo ha entretenido.
Ya se van los pastores,
ya marcha el día
ya se va aquel zagal
que me quería.
Muy largo sería traer las muestras de folklore pastoril, pues es abundantísimo. Valgan estas muestras características del folklore trashumante.
Como complemento de esta reseña sobre la vida de los pastores trashumantes, ofrezco a continuación el testimonio versificado de uno que lo fue y que quiso contar su experiencia:
LA VIDA DEL PASTOR TRASHUMANTE
La vida del pastor trashumante
es la vida más arrastrada
que en el orbe de la tierra,
por experiencia se halla.
De día el agua y el sol,
de noche el frío y la escarcha,
durmiendo siempre vestidos
y, tal vez, cargados de agua,
en una pura vigilia
de día y de noche se hallan
en continua centinela
porque siempre están de guardia.
Su cotidiano alimento
son migas mal sazonadas,
que, a gusto el rabadán,
poco cundido y mucha agua.
Para los días de viernes,
unas sopas y ensalada
que, como las paga el amo,
se echa sal en abundancia;
el pimiento está en la Vera,
el aceite en Sierra de Gata
y los ajos en Camón,
¡vaya unas sopas gallardas!
Andan vestidos de pieles
de los ganados que guardan
y hasta Gregorio Izquierdo ha usado
de esa clase de zamarra.
Sólo rocas y desiertos
son sus casas cotidianas,
donde habitan tantas fieras
como arenas en la playa,
donde amargan a los hombres
en estrecha vigilancia.
Con estos varios trabajos,
y otros varios que se callan,
caminando, caminando,
se llega ya a la montaña.
Aquí el que tiene buenos puertos
se marcha cuatro semanas
de recreo con sus familias
que en otros tiempos se pagan.
Al que ha de ser buen pastor
y de conciencia arreglada
no se le permite faltar
ni un punto de la majada.
Lo que no ocurre en un año
ocurre en una hora mala
y pierde su estimación,
pierde su honra y su fama,
pierde su hacienda querida
que trae su vida arrastrada.
Olvidando estas tragedias
en llegando a la montaña.
Allí se reparte la gente,
allí también se descansa
y sobre muchas desobediencias
a muchos se les despacha.
Aunque muy esclavizado
el oficio trashumante,
siempre hay algún sujeto
que ocupa la vacante.
Ya llegó un zaraganzuelo
con su montera quitada,
haciendo mil cortesías
a los que allí se encontraban.
-¿Sabe usted si el Mayoral
acaso me acomodara?
El rabadán le dice: -Bien puede ser,
no des lugar que otro vaya
que te gane de antemano
y que te quite la plaza.
Se presenta al Mayoral:
-Hijo, ¿qué se te ofrece?
-Que si usted me acomodara
para servir en su cabaña.
-Tengo la gente completa
contigo, que me hace falta.
Y ahora te voy a decir
y a leerte la ordenanza
que es el cuaderno de Mesta
que para los zagales haya.
Lo primero que te encargo
que has de guardar la Ley santa
de Dios Todopoderoso,
no dejando por esta causa
de cumplir con la obligación
del oficio que te encargan.
Has de estar siempre obediente
a lo que los demás te mandan,
sobre todo el rabadán,
que si no andará la vara.
Además traerás también
toda el agua necesaria,
que para urgencia del año
se consume en la majada.
Tú serás quien a por pan irás
todas las semanas;
mira que cuarenta panes
es la collera ajustada.
En el tiempo del agosto,
cuando estés en la montaña,
siempre te tocará ir
de repasto con las cabras.
Volvamos a Extremadura
-y en esto nunca hay mudanza-
que viene la paridera
y trae la vida arrastrada.
Has de estar toda la noche
de pie junto a una estaca,
dando voces y silbidos
como una ánima penada
hasta que vuelvan los perros
que tras de los lobos marchan
y también le darás la voz
al que duerme en la majada.
Tú has de empellicar también
y engorronar si te mandan,
ver si hay estacas caídas
o alguna malla cortada.
Habrás de atizar también
porque las noches son largas.
Y con estas ceremonias
la noche pronto se pasa.
Si tú palabra me das
yo te daré la soldada,
diez ducados para un zagal
ha sido la acostumbrada.
Y has de rogar a Jesús
que vele por nuestras vidas,
que recoja en su redil
las ovejas que están perdidas.
Escuché esta relación versificada de la vida trashumante a Gregorio Izquierdo, natural de Huerta de Abajo (Burgos), en el año 1972. Gregorio Izquierdo fue muchos años pastor trashumante, como muchos de los hombres de su pueblo y de la comarca de la Sierra burgalesa.
LAS "MIGAS", PLATO TRADICIONAL Y MODESTO DE LA TRASHUMANCIA
La antigüedad de las "migas" como plato popular entre las clases más humildes está constatada, por lo menos en tiempos del Cid Campeador. Y Dionisio Pérez, en su ya clásica "Guía del buen comer español", dice de las "migas" que "éste es el plato indígena más genuino, más antiguo, clásicamente español, anterior a las invasiones fenicias, cartaginesas y romanas; plato en suma ibérico o celtibérico".
Los principales consumidores de este plato a lo largo de los siglos han sido nuestro labriegos, arrieros, pastores, principalmente los trashumantes, cazadores, soldados y estudiantes. Fueron las migas desayuno tradicional en los antiguos colegios universitarios salmantinos y complutenses, así como en la toledana Academia de Infantería. Tan típicas de este centro docente militar eran las "migas", que cuando las sucesivas promociones se han reunido para celebrar sus bodas de plata o con otros motivos, nunca ha faltado para evocar los tiempos de cadetes, un desayuno colectivo en el que estaban presentes las doradas migas apimentonadas.
El escritor militar Ibáñez Marín, caído en la guerra de Marruecos, elogió así a las migas de la Academia de Toledo: "Manjar sabroso, nutritivo y fortalecedor, que si no tuvo la primacía en la escuela de Brillat-Savarin, es digno de aquellos gustosos cantos entonados por Rojas a la tierna perdiz del Castañar. Manjar solariego y patriarcal, cuyos granos bermejos llevan savia al cuerpo y afectados, recuerdos, sentimientos y propósitos al alma de todo militar chapado y toledano...".
No sería difícil hacer una antología de recetas y elogios de las "migas". Largo y tendido escribió sobre ellas el cronista turolense Domingo Gascón.
No le pasaron inadvertidas al escritor costumbrista D. Serafín Estébanez Calderón, ni al novelista, poeta y también escritor costumbrista Enrique Gil y Carrasco y otros escritores, como el novelista extremeño en su obra "Fuente Serena" describe el ritmo de elaboración de las migas.
Hay bastantes variedades de migas: las migas comunes, rehogadas con aceite, doradas y algo rojizas por el pimentón; las migas mulatas a las que se echa chocolate; las migas canas a las cuales se agrega leche, preferentemente de cabra; las migas meladas, que llevan algo de miel, etc.
Hay quienes las come con torreznos, con chorizo, con lomo o costillas de cerdo, y quien las toma con sardinas o las ilustra con aceitunas adobadas y troceadas. El calificar de ilustradas a las "migas" que llevan acompañamiento de huevo duro picado o de carne de cerdo fue idea de estudiantes salmantinos de siglos pasados.
No son las migas desayuno o almuerzo de todo el año, sino más bien de la época fría. Hay comarcas en las que tienen su temporada bien marcada: desde Todos los Santos (1 de noviembre) hasta San José (19 de marzo).
Los entendidos en migas dicen que no todos los tipos de pan son iguales para hacer este sabroso yantar. No debe de ser de cochura reciente, sino que es mejor que tenga un par de días y es preferible la corteza a la miga. Partido en trocitos del tamaño de un garbanzo, se colocan éstos en un paño humedecido, e incluso se puede rociar aún más el pan troceado. Esta operación se hace la noche anterior, si se han de tomar para el desayuno o el almuerzo. Se han de espolvorear las migas con sal fina y pimentón. Deben mantenerse toda la noche envueltas en el paño humedecido y a la mañana siguiente se fríen en aceite en el que previamente se han puesto a freir dos ajos. Hay que revolverlas bien mientras se están friendo y se sirven calien tes. Así se hacen las migas comunes, las que normalmente servían de alimento a los pastores.
Las migas, llamadas vulgarmente de pastor, se han popularizado tanto que hoy han irrumpido, poniéndose de moda en las mesas más selectas.
Hay restaurantes muy conocidos que las tienen en la lista de platos a precios no precisamente populares.
El uso y consumo de las migas por parte de los pastores trashumantes era generalizado y esto nos habla de la "ciencia culinaria" que tenían los pastores trashumantes en sus majadas debido a las ventajas y beneficios alimenticios de este antiguo plato, guiso o manjar.
VOCABULARIO TÍPICO DE LOS PASTORES TRASHUMANTES DE LA SIERRA DE BURGOS
Por su interés indiscutible para el mejor conocimiento del tema de la trashumancia ofrezco este vocabulario o léxico típico de los pastores trashumantes recogido en la Sierra de Burgos.
Atona: Oveja descariñada, a la que se tenía que atar para que diera de mamar al corderito.
Ayudador: Pastor auxiliar del rabadán.
Burra: Asa puesta en las pernillas con el fin de colgar en ella el caldero de las migas.
Cañada: Lugares destinados al paso del ganado trashumante a lo largo de todo su recorrido. Dicho terreno no se podía labrar con el fin de que el ganado pastara allí durante el tiempo que andaba su camino de ida o vuelta a la Extremadura. La cañada tenía 72,22 metros de anchura equivalente a 90 varas castellanas.
Carlancas o Carrancas: Collar de cuero con púas de hierro que se pone en el cuello de los perros para su defensa en la lucha frecuente con los lobos, pues, como se sabe, éstos atacan al cuello del adversario.
Colodra: Recipiente hecho de cuerno para llevar la miera.
Cordel: Camino para los ganados trashumantes, la mitad de ancho que la cañada, equivalente a 45 varas castellanas.
Cornicortadera: Rústico utensilio con que los pastores cortaban los cuernos a los moruecos.
Cuerda: Camino para los ganados trashumantes, sinónimo de cordel.
Chozuelo: Choza pequeña trasportable de un sitio a otro; casa movediza para el pastor vigilante del ganado en la dehesa.
Empellicar: Poner la piel del cordero muerto a otro que le sustituye para que con este engaño la oveja que no es su madre le dé de mamar.
Engorronar: Embadurnar.
Intendente o Yegüero: Encargado de la intendencia y de la impedimenta necesaria para el sustento y estancia en las dehesas, responsable de las caballerías mayores necesarias para el transporte.
Garabatos: Especie de horquillas en forma de V utilizadas para el transporte de leñas.
Llara o Llano: Medida de capacidad hecha de cuerno. Como llevaban el vino en los ganados, por la mañana, a mediodía y por la noche les daban a cada pastor una medida de éstas; les daban una medida más de propina cada vez que descargaban el convoy.
Majada: Lugar o paraje que sirve de aprisco al ganado y de albergue a los pastores.
Mansos: Seis o más carneros castrados de instinto disciplinar y del mayor respeto entre el rebaño que servían de guías para el rebaño.
Martín: Sinónimo de estaca, palo.
Mayoral: Es el pastor principal, director y responsable primero de la cabaña. De él dependían rabadán, pastores, zagal, intendente-yegüero...
Miera: Ungüento preparado por los mismos pastores para curar al ganado. Lo llevaban consigo en la colodra.
Migas: Plato típico de los pastores; consiste en pan hecho migajas, aceite bien frito, pimentón y ajo.
Migas canas: Es el mismo plato sólo que añadiéndole leche.
Paridera: Se designa así el sitio en que pare el ganado, pero también la época de los partos y la acción de parir el ganado.
Pernillas: Tres palos en forma de trípode, de cuyo centro colgaba un asa llamada burra, de la que colgaba el caldero de las migas sobre el fuego mientras se cocinaba este plato de pastores.
Rabadán: Pastor que gobierna uno o más rebaños.
Es el siguiente en rango inferior al mayoral.
Rabel: Instrumento musical pastoril parecido al laúd, de tres cuerdas que se tañe con un arco. Las cuerdas son de crin de las caballerías. Tiene sonido muy agudo.
Recacheras: Dícese de las ovejas que se van a los sembrados con frecuencia.
Remojones: Sinónimo de matanzas.
Repasto: Pasto añadido al ordinario o regular.
Sebero: Recipiente donde se guardaba el sebo para aderezar las comidas.
Trashumancia: Es el traslado de los rebaños de ovejas semestralmente de unas dehesas a otras, de unas regiones a otras.
Vereda: Camino para los ganados trashumantes pero más estrecho que la cañada y el cordel.
Zagal: Pastor mozo, subordinado al rabadán.
Zamarra: Prenda de vestir típica de los pastores hecha de piel conservando la lana. La confeccionaban los mismos pastores con pieles de oveja curtidas por ellos mismos. Con los calzones, chaleco y caperuza o montera de los mismo se completaba el vestuario pastoril.
Zumbos: Cencerros grandes, campanos, que llevaban los cameros mansos a quienes seguía el resto del rebaño.
Zurribanda: Sinónimo de estaca, palo.
Zurrón: Bolsa grande de piel de oveja, especie de talego que usan los pastores para llevar la comida.