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Revista de Folklore número

158



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EL BREVE CANCIONERO DE LA TIA PETRA. (MIRANDA DEL CASTAÑAR. SALAMANCA)

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1994 en la Revista de Folklore número 158 - sumario >



Miranda se sube al monte,
al valle baja La Alberca,
allá a lo lejos, Las Hurdes,
y a la mitad, Las Batuecas.

Llamo a su puerta. Nadie acude. Mi voz llena la calle de "¡Petra!”. Los balcones se abren para ver quién es. Vecinas asomadas repiten a coro: "¡Petra!”, y aseguran: "Está dentro”, e insisten: "”Petra! ¡¡Petra!”. Llueve. Pasa un pájaro perdido a guarecerse. Ladra un perro. Me arrimo a la fachada. Instantes después unos pasos por la escalera anuncian su presencia; viene diciendo: "A que es Manolo”. Los aleros de las casas se rozan, se dan la teja, "Y se pasan los novios a veces de unos a otros”, dice ella, que tiene puesto al fuego un puchero de Tamames "porque mantiene la comida caliente aunque la aparte; yo vivo con mi chimenea, mi lumbre, mi nieta y mi hija; he tenido mucha suerte. He ido a Salamanca, a Madrid y a Castellón, pero me gusta más esto por la tranquilidad”. Miranda, vieja cabeza de Condado, es también el milagro de la arquitectura sin arquitecto: piedra y adobe, plomo y nivel, de los bordados, de la chacina, de los trajes, de las canciones, buena parte en la cabeza de esta mujer sacada de un cuadro antiguo, que las canta haciendo pausas por el ahogo «¡a mi edad!», y por darme tiempo a que las escriba:

ROMANCE DE FERNANDO E ISABEL

Un castillo hay en Castilla,
todo él de piedra es,
y dentro vive una niña
cuyo nombre es Isabel,
que no la quieren sus padres
darla a duque o a marqués,
que no pueden compararse
con el reino de Isabel.

Estando un día jugando
al juego del alfiler
se le presenta Fernando,
guapo mozo aragonés,
y le dice muy bajito:

-Media España mía es,
y si te casas conmigo,
esa media te daré.

-Como otra media es mía,
puesto que ya nos queremos,
en cuanto nos case el cura,
en España reinaremos.

Al tiempo de estar casando,
entra Cristóbal Colón,
y de regalo de bodas
medio mundo fue y les dio.

Las variantes que se aprecian en otras versiones de este romance más parecen arreglos de los informantes, que, al conservar en la memoria la ristra de versos, los someten a los cambios de su propia evolución lingüística, de su gusto por las palabras; pura adaptación a la lengua viva. La que Angel Carril (1) recoge en 1982 de Asunción Sastre, de Salamanca, empieza con:

En Castilla hay un castillo
que todo de piedra es...

y termina

Cuando se estaban casando
llegó Cristóbal Colón,
como regalo de bodas,
medio mundo les donó.

Matices puntuales que a veces afectan al relato de tal forma que parece otro por la sustitución de personajes. Esto ocurre, por ejemplo, en una seguidilla de Alosno, Huelva, de las que el pueblo llama bíblicas, que dice:

A Betsabé en el baño
la vio el rey David,
no quedó tan prendado
como yo de ti.
Porque tú eres
el hechizo y encanto
de las mujeres.

Y en el rodar de los días y de las voces lo mismo se canta:

A la Isabel en el baño...

La tía Petra dice que tiene «cuatro duros y medio de edad, porque cuatro duros a veinte reales ¿cuántos son?». Si abre su balcón y alarga el brazo alcanza el balcón de enfrente, y por el aire que media circula la sal, la pinza, el perejil, la hebra, la vida.

Manolo mío, tú bien lo sabes,
que desde niña te amaba yo,
tú me mirabas, yo te abrazaba
por los cristales del mirador.
Tú me fingías que me querías
y era burlarte de mi pasión.
Manolo mío, a mí me han dicho
que por tres meses te vas de aquí,
esos tres meses serán tres siglos
Manolo mío, llévame a mí.
Yo soy florista regando flores
de mil colores para vender,
y yo las riego con agua dulce,
por eso ellas huelen tan bien.
Allá arribita hay un cadáver,
que no se sabe de quién será,
seguramente que es de Manolo
que se haya muerto de soledad.
Ay, Manuel, Manuel, déjate querer,
que es una delicia el tener mujer.
El tener mujer, el saber amar,
ay, Manuel, Manuel, déjate adorar.

En la canción que sigue dice "arriero» y "arridero». Al repetirla veo que cambia los vocablos de sitio sin regla fija, por lo que interpreto que no pasa el hecho de pura circunstancia (2).

ROMANCE DEL ARRIERO

Caminito de la arena
caminaba un arriero,
buen zapato, buena media,
buen bolsillo de dinero.
Siete caballos llevaba,
ocho con el delantero,
nueve se pueden contar
con el de la silla y freno.
Al revolver de una esquina,
siete quintos le salieron:
-¿A dónde caminan quintos?
-¿Dónde va el arriero?
-Camino para La Mancha
con un encargo que llevo.
-A La Mancha vamos todos,
que no llevamos dinero.
-Por dinero no lo hagáis,
¡adelante compañeros!,
que llevo yo más doblones
que estrellitas tiene el cielo,
que arenitas tiene la mar
y hormigas un hormiguero.
Al llegar a una cantina,
echan vino y beben luego,
y el primer vaso que echaron
se lo dan al arriero.
-Yo no bebo de ese vino
porque me huele a veneno,
que lo tome el rey de España
aunque reviente yo luego.
Siete soldados que iban
siete sables descubrieron,
él también descubrió el suyo,
que era de un brillante acero.
De los siete mató cinco,
que dos salieron huyendo.
La cantinera da voces
por si le oyeran al pueblo.
Acudió el señor alcalde,
prenden al arriero,
que le sentencian a muerte
para el sábado primero.
Le escribió una carta al rey
contándole los sucesos,
cada renglón que leía
lo iba contradiciendo:
-Así como mató cinco,
hubiera matado ciento,
cinco reales para el mozo
es lo que existe en el reino,
y dos pa la cantinera
por el vino que bebieron.

Suceso tan viajero en la tradición oral, se recoge en diversos romanceros, como el de Cossío: «El arriero y los ladrones», con ligeras variantes. Fernández Núñez sitúa la escena «por los lugares de la gran paramera, hacia los caminos de Sahagún», y, citando a Quadrado, justifica las malandanzas donde el arriero es protagonista porque «vinieron grandes partidas de bandoleros y asaltaron los campos y extremaron los robos y poblaron los montes [...] los reyes intentaban restablecer la paz en las comarcas de Sahagún y guardar la frontera de León [...] relatan los cronistas la extraña y temeraria conducta de estos malhechores, que a altas hora de la madrugada requerían a señores de fortalezas y dueños de hosterías para maltratar doncellas y hurtar las joyas [...] sorprendían a los caballeros en caminos y veredas para desvalijarles». Anota dos versiones leonesas, ambas parecidas en su empiezo a la cantada por la tía Petra, pero con desenlaces distintos, fruto de lo que rueda el canto en el río de las repeticiones:

EL ARRIERO DE BEMBIBRE

Por camino de Bembibre
se pasea un caballero;
buen zapato, buena media,
buen bolsillo con dinero.
Ocho machos arreaba,
nueve con el delantero,
y diez se pueden llamar
con el de la silla y freno.
Al revolver de una esquina,
cuatro amigos le salieron.
-¿Pa dónde camina el mozo?
¿Pa dónde va el arriero?
-Yo camino pa La Mancha.
-Adelante, compañeros,
a La Mancha ya no vamos,
que no tenemos dinero.
-Por dinero no asustarse;
adelante, compañeros,
que tengo yo más doblones
que estrellas hay en el cielo.
A la llegar a una venta,
una pintica pidieron.
-El primer vaso que salga,
salga por el arriero,
salga por el rey de León,
que es muy poderoso y bueno.
Hicieron una descarga
y tres cayeron al suelo,
y dos de los que quedaban
le mataron al arriero.

II

Por camino de Bembibre
se pasea un arriero;
buen zapato, buena media,
buen bolsillo con dinero.
Ocho machos arreaba,
nueve con el delantero,
y diez se pueden llamar
con el de la silla y freno.
Tras de una encrucijada
tres ladrones le salieron.
Unos eran de Sahagún,
y otros, montañas del Bierzo.
Sujetáronle entre todos
y una pintica pidieron
por los reyes de León
y los infantes del Bierzo.
-Tú has de darnos la doncella.
-La doncella no la tengo;
la doncella está en el castillo
del señor de los Romeros.
Robaban a la doncella
los amigos del arriero
y luego juntos caminan
pal lado del monasterio.
-Déme usté la niña blanca,
el señor de los Romeros.
-Yo no doy la niña blanca,
que pronto hará casamiento.
Cogiéronle de la mano
y pronto muerto le hubieron.
-¿Por quién tañen las campanas ?
-Por el señor de estos reinos,
que lo furtaron anoche,
hombres de sillas y frenos.

Hay versiones de este romance que son pura insinuación, sea porque el cuento quedó inconcluso al ser transmitido o porque el desenlace es tan obvio que el transmisor eliminó las bravatas de «mató a tantos» para que el oyente participara, tal es el caso de la recogida por Concepción Martín a Joaquín Morán, de ochenta y tres años, en el pueblo leonés de Matueca de Torío:

Por las calles de Bembibre (Verín)
se pasea un arriero,
buen zapato, buena media,
buen bolsillo de dinero.
En el volver de una esquina,
siete quintos le salieron.
-¿Dónde caminas buen mozo,
dónde va el mozo arriero?
-Camino para La Mancha
con un recado que llevo.
-A La Mancha vamos todos
como buenos compañeros.
De los siete que aquí vamos
ninguno lleva dinero.
Por dinero no afligirse,
¡Adelante compañeros!,
llevo yo aquí más doblones
que estrellitas tiene el cielo.
Ellos, como eran ladrones,
se miraron, se rieron.

