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La Peña de Francia es una enhiesta aguja, amasada de pizarras y cuarcitas, que se yergue a 1.723 metros de altitud, allí donde Las Hurdes hacen raya Con la llanada salmantina. Y entre estos altísimos riscales, se halla el santuario mariano más elevado del mundo. Toda esta montaña está cargada de leyendas, muchas de las cuales se pierden en el oscuro túnel del tiempo. No iríamos muy errados si afirmáramos que este majestuoso picacho ya fue objeto de culto y veneración para nuestros prehistóricos hurdanos. Aparte de la mitificación primitiva de las alturas, la Peña de Francia causaría aún mayor impresión en la mente de nuestros antepasadoS hurdanos porque este risco es el auténtico y natural pararrayos de la Zona.
Cuéntanos el padre Alberto Colunga, o. p., lo siguiente:
«Un día fuimos testigos de una de estas tormentas, de la cual era el centro la Peña, que aparecía cargada de electricidad. Era la media tarde, y el cielo estaba despejado, al menos en el cenit. Los pararrayos silbaban, enviando fluido a las nubes. Los cabellos de las personas se erizaban como si estuvieran bajo la acción de una potente máquina electrostática. Los dedos levantados en alto se convertían en pararrayos, lo mismo que las esquinas del edificio y todos los cuerpos terminados en punta. Las piedras adquirían el sonido característico de las descargas lentas en las corrientes de alta frecuencia. Todo el risco estaba convertido en gigantesco pararrayos de la llanura...» ("Santuario de la Peña de Francia, historia", p. 11. Salamanca, 1968).
Hay también quien habla que en las inmediaciones de la Peña de Francia se asentó la ciudad romana de Lancia Oppidana. De hecho, en la localidad hurdana de Nuñomoral se descubrió una gran laja de pizarra, en donde se citaba el nombre de esta ciudad y el de una serie de personajes llamados Táltico, Meidueno, Tureón..., que responden a una clara onomástica céltica. Esta lápida en vez de engrosar los fondos para el futuro Museo de Las Hurdes, fue donada, lamentablemente, por el ayuntamiento de Nuñomoral al museo de "Las Veletas", de Cáceres.
LA DIOSA DE LOS HURDANOS
El hecho histórico de la aparición de la Virgen de la Peña se remonta al siglo XV. Por 1434, miércoles de la infraoctava del Espíritu Santo, reinando en Castilla Juan II, el peregrino francés Simón Roland -más conocido por Simón Vela-, tras siete años de búsqueda, encontrará, dentro de una covacha, una de esas tallas negras, que pasará a llamarse la Virgen de la Peña de Francia. Posteriormente, en otros refugios rocosos de esta montaña aparecerán otras imágenes, casi todas ellas de factura románica, que, sin lugar a dudas, fueron escondidas por los cristianos ante el avance musulmán en la Península Ibérica.
Y si ya de por sí la montaña estaba sacralizada por los lugareños que habitaban en sus contornos, ahora surgirá una causa para afianzar aún más el culto y la peregrinación hacia el santuario que comenzaban a levantar la orden de los predicadores o dominicos, a quienes fue encomendada la custodia de la Virgen de la Peña.
Los hurdanos te hablan con fanatismo de esta Virgen. Cuentan y no acaban. Multitud de anécdotas, de milagros, de leyendas, de relatos...corren de boca en boca. Y los hombres de pelo cano y ojos grises rememorarán aquellos tiempos en que salían el día 7 de septiembre camino de la Peña. Iban andando o en caballerías, a través de senderos de cabras y trochas de mala muerte. Los que habían hecho promesa, caminaban descalzos, con velas en las manos. La noche del día 7 se pasaba en la explanada de la Peña. Multitud de hogueras coronaban el picacho pizarroso, cual si se tratase de un mítico culto ígneo, en honor de las deidades celestiales. Y los hurdanos cantaban, bromeaban, bailaban, tañían sus gaitas, aporreaban sus tamboriles y repicaban con frenesí sus castañuelas de olivo.
Al día siguiente, cuando la Virgen salía, en procesión, de su santuario, el escalofrío cabalgaba arañando las espaldas. Una especie de arrobamiento místico se apoderaba de los hurdanos y parecían entrar en trance. Se producía al modo de una ligazón telepática entre la divinidad y los hurdanos. Y allí se sucedían y se mezclaban los gozos y los vivas con los hipidos del llanto, y las manos se estiraban hasta el infinito para tocar el manto de la imagen. Y los frutos de la tierra se depositaban ante la Virgen y, también, algún que otro sobado patacón, aunque la moneda era escasa, corría muy poco.
Luego, vendrían las danzas, el son antiguo de la tierra bailado gallardamente por el pueblo hurdano, cuyos pies, ágiles como los gamos, trenzan y pican hábilmente el ritmo del picao y de la java, de la charrá y el perantón, de la jota y de la espiga, del cordón y del ramo... Al pardear, venía la hora triste del regreso. Con las sangres enervadas por el vino y el aguardiente, bajo el fresco relente de la noche septembrina, los hurdanos se introducían en el laberinto de sus montañas. Y ya, en sus moradas, aguardarían, esperanzados, todo un año para volver a visitar a la diosa de Las Hurdes.
LA FIESTA DE ESTOS HOGAÑOS
Ni que decir tiene que ya los hurdanos han dado descanso a sus pies tan andariegos y a sus caballerías, y, ahora, cada cual se las afana como puede para buscarse un asiento en cualquier vehículo. Y ya, en estos últimos años, se fletan autocares. Allí acuden los flamantes autobuses de Cleo, el de la Pesga. Tampoco falta Amable Canuto, el hijo de Nuñomoral que, junto al volante, hace la ruta de Ciudad Rodrigo. A bordo de éstos y otros autocares y de otra gama de variados vehículos, llegan últimamente cientos de hurdanos procedentes de los cinco concejos que abarcan Las Hurdes.
Nunca faltan a la cita los tamborileros hurdanos. Y aunque la ventisca azote estos serrejones, ellos espantan los fríos con el zarandeo de sus tamboriles y el vino espeso almacenado en sus botas. Toca Gregorio Martín Domínguez -al que llaman "El Farra"-, de Nuñomoral, que ostenta, hoy por hoy, el título de "Tamborilero Mayor de Las Hurdes". Tío Mingo Rubio, de El Cerezal, también sopla la gaita de tres agujeros. Paulino "El Concha", de La Dehesilla, marca sones de Las Hurdes Bajas. Y Tío Francisco, Vidal y Pablo Sánchez -los tres de la aldea de Las Erías- se marcan el ritmo de "la jota de dos pasos". Luis Guerrero Alonso, tamborilero de Casares de Las Hurdes, luce su chambra y su bombacho. Avelino, el de Aceitunilla, caracolea alegremente los "picáuh jurdánuh". También Agustín Vázquez, de El Avellanar, alegra el ambiente con la melodía de sus "charráh". Tío Jesús Crespo, del pueblo de La Fragosa, tañe la gaita con la derecha; por eso le llaman "El Choto", que, en Las Hurdes, viene a significar "zurdo". El tamborilero de Cambroncino, tío Goyo Iglesias Pizarro, que, además, es zapatero, muestra con orgullo sus botas de media caña. Llevan el mismo son Pedro Alonso y Serafín Rodríguez, tamborileros de la alquería de La Segur. Anacleto Hernández, de La Aceña, repicotea el palote sobre el campanillo que tiene amarrado al tamboril. Gasta traje de pana aterciopelada Baldomero Roncero, tamborilero de Casarrubia, y Enrique Panadero Crespo, tamborilero de El Cerezal, transporta, en su zurrón de cabra, los palos de la danza. Pasea toda su humanidad Paco, el de Mesegal, mientras que tío Julián, el de Arrolobos, lanza al aire las pícaras notas de "La buena moza". Severiano Sánchez y José Azabal, ambos de Caminomorisco, interpretan cantares "calabaceros". Feliciano Martín, el tamborilero de El Gasco que se fue para La Torre, sopla la flauta a través de su mellada dentadura, y Pedro, el de Rebollosa, se nos viene con ritmos de pasacalles. Y cierran la comitiva Manuel Guillermo Velaz, tamborilero "jabalinero", valiente donde los haya, y el joven Oscar Duarte Canuto, de Nuñomoral, que lleva el tamboril pendiendo de rica correa de cuero, dispuesta en bandolera.
Y en el aire serrano de la Peña quedan los ecos de otros recios tamborileros hurdanos, que, rendidos por el peso de los años, se arriman al amor de la lumbre o duermen ya el sueño de los justos. La memoria nos trae recuerdos de tío Máximo Esteban, de La Sauceda; de Leoncio, de El Avellanar; de Félix, de La Aldehuela; de Anastasio "El Cucu", de Pinofranqueado; de Saturnino, de tío Venancio y tío Miranda, todos tres de El Cerezal; de tío Leopoldo, de Ladrillar; de tío Francisco "Pernales", de Las Mestas; de tío Ramón Bravo, de El Cabezo; de tío Agapito Martín, de Riomalo de Abajo; de tío Manolito, de Aceitunilla; de Fausto Martín Vicente, de Los Casares; de los hermanos Polo, de El Rubiaco; de tío Lorenzo, de Vegas; de tío Dionisio, de La Huerta; de tío Ramiro, de La Fragosa; de Jeromo, de Ovejuela; de tío Amador, de La Huetre; de Santiago Martín, Ciriaco Cordero, Vitorio Encinas, tío Vitino, tío Raimundo..., de tantos y tantos cuya invisible imagen ha quedado perpetuada en los ásperos riscos de esta montaña sagrada.
Ahora, cuando el mediodía se encarama sobre las espaldas, ingentes caravanas de coches comienzan a descender de La Peña, desparramándose por la base de la montaña, en donde se asientan diversos restaurantes y multitud de puestos ambulantes. Se denomina a estas inmediaciones como "El Casarito". En tal lugar, los hurdanos se arrellanan, extienden sus manteles, abren sus merenderas y sacan lo mejor de la matanza, o, si se tercia, se hace una buena hoguera y se asa una deliciosa maza de cabrito.
No es de extrañar que, luego, los hurdanos bajen, a media tarde, a la villa de La Alberca, antaño enemiga acérrima de Las Hurdes, cuyos enfrentamientos dieron lugar a muchas páginas de litigios y, a veces, de sangre. Pero el tiempo se encargó de serenar las aguas y, ahora, los hurdanos y los "serranos" de La Alberca confraternizan en esta memorable jornada. Y en medio de la plaza mayor de los albercanos, que rezuma aires medievales por sus cuatro costados, se acostumbra a oir los sones de los tamborileros "serranos" y hurdanos. Los bailes y las danzas no cesan hasta que la noche se echa encima.
Resulta paradójico que mientras el resto de los extremeños celebra el día 8 de septiembre a su patrona, la Virgen de Guadalupe, y se hallan inmersos en los actos inherentes al Día de Extremadura, los hurdanos, adscritos geográficamente a la comunidad extremeña, conmemoran jubilosamente la festividad de otra Virgen. Es un mundo muy distinto y muy distante, circunscrito a estas legendarias montañas, en las que algunos de sus moradores suelen exclamar con cierto orgullo: "-Ni extremeños ni castellanos; somos jurdanos".
LA CARVOCHA EN LAS HURDES
El mes de noviembre suele acercarse a Las Hurdes cargado de algodonosas brumas, aunque tampoco sería de extrañar que escupiera algún que otro copo de nieve, que bien dice el refrán que "por los Santos, la nieve en los campos, y por San Andrés, hasta los pies".
