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Con el título de El Romancero gitano-andaluz de Juan José Niño, Teresa Catarella, que ya ofreció una primicia de su investigación en el IV Coloquio Internacional del Romancero celebrado en El Puerto de Santa María (Cádiz) en 1987, aborda ahora la edición, clasificación y estudio de los textos romancísticos que recogió de labios de Juan José Niño, vecino de la calle de la Pureza, en el arrabal sevillano de Triana, el encuestador Manuel Manrique de Lara, en 1916, textos que se conservan en el Archivo Menéndez Pidal de Madrid.
La autora estructura su libro (1) en dos grandes apartados: edición y clasificación en el primero, y estudio y conclusiones en el segundo. En total, son dieciocho los textos romancísticos proporcionados por Juan José Niño a su recolector, aunque los temas son veintidós, ya que en algunos casos se producen fenómenos de contaminación o yuxtaposición de dos o más romances en una misma versión. En concreto, y según el orden en que Juan José Niño se los recitó (¿o se los cantó?: no se llega a aclarar en el libro) a Manrique de Lara, las dieciocho versiones son: "El moro que reta a Valencia", "Rodriguillo venga a su padre Jimena pide Justicia", "Destierro del Cid", "Belardo y Valdovinos A las armas, moriscote El marqués de Mantua", "Conde Claros preso", "¡Ay de mi Alhama!", "Fierabrás", "Quejas de doña Urraca", "Gaiferos libera a Melisendra", "Durandarte envía su corazÓn a Belerma", "La bastarda y el segador", "Bernardo se entrevista con el rey", "El prisionero Bañando está las prisiones", "Dionisio el de Salamanca", "El Conde Alarcos", "El Conde Grifos Lombardo", "Roncesvalles" y "Don Juan Chacón, campeón de la Sultana".
Según la clasificación de Catarella, resultarían nueve temas de asunto histórico (aunque los de Bernardo del Carpio, por ejemplo, tienen una base legendaria más que histórica, no discutiremos aquí sobre este punto), ocho de tema carolingio, dos de tema novelesco y tres de cordel. Para cada romance, la editora ofrece el título y el número que se le asignó en el CGR o en el IGRH y remite a las compilaciones clásicas de Durán y Wolf, así como al catálogo de romances de cordel de Francisco Aguilar Piñal. Los criterios de edición de cada texto nos parecen correctos y rigurosos, aunque echamos en falta una descripción algo más detallada de los manuscritos de Manrique de Lara, con sus apuntes, notas y posibles comentarios, que pudieran ser de evidente utilidad e interés. También nos hubiera gustado poder confrontar estos romances de Juan José Niño con los de otros gitanos gaditanos o sevillanos encuestados por Manrique de Lara por las mismas fechas.
Pero los aspectos más polémicos o discutibles se refieren al estudio y conclusiones. Vayamos por partes.
En primer lugar, se nos dice muy poco sobre la persona, familia, oficio y demás circunstancias pertinentes del informante Juan José Niño, "el más grande romancista gitano-andaluz", como gusta de definirlo la Catarella. Los escasos datos que aporta la autora son de segunda mano y sin apoyatura documental alguna. "Lo que sabemos -escribe Catarilla- se debe a la amistad que tuvo Luis Suárez con el sobrino-nieto de Juan José, Miguel Niño Rodríguez "El Bengala". Consta [¿dónde?] que nació en El Puerto de Santa María en 1859 y que perteneció a una antigua familia gitana con fama de romancistas. Según nos informa Luis Suárez, tanto el abuelo de Juan José, Pedro Niño Boneo "El Brujo" como su hermano Manuel Sacramento Niño López, eran romancistas muy completos. En los años finales del siglo XIX, el abuelo se traslada a Sevilla con toda su familia, primero a la calle Artemisa, donde tuvieron una fragua, luego a la calle Pureza, núm. 127, donde Juan José fue entrevistado por Manrique de Lara, junto con dos mujeres gaditanas residentes en la misma casa, Encarnación Rodríguez y Joaquina Lérida" (p. 50). Catarella dice que estos datos los aporta Luis Suárez -abogado y flamencólogo de El Puerto de Santa María- pero, ¿dónde, a su vez, y sobre qué fuentes orales -y oral no implica documentada- o escritas lo dice Luis Suárez?
¿Por qué sabemos o, mejor, por qué decimos que Juan José Niño era gitano y que lo eran asimismo sus vecinas Encarnación y Joaquina? La pregunta puede parecer capciosa, pero no lo es en absoluto ya que bajo el término "gitano" se ha designado no sólo individuos pertenecientes a un determinado grupo étnico, sino a individuos que llevaban un determinado modo de vida o incluso ciertos oficios. ¿En qué sentido, y en qué forma, era gitano -si lo era- Juan José Niño López? y de las dos mujeres citadas, ¿por qué no se nos ofrecen sus versiones romancísticas? ¿En qué diferían y en qué coincidían con las de Juan José Niño?
