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Parece que el turismo rural tiene hoy un futuro abierto, casi esperanzador, aunque suponemos que cualquier intento serio de crear en el medio rústico una nueva fuente de ingresos que venga a paliar los descalabros agrícolas o ganaderos debería tener en cuenta estas cuatro premisas:
1. Valoración positiva de lo que se va a ofrecer. Es raro encontrar entre quienes viven hoy día en el medio rural a gente convencida de que (en muchos casos y comparativamente) su calidad de vida es superior a la de la mayoría de las personas que viven en las grandes urbes. Con la conciencia cierta de que nuestro patrimonio tiene un valor, ese patrimonio puede ofrecerse dignamente como recurso; de otro modo -sin confianza- no tiene sentido.
2. Conservación inteligente de todo lo que destaque por su carácter autóctono, y por tanto diferente. Con la existencia de normas que hubiesen velado por el aspecto externo de nuestros pueblos -o con su obligado y estricto cumplimiento en el caso de que hubiese existido- nos habríamos ahorrado atrocidades que, desde la perspectiva actual, nos parece que fueron inevitables y, sin embargo, para vergüenza de todos, se pudieron haber obviado con un sencillo plan de futuro.
3. Dotación de servicios al medio rural para evitar que emigren los pocos recursos humanos que aún quedan. Las dotaciones económicas cunden mucho más en los pequeños pueblos que en las grandes ciudades y con presupuestos escasos se pueden hacer grandes cosas siempre que se cuente con el entusiasmo y dedicación de las personas implicadas en esa auténtica renovación del ámbito rural.
4. Coordinación entre los diferentes sectores de la Administración que puedan participar en este empeño. Los castigos fiscales no sólo acaban con posibles empleos que permitirían vivir a más gente sin necesidad de emigrar de su entorno, sino que esterilizan culturalmente al medio rural de forma irreversible. Cada abandono de un artesano es una tragedia en la que todos estamos implicados y que a todos nos atañe.