Y nada más abrirse este mes de noviembre, los hurdanos rememoran, año tras año, una serie de ritos y mitos que parecen remontarnos a aquellas fiestas célticas del Imbolc y el Samainn. Y es que, al parecer, para algunos clanes prehistóricos y protohistóricos el nuevo año coincidía con lo que ahora es el día de Todos los Santos. Tales clanes preparaban, en estas fechas, numerosas hogueras, celebrando rituales ígneos, donde se ponía de manifiesto el carácter purificador e inmortal que se otorgaba al fuego.
La costumbre no se ha perdido. Docenas de hogueras se levantan en torno a tal o cual caserío hurdano. Hay tantos fuegos como pandillas de mozuelos. Cada pandilla hace buen acopio de castañas. A veces, las castañas se recogen del primer castañar que cae a mano, pero siempre las que estén en el suelo. Es un robo tolerado por la comunidad, pues está avalado por la fuerza de la costumbre. En más de una ocasión hemos oído aquello de "La castaña tiene una maña: el primero que la ve, la arrepaña".
Por el concejo de Pinofranqueado, los mozuelillos marchan a hacer sus hogueras por los pagos de "Era de Arriba", "Portilla del Prao" y "Teso de la Vega". Siempre llevan un "sartenejo", que viene a ser al modo de una sartén con agujeros, muy apropiada para asar las castañas. Todos los de la cuadrilla han de ir a recoger leña para la hoguera; tan sólo queda uno al cuidado de la lumbre, que es el "asaol", encargado de que las llamas no se apaguen y el que ordena "probal loh calvóchih", (probar las castañas asadas). Antes de pegarse un buen atracón de "carvochih", "calvóchih" o "calvótih", había que tapar éstos con ramas de jaguarzo, al objeto de que "se reposaran".
En este mismo concejo de Pinofranqueado, no sólo crepitan las hogueras propias de la "calvochá", sino que nos cuentan los de mayor edad que, antiguamente, se acostumbraba a mantener toda la noche encendido el fuego del hogar. No había casa en la noche de Todos los Santos en la que los rescoldos no brillaran intensamente. Y cuentan que se hacía esto "para calentar las ánimas".
LA CHIQUITIA
Por las tierras de Hurdes Bajas, dan el nombre de "chiquitía" a una colecta infantil que se realiza la mañana del día de Todos los Santos. Cuadrillas de muchachos van a casa de sus abuelos, padrinos y otros familiares y allegados, donde se les entregan diferentes donativos: higos pasos, nueces, granadas, membrillos, dinero... En algunos lugares, si alguna persona a la que se le solicitaba la chiquitía se negaba a ello, se le daba "petíhcu", o sea, se le insultaba y se le cortaba un buen traje. Por las aldeas del río Esperabán, se cantaba aquello de:
Tía, me dé la chiquitía,
que si no, viene el gatu rabón
y le tira la puerta
con un empujón.
Lo recogido en la chiquitía iba aparar a la cesta comunal de la cuadrilla. Posteriormente, al llegar la tarde, cuando se realizan las hogueras, se prepara toda una pantagruélica comilona, donde se da buen fin de lo recolectado. Para postre, quedan los "carvóchih".
También los casados y mozos no pasaban por alto estos rituales inherentes al día de Todos los Santos. Y, así, se destina este día para visitar las bodegas y "encetá la polienta" (probar el vino que se elaboró en el mes de septiembre). Decían que, antes, era el día que más borracheras había en todas Las Hurdes. Llegaban las cuadrillas a las bodegas y se introducía una jarra de "cabeza de gato" en las tinajas. Se pasaba de mano en mano. Y un trago aquí y otro allí, y, al final del día, las melopeas eran de órdago.