En segundo lugar, el asunto de la música y de la música flamenca en particular. Según Catarella, "la música de este romancero no corresponde a la música corriente del romancero folklórico sino que forma parte de la tradición del cante jondo" (p.48). Pero esta afirmación se desmiente con otra de la propia Catarella, páginas atrás, cuando declaraba que ni siquiera se sabe si Juan José Niño cantó -o sólo recitó- sus romances: "Desafortunadamente, desconocemos si Manrique de Lara, quien, como sabemos, era un gran musicólogo, recogió música de Juan José Niño. No tenemos indicación alguna, sin embargo, nos extraña porque el romancero de los gitanos está íntimamente unido a una música distintiva que es parte del cante jondo" (p. 16) .Claramente se ve por estas palabras que la autora parte de una idea preconcebida que trata de aplicar, aunque carezca de datos que la avalen, el caso de Juan José Niño, al que a toda costa quiere convertir en "cantaor" de flamenco.
Otro prejuicio o, si se quiere, presunción de que parte acríticamente Catarella, y que la hará llegar a nuestro entender a conclusiones poco fundadas, es el supuesto hermetismo de la cultura gitana, y de sus cantos en particular, idea que parece recoger el célebre -y hoy obsoleto- libro de Ricardo Molina y Antonio Mairena Mundo y formas del cante flamenco (cuya primera edición es de 1963). CatareIla se pregunta que cómo es posible "la conservación de este tipo de romancero dieciochista, neojuglaresco, ecléctico, seudo-heroico en tierras bajoandaluzas en el siglo XX". Y se responde: "La razón de la conservación de este tipo de romancero se basa, por lo tanto, en la realidad de la condición gitana. Está unida al comportamiento del grupo frente a los que no pertenecen a ese grupo, al deseo de mantener una identidad separada y distinta de los demás y a guardar para ellos lo que a ellos pertenece. Esta tendencia a cuidar celosamente las herencias culturales de generación a generación y a negar su difusión fuera del grupo es lo que más contribuye a la conservación entre los gitanos bajoandaluces de un romancero único y muy especial"(pp. 133-134). Nosotros pensamos que la preservación de este romancero se debe, al contrario de lo que supone Catarella, a una mercantilización del mismo, es decir, a su destino de recitación o canto para un público que le pagaba (a Juan José Niño o la persona de quien lo aprendió) por ello, Además, este carácter supuestamente hermético del romancero de los gitanos se contradice con los testimonios que poseemos ya desde Cervantes. En su novela La Gitanilla se puede comprobar cómo los gitanos vivían profesionalmente -entre otras actividades- del canto y del baile y que el romancero que cantaban estaba sujeto a la compraventa, como objeto comercial que era:
"-Preciosa, canta el romance que aquí va, porque es muy bueno, y yo te daré otros de cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo.
-Esto aprenderé yo de muy buena gana -respondió Preciosa-; y mire, señor, que no me deje de dar los romances que dice, con tal condición que sean honestos; y si quiere que se lo pague, concertémonos por docenas, y docena cantada, docena pagada".
En cuanto al cante flamenco, fue desde el principio un "género propio de cantadores", como señaló ya Demófilo, profesionales o semiprofesionales. Lo cual no está en contradicción con que muchos de estos semiprofesionales recurran al misterio, al mito del hermetismo y la exclusividad, como parte de la "mise en scene" para espolear el interés del turista, del curioso -bien sea con intenciones lúdicas o científicas-, o incluso para responder cabalmente a las expectativas del que busca en ellos algo suficientemente exótico o romántico.
Pero, además, conviene insistir en que ninguno de los romances de Juan José Niño puede denominarse "gitano", ya que todos sin excepción pertenecen a la producción baladística hispánica, todos han sido publicados y recogidos en diversas zonas de la geografía insular y peninsular española. ¿En qué sentido puede afirmarse que sean gitanos romances como "El prisionero", "El Conde Alarcos" o "La bastarda y el segador", o qué carácter gitano puede atribuirse a los romances carolingios o cidianos de Juan José Niño? Pudiera pensarse que, ya que no en los temas o la lengua, ese carácter gitano se revelaría en una "conservación" y "transmisión" propia entre los gitanos de determinados romances. Pero, como la propia editora reconoce: "Esta rama del romancero está geográficamente reducida a ciertas zonas de las provincias de Cádiz y Sevilla. Se limita, además a unas personas y familias especialistas en este tipo de cante" (p. 49). Es decir, que este romancero no es propio de todos los gitanos, o de los gitanos en general, sino de "personas y familias especialistas" y además localizadas en un ámbito geográfico muy reducido.