Digo a la tía Petra algunos de estos datos y ella añade que «los arrieros no sólo llevaban de pueblo en pueblo mercancías, sino mensajes, sucesos, canciones; contaban aquí lo que pasaba allí antes de que llegaran las crónicas y por eso cada quién lo entiende y repite a su modo y conveniencia, porque en el fondo de todas las cosas que contamos y cantamos estamos nosotros».

BAILE PICAO

Dicen que he robado el cáliz,
anda, mi niña,
Jesús, qué mentira es esa.
Desde que me bautizaron.
anda mi niña,
no he vuelto a entrar en la iglesia.
Lo que he quitado
con este mandil,
lo que te haga falta,
mándalo a pedir,
mándalo a pedir,
mándalo a buscar,
lo que te he quitado
con este dedal.
Dicen que nací llorando
anda, mi niña,
yo digo que así sería.
Sin los brazos de una madre,
anda, mi niña,
cualquier hijo lloraría.
Allí vi a mi madre,
que está en la estación,
a coger el parte
al gobernador,
al gobernador,
la guardia civil,
ya está aquí mi madre,
que ya va a venir.
Si mi madre me viviera,
anda, mi niña,
¡cómo se murió, Dios mío!,
otro gallo me cantara,
anda, mi niña,
no me digas que no quiero,
anda, mi niña,
que a mi me hieres el alma,
que yo no puedo salir,
porque me riñen en casa.

Víctor Pavón "Perucho”, gaitero y tamborilero de Miranda -como Bartolo de Lagunilla, Titón de Mogarraz o el Guinda de La Alberca- recuerda, de cuando se ponían serones de esparto a los burros de los arrieros, la historia de la mujer de uno de los artesanos a la que el pueblo sacó estas coplas:

La mujer del seronero
ole ya, ole ya,
se ha querido descasar,
que por no tener dinero
ole ya, ola ya,
se ha tenido que aguantar
ole ya, ola ya,
vivir con el seronero.
Ole que me gustan
las del velo blanco
las que van a misa
las que rezan tanto,
ole que me gustan
las del velo verde
las que van a misa
las que luego vuelven.
Ole galipún, galipún.
seronero,
ole galipún, galipún
no hay dinero.
Por la carretera arriba
ole ya, ole ya,
ya no se puede pasar,
porque ha dicho el señor cura,
que es un pecado mortal.
Cuando te levantas cantas,
ole ya, ole ya,
que riegas las azucenas
y hasta los canarios cantan
de ver tu cara morena.
Dicen que la golondrina,
ole ya, ole ya,
tiene la pechuga blanca,
y yo digo que la Virgen
fue concebida sin mancha.
Anda vete que no quiero,
ole ya, ole ya,
contigo conversación,
la que te he dado me pesa,
eso bien lo sabe Dios.
Unos dicen que son verdes,
ole ya, ole ya,
otros que azules tus ojos,
pero yo sé por la salve
que son misericordiosos.
Cuando te vi te miré,
ole ya, ole ya,
por debajo del sombrero,
como no te dije nada
pensarías que no te quiero.
Porque te quiero me llevan,
ole ya, ole ya,
a vivir a otro lugar,
como si la ausencia fuera
tormentito de olvidar.
Ole que me gustan
las del velo blanco
las que van a misa
las que rezan tanto,
ole que me gustan
las del velo verde
las que van a misa
las que luego vuelven.
Ole galipún, galipún
seronero,
ole galipún, galipún,
no hay dinero.

“Hay dos Antonios santos -sigue la tía Petra-, uno chacinero, al nacer el año, ¡vaya matanza la nuestra!, y otro casamentero, por junio, y los dos son muy buenos; lo mismo a uno que a otro le puede pedir novio la mocita. ¡Vaya que sí!”. Nombra a otro Antonio, Antonio Cea, “que tanto quiere a este pueblo; la última vez que vino fue...; le gustaban la procesión nocturna, el ofertorio y el ritual de la bandera, que tan bien se le daba; una fiesta digna de ver, y no se crea que es de hace tres días, que ya Hernán Cortés la presidió en su tiempo, que lo sé yo, ¡vamos!".

COPLAS DEL CORDON

A tejer el cordón vamos
hermosísima azucena,
al prioste y mayordomos
le damos la norabuena.
El cordón ya está tejido,
lo vamos a destejer,
con la ayuda de María
bien lo podemos hacer.
Disculpe el gran auditorio,
las faltas que haya advertido,
la culpa no ha sido nuestra,
el gracioso la ha tenido.

De la puntilla a mano que llena las tardes pueblerinas le piden «no sé cuántas muestras», pero su expresión natural es el cante: lo regala. El hule de la camilla lo presiden dulces caseros, rico amasijo de harina, azúcar y huevos. Ella pregunta a cada poco si gusta o no el convite, se lleva la mano a la cabeza, se ajusta el pañuelo, se ríe e inicia otra canción:

LA TORTOLITA

Eres como la nieve
que cae a copos
y por eso te quieren
tanto mis ojos.
Cómo llueve,
qué serenita
cae la nieve,
que el aire cierzo
la detiene.
Anda vete que es tarde,
querido dueño,
que para mí en el mundo
ya no hay consuelo.
Anda vete, que es tarde,
dueño querido,
no sabes con el ansia
que te lo digo.
Serranita,
como la triste tortolita,
por esos montes
perdidita,
de rama en rama
va solita.
Porque no te he querido,
dices ahora,
que no te has acordado
de tal persona.
Si quieres que te quiera
me has de dar antes,
jubón de terciopelo,
cruz de diamantes.
Si quieres que te quiera,
dame confites,
que ya se me acabaron
los que me diste.
Si quieres que te cante
ricos cantares,
úntame con tocino
los paladares.
Cómo quieres que tenga
la cara blanca,
si soy carbonerito
de Salamanca.
Cómo llueve,
qué serenita
cae la nieve,
que el aire cierzo
la detiene.

Canta, cuenta, recita, pone café, llama a las vecinas, a la practicanta para que la pinche; no para:

LLEVAS EN TU MANTEO

Llevas en tu manteo
un repicoteo
morena y olé,
que con él vas robando
los corazones,
los corazones.
Anda vete que es tarde,
querido dueño, ,
que para mí en el mundo
ya no hay consuelo.
Porque no te he querido,
dices ahora,
que no te has acordado
de esta persona.
Si quieres que te cante
ricos cantares,
úntame con tomillo
los paladares.
¿Cómo quieres que tenga
la cara blanca,
la cara blanca,
si soy carbonerita
de Salamanca?
Eres como la rosa
de Alejandría,
de Alejandría,
colorada de noche,
blanca de día, blanca de día.
Llevas en tu manteo...

LA MI MORENA

Aunque vivo junto al charco,
no me arrojo a la laguna,
aunque soy hija de un pobre
no me cambio por ninguna.
La mi morena va con salero,
a buscar agua
al pozo nuevo
de la laguna,
la mi morena
va con la Luna.
La luna cuando va llena,
no lleva tanto rigor
como lleva mi morena
cuando va a misa mayor.
La mi morena,
la quiero tanto,
que ella se acuesta,
yo me levanto,
yo me levanto,
la mi morena
la quiero tanto.
Médicos y boticarios
no van a misa mayor,
porque dicen los difuntos:
«Ahí está quien me enterró».
Mucho te quiero,
más te quisiera,
si fueras rosa
de Primavera,
de Primavera,
de Alejandría,
mucho te quiero,
paloma mía.
A misa de doce fui,
no vuelvo a misa de doce,
puse los ojos en ti,
los quité del sacerdote.
Cuando te vi te miré
por debajo del sombrero,
como no te dije nada
pensarás que no te quiero.
Si supiera que en el mundo
se vendían corazones,
fuera yo a comprar alguno
porque el mío está en prisiones.
Y a la una y a las dos
Y a las tres que se remata,
mi corazón ¿quién lo compra,
despreciado de una ingrata?
Manojitos de alfileres
me parecen tus pestañas,
cada vez que te las miro,
me los clavas en el alma.

Recuerdo la versión de Alosno:

Manojitos de alfileres
son tus pestañas,
cada vez que me miras,
me los enclavas.

EL AMOR RENDIDO

A orillas de una fuente,
una zagala vi,
con el ruido del agua,
yo me acerqué hasta allí,
oí una voz que decía: .
-¡Ay de mi, ay, de mi, ay, de mi!.
Como la vi solita,
le declaré mi intención,
ella se quedó turbada,
que nada me contestó.
Yo dije para mí entonces:
-¡Ya cayó, ya cayó, ya cayó!
Yo me he subido a un árbol,
varias flores corté,
se las puse en su seno
y en mis brazos la estreché,
y entonces dijo la niña:
-¡Y otros tres, y otros tres, y otros tres!
Y al despedirme de ella,
tres abrazos me dio,
se despidió diciendo:
-No me olvides, por Dios,
ya sabes que el amor mío,
sólo en ti, sólo en ti se rindió.

Una catalogación del material folklórico de Miranda del Castañar nos daría, sin incluir el imprevisible repente de la tía Petra:

1.Danzas, acompañadas de gaita, tamboril y castañuelas: Picao serrano y Charrada -dos versiones- para bailar parejas. El Cordón, seis mozas del Ramo. Paleo y Danza, parejas.

2.Toques de gaita sola se conocen los del tío Jere, al que se le llama «El alba», el del tío Sam y el del tío Víctor aparte de las versiones para flauta y tambor de todas las melodías que pudieran cantarse. El acompañamiento con el tambor lo hace Víctor lo mismo dando en mitad del parche que en los bordes de madera, según le venga bien a la expresión, a veces casi imperceptible, otras, con toda la fuerza que saca de sus años.

3.Cancionero: La subida de la Virgen de la Cuesta. El Viernes Santo y Domingo de Resurrección. Navidad (las doce palabritas). Alborada de Santa Agueda. Los siete sacramentos. De bodas: Las vísperas. De cortejo y otras: La canción de Palmira. La Tortolita. Caminito de la arena. Como vives en alto. Manolo mío. Manuel. María del Carmen era guapa. Entre pinos y arcipreste. He conseguido un empleo. En la mano tengo un pájaro. María Antonia no subas al campanario. Y nanas «para dormir a niños rezongones».

4.Pueblo rico en «labores de abuela, de las que ya no llevan las mocitas, con trajes de mujer de diario, domingo, zagalejo, manteo, gro, carmesí y viuda; el de gro es porque el género se llama así; se pone para las bodas. Es severo, elegante, lleva mantilla de lentejuelas y abremanes. Se usa igual para actos religiosos. Así se reviste el quién, así la importancia queda a lo que haga. El traje amarillo para el día de San Juanito y el de San Antonio. También hay faldas azules y rojas, más bien para la tarde. El de manteo es el más antiguo del pueblo, para las fiestas, los casorios y las misas, liso para diario, con adornos para días señalados. El jubón -o jugón- vino a sustituir al sayuelo para cosas serias, como testamentos. Las mujeres llevan adornos al cuello que son relicarios. Los pendientes que lucen son lisos, de madeja, de miriñaque, de abanico, de piedra, de pico. Yo tengo unos que llevarán cien años en casa y ahí están. Trajes de hombre están los de zagalejo, calzón, bombacho, mozo de Ramo, danzarín y diario, El de bombacho, con capa de paño, polaina y faja. Lo mismo se usa para ir al campo que para misa y entierros. Botones de oro cierran el cuello. El sombrero se lleva sobre el pañuelo. El mozo lo lleva de Manila y cruzado». Un cantar de los novios a las novias dice así:

A Salamanca he de ir
y allí te voy a comprar...
...como digo unos pendientes
también digo un gran collar,
un pañuelo de Manila
y una seda de colgar.

Ya que en el vestido estamos, le leo un párrafo de las pragmáticas de Felipe III que dicen que «ninguna persona pueda vestir brocado, tela de oro ni plata ni de seda ni con mezcla de los dichos metales ni ningún género de bordado, recamado de seda o cualquier labor hecha con bastidor» (3). Ya con Felipe IV, andando los años 1637-39, se manda que «ninguna mujer de cualquier estado y calidad que sea, pueda traer ni traiga guardainfante [...] ni jubones que llaman escotados». Ella se me queda fija, preguntándose a qué vienen asuntos tan añejos, qué hago yo con las pragmáticas encima o quienes son Felipe III y IV.

A casa de tu tía,
mas no cada día.

Llueve en Miranda. Hace tres días que pasa un pájaro a guarecerse y que ladra un perro. «Hace tres días que no para de llover», dice la tía Petra. Tres días son la «breve eternidad» del poeta Salas Dabrio. A ella le gusta verme aquí, tarde a tarde, sobre su suelo de tablas, callado, escuchándola, Hoy me va a decir el Romance de los Mozos de Monleón (4). «Ya que tiene interés, mejor estaremos en el brasero. Subir a Miranda nada más que para escucharme estas cosas tiene mérito. A ver si esta cabeza mía lo recuerda entero y no se me va de vacío, que luego vienen los lamentos y tiene que volver, con lo lejos que está este pueblo. Yo me sé el romance por una mujer de Lagunilla, que me lo enseñó, y ella por otra y así hasta sabe Dios, que estas cosas no nacen un día fijo, sino que van naciendo un poco cada día conforme se cantan, ni son un invento de nadie en particular, sino de todos, ¿entiende?; son como los guisos, que cada cual le pone su toque, su gracia. A lo mejor digo una palabra cambiada, pero el fondo es el mismo". Arranca con el romance, tropieza en algún verso y hace largos patrones atenta a un punto imaginario, como si buscara un no sé qué en el tiempo que no vuelve:

Los mozos de Monleón
se marchan a arar temprano,
llegan pronto a la Joriza
a remudar con despacio.
Al niño de la Velluda
el remudo no le han dado:
-A la Joriza he de ir
aunque vaya de prestado.
-Permita Dios que te traigan
en vez de andando en un carro,
los trapos y las albarcas
de los siniestros colgando.
De Monleón salen tres,
de la Alberguería cuatro,
uno de la Herguijuela,
ocho mozos muy gallardos.
Ya cogen los garrochones
y van Las Navas abajo
preguntando por el toro
que aún tienen encerrado.
A la mitad del camino
les sale un vaquero al paso:
-¿Qué tiempo tiene ese toro?
-Cumplidos los ocho años,
pero ninguno le entréis,
que es un torito muy sabio,
que la leche que mamó
yo mismito se la he dado,
ha brincado tres corridas
y con la que brinque, cuatro.
-Que así sea o que no sea,
ya venimos preparados.
Se presentan en la plaza
los ocho mozos gallardos,
Manuel Sánchez llama al toro,
mala hora de llamarlo,
por el pico de su albarca,
toda la plaza arrastrando,
y cuando al fin lo abandona
parece que lo ha acabado:
-Compañeritos, me muero,
amigos, estoy muy malo,
tres pañuelos tengo dentro
y aún me hace falta un cuarto.
-Que se llame al confesor
para que venga a auxiliarlo.
Unos van a por el cura,
al rico piden un carro
para llevar a Manuel,
que el torito lo ha matado.
Al umbral de la Velluda
la comitiva ha llegado:
-Aquí viene vuestro hijo
como lo habéis demandado,
los trapos y las albarcas
de los siniestros colgando.
A eso de los nueve meses,
la madre salió al campo,
bramaba más que bramaba
como un toro de ocho años.
Los vaqueriles arriba,
los vaqueriles, abajo,
preguntó por aquel toro,
toro que sigue encerrado:
-Mujeres que tengáis hijos,
no le echéis la maldición
que yo se la dije al mío,
y miren bien lo que ocurrió.

Dejamos que el silencio se pose en los muebles como otra lluvia mansa. Balcón afuera siguen el perro con su ladre y el pájaro buscando donde guarecerse de la que cae del cielo. De la tragedia de Monleón hay varias versiones con leves diferencias. Ella da la que sabe, quizás con mutaciones en comparación con ¿cuál?. La suya es la que quedó varada un día en su memoria para sacarla esta tarde a oreo. Y no deja de investigar a rabillo de ojo si gustó o no la historia mientras yo me afano en relacionar lo que ha contado de Monleón con lo que cantan las niñas de Alosno, Huelva, ya depurado, hecho síntesis para canción de juegos:

Que salga el toro,
el toro para la calle,
dejarlo solo
que no se vaya
que aquí lo espero,
con la capilla
de terciopelo,
los zapatos de bolilla
y luciendo medio pie.
¡Torooooo¡
Dame la espada y la capa
que me voya torear,
porque me ha dicho mi madre
que el toro me va a matar.

Sobre esta maldición de la madre, a la que el hijo desobedece y ella le augura tan mal final, ejemplo de andar por casa del viejo mito de la madre ambivalente, bondadosa y terrible, llena de amor y castigadora, todo vida y destrucción a un tiempo, Díaz Viana ofrece tres versiones: la primera, de La Mudarra, Valladolid, en 1978, recogida de J. A. Ortega de labios de Hipacia Rodríguez:

Teresita tiene un hijo
que le quiere meter fraile
y el chiquillo quiere ser
torero como su padre.
El torito está en la plaza
y el torero en la barrera,
no salen a torearle
porque es muy brava la fiera.
-Madre deme usted la capa,
que me voy a la corrida.
-La capa no te la doy
aunque me cueste la vida.
¡Válgame Dios de los Cielos
y la Virgen del Rosario,
si a la corrida te vas
que te traigan en un carro!.

La segunda -en el mismo pueblo y fecha-, de Candelas Liébana, de la que tomo el principio y el final:

-Madre deme usted la ropa,
para ir a la corrida
a ver el torito bravo
ponerle las banderillas.
-La ropa no te la doy
ni a la corrida te vayas.
-A la corrida he de ir
aunque la lleve prestada.
-¡Permita Dios de los Cielos
y la Virgen del Rosario,
si a la corrida vas
que te traigan en un carro!.
...........................
Engancharon cuatro bueyes
Y a Manuel Sánchez llevaron
y al llegar en ca la viuda
allí pararon el carro.
-Tenga, tenga usté a su hijo
que ya puede amortajarlo;
prepárelo la mortaja
que ésta fue la maldición
que le echó al salir de casa.

La tercera, de Modesto Martín, de Villabrágima, Valladolid, añade este final:

Al cabo de siete meses
la viudita salió al campo,
bramaba y pataleaba
como un toro de siete años,
bramaba y pataleaba
como un toro valenciano.

La tía Petra suspira un «¡Ay!» hondo, infinito, mientras busca otro papel en un cajón de la cómoda que huele a alcanfor, a encaje, a moho de alma. Sé que sabe en qué cajón tiene lo que busca, pero quiere abrirlos todos, ir llegando al misterio mientras muestra el ajuar, las plumas del viejo nido: «Mire mis sábanas, mi colcha, mis toallas; están como nuevas. Ahora le voy a cantar lo que le pasó a Gerineldo, que era otro mozo muy atrevido que tuvo un percance, pero con una princesa; ya verá». Petra anda ajena a que en la versión de Gerineldo recogida por Menéndez Pidal, la infanta diga:

Rey y señor no le mates,
más dámelo por marido,
o si lo quieres matar,
la muerte será conmigo.

o la de Herminio Villaverde, allá en su aldea de Fonfría, que, como vimos, termina:

El castigo que he de dar
ya lo tienes prometido,
que antes de la media noche
seréis mujer y marido.

Y no le incomoda que Dámaso Alonso omita en la suya los previos de la cita y que sea Gerineldo quien se lance, la tome de la mano y la meta en su lecho, para terminar la dama:

que la espada de mi padre
yo me la he bien conocido.

O que en la de Cossío se narre el encuentro por el jardín con un mozo confuso que da excusas al monarca, quien le conmina a que se case, a lo que el mozo se niega para su desgracia:

Al pícaro Gerineldo
le cortaron la cabeza.

O que en la leonesa, incompleta, que recoge Fernández Núñez, se establezca este diálogo en el desenlace:

-¿De dónde vienes, Gerineldo,
tan blanco y descolorido?
-Vengo de ver el jardín
cómo quedara florido.
-No me mientas, Gerineldo,
que te voy a matar vivo.
-Matadme, buen Rey, matadme,
que la muerte he merecido,
que dormí con la infantina
debajo de vuestro castillo.

La tía Petra no anduvo nunca por León, donde la tía Carolina, en Val de San Lorenzo, une la aventura de Gerineldo con la del Conde Flores, y asciende el paje a capitán general; o en Málaga, donde la tía Frasquita, en Alora, «la bien cercada», canta su Gerineldo tan íntimamente como si hubiera nacido en el pueblo y pasado hace un rato por su puerta, en cuyo umbral ella trenza pleitas; o en Huelva, donde la tía Rosario «Tiralé», en Alosno, se arma de pandereta y airea los avatares del criado y la infanta con una música tan viva, que la convierte en recia seguidilla. Ni subió a ese cruce de caminos y de culturas que es la «Terra de Melide e bisbarras veciñas», donde aún se conservan unos versos que sitúan a los amantes en un bello escenario antes del concierto:

A las corrientes del río,
a las corrientes del agua,
donde Gerinaldo daba
de beber a su caballo.
Mientras que el caballo bebe
Gerinaldo echó a cantar:
-Mes de Mayo, mes de Mayo,
mes de las tantas calores,
cuando los enamorados
usaban de sus amores.
-Si fueras rico en hacienda,
como eres gran polido,
dichosa fuera la dama
que se casara contigo.
-Yo como Soy su criado
usted se burla de mí.
-No me burlo, Gerinaldo,
que de cierto te lo digo:
no deseaba más nada,
durmir dos horas contigo.

La tía Petra escucha lo que le digo de unos y otros, revuelve su toca y aporta su versión. Tanto dice Gerineldo como Gerinaldo, pero los hechos son los mismos. «¿Desde cuándo lo sabe usted, tía Petra?». le pregunto. «No sé. Sólo sé que lo sé y ya es saber», me contesta.

Gerineldo era un buen mozo,
siervo del rey muy querido,
cuando sale de palacio
de hacer allí su servicio,
en la puerta de palacio
la infanta lo ha perseguido:
-Gerinaldo, Gerinaldo,
mi Gerineldo querido
quién te pillara esta noche
tres horas de mi albedrío.
-No se burle la señora
que criado vuestro he sido.
-No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.
-¿Y a qué hora, gran señora,
se cumple lo prometido?
-Entre las doce y la una,
cuando el rey esté dormido.
Daba vueltas Gerineldo,
daba vueltas al castillo,
y cuando ya comprendió
que el rey estaba dormido,
con pasitos sigilosos,
al cuarto la infanta ha ido;
la infanta, que lo aguardaba:
-¿Quién ha sido el atrevido?
-Gerineldo es, gran señora,
que vengo a lo prometido.
Lo ha cogido de la mano
Y a su cama lo ha subido.
Se pusieron a luchar
como mujer y marido,
con el trote de la lucha
los dos se quedan dormidos.
Llama el rey a Gerineldo
que le alargue su vestido,
y unos dicen: -No está en casa.
Y otros dicen: -No ha salido.
Y el rey, que lo sospechaba,
al cuarto de la infanta ha ido.
-Y si mato a Gerinaldo,
tánto como lo he querido,
tan bien que me había servido,
y si mato a la princesa
queda mi reino perdido,
yo les meteré la espada
pa que sirva de testigo.
Con el frío de la espada,
la infanta se ha estremecido:
-Despiértate, Gerinaldo,
mi Gerineldo querido,
que la espada de mi padre
con nosotros ha dormido.
-¿Y qué podré hacer yo ahora
que no sea conocido?
Me marcho por los jardines
a pisar rosas y lirios.
-No te asustes, Gerineldo,
y vuelve a tu servicio.
Gerinaldo fue ante el rey,
y la infanta lo ha seguido:
-Perdónalo, padre mío,
ya sabes lo sucedido,
solamente yo deseo
me lo otorguéis por marido.
El rey, que lo deseaba,
el permiso ha concedido:
-Y así tendré a Gerineldo,
un hijo más muy querido.
Y celebraron las bodas
muy llenas de regocijo.

Wolfy Hofman recogen la historia de Gerineldo en «Primavera y flor de romances»; de un pliego suelto de 1537 en el Romancero de Durán. Le doy a la tía Petra esta fecha para que vea lo vieja que es la historia y la de veces que se habrá contado y sabe Dios cómo. Ella concluye con que "es mucho más antigua que eso y tan moderna que ocurre todos los días. Gerineldo puede ser cada hombre y la infanta cada mujer en el juego del amor, y si median intereses ya está todo dicho». El tic tac del despertador llena la estancia, una mosca se obceca en el cristal del ventano y un Corazón de Jesús nos mira desde el muro: "yo no soy muy religiosa al modo que entienden los curas, pero creo que hay algo superior allá arriba, que lo uno no quita lo otro», y canturrea como para ilustrar

El barbero y el herrero,
el cura y el sacristán,
son los cuatro de mi pueblo
que viven sin trabajar.
Señor cura, me voy fuera,
mire mi mujer medrosa,
venga usted a dormir con ella
no le pase alguna cosa.

En la casa de tía Justa
entran hombres a deshora,
si es lo que hace tía Justa
¿qué no hará tía Pecaora?

