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Un resumen último de estos años incita a la búsqueda de aquellos signos que constituirán parte de la definición de la época para el futuro. Costumbres, culturas, obras artísticas, tecnologías, etc., etc. La televisión es "la gran ventana" la suma igualadora de todos los habitantes del planeta. Una anécdota puede servir de ejemplo: en la SEMINCI última se proyectó un ciclo dedicado a un realizador iraní, Abbas Kiarostami que en una estética casi documental pinta una serie de personajes marginados y de las aldeas más remotas. En una región devastada por un terremoto no duda en recoger una secuencia en su último film "Y la vida continúa" en la que los supervivientes de la catástrofe tienen como objetivo máximo hacer funcionar la TV para poder ver el partido del mundial de fútbol. La verdad de estas imágenes dice más que largos y sesudos artículos sobre el tema. Así pues, la televisión es el punto fundamental del folklore de este Siglo XX que ya es casi XXI.
Así en principio podemos ir detrayendo algunos más, o derivados de éste: el ordenador y aparatos anejos, como omnipresentes detentadores de la información, La Cía, y sus aledaños, los videojuegos, los grandes eventos, el SIDA, Wojtyla y sus viajes en papamóvil, el cine de violencia y los efectos especiales, los viajes turísticos masivos con preponderancia importante de los países exóticos...También son elementos, mucho menos positivos, esta vez fuera de toda connotación folklórica, aquellos que parecen repetir cosas del pasado; la injusticia del hombre para el hombre, las guerras absurdas que sólo favorecen la economía de unos pocos, los nacionalismos como banderas engañosas que encubren los fascismos, el hambre de millones de seres, el aplastamiento de los débiles por los poderosos corrigiendo y aumentando los de épocas pasadas...En este punto los futuros estudiosos de la historia no van a tener que devanarse los sesos para encontrar una fractura respecto al pasado. La tecnología no ha servido para que se cumpla la utopía, más bien todo lo contrario. Esta certidumbre es esencial para comprender este final de siglo, en aquello que le significa, el citar, por ejemplo, el auge de las "reality show", va concatenado a la degradación moral que podrá detraerse como nota generalmente aceptada, y este fenómeno televisivo no es otra cosa sino la culminación de un proceso protagonizado por las revistas del corazón, algo así como la apoteosis del chismorreo en imágenes con "máquina de la verdad" incluida. Folklore, pésimo folklore, de los finales del siglo XX desde España y su unificadora genérica, sea en castellano, euskera, catalán o gallego, lo que también puede ser matizado como signo folklórico o como toque de distinción respecto a otras épocas.
A lo mejor en Siglos Próximos, algún estudioso recoge muestras del folklore de estos años que no se materializan exclusivamente en cintas de video. Quizás en alguna remota aldea de lugares montañosos y aislados queden huellas de danzas, canciones o ceremonias específicas, pero en general las formas de comportamiento de estos últimos años del siglo tienden a las mímesis, desde un cada vez más unitario modelo cultural. La presencia de mitos o sucesos folklóricos individualizados resulta muy difícil de detectar. Los grandes signos de este final de siglo, a través de una tecnología omnipresente y devoradora son homogéneos. Los intentos para sobrepasarlos son minimizados o ignorados por las fuerzas que ordenan la información y que detentan el poder. A estos efectos la manipulación televisiva de la Guerra del Golfo puede constituir el perfecto ejemplo de cómo el control de unas imágenes ofrece a los medios de comunicación un único mensaje. Julio Verne, el gran profeta, no previó este estado de cosas y sus pintorescos reporteros de "Miguel Strogoff" constituyen la cara opuesta de esta siniestra farsa tecnológica. El futuro puede recoger cumplido en su casi totalidad el que pintaba Orwell en "1984". El ojo del Hermano Grande, y la gran exclusiva pantalla, en la única salida del ser humano fuera de sí mismo.
En esta Revista se publican Tiras de Cordel, Pastoradas, poemas y refranes, canciones, coplas de ciego recogidas del aura popular. Los futuros investigadores al acercarse a nuestro tiempo podrán recoger videos, cintas grabadas, hemeroteca, tecnologías, libros, aunque no sé por cuánto tiempo... Lugares comunes en abundancia, escasa diferenciación entre pueblos y regiones. A pesar, o precisamente por ello, vayan ustedes a saber, de la vuelta al nacionalismo y el desenvolvimiento de los idiomas del país. Los signos de creatividad se concretan en lo de siempre: escrituras, pinturas, proyectos arquitectónicos, músicas, cine...En este punto el valor de los artistas respectivos marca diferencias: por ejemplo, el cine de realizadores vascos (no en euskera) es muy superior al que se produce en Cataluña (en catalán) por dos cosas: el talento de los Armendariz, Medem, Bajo Ulloa y la diferente elección de temas. La Generalitat apuesta por la ilustración de novelas más o menos valiosas del acervo del Siglo XIX o principios del XX. En todo caso, en la referencia a los signos folklóricos o míticos, ninguna diferencia se observa, ni siquiera aquella que hubiera podido nacer de idiosincrasias o peculiaridades culturales propias. El uso de la palabra resulta, a la larga, de una homogeneidad aplastante, sólo rota por el retorno a los viejos temas, a los viejos mitos. Ni siquiera la Olimpiada ha dejado tras de sí un signo propio, ya que "Cobi" resulta ser un simple pin de trascendencia prefabricada por los intereses económicos directos e indirectos que surgen de este tipo de acontecimientos. El folklore de estos años no surge precisamente del pueblo, sino que es impuesto, más o menos subrepticiamente a éste, lo que constituye un perfecto punto de partida para intentar definirlo desde la consideración de los mitos nuevos que surgen de las circunstancias específicas de un tiempo marcado a la vez por el desarrollo tecnológico y la degradación, no general, pero sí importante del discurso cultural y humanístico.
II
La concreción de los mitos que pueden perdurar como representativos de estos últimos años vecinos al siglo XXI no resulta excesivamente reveladora. Un aspecto significativo, la recuperación de ciertas tradiciones que se arropan de forma muy sugestiva pero que no añaden gran cosa a su verdadera esencia. Por ejemplo los héroes del cine parecen trasuntos del pasado, e incluso los que alcanzan una mayor difusión, por ejemplo en estos momentos los dinosaurios del Parque Jurásico, la basan no en los apuntes más o menos científicos sino en el misterio de estos animales prehistóricos que ha ido perdurando durante siglos en diversas manifestaciones. La moda de hoy no es, precisamente, sino la recuperación de un mito más o menos vigente en la evaluación de la humanidad. Los éxitos disneyanos surgen no de criaturas que representen este tiempo sino de personajes famosos de las leyendas o los cuentos más o menos infantiles: la sirenita, la bella y la bestia, Aladino y el genio, etc. Es difícil encontrar un mito surgido exclusivamente de estos momentos y con vocación o posibilidades de constituir un signo de este presente para el futuro.
Podríamos hablar a lo mejor de los grandes mitos de la canción, esos fenómenos del rock y sus sucedáneos que pueden constituir hoy las únicas formas de espectáculo con esa capacidad de atracción masiva que conlleva una pasión más o menos sincera de sus destinatarios. Con todo y partiendo exclusivamente de estos últimos años, lo efímero se impone y quizás para la historia de un folklore del siglo XX sólo unos cuantos hombres han pasado la barrera de su tiempo. Quizás los Beatles o los Rolling Stones o Elvis en niveles universales puedan ser los nombres más significativos. En nuestro país la mímesis ha sido excesiva y sólo algunos cantautores constituirán parte del fondo de unos movimientos musicales que pudiéramos tildar de representativos. Pienso que un Raimon, Llach, Serrat o Sabina para citar algunos ejemplos han dejado un testimonio artístico, no entramos en valoraciones, que puede ayudar a definir para el futuro algún aspecto de la sociología de estos años. Muchos otros nombres de fulgurante fama se han ido desvaneciendo en el olvido como la propia modernidad que quiso hacer de Madrid una capital con personalidad propia. El folklore de este tiempo ha sido excesivamente definido desde presupuestos preestablecidos y siempre integrados en el acontecimiento que le podía servir de cobertura. El último ejemplo podría ser el del Camino de Santiago que en realidad nada ha creado desde el presente, sino la puesta al día de viejas costumbres o ceremonias que se utilizan como receta. Los aplausos de los peregrinos cuando el gigantesco botafumeiro cruzaba la nave de la Catedral de Santiago formaban parte de un espectáculo y no de un rito. Este se había subsumido en la manipulación casi absoluta que la ocasión de un Jubileo había originado desde presupuestos políticos y electoristas de seguro efecto. Estos últimos años son ejemplo de esa transferencia del acontecimiento a la rentabilidad política, que suele simularse desde presupuestos históricos o conmemorativos, aunque a veces, como el caso de la Expo sevillana el batacazo posterior destruya el castillo de naipes tan irresponsablemente levantado.
Es curioso comprobar cómo la consideración de ciertos mitos se va detrayendo hacia consideraciones fundamentalmente económicas entendidas de forma indirecta como valor de cambio. Los ídolos futbolísticos se realzan desde su cotización en el mercado, y de hecho un deporte popular se ha transformado en una máquina burocrática y política que ha desvirtuado casi todo exceptuando quizás su característica de bandera para un público heterogéneo que pudiéramos fijar como masa, sobre todo si la manipulación ideológica toma el mando. El mito del aficionado al fútbol tiene los nombres torvos de "Hoolligans, ultra sur, frente atlético, boixos nois" y demás especímenes que presumen exhibiendo los siniestros y maléficos de las cruces gamadas y demás parafernalia.
III
Si esta serie de ideas debiera concretarse en algún signo específico, no sería difícil encontrarlo. Quizás la definición de esta época se concrete en algo tan insignificante en la apariencia como plural en su extensión que ha dado en llamarse "pin". La Expo adopta a Curro, la Olimpiada a Cobi y el Jacobeo a una cosa azulada que parece un abstracto peregrino. La cultura del "pin" es también la cultura del intercambio. Cada uno de ellos tiene una significación que se comparte desde la permuta continuada. El investigador del futuro, detenido ante una inmensa colección de pins podrá tardar años en dilucidar sus orígenes. En realidad, si tomamos en serio la búsqueda de un folklore o de una serie de mitos uncidos específicamente a determinadas etnias o civilizaciones, sólo encontraremos aquello que haya sido preservado por cuestiones económicas o sociopolíticas. Los territorios exentos no existen sino desde la voluntad de quienes en cierta forma los sojuzguen.
Quizás como ejemplo último, y retornando la actualización de los viejos mitos haya que fijarse en esa brutal comercialización que constituye la base de su existencia y, tal vez el certificado de una permanencia a través del tiempo. Los dinosaurios o los aladinos, es decir unas figuras que proceden de la tradición o del cuento, se han transformado en pleonasmo de sí mismos a través de toda esa serie de objetos que proclaman su comercialización y para mí su ruptura del mundo del mito o del folklore. Las camisetas jurásicas, los maquillajes jazmínicos o las alfombras voladoras para uso de niños ricos son, simplemente, objetos de comercio, aunque desgraciadamente tengamos que considerarlos como signos preponderantes de este siglo que termina. Signos absolutamente sustituibles desde la moda del momento que es tan intensa en la multiplicación como efímera en el tiempo. Efimeridad que también esencializa esta realidad que nos toca vivir y cuya proyección en el futuro tendrá en las imágenes de un vídeo cualquiera o en las pantallas de sofisticados ordenadores su fundamental sustentación material.
Podemos concluir pues con una afirmación que pudiera ser discutible. Estos años 90 no son tiempo de mitos, ni siquiera el que pudiera haberse derivado de la conquista del espacio ha surgido a la luz. Se han reelaborado sofisticadamente muchos de los pasados, incluidos aquellos que nacieron del propio arte del siglo XX, el cine. La definición más exacta sería la de considerar estas apariciones de los mitos clásicos, de los temas musicales más característicos de este tiempo, un continuado remake. A su lado la creación de determinadas categorías, pensemos por ejemplo en lo cheli o en el yupismo, contribuye a identificar la memoria de estos años. Precisamente por estas circunstancias, unidas a los decisivos cambios políticos y sociológicos que se van sucediendo a un ritmo impensable, algunos creamos encontrarnos en el final de un periplo que ha durado unos cuantos siglos, y que por ello el mito fundamental de los años que ahora vivimos sea precisamente el cierre de un pasado peligrosamente volcado hacia la nada y la apertura de una época nueva que tendrá que crear su propio folklore, hacer nacer su propia mitología.