Y con esto entramos en otra polémica cuestión: la del carácter andaluz de este romancero. A pesar de que Catarella así lo postula en el título de su libro, es más que dudoso que este romancero posea un carácter andaluz -si no es que lo cantaba o recitaba un andaluz. De nuevo es la propia autora la que se contradice: "Las versiones de Juan José Niño se relacionan con las versiones arcaizantes de las áreas laterales y no con la tradición modernizante e innovadora de su tierra andaluza" (p. 131). Como ejemplo, baste citar lo que la propia autora concluye acerca de uno de estos romances del trianero: "En el caso de La bastarda y el segador, como en muchos otros que hemos visto en su repertorio, la versión de Juan José Niño o es versión única andaluza, o no corresponde a la tradición andaluza corriente, relacionándose más con las versiones de Marruecos, Canarias o Madeira-Açores". la autora se da cuenta de la contradicción en que incurre e intenta, líneas abajo, darle una explicación que dé coherencia a este desajuste: "No obstante, es importante señalar aquí, al final de estos comentarios sobre sus romances históricos, carolingios y novelescos, que el romancero de Juan José Niño no deja de ser un romancero eminentemente andaluz, pero no de hoy, sino de ayer" (p. 120). Esta última afirmación se explicita y se formula -aunque sin mucho detalle- más adelante, cuando la autora escribe que "el romancero de Juan José Niño (y por extensión el de los gitanos) viene de y representa, por lo menos en parte, un tronco arcaico andaluz del romancero, ahora desaparecido, pero que, debido a la fuerza expansiva reconocida de esta zona, ha sido divulgado a otras regiones. Por lo tanto, hoy todavía se encuentran rasgos de esta tradición arrinconados en zonas arcaizantes como Marruecos, Madeira-Açores, Canarias y el N. O. de la península" (p. 131).
Como es bien sabido, según Menéndez Pidal el "área focal", irradiadora, durante la Edad Media es Castilla y sólo a partir del siglo XVII toma Andalucía su relevo en esta función expansiva y difusora, que ejerce precisamente en virtud de su carácter innovador y simplificador. Menéndez Pidal apunta, no obstante, que la constante innovación andaluza irradia hacia zonas próximas, pero que en zonas más alejadas se mantuvieron las versiones que dominaron en Andalucía en tiempos más antiguos. Pero esta hipótesis pidaliana no parece que resulte pertinente en el caso de Juan José Niño, pues, como ya se apuntó en Romanceros del Rey Rodrigo y de Bernardo del Carpio (ed. y estudio a cargo de R. Lapesa, D. Catalán, A. Galmés y J. Caso, Madrid, Gredos, 1957), la versión de “Bañando está las prisiones" de Juan José Niño proviene de "las mocedades de Bernardo", comedia de lope de Vega, y representa, por consiguiente, "una curiosa tradicionalidad nueva enraizada en el romancero escrito tardío", por lo que no cabe hablar aquí de un tronco arcaico andaluz, sino de algo posterior a la difusión de la comedia de Lope.
Para concluir: por todo lo hasta aquí expuesto cabe dudar seriamente de que el romancero de Juan José Niño sea un romancero andaluz y gitano. Pero, si no es una cosa ni otra, ¿qué es entonces? La respuesta no la encontraremos en este libro de ciento cuarenta y nueve páginas, sino en unas breves líneas de Diego Catalán en las que afirmaba: “A diferencia del Romancero folklórico, popular, que podemos encontrar hoy en las diversas regiones de España, este Romancero parece ser un Romancero de especialistas en el canto narrativo oral, es decir, un Romancero mucho más juglaresco y libresco que el que vive hoy día refugiado en la memoria de los cantores campesinos". (El Romancero en la tradición oral moderna. I Coloquio Internacional, Madrid, Gredos, 1972, pp. 89-90). Esta caracterización concuerda mucho más con los textos recogidos por Manrique de Lara y con lo que sabemos acerca de la especialización de algunos gitanos como cantores ambulantes por ventas y cortijadas (véase, sobre esto, G. Steingress, Sociología del flamenco, Jerez de la Frontera (Cádiz), Centro Andaluz de Flamenco, 1993, pp. 323-328) que con las teorías de la autora del libro que reseñamos acerca del hermetismo gitano o el tronco arcaico andaluz en la historia del romancero hispánico. Pero, en todo caso, nos parece oportuna esta publicación de los textos, ahora a disposición de cualquier investigador o simplemente interesado. La pulcra edición de esos textos que ha llevado a cabo Teresa Catarella -posible gracias al mecenazgo que la Fundación Machado viene prestando a los estudios sobre la cultura tradicional en Andalucía- permitirá a los críticos y a los estudiosos tanto del romancero como del flamenco ahondar en un tema que no está, ni con mucho, definitivamente resuelto.