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La villa de Sahagún está situada al sudeste de la capital y de la provincia de León, en los límites con las de Palencia (términos de Villada y de San Nicolás del Real Camino), y de Valladolid (término de Melgar de Arriba). Forma parte de la comarca natural Tierra de Campos, y es lugar de parada y descanso para los peregrinos que van a Compostela, pues cruza sus terrenos de Este a Oeste el Camino de Santiago.
Nació Sahagún en las cercanías de un puente romano, creció en torno de una iglesia que guardaba los restos de dos santos mártires de la época romana (el primer nombre del lugar fue “Domnos Sanctos”), San Primitivo y San Facundo -de éste último le viene su nombre actual: Sancti Facundi = Sant Fagúnd = Safagún = Sahagún-, y fue engrandecida por un monasterio cluniacense de mucha importancia y poderío que -favorecido por los reyes de León y de Castilla Alfonso III, Alfonso VI y otros más- llegó a tener: dominios por gran parte de España; una convocatoria de Cortes en 1313; acuñación de moneda en tiempos de Doña Urraca; una de las pocas imprentas que había en el país en el año 1540 (impresor: Nicolás Tierrenx); y Universidad hacia esos mismos años, aunque no durase muchos más.
Fue poblada por gentes de toda Europa, cristianos, mudéjares, judíos, y burgueses de muchos y variados oficios: “herreros, carniceros, carpinteros, pelliteros, sastres, e omes enseñados en muchas e dibersas artes e oficios. Et ansi el Rey Don Alfonso (VI) pobló e fizo la villa non pequeña”.
Esto dice la Primera Crónica Anónima de Sahagún. y es traído a cuento en esta breve nota, para justificar el que, donde sucedieron hechos tan importantes de la Historia, perduren algunas tradiciones que forman parte de la intrahistoria en nuestra región castellana y leonesa. Y que, en una villa que tuvo tantas letras, sean recordadas algunas “letrillas”.
De estas tradiciones, unas están vivas, pujantes incluso: tales son las relativas a la subasta de los pasos y las procesiones de Semana Santa, las fiestas de San Juan de Sahagún, la romería de San Marcos y las hogueras. Otras colean con poca fuerza: así están las de “correr la tortilla”, Pastorbono y la feria de San Simón. Y el resto sólo se encuentra ya en el recuerdo de nuestra generación y en boca y relatos de la gente mayor.
Por seguir un orden lógico, las presentaré en el cronológico anual.
Y así he de comenzar por la fiesta de San Antón, -el diecisiete de Enero-, de tanta raigambre en los pueblos agrícolas de la meseta y aun de toda España.
Junto a la iglesia de San Tirso -una pequeña joya románico-mudéjar, de ladrillo-, donde paraba la imagen del Santo, se reunía a los animales (burros y caballos en su mayoría), que eran debidamente bendecidos. Lo peculiar del caso eran “las vueltas” y “los versos”. A lomos del rocín, y ante la devota imagen y la concurrencia, un muchacho recitaba la copla y salía escapado a dar una galopada alrededor del templo. Otro que tal, ocupaba su lugar y efectuaba la misma cabalgata.
Debió de haber muchos otros “poemas”; aquí solamente puedo dar fe de un par de ellos, tan poco reverentes como naturales.
1.-¡Oh, glorioso San Antón,
que estás en esa tronera,
con los ojos de cristal
y la picha de madera!
(y el jinete salía, por lo menos al trote, a dar una vuelta a la iglesia).
2.-¡Oh, glorioso San Antón,
el diecisiete de Enero!
¡Fui a dar agua a mi caballo
y se cayó en el reguero.
Le fui a agarrar por el rabo...
y me tiró un fuerte pedo!
(y ¡otra vuelta!)
El 20 de Enero, fiesta de San Fabián y San Sebastián, se celebraba en la iglesia de San Juan de Sahagún, una misa en honor de los también mártires San Primitivo y San Facundo. (No sé por qué, algunas personas mayores les llaman “los mártires de Gijón”. En rima popular y consonante dicen: Los mártires de Gijón, / el veinte de Enero son).
