Revista de Folklore • 500 números

Fundación Joaquín Díaz

Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >

Búsqueda por: autor, título, año o número de revista *
* Es válido cualquier término del nombre/apellido del autor, del título del artículo y del número de revista o año.

Revista de Folklore número

156



Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede leer el artículo completo descargando la revista en formato PDF

Educación ecológica en Los Pedroches (Córdoba)

MORENO VALERO, Manuel

Publicado en el año 1993 en la Revista de Folklore número 156 - sumario >



Las ideas penetran poco a poco en las mentes de los humanos, más lentamente que muchas veces quisiéramos. Pasa tiempo hasta que una persona las asume y toma como parte de su hábito de pensar. Eso antes y también hoy a pesar de los medios audiovisuales porque si es verdad que llegan más rápidamente las ideas también lo es que llegan con mayor facilidad y con menos costo de esfuerzo personal, lo que va en proporción inversa a la profundización y asimilación.

A final de siglo pasado comenzaron a crearse por todo el mundo las asociaciones defensoras de las aves que son como la prehistoria de nuestro actual ecologismo. La ecología llega en las décadas de los sesenta y setenta cuando se toma conciencia del mal que comienza a hacer estragos en nuestro sistema, el petróleo derramado en las aguas de mares y océanos y sobre todo cuando la sociedad internacional despierta sobrecogida por lo que pudo ser el desastre de Chernobil (1).

Entre nosotros todo esto ocurrió en unos momentos en que se veía el final de una etapa nacional que había durado demasiados años y se atisbaba, al menos en la ilusión de algunos, un horizonte esperanzador de libertad. De ahí que la ecología inicialmente entre nosotros tomó bandera y partido desde el momento que la militancia de izquierdas se camufló entre sus filas. La oposición al régimen era la oposición al capitalismo y el capitalismo era el causante de esos desastres que ya comenzábamos a padecer.

El profesor Haroun Tazieff, científico de gran prestigio y uno de los fundadores acaba de pronunciar una conferencia en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense, en El Escorial con título: "Evolución climática y civilización: problemas y resoluciones”. Llegó a decir algo que transcribimos porque coincide totalmente con lo expuesto arriba: "Me aparté de los ecologistas porque tienen el gran defecto de hablar de lo que no conocen. El Ecologismo y los problemas medioambientales son algo muy complejo. Requieren muchos conocimientos científicos y mucho rigor. Los ecologistas carecen de ambas cosas. Yo, que he sido fundador del ecologismo, ahora estoy completamente en contra” (2).

No siempre fue así y hubo desde primera hora personas que realmente luchaban para evitar el deterioro de nuestro hábitat como una manera muy concreta de luchar en pro de la humanidad sin colores ni partido. Siempre recordaré las confesiones estudiantiles mientras preparaba su tesis Pedro López Nieves, un hombre enamorado de la naturaleza, conocedor de ella y dispuesto desde su situación personal a la lucha como lo ha venido demostrando desde entonces hasta el día de hoy. ¿Qué se ha conseguido? Aparentemente para una mirada fugaz y superficial poco se ha avanzado pero no es así. Para los hombres de mi generación les traigo aquí mi propia reflexión.

RESPECTO A LAS AVES

Recuerdo cuando éramos niños y los sábados por la tarde no teníamos colegio. Nos armábamos de nuestras «tiraeras» (3) con horquillas de palo o de alambre y las gomas compradas en casa-zapatería de «Los Marquitos» con una pinchera de material (4). Nos citábamos en un lugar y salíamos al campo para hacer nuestras capturas.

Nuestras aventuras vespertinas conocían a la perfección dónde estaban los nidos de cada clase o especialidad: la tatarreta con sus huevos azules y pintitas negras sabíamos buscarlos en el hueco de los terrones que formaba el barbecho endurecido. Los de cogujada; cuando la veíamos sorprendida salir con su moñito abierto íbamos derechos al cardo que sobresalía y allí sin dudarlo, junto a la raíz, tenía sus huevos muy bien puestos. La abubilla colocaba sus huevos en los agujeros de los troncos de la encina.
Entre el chaparral la tórtola arrullaba suave y más bronca la paloma. Al pasar debajo nos sorprendía con su fuerte vuelo y mirábamos en la encina hasta ver los tronquitos muy bien situados. Nos subíamos tronco y ramas arriba hasta divisar su par de huevos, más hermosos, de mayor sustancia.

Y la perdiz cuando iniciaba su raudo vuelo también nos delataba dónde pensaba sacar su pollada. Aquí nuestro disfrute era mayor por la cantidad de los huevos pintarrajeados que nos hacían frotar las manos.

Los chavales que estaban ya a su corta edad ganando un mísero jornal mientras guardaban ovejas, cabras o cerdos por su mayor contacto y saber del campo iban aún más lejos. Ellos cogían los huevos y en su lugar colocaban unos chinos y preparaban una percha fabricada con las cerdas de los rabos de los mulos o caballos y al día siguiente quedaba aprisionada la perdiz al deslizarse suavemente sobre su cabecita.

Hemos leído que en Villanueva del Duque uno de los empleos que daban a los huevos de perdiz era para lavarse la cabeza usándolos de champú y que limpiaban muy bien el cabello de las mocitas (5).

Cuando en plena canícula sorprendíamos una banda de pollos de perdiz le dábamos una carrera hasta que remontaban vuelo. Seguíamos hasta el lugar donde se echaban y de nuevo les obligábamos a emprender el vuelo y así hasta la tercera vez que ya no lo intentaban y comenzaba la persecución en tierras hasta que los veíamos aplastados con el pico abierto y respirando jadeantes. Los cogíamos con cuidado de no romperles ni alas ni patas y luego servían para reclamos cuidándolos desde pequeños porque se decía que los cogidos con el garlito, del susto que recibían, se les secaban los testículos y los imposibilitaban para una pelea de celo por la hembra.

Las perdices se cogían con perchas hechas con crines de caballo o mulo o alambre acerada muy fina y escurridiza. Se colocaban en los caminos frecuentados por las perdices que estos hombres criados en el campo conocían a la perfección.

Las tablillas las enterraban en los mismos caminos y removían la tierra lo que incitaba a las perdices a revolcarse y tomar tierra. Al pisarlas quedaban dentro de ellas.

Cuando llegábamos a un cortijo cerrado nos aupábamos unos a otros hasta llegar al alero del tejado y allí sin duda siempre había cosecha segura, lugar preferido por los gorriones.

Debajo de los hermosos eucaliptus que custodiaban la puerta de la Fábrica de los Muñoces con nuestros artilugios caseros, nuestras tiraeras, hacíamos caer a los gorriones, sobre todo a los que aún con boqueras nos señalaban con su asustadiza llamada a los padres su propia situación en el árbol.

Había amigos que donde ponían el ojo allí iba el chinato con fuerza capaz de hacer caer al pájaro. Otras veces se escapaba un ¡huy! porque le había pasado cerca el pincho disparado o incluso le había hecho blanco en la periferia.

Las noches, mientras estos pajarillos dormían en las copas de los árboles, los de mayores medios económicos, con una escopetilla de aire comprimido y una potente linterna hacían zafarrancho dejando el árbol sin la deliciosa algarabía matinal de la pollada allí cobijada.

Las únicas avecillas que escapaban de nuestras andanzas cazadoras eran las golondrinas y vencejos, con su ropaje negro y como arpones disparados al aire paseaban ligeras sobre el cielo y en las charcas de agua estancada donde parecían patinar con sus picos sobre la plancha tersa del agua inmóvil.

Se escapaban de nuestras manías persecutorias porque hay un convencimiento popular que estos animalitos quitaron las espinas de la corona del Señor y por eso hay que respetarlas y no hacerles daño.

Sin embargo también algunos, quizá de maneras y costumbres menos religiosas eran osados e intentaban su captura. Para ello tendían una cuerda sobre la plancha de agua de la charca y en las orillas la clavaban en una estaca o ataban una gruesa piedra. Las golondrinas al pasar a veces podían topar con la cuerda y caer al agua y una vez mojadas sus alas no podían volar.

La caza un poco más industrializada no era propia de los niños y era más desastrosa. Las noches de lluvia los cortijeros colocaban en sus piernas los cascabeles de las ovejas, con un carburo en la mano y el garlito en la otra salían a la caza de perdices. Cuando se divisaba el bando de perdices quietecitas se echaba sobre ellas el garlito y quedaban todas embolsadas en la red o en tiempo del cálido verano con la red en los charcos donde los trigueros o gorriones solían beber y allí con reclamo, un triguero ciego, que atraía todos los de su casta por allí existentes o el saltón que con un braguero estaba dando saltos llamando la atención de sus congéneres y si no saltaba se colocaba en una varita de la que salía una cuerda hasta el chozo y desde allí tiraba de la cuerda haciéndole perder su equilibrio y es lo que le hacía llamar la atención.

La caza de los alcaudones con su mancha roja en la cabeza y comiendo voraces todos los saltamontes que veían en su camino se hacía juntando liria en un cardo seco y colocando el reclamo en él. Se usaba de reclamo un mochuelo, pájaro grandullón y de torpe vuelo y ojos de lechuza. Venían a picar al reclamo y quedaban pegados en la liria.

En otoño con la red de dos mantos se hacían grandes cacerías de jilgueros, chamarines, camachos. También en este tiempo con los cepos de madera o costillas de alambre en los barbechos preparados para la siembra. En la sierra poniendo de cebo las hormigas alúas que salen en las primeras aguas o pequeñas aceitunas de acebuche que son manjares exquisitos de los zorzales y estorninos.

REPTILES

No eran sólo las aves objeto de nuestras trapacerías y depredaciones. Otro juego de niños, juego salvaje y maléfico, era cazar los lagartos.

Las destruidas paredes de las cercas servían de solarium para calentar su sangre fría. A veces era tan placentero el sol que se dormían en una confortable quietud y parecían reflejando el sol, como esmeraldas de una rica orfebrería sobre la torpe piedra de granito erosionado.

Para este tipo de caza teníamos además algunos instrumentos más útiles y propicios. Mi padre era forjador y allí en su fragua hacía yo unas picas que nos servían para sacar los lagartos de sus capucheras. A veces heridos se refugiaban en los hondos agujeros previamente fabricados para su propia defensa. Si el agujero estaba superficial, o sea en la parte superior de la pared, lo mejor era quitar las piedras que se sobreponían al escondrijo.

Era muy curioso este trabajo porque el animal esperaba en el fondo guarecido y se mantenía quieto y pacífico arrinconado por el miedo. Se iba desmontando la pared y cuando se llegaba donde se suponía que estaba el animal, el director de la faena lo advertía y trazaba la estrategia de dónde se tenía que colocar cada uno de los compañeros para evitar que se escapara.

Había chicos muy valientes que gustaban de introducir su dedo en el escondrijo provocando al animal para que mordiera. Cuando el animal tenía entre sus fauces el dedo lo sacaban hacia fuera y venía también el lagarto sin soltar la presa. Cuando el lagarto era de dimensiones mayores esta manera de cazarlos era mucho más atrevida y peligrosa.

Otras veces nos servíamos de la misma pica que tenía un arpón como las banderillas de los toros, se metía y una vez enganchado el lagarto se tiraba hacia fuera y disfrutábamos viendo sus fauces abiertas amenazando a quien se acercara a ellas.

A veces eran de dimensiones grandes sobre todo los que se capturaban en la Sierrezuela y para curarnos en salud la mejor manera de matarlos era clavarle la pica en el cráneo y atravesarlo y llevarlo así colgado como un trofeo ante los amigos.

¿Qué se hacía con los lagartos cogidos? Primeramente como si se tratase de un rito de iniciación se paseaba por la calle o por el barrio como quien lleva una conquista. Nos valoraban sobre todo los más pequeños de la calle o barrio y se comentaban las dimensiones que podía tener cada trofeo. Eso era motivo infantil de vanagloria.

Pero además de este rito no podemos olvidar que eran tiempos de gran escasez y penuria económica. Había quien se los comía y decía estar más rico y sabroso que una buena merluza con su carne nívea. Pero guardo un recuerdo especial para un vecino de nuestra calle llamado Hipólito que vestía con mono azul y que tenía un reuma atroz que le había quitado del trabajo y aquel hombre quería los lagartos porque se daba unciones con su carne para alivio de sus dolores reumáticos. No sé qué tipo de reacción le producía ni tampoco si había sido recetado por médico o por la sabia o curandero de turno; pero sí es cierto que los muchachos se los llevábamos a él, sobre todo los que éramos sus vecinos más cercanos.

Cuando a veces escapaban los lagartos y lagartijas de nuestras trampas y quedaba sólo el rabo retorciéndose solíamos decir que «estaba diciendo picardías».

Nuestra maldad era tan atrevida que a veces traíamos pequeños lagartos y lagartijas vivos y por las noches en las aceras de la calle, en aquellas losas de piedra de granito de grandes dimensiones que bordeaban nuestras calles constituíamos nuestra improvisada plaza de toros y hacíamos una corrida con estos animales.

Las banderillas eran alfileres en los que colocábamos papeles de colores y el animal en cuestión acusaba el impacto dañino de nuestro juego mientras eso producía nuestro placer.

Otro animal que siempre era objeto de nuestras maldades eran las culebras. Las había de agua que decían no eran dañinas y sobre todo las veíamos en las charcas donde nos bañábamos. Eran esas viejas y abandonadas canteras que abundaban por nuestro entorno de donde los canