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Montemayor del Río anda por la Cordillera Central, a unos ochenta y cinco kilómetros de Salamanca. A lo largo del valle corre el río Cuerpo de Hombre y las guías turísticas dirían que hay abundancia de fuentes cristalinas y hermosas praderas. Y la cosa es que las hay. O sea, que a veces las guías turísticas aciertan, aunque esto aún no lo ha dicho ninguna guía, sino un hombre, hijo del pueblo, que junto a su hermano, me invita a que vaya y mire.
Hasta finales del XVIII parece ser que unos marqueses -los correspondientes a este pueblo- ocuparon la gran mansión del Palacio de San Vicente, con su castro o ciudadela amurallada. Los libros parroquiales dicen que cuando llegaron los franceses cometieron muchos desmanes: quemaron archivo, castillo y pueblo. El humo eclipsó de alguna manera el hilo histórico que pacientemente se había ido alumbrando día a día. Dicen que Montemayor tenia poder sobre catorce pueblos. Aún puede verse el granero del marqués, con su escudo, allí donde todo bicho viviente depositaba su tributo. El calabozo, el lugar de tormento y la lonja pública. La casa del portazgo, donde el ganado transhumante dejaba su impuesto de paso; la casa del Corregidor, que ya no existe, o sea, que no se puede ver, pero si la del propio marqués y la de su administrador. De su ayer, las bodegas, comunes a casi todas las casas, guardadoras de vasijas para vino y dependencias para productos del campo. La castaña era el fruto más importante. Se secaba en los zarzos, encima de las cocinas, para alimento del ganado en invierno. El silencio del batán y la tenería hablan del perdido trabajo sobre el lino y el curtido de pieles. Y molinos a lo largo del río. Entonces, según dice don Saturnino, había abundancia de pastos. El clima fresco y húmedo, la ladera al sol naciente, buena para la viña, hacían posible un cierto nivel de trabajo, vida y economía. Ganado, viña y huerta. Después ha pasado lo que ha pasado: se han puesto a plantar chopos del Canadá, de rápido crecimiento, en los mismos sitios de cultivo, resumiéndolo todo a un cambio sustancial del paisaje, de la vega, de la agricultura y a que la ganadería se califique como "poca y modesta". Pero en realidad a lo que he venido hasta Montemayor del Río es a constatar datos sobre la industria artesana maderera, vieja labor de hacer banastas y cestos para la uva, la castaña o la patata. Dice don Saturnino que esta industria ha absorbido casi totalmente la mano de obra. Lo cierto es que todo el pueblo se dedica a lo mismo y que Montemayor del Río exporta en gran cantidad.
La materia prima para la banasta es el retoño que sale de la raíz del castaño. La medida aproximada del grueso: la de un brazo humano. Esta madera se calienta al fuego o en agua, se hiende con cuchillas especiales, a mano, en finas láminas, verganchas. Después de regruesarlas se empieza el trabajo del envase. Primero se entrecruzan las láminas en el suelo y se deja limitada la base, siempre rectangular. Se doblan los sobrantes hacia arriba y se rodea el conjunto con una cuerda para comodidad del operario. Se teje lámina a lámina, desde la base a la punta hasta hacer desaparecer la cuerda por la propia consistencia obtenida. Como remate, se le coloca un aro de madera, repurgo, que va recibiendo las terminales de cada lámina, que lo abrazan y se cosen entre si con otras más estrechas. El mismo aro sirve de asidero. Un artesano puede hacerse una docena al día y ya va bien. De todas formas, al hacer relación de tiempo empleado, aporte básico y ganancia obtenida nos sale el por qué la gente joven haya emigrado en busca de otros horizontes más claros.
Los aserraderos vivos se limitan a sacar el tablón, secarlo y venderlo a las fábricas de muebles. Se dice en Montemayor que sí estos muebles se hicieran aquí, la cosa podría cambiar. De la madera que sobra de los tablones se hacen tablas y de ellas envases para fresas y tomates y que según dicen "lo logran los chiquillos en las horas libres de la escuela".
Victor, un artesano, ha tocado con la misma materia el tema de la decoración y hace pantallas, lámparas, cofres y banquetas. Dice don Saturnino que seria buena una promoción de esta nueva faceta, pensando que el artesano pudiera obtener de su trabajo mejor beneficio. Hace hincapié sobre las dotes naturales por explotar del pueblo. A este hombre, creo, le haría feliz que todo el mundo gozara de Montemayor, porque como bien dice: "la naturaleza es patrimonio de todos".