En tal fecha, el señor alcalde y la corporación municipal subían a oir la citada misa. Si el alcalde era primerizo, lo hacían con maceros y escolta de guardias municipales y de “consumeros”. A su término, y en los locales del Ayuntamiento, a todos y cada uno de los rapaces de las escuelas puestos en fila, nos daban dos puñados de almendras garrapiñadas.
El tres de Febrero, día de San Blas, y dependiendo de la higiene y la fe de cada cual, se llevaba a bendecir una jarra de agua para cada familia, a la iglesia de San Tirso. El líquido quedaba bendito, metiendo en él un hueso de San Blas atado aun cordelillo, para su más fácil manejo y recuperación.
DOMINGO “TORTILLERO”
Así se llama en Sahagún al domingo de Pasión, el anterior al de Ramos. Ello se debe a la costumbre de pasar los chavales pidiendo huevos por las casas. Con los pocos o muchos recibidos, las pandillas de mozos y mozas preparaban tortillas variadas que iban a merendar al campo. A esa excursión se le decía “correr la tortilla”.
En este día, cada vez con más público y más fuerza, se celebra la subasta de los pasos que saldrán en las procesiones de la próxima Semana Santa. Exactamente, lo que se subasta es “la lleva” de unos pasos determinados, que no de todos. A su tiempo se explicará el por qué.
Los pasos por los que se puede pujar, son los siguientes por orden de salida a la oferta y, generalmente, también por la limosna que originan, de menor a mayor cantidad:
-Paso del bombo
-Paso de la trompa
-Paso de las banderas
-Paso del Cristo de los entierros
-Paso de las Cruces cortas
-Paso de la Cruz Grande
-Paso de la Urna
-Paso de la Soledad
Para evitar molestias de la chiquillería importuna, la puja mínima está actualmente establecida en cien pesetas.
Hasta hoy en día viene siendo habitual que los cinco primeros pasos no aporten limosnas cuantiosas; sí, en cambio, los tres del final de la lista. En los últimos cinco años se viene dando por su lleva alrededor de los veinte mil duros (cada uno).
El ritual de la subasta se celebra en la Capilla de Jesús, aneja a la iglesia de San Lorenzo. (La Cofradía de Jesús existe desde el año 1652, con bula del Papa Inocencio X, inmortal desde que Velázquez lo retratara, que concede licencia para su fundación).
Y el rito se ajusta al siguiente canon: el Mayordomo de la Cofradía, “coram populo”, anuncia, por ejemplo:
-¡Se subasta el paso de la Soledad! ¿Hay algún hermano devoto que dé una limosna por su santa lleva?
Comienzan las pujas, con el aliciente de esperar al último momento para elevar la cifra; de los comentarios que ilustran sobre si Fulano está ofrecido y piensa dar billetes en cantidad; de que este año van a intentar quedarse unas mozas con tal o cual paso. El ambiente se carga siempre de emoción y de electricidad de signo diverso.
-¡Noventa mil pesetas! -llegará a ofrecer alguien después de varias pujas.
-¡Noventa mil pesetas dan / por el paso de la soledad. / Hay algún hermano devoto que dé más limosna por su santa lleva? ¡Qué buena a la una..., que buena a las dos...
-¡Cien mil pesetas!, -gritará otra persona. (No se sabe si en nombre propio o como hombre de paja, intentando sacarlo por menos precio).
-¡Cien mil pesetas dan / por el paso de la Soledad / ¿Hay algún hermano devoto que dé más limosna por su santa lleva? ¡Que buena a la una!... ¡que buena a las dos!..., ¡que buena a las tres, y que buen provecho le haga!.
Más tarde, el adjudicatario hará efectiva la limosna. (Fijarse bien que no se habla de “dinero”). Estará destinada a reparar túnicas, restaurar pasos y tableros, pagar al predicador, limpiar y mantener la capilla y sufragar el convite del Jueves Santo por la noche, lámparas de cera y otros gastos.
LAS PROCESIONES DE SEMANA SANTA
El Jueves Santo por la tarde, después de los Oficios, la Cofradía de la Vera Cruz saca en procesión un Cristo atado a la columna, otra imagen de Jesús en el huerto de los Olivos, y dos más de la Virgen: una Soledad pequeñita y una Dolorosa de cara grande y muy expresiva. Son los pasos que estaban en la iglesia de San Tirso cuando en ella había culto.
Es una procesión “como todas”: gentes devotas, cantos penitenciales... un digno término medio. Los extremos llegarán el Viernes Santo. Tras la procesión, ya de anochecida, tiene lugar “la ronda”. Las autoridades civiles y eclesiásticas, con escolta de guardias municipales y con dos faroles, pasan por las iglesias donde está expuesto el Santísimo y allí rezan una estación a Jesús Sacramentado, debidamente abreviada, ya que lo que cuenta es la buena intención. Finaliza la ronda en San Lorenzo, la iglesia parroquial. Allí, el Alcalde y sus tenientes deponen sus bastones de mando ante el Monumento.
Al llegar la medianoche se dan unos tañidos tristes de campana, y desde lo alto de la torre caen, cubriendo todo el pueblo, profundos y solemnes, unos largos toques de trompa. Se conmemora así la angustia de Cristo.
Después, los cofrades y las autoridades bajan al trastero de la Capilla de Jesús y toman un refrigerio, consistente en aceitunas negras aliñadas con pimentón picante, aceite y vinagre; higos pasos adobados con la misma salsa y, para beber, limonada.
EL VIERNES SANTO
Es día de contrastes: se abre con una procesión irreverente (en apariencia) y de escarnio. Terminará con otra, toda sentimiento y devoción.
A primeras horas de la mañana, tras un escueto fervorín al que asisten las personas asiduas al culto eclesiástico, el Mayordomo sale afuera de la iglesia de San Lorenzo, va a la puerta principal de la Capilla de Jesús y con la insignia da tres golpes, espaciados. Desde dentro, el Apoderado abre las puertas.
Puede que pocos minutos antes le haya dado “la isa” a algún forastero. Y a mayores, un buen susto, pues la tal tradición consiste en agarrar al infeliz entre cuatro indinos, por sorpresa, llevarlo en volandas hasta la puerta, y allí, usándolo a él de ariete, intentar abrirla. Es falso que apunten con la cabeza de la víctima, como dicen algunas malas lenguas. Los llevan con los pies por delante.
Dentro de la Capilla, los pasos que fueron objeto de subasta el Domingo Tortillero, son cogidos por quienes dieron la limosna. Pero hay otros cinco -grupos escultóricos con tallas de mérito- que hasta hace pocos años han sido llevados a hombros por los diferentes gremios. Y así; el paso de Jesús Nazareno -llamado “El Cirineo” por mostrar además su figura- fue llevado siempre por los hortelanos; el Majito Barreno, por otro nombre “Rodopelo”, a causa de la corona de espinas que soporta una impresionante talla de Gregorio Fernández, por los carpinteros; Las Tres Marías, por los quintos; El Caballo [de] Longinos”, por los pescadores; y El Descendimiento, por los pastores. Por ello, estos cinco pasos no se subastan.
Como ya no quedan gremios, ni casi menestrales, son voluntarios los que se arriman a las andas. Al mando de cada grupo va un jefe de paso, cuya misión será velar por el buen comportamiento, en evitación de alguna posible gamberrada, y sobre todo, mandar parar y poner en marcha el paso, cosa que hará con golpes secos y fuertes dados sobre el tablero con un buen canto del río.
La procesión es larga y “sui generis”. Dura entre tres y cuatro horas. Pudiera ser –perfectamente- una imitación atenuada del escarnio y las burlas que sufrió Cristo, es decir: una especie de “auto” de la subida al Calvario. En efecto, los que asisten a ella -autoridades eclesiásticas incluidas- no van nada recogidos ni circunspectos. Menos aún, quienes llevan los pasos: si se entona algún cántico de penitencia, desentonan y vociferan adrede; al pasar junto a la antigua iglesia de la Trinidad -cuyas campanas han ido aparar a Huesca (¡ya ve Ud.!) por obra y culpa de un antiguo obispo-, no faltará quien rompa a cantar: “¡Por las campanas que te robaron...perdónale, Señor!”.
Las han hecho más “gordas”, Años hubo en que bajaron al Caballo Longinos a beber agua en la presa. No parece que vayan a volver esos tiempos, nadie los echa de menos.
Al llegar la procesión a la iglesia de San Juan de Sahagún, tiene lugar otro acto bien tradicional y entrañable: “el saludo” que Jesús Nazareno rinde al Santo local. Los costaleros que llevan dicho paso lo cogen a pulso -que no a hombros- y en la iglesia, abierta y despejada a tal fin, dan tres “posas” o reverencias para entrar y otras tres al salir; sin dar la vuelta, mirando siempre a la imagen de San Juan. Un respeto.
Poco después, ya en la plazuela de San Lorenzo, la procesión termina. Pero antes de guardar los pasos en la Capilla de Jesús, les hacen “bailar” un rato. Antaño los costaleros daban rápidas vueltas en redondo, desoyendo las órdenes y el cabreo del jefe del paso, y éste giraba como una peonza, con no poco escándalo de las devotas gentes y con harto peligro. Hogaño se los mece con un vaivén más ligero, bien acompasado, algo menos emocionante, pero más sensato.
Y hasta el año que viene. Los pasos son colocados dentro de la Capilla en orden inverso al de salida, y los cofrades de Jesús reparten a los costaleros su recompensa: “pan de Jesús” y orujo químicamente puro. El “pan de Jesús” es bregado, lechuguino o de canteros, amasado con cariño y abundancia. No lleva añadido ningún asperges, pero el pueblo lo come “como pan bendito”. El orujo se distribuye a razón de una botella para dos o tres costaleros, pero rápidamente se reparte entre quienes piden un trago por favor. De tal manera, que las botellas quedan pronto vacías. A las casas puede que llegue algún trozo de “pan de Jesús”; pero de orujo, nada de nada.
En el atardecer de ese mismo día, sale otra procesión: la del Santo Entierro. No se parece en nada a la de la mañana: detrás del paso de la Soledad, un grupo de personas “ofrecidas” -algunas descalzas-, con candelas en las manos, le agradece o le pide a la Virgen, y suelta en veces unos lagrimones tamaños.
Poco antes, dentro de la iglesia, han tenido lugar el Desenclavo y el sermón del Descendimiento. En San Lorenzo no cabía en esa ocasión ni un alfiler. En el sermón -quizás el más importante del año- el predicador se dirigía, emocionado, al pueblo de Sahagún, también emocionado:
-¡Pueblo de Sahagún!, ¡desclavadle la mano derecha, para que con ella nos dé sus bendiciones!...” Así, a su mando, unos “santos varones” iban quitándole la corona de espinas y los clavos de manos y pies a un magnífico Cristo articulado, al que bajaban luego con toda delicadeza y -siguiendo siempre las indicaciones del orador sagrado- le presentaban muerto, desmadejado, ante la imagen de su Madre en Soledad. Por fin lo depositaban en la Urna, con el mismo cariño.
La procesión del Santo Entierro, solemne, devota y conmovedora, saca los pasos de la Urna -otra joya de talla barroca digna de verse-, la Soledad y la Cruz Grande. Como ya se adelantó, es de carácter totalmente distinto del escarnio matutino. Transcurre en silencio, entre rezos y cánticos que expresan a ley el dolorido sentir. Solamente el bombo hace oir cada cierto tiempo su toque sordo, áspero, siempre con esta misma cadencia: “bóm-bóm-bóm-bóm-bóm-bómbómbóm-bómbóm” (Los guiones corresponden a pequeños intervalos de silencio; en total, cada “pieza” o toque viene a durar unos diez segundos).
Se hace esta procesión casi tan larga como la mañanera, debido a que quienes llevan la Soledad tienen a gala hacerlo con muchísima lentitud, con un perfecto y acompasado balanceo y con la mayor cantidad posible de paradas. Cuando termina y se guardan los pasos es siempre ya noche cerrada. Como debe ser
SAN MARCOS, EVANGELISTA
El 25 de Abril, fiesta de este santo, se celebra una misa en la ermita de la Virgen del Puente (a unos tres kilómetros del pueblo retrocediendo por el Camino de Santiago, hacia San Nicolás), con procesión alrededor de la pequeña capilla, y una romería también típica.
El Ayuntamiento -es un decir- obsequia con un bocadillo de pan y queso a todos y cada uno de los asistentes, grandes y chicos. Es tradicional comer o merendar en el prado que rodea la ermita, en la misma orilla del río Valderaduey, y que en el condumio no falten nunca los caracoles. También se comen avellanas tostadas en abundancia. Los mozos se las ofrecían a las mozas. Por algo se empieza.
Al atardecer se regresa al pueblo bailando “la Tantáriga”, un baile tipo jota en movimiento, con abundante meneo de caderas y con una letra de lo más peregrino: “Ha reñido la tía Modesta / con el hijo [de] la tía Pascuala / porque todos querían la cresta / del gallo, que era encarnada. / Jó-Jóle / Jó-Jóle...”.
(Curiosamente el reparto del pan y el queso se produce también ese mismo día de San Marcos, en el pueblo navarro de Caparroso, en la Ribera del río Aragón).
PASTORBONO
Es otra romería, menos importante, celebrada ésta en el Plantío, un pequeño soto cerca del río Cea, que está a la salida de la villa por el Puente Canto, hacia León.
En ese día -el tercer lunes después del Domingo de Resurrección- las mozas correspondían, también con avellanas, a los mozos. Y al son de la dulzaina y el tamboril se bailaba de nuevo la Tantáriga.
SAN JUAN DE SAHAGUN
La fiesta de este Santo, hijo de la villa, taumaturgo y patrón de la ciudad de Salamanca -nada menos-, la celebra la Iglesia el doce de Junio; y el pueblo durante una semana alrededor de esa fecha.
Por ser comunes a tantos lugares, nada diré de las “grandes ferias de toda clase de ganados”, como publicaban los carteles; ahora, maquinaria agrícola y tenderetes. Charangas, bailes, fuegos de artificio, corridas de toros, y desde hace algunos años, las inevitables “peñas”.
En el aspecto religioso, novena en la iglesia del Santo, con Vísperas solemnes el día 11 por la tarde y misa de igual condición el día de la fiesta. A la salida de las citadas Vísperas, los Mayordomos de la Cofradía de los Hermanos de San Juan -son tantos, que han de turnarse en parejas-, obsequian a las autoridades y a los cofrades con un “refresco”, que traducido al romance paladino quiere decir una espléndida merienda. Hasta hace diez o doce años, eran inexcusables en esta ocasión unas exquisitas obleas que fabricaban en el pueblo cercano de Grajal de Campos.
Pero lo más tradicional, han sido -y siguen siendo- los encierros. Dicho en idioma local: “las vacas”. Tanto es así, que ya desde los años de la Primera Guerra Mundial, hizo fortuna una letrilla “sacada” por el maestro Ocejo, don Antonio (personaje popular que, por aquellos tiempos se asomaba al balcón de su casa, sobre la plaza mayor, y desde allí daba al pueblo las noticias que fuere menester. También tocaba la guitarra acompañando sus versos).
La canción dice así: (con música de una mazurca de la época).
En esta población,
muere la función
si quitan las vacas;
no ganarán un “rial”
ni los del ferial
ni los de las “barcas”;
las casas de comer,
bares y cafés
tascas y tahonas,
y hasta San Juan de Sahún
sacará menos limosna.
Y es que San Juan de Sahagún no lo puede ver (bis: no lo puede ver)
que las vacas en Sahagún dejen de correr (bis: dejen de correr).
Si algún gracioso
que de su bolso
saca “parné”,
no quuere vacas,
¡que le den caca
sólo p'a él.
Las vacas eran traídas antaño por esas cañadas de nuestra tierra, al cuidado de caballistas, desde la misma dehesa de origen. El pueblo vivía unas jornadas de auténtico sobresalto a la espera de la llegada de los animales. Se tapaban las bocacalles con carros que las impidiesen escapar en el trayecto hacia la plaza de toros. Y más de un patoso cobró unas merecidas patadas en el culo, por soliviantar al personal con gritos y falsas noticias sobre la proximidad de las fieras.
El mismo día de San Juan se encerraban en un corral las vacas que se iban a correr por la tarde. Pero antes de comer, recién terminado el encierro, los mozos iban con las varas al Ayuntamiento, a pedir al señor Alcalde una “vaca de prueba”. La primera Autoridad la concedía -¡qué remedio!-, y soltaban una vaquilla. Por la tarde el resto de la manada.
Sigue viva esta costumbre, aunque con salida desde un camión y con modernas talanqueras.
(Siendo yo rapaz, se escapó una vaca brava saltando por entre unos carros. Vagó durante quince días dando alarmas y sustos por los pueblos de alrededor, y fueron a atraparla en el de Valverde Enrique, ya casi en la comarca de los Oteros. El Gobernador de turno declaró prohibidos los encierros y así estuvieron durante algunos años. Pero el tótem es el tótem y las aguas -en este caso las vacas- volvieron a su cauce).
EL RAMO
En la noche de San Juan Bautista, el 24 de Junio, los pretendientes de una moza -conocidos o no-, escalaban hasta la ventana de su dama para ponerle un ramo de flores si se podía, de ramas verdes si no, arrancandas con mano violenta de los huertos cercanos.
LAS HOGUERAS
Las vísperas de San Lorenzo y de Santiago Apóstol, los vecinos de sus barrios respectivos pasaban por las casas pidiendo trastos viejos de madera. Con ellos y toda la leña que podían juntar, levantaban una pira de grandes proporciones. Esa noche se quemaba entre algazara, mísicas, y canciones contra otros barrios rivales:
¡Viva San Lorenzo!
¡vivan sus parrillas!
Y a los del harnal
que les den morcilla.
¡Viva San Lorenzo!
¡viva su retrato!
Y a los del harnal
que les den po'l saco.
El “harnal” era la parroquia y feligresía de San Tirso.
También se quemaba hoguera y fuegos artificiales la víspera de la Virgen Peregrina, fiesta que se celebra el 2 de Julio, en honor de una preciosa imagen, obra de una escultora de Sevilla, La Roldana.
LOS VERANEROS
Palabra de hace ya unos cuantos años, y que nada tiene que ver con los “veraneantes” de hoy en día.
Así se llamaba a los obreros agrícolas de temporada. En concreto de la que va desde San Pedro hasta Nuestra Señora de Agosto.
En el contrato -verbal, como es caso entre gentes honradas- casi siempre se incluía la manutención del trabajador. “Tantas pesetas... y mantenido”, era la fórmula. Y de verdad que bien lo necesitaban, pues las faenas eran agotadoras.
Con las mieses ya segadas y “apañadas” en gavillas y en “morenas”, comenzaba el acarreo en plena noche, mucho antes del amanecer. Así, el sol secaba pronto el poco rocío que las espigas pudieran traer. La trilla duraba mucha horas; sin interrupción hasta bien entrada la tarde, salvo para la hora de comer. Si acaso algún rapaz ayudaba un poco llevando durante un rato las mulas al trote -sin abusar de la tralla-, podían los veraneros echar un mínima siesta. Terminada la trilla, amontonar la parva y, si daba tiempo, hacer un viaje y acarrear mies antes de cenar. Había que llevar, además, el ganado a beber agua y darle pienso y descanso. Como mucho se dormía entre cuatro y seis horas, y vuelta al acarreo.
Las máquinas segadoras y aventadoras (“limpiadoras” se llamaron siempre en Sahagún) supusieron un adelanto y descanso importantes. Antes de su implantación había que aprovechar a la carrera el viento de Burgos, más conocido como “amarga-cenas”, para limpiar con golpes de bieldo todo el grano posible. Por fin, con el cereal ya en sacos o en el silo, se empacaba la paja y se barría la era, para no dejar ni las granzas. Todo valía para pienso de las gallinas.
Bien venidas hayan sido las cosechadoras.
LA VENDIMIA
Si ya no se trilla, en mi pueblo tampoco se vendimia. En todo el campo de Sahagún ya no quedará ni media docena de pequeños majuelos. En lugares cercanos, y con los viticultores agrupados en cooperativas, aún se ven bastantes viñedos.
La vendimia era también labor muy cansada, si no por el esfuerzo sí por la duración -de sol a sol-, por el pringue de las uvas, el tener el lomo doblado tanto tiempo y los chaparrones intempestivos que solían pillar a las cuadrillas sin refugio cercano.
El otoño hacía el trabajo más llevadero, y las bromas ayudaban también. La “lagareta” era la más usual, y se les daba tanto a mozos como a mozas, bien que más a estas últimas. Se buscaba primero una cepa de “tintorro”, variedad de uva que tiñe muy bien; y sin más, por las bravas, se restregaba con unos cuantos racimos a la víctima, por la cara y demás zonas que tuviesen la piel al aire. Si alguien se resistía, peor para él o para ella.
En una sociedad tradicional y poco permisiva, la ocasión y la broma servían de disculpa para un disimulado y más o menos aceptado magreo, tendente a comprobar la morbidez de las opulencias de la moza. Más de una “lagareta” acabó en boda.
SAN SIMON
El 28 de Octubre se celebraba una importante feria de ganados de toda clase. Lo más típico eran los pavos. Los traían en pequeñas manadas de los pueblos de alrededor: Castellanos, Las Grañeras, Villamuñío, Castrovega, etc. Venían algo flacos, pero hasta las Navidades había tiempo para cebarlos con castañas, nueces y buches de salvado. Esos animalejos comen de todo.
LA NOVENA DE LAS ANIMAS
Se celebraba, como es costumbre, a comienzos del mes de Noviembre, y en la citada iglesia de San Tirso, hoy día ya cerrada al culto.
A los acordes solemnes del órgano se cantaba el:
¡Romped, romped mis cadenas!
¡alcanzadme libertad!
¡Cuán terribles son mis penas!
¡Piedad, cristianos, piedad!
Había además, en una pequeña hornacina engastada en una columna, un cepillo y sobre él un letrero con la siguiente quintilla:
Si deseas caminar
al divino Consistorio,
aquí, limosna has de dar
para ayuda de sacar
ánimas del Purgatorio.
Algún bigardo escribió sobre el último verso: “sotanas pa' don Antonio”, que era, naturalmente, un señor cura.
Había otras tradiciones, como la forma de celebrar los bautizos, que, lógicamente, no tenían fecha fija.
En estas ocasiones, el personal se pasaba un poco de rosca gritando barbaridades. A la salida de la iglesia, los padrinos y la criatura regresaban a casa entre saludos, paradas, plácemes y muchos acompañantes. Pero nada más entrar en el domicilio se armaba una gritería de aquí te espero, pidiendo a los padrinos que se mostrasen generosos. Les gritaban a coro estas lindezas:
¡Padrino, goloso, mete la mano en el bolso!
¡Madrina, golosa, mete la mano en la bolsa!
¡Agua y pan, / “cagau” pa'l sacristán!,
¡Agua y vino, “cagau pa'los padrinos!
¡Confites, / melones, / sandías,!
¡Si no tiran confitura, que se muera la “creatura!
Y esto es lo que han dado de sí, mi memoria y las tradiciones de mi pueblo a lo largo del año.