Pero no sólo se azumbraban con el vino, sino que las mazas de carne se doraban maravillosamente sobre la lumbre. En otros tiempos, era costumbre matar entre dos familias un macho cabrío o una cabra machorra, que se devoraba totalmente en esta fiesta de Todos los Santos. Cada familia cargaba con la mitad de una res cabría, que debería consumir por fuerza en esta fecha.
CULTO A LOS MUERTOS
En numerosas áreas geográficas está íntimamente ligada la festividad de Todos los Santos con el culto a los muertos. Es muy clásica la imagen de los monaguillos pidiendo casa por casa. El sonsonete rueda de calle en calle: "limosna para las ánimas benditas". En esta zona, por el valle del río Hurdano, acostumbraba a salir el sacristán con un saco o una cesta. Iba tocando una esquila y pidiendo. Los vecinos le entregaban aceite, patatas, castañas...Estos donativos han dado lugar a coplas picarescas, pues la gente, como es lógico, veía que tales productos iban aparar a las andorgas de los señores curas. Por el concejo de Pinofranqueado se decía que "el día de Todos los Santos sacaba el cura para hacer la matanza". En el pueblo de Vegas de Las Hurdes hemos oído una coplilla muy característica:
En la puerta de la iglesia
se escribe con pintura:
se pide pa las ánimas
y se lo comen los curas.
Y por otras aldeas escuchamos lo siguiente:
El día de Todos los Santos,
como las ánimas no comen,
todos los señores curas
se ponen como lechones.
Las bocas desdentadas de los paisanos que ya rebasaron las cuatro décadas nos comentan que, en ocasiones, se dejaba un plato con comida junto al hogar, en la noche de Todos los Santos, pues existía la creencia de que era posible que, en esa noche, bajaran las ánimas a visitar a sus parientes. Y nos relatan, así mismo, que era preciso darle la vuelta a los espejos y a cualquier objeto bruñido con capacidad reflectante que se tuviera en casa, pues era fatal para las ánimas el que se vieran reflejadas en superficie alguna.
Los toques de campanas, doblando a muerto, también se sucedían a lo largo de toda la noche. Los monaguillos se subían al campanario, donde solían hacer una enorme hoguera y allí, al calor de la lumbre, consumían lo que habían recogido en una colecta realizada por las calles del pueblo, pidiendo "limóhna pa loh doblaórih". Cada par de minutos, chocaban el badajo en la sonora pared de la campana y un olor a muerto se extendía lúgubremente por las oscuras callejuelas del lugar.
Hoy en día, ya se están imponiendo en Las Hurdes las normas que emanan de las grandes urbes, a la vez que se arrinconan aquéllas que dieron razón de ser a una comunidad y contribuyeron a crear identidad y personalidad propias. Y, así, prácticamente se está reduciendo la festividad de Todos los Santos a llevar flores al cementerio, escuchar los responsos de los clérigos de turno y a tomarse cuatro "chatos" por las tabernas.
LA JOGARA DE LA NOCHEBUENA JURDANA
Las nochebuenas se llegan a Las Hurdes cargadas de aguzados relentes blancos. Los antiguos tejados de lanchas pizarrosas brillan con su faz de nácar bajo la luna grande y redonda de diciembre. La helada se recuesta mullidamente sobre los brezos de la sierra...
Y cuando la noche ya es noche, cuando la noche es Nochebuena plena, los hurdanos de Las Erías y Aceitunilla, de El Cabezo y El Cerezal, de La Aldehuela y de La Huetre..., de tantas y tantas aldeas hurdanas celebran su fiesta pastoril, hoy dedicada al nacimiento del Niño Dios, pero, antes, en honor de las deidades y mitos que rodeaban el solsticio de invierno.
Por Las Erías, saldrá Pablo, o Vidal, o tío Francisco, y comenzarán, a las horas de oscurecida, a zarandear sus tamboriles de piel de cabra y a tañer la flauta de tres agujeros. Da comienzo el Petitorio de Animas. Y se oirá la recia voz de Marcelino retumbando entre los farallones cámbricos. Repicará la campana de la iglesia y el cortejo de vecinos recorrerá las calles del pueblo, repitiendo un rito ancestral, que no puede morir porque es parte consustancial de la comunidad hurdana. Y...¡ay de aquéllos que lo dejen morir!
Fiesta de pastores es, sin lugar a dudas, la Nochebuena. ¿Qué otra cosa ha sido Las Hurdes sino un auténtico pueblo de pastores? Por ello, no es nada de extraño que la conmemoración del rito navideño, cargado de estampas bucólicas y pastoriles, fuera asimilado perfectamente por estos viejos pastores del territorio hurdano.
LA JOGARA
El fuego, esas lenguas rojas cargadas de milenario sentido regenerador y purificador, juega un transcendente papel en la Nochebuena hurdana. A un costado y a otro de la aldea que bulle en la noche, se levantan enormes hogueras. Mozos y muchachos han acumulado enormes haces de brezos y jaras. A veces, cada barrio levanta su lecho de llamas (¡a ver quién la hace más grande!).
Nos decía tío Tureles, de Aceitunilla, que eran cuatro las que preparaban en su pueblo: la del Barrio de Acibuchi, la del Barrio del Jaral, la del Barrio de Las Casillas y la del Barrio del Barranco.
Hogueras en Las Jurdes. Son las "Jogarás". Llamas rojizas que ascienden en la noche de San Juan, el día de Todos los Santos, en la Nochebuena. ..Fechas claves y precisas de arcaicas conmemoraciones. El mito y el rito aún no han muerto. ¡Loado sea el pueblo que aún conserva el pulso vital de sus arcanos, pues dice mucho a favor de sus profundas raíces y de su recia personalidad...!
Dicen mis buenos amigos de Las Hurdes que la jogará es para calentar al Niño. Por eso, cuando remueven la lumbre para que salga mucho humo y se eleve hacia el frío firmamento de la noche, exclaman: "¡Mirá, mirá, cúmu subien luh borreguítuh a calentá al Niñu Jesúh!", ¡A saber el sentido de la primitiva hoguera! Dicen algunos que se encendían para insuflarle fuerzas al sol, a fin de que calentara con más fuerzas y abandonara el reino de las sombras. Otros cuentan que, en la hoguera, se quemaban los trastos inservibles, en acto de purificación, a fin de entrar limpios en el nuevo año. Hay otros, en fin, que teorizan sobre el papel que juega el fuego al limitar un, espacio que se sacralizaba, que quedaría libre de alimañas, brujas y otros seres maléficos.
Sea como fuere, el caso es que la jogará es todo un símbolo para el pueblo-pastor hurdano. Y en derredor de la jogará se danza, se canta, se come y se bebe. Cada cual espanta el frío conforme puede. Luego, cuando el fuego va mermando, salen las cuadrillas a pedir el "guinaldu", casa por casa. Los vecinos descuelgan un choricito, realizado a propia intención el día de la matanza. Es el "guinaldu", que lo mismo se come crudo, que asado entre las brasas, que cocido en vino. La juerga dura toda la noche. De madrugada, cuando el sol asome tímidamente entre las heladas carquexas del monte, aún habrá mozos que aprovechen los últimos rescoldos de la jogará, cantando con voz gangosa las estrofas de los viejos villancicos de Las Hurdes.
Esta noche es Nochebuena
y no es noche de dormir,
que está la Virgen de parto
y a las doce ha de parir.
Ha de parir un chiquillo alto,
rubio y colorado,
que se llame Manolito,
que ha de cuidar del ganado.
Los pastores no son hombres,
que son ángeles del cielo,
que en el parto de María
ellos fueron los primeros...
A veces, la ironía salpicará las estrofas y el villancico toma otro cariz
Esta noche es Nochebuena
noche de pelar patatas,
que ha parido la estanquera
un costal con garrapatas.
Los pastores no son hombres,
que son brutos y animales
que cuecen en los calderos
y duermen en los corrales...