Al fin, como una ceremonia esperada, en el cajón más a mano encuentra la tía Petra el papel que buscaba; es blanco con rebordes pardos y tres manchas amarillas; lo desdobla y lo lee mirándome a cada renglón a ver si atiendo a ella, al pájaro. al perro o a la lluvia:

Quisiera yo hacer
altar en mi pecho,
sagrario en mi alma
para el sacramento,
del fruto admirable
de este alto misterio
que mora en el alma;
humilde te ruego
no miréis, Señor,
a mi indigno pecho,
cuando yo reciba
tu sangre y tu cuerpo.
Cante mi lengua
al alto misterio
del cuerpo y la sangre
del Rey de los cielos,
del Hijo enviado,
del Padre y Marido
de la Virgen Madre
para mi alimento.
Lavando los pies,
con amor muy tierno,
nos enseña a todos
humildad y ejemplo.
Nos hizo la senda
con amor muy tierno,
del vino su sangre,
y del pan, su cuerpo.
Misterio admirable
de amor estupendo.

«Era de la abuela de mi abuela, como esta ropa, que pasó todas las mujeres de la familia. Mire el tiempo que tendrá el rezo; cosas de poco valor para otros, pero que son mi todo. La otra abuela no me dejó oraciones, sino sentimiento. Así que de una tengo el papel y de otra el gusto por conservarlo. ¿qué le parece?. Dejo la silla. Cruje el suelo a mi paso. Los cristales del balcón tienen vaho y abro un óvalo. Ella añade: «Aquí se corrían gallos, ¡lo que sufrían!. Han quedado las coplas»:

Todas las mozas
van al Rosario
con sus sagrarios,
como tú vas;
cuando las veo,
me remeneo,
me zarandeo
y no sé qué más.
Todas las mozas
van a las flores
con sus amores,
como tú vas;
cuando las veo,
me remeneo,
me zarandeo
y no sé qué más.
Mozas venir a bailar,
a romper vuestros zapatos,
que el día que sos caséis
no sos faltarán trabajos.

«Y otra canción suelta de danza; ¡esta cabeza mía!; me canso; ya no me acuerdo»:

Somos los capuchinitos
recién venidos a España,
subimos por la alameda
por ver cómo corre el agua.

Después saca del cajón de la cómoda otro papel con un romance escrito por ella en el que trata de plasmar cuánto ha visto y oído en estos días de charla, del que copio algunas estrofas a manera de crónica de viaje a la casa de la tía Petra en Miranda del Castañar, ese «pocillo sin fondo», que se diría más al sur:

RISAS y VERAS

Uno del ochenta y tantos,
Miranda no olvidará
que vino aquí este Manolo c
on ganas de visitar.
En casa la tía Petra
la audiencia fue a más,
don José fue el magistrado
don Manolo fue el fiscal,
a Magdalena, vecina,
la presidencia le dan.
De buenos espectadores,
Francisco y la Loli están,
Víctor y la tía Petra, los reos,
no se pudieron negar.
Víctor tocó sus canciones,
las de Jerre y el tío Sam,
también sonó el tío Rodrigo,
el roncero quedó atrás,
pero al rebuscar su nombre
por el san Benito está.
Quien proteste del trabajo,
bien se pudiera fijar
en el caso de Peñaparda,
que hasta poner la camisa,
mil vueltas tiene que dar.
Una peseta le falta
pa octogenario llegar,
con su buena faringitis
y fuerte dolor lumbar ,
los romances, tonadillas,
añorosas de cantar.
Así se acabó la tarde
y el juicio terminó en paz,
Petra sacó una guitarra
que todos querían tocar.
Muchas cosas más dijera,
mas me limito a callar,
porque las plantas silvestres
buen gusto no pueden dar.

Siguen fuera el pájaro, el perro, la lluvia. A la tía Petra le gusta verme aquí, callado, atento a lo que dice, rozando apenas con mis dedos el cristal del balcón, el filo de la taza, el cajón de la cómoda donde guarda su todo.

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NOTAS

(1) Hace algunos años le grabé un disco en la serie Guimbarda-, GS 11109, Voz Antigua 5, Miranda del Castañar, de CFE, donde aparece una de las versiones que le recogí en la que están presentes “arriero” y “arridero”.

(2) Entre 1601-1610.

(3) Puede verse el artículo Referencias para la historia de un romance, de Angel Carril, publicado en BAM, año II, nº. 2, pp. 40-44, noviembre 1992, basado en el ensayo Aportación al romancero salmantino a través de Los mozos de Monleón, del que son autores el citado y Manuel Hernández Vaquero y en el que colaboran Antonio Cea, Félix López y Miguel Manzano.

(4) Terra de Melide. 2ª. Ed. Edicios do Castro. Sada-A Coruña. 1978.

(5) Romance este de Gerineldo que, según hace notar Mercedes Díaz Roig en su edición de El Romancero Viejo, se contamina frecuentemente con La Condesita. Unión que ha sido estudiada por Menéndez Pidal en Geografía folklórica. Estudios.



EL BREVE CANCIONERO DE LA TIA PETRA. (MIRANDA DEL CASTAÑAR. SALAMANCA)

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1994 en la Revista de Folklore número 158.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz