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Conocida es la importancia. del Romancero dentro de la literatura española; "columna vertebral" de nuestra historia poética le ha llamado José María Valverde de manera certera (1), y, en efecto, en torno a él se ha ido agrupando lo mejor y más auténtico de la creatividad hispana. El Romancero posee, además, una característica que nos da, a un tiempo, prueba de su raigambre popular y de su vigencia en el espíritu colectivo de los españoles: sus temas, que hace siglos ya nacieron para ser cantados o recitados melodiosamente, siguen siendo hoy transmitidos por tradición oral en boca de gentes sencillas. El Romancero, pues, tal y como Menéndez Pidal lo describió, es un árbol vivo de numerosas y fecundas ramas (2).
Actualmente, los romances conservados oralmente aún pueden ser recogidos de los labios de algunas personas -especialmente de las más ancianas- en aquellas áreas donde los medios de comunicación -que informan, pero también atontan y despersonalizan- no han arrasado todavía, a golpe de onda, cualquier vestigio de cultura autóctona. En una encuesta realizada durante los últimos siete años con dos compañeros de "fatigas romancísticas", Joaquín Díaz y J. Delfín Val, había podido comprobar la pervivencia casi milagrosa del Romancero tradicional (3). Era de esperar que en otras provincias de los antiguos reinos de Castilla y León afloraran los temas del Romancero, del mismo modo que lo habían hecho en tierras de Valladolid. Las recopilaciones de otros investigadores en Soria o en Segovia así parecían atestiguarlo ( 4). Por ello, en Palencia -zona poco explorada romancísticamente- y, más en concreto, en Carrión de los Condes, a donde había sido destinado en el año 1979 como catedrático de instituto, alenté una búsqueda de romances tradicionales, que pronto ofreció interesantes resultados.
La rápida desaparición de tradiciones y costumbres en el medio rural, tan íntimamente ligada a la, despoblación o a los movimientos migratorios, ha afectado a toda la región castellano-leonesa y la provincia palentina no es una excepción frente a este fenómeno. Lugares que hace siglos tuvieron una trascendencia inmensa en el desarrollo y evolución de la España medieval y renacentista, aparecen ahora ante nuestros ojos mostrándonos la triste realidad de su abandono: Palacios deshabitados y en ruinas; deteriorados escudos que simbolizan un poder para siempre pasado; iglesias casi hundidas bajo el peso de su antigua, y hoy ineficaz, grandeza. Sólo algunas personas, afortunadas o tenaces; han resistido el ataque de unos procesos de industrialización tan ficticios como mal dirigidos. Son ellas quienes, con satisfacción y orgullo, pueden informarnos puntualmente acerca de los cantos; bailes y celebraciones de otros tiempos.
El mérito de la recolección romancística llevada a cabo en la zona que rodea a Carrión de los Condes más que mío, más que de los alumnos del Instituto que entre familiares y conocidos me ayudaron a rescatar las composiciones que luego transcribiré, pertenece, sobre todo, a los llamados "informantes" en nuestra jerga técnica, es decir, a esos transmisores populares que anónimamente y generación tras generación han contribuido a mantener con vida el árbol del Romancero.
Entre el variado "corpus" que recopilé, se encuentran romances "viejos" como "El conde Alarcos" que en la opinión de Menéndez Pidal, data del siglo XIV; otros "clásicos" ya en las recopilaciones de los romancistas: "La boda estorbada", "La doncella guerrera", "La loba parda"; las historias sobre santos ("El martirio de Santa Iría" o "Santa Elena", "El romance de San Alejo"), sobre apariciones sobrenaturales ( "La zagala", "La devota del rosario" ) o sobre asuntos religiosos, en general ("La samaritana", "Madre, en la puerta hay un niño. ..", "La flor del agua"), abundantísimas, a lo que parece, en estas tierras; no faltan ejemplos de cantos -catalogados como romances en el sentido más amplio de esta denominación- próximos al conjuro, como "Las doce palabras", o relacionados con la misteriosa interpretación de números y figuras, como "La baraja"
La versión de "El conde Alarcos", que me fue transmitida por Petra González, de 70 años de edad, nacida en Villovieco, condensa en breves versos la dramática narración juglaresca. El final me sorprendió por su originalidad e intensa emoción lírica:
Estaba doña Isabel
al balcón como solía
y vio bajar a su conde
sin ser hora de mediodía:
-Qué triste viene mi conde,
qué triste vienes, mi vida,
dame un poco de tristeza
que te doy algo de alegría.
-Demasiado de tristeza,
lo que nunca te daría;
me ha dicho el rey que te mate
y me case con su hija.
-Eso no lo harás, mi conde,
eso no lo harás, mi vida;
yo me vestiré de luto
y en casa de mis padres me iría,
y al niño más pequeño conmigo le llevaría.
No puede ser, mi condesa;
no puedes ir tú, mi vida,
que si no te mato a ti
a mí me quitan la vida.
-No me mates con puñal,
que es muerte muy dolorida,
saca una tela del arca
y con ella me ahorcarías.
Afloja, afloja, mi conde,
afloja, afloja, mi vida,
dame al niño más pequeño
que le doy la despedida.
Mama, hijo, de estos pechos;
mama, hijo de mi vida,
que una madre se te va
y otra acaso te vendría,
que te arañará de noche
y te cantará de día
La versión de "La loba parda", el antiguo y popular romance de pastores, casi "sospechosa" por sus coincidencias con muestras ya recopiladas, presenta -como nada despreciable prueba de su autenticidad, en cuanto a composición transmitida oralmente-abundantes rasgos de lenguaje, rurales y locales, tan pintorescos como expresivos; de otra parte, la versión es, en su conjunto, sintética, densa, vivísima, a pesar de estar salpicada de formas arcaizantes. Así la recitó Aureliano Melendro, de Osorno:
Estando yo en la mi choza
pintando la mi cayada
las estrellas altas iban
y la luna rebajaba;
mal barruntan las ovejas,
no paran en la majada;
vide venir nueve lobos
por una oscura cañada.
Venían echando suertes
cual entrará en la majada.
Le tocó a una loba vieja,
paticoja, cana y parda
que tenía los colmillos
como puntas de navaja.
Dio dos vueltas al redil
y no pudo sacar nada,
a la última vuelta que da
saca la borrega blanca,
hija de la oveja churra,
nieta de la ovejicana,
la que tenían mis amos
para el domingo de Pascua
-¡Arriba, siete cachorros,
todos de una "lechigada",
que si me cogéis la loba
tendréis la cena doblada,
y si no me la cogiereis
cenaréis con la cachava!
Los perros tras de la loba,
las uñas esmigajaban;
siete leguas van corriendo
por unas praderas largas
y al subir un cotorrito
la loba ya va cansada.
-Tomad, perros, la borrega
sana y buena como estaba.
-No queremos la borrega
de tu boca baboseada,
que queremos tu pellejo
pa`l pastor una zamarra.
-El pastor zamarra tiene,
que se la vi esta mañana.
-Si la tiene o no la tiene
es preciso remendarla.
Severiana Martínez, de Calzada de los Molinos cantó una lección muy bella de "La flor del agua" poema religioso, pero sobre todo de misterio; en la "Zagaleja", en "La romera" o en "La devota del Rosario" la Virgen María protagoniza, como aquí, apariciones milagrosas. "La flor del agua" es, de todos estos romances, el que he encontrado con menos frecuencia, habiéndome interesado siempre ese transfondo de mágico rito, hábilmente sacralizado, que se advierte en la actitud de la muchacha; paganismo y religión oficial, una vez más, en curioso equilibrio:
Mañanita de San Juan
cuando el agua vaporeaba
bajó la reina del cielo
a lavar sus pies y cara
y después de lavadita
echó bendición al agua:
-Bendita sea la hembra
que aquí viniera a por agua
La oyó la hija del rey
del palacio donde estaba,
muy de pronto se vestía,
más de pronto se calzaba, cogía cántaros de oro
porque de plata no halla.
-Buenos días, la señora,
¿dónde va tan de mañana?
-Como soy hija del rey
voy a por la flor del agua.
-Para ser hija del rey
viene poco acompañada.
-Pa qué quiero compañía
si yo buena la encontrara...
-Como usted encuentra buena
la pudiera encontrar mala.
-Dígame usted, la señora,
si he de ser monja o casada
-Casadita sí, por cierto,
casadita y muy honrada,
tres hijos has de tener
que han de ceñir en campaña,
y una hija has de tener
monja para Santa Clara;
y en. teniendo aquella hija
se te ha de arrancar el alma,
derechita has de ir al cielo
en silla de oro sentada.
Conjuro y piedad pintorescamente entrelazados, también, en el "macarrónico latín" de la versión de "Las doce palabras" -tema estudiado por mí en un .título que esta misma revista publicó (5)- que María Estébanez, de Villaeles de la Valdivia, cantó de la siguiente manera:
...Doce apostoloruné
once de mil virginé
diez de perfectuné
nueve corus angelorus
ocho ingratitudiné
siete dones de espirité
seis credité posité
carreras de Galilé...
De la encuesta realizada, todos los que en ella participamos pudimos extraer la siguiente experiencia que yo había comprobado anteriormente en similares empresas: El Romancero tradicional nunca defrauda, como no defraudan las personas que con una fidelidad sorprendente para la veleidad urbana de nuestro siglo han sabido conservarlo con vida durante décadas y décadas. La encuesta, llevada acabo, fundamentalmente, por muchachos de Instituto, vino a demostrar, además, que los más ancianos y los jóvenes son capaces de interesarse por lo mismo; por una cultura tradicional, cultura de todos, a la que no debemos renunciar.
Cuando ahora termino este brevísimo informe sobre una recopilación romancística, recuerdo desde la fría Soria en que me encuentro las tierras palentinas de condes y guerreros y mirando hacia el Duero pienso que, como poéticamente Machado sospechaba, el viejo río, padre de lo castellano, bien pudo infundir en los juglares el sueño de un romance, el alma de su eterno cantar...
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(1) JOSE M.ª VALVERDE, Breve historia. de la Literatura Española, p. 51. ed. Guadarrama, Madrid 1969.
(2) RAMON MENENDEZ PIDAL, Romancero Hispánico. Vol. I, ed. Espasa.-Calpe, 1953
(3) Veánse los resultados de dicha encuesta en la. siguiente publicación: LUIS DIAZ VIANA, JOAQUIN DIAZ, JOSE D VAL, Romances tradicionales (Dos Vols.), ed. Diputación Provincial de Valladolid, 1978-79.
(4) Me refiero a los sondeos parciales que desde K SCHLINDLER varios investigadores norteamericanos han realizado en Soria y, de otra. parte al libro de AGAPITO MARAZUELA, CancIonero Segoviano, 1964.
(5) Véase n.º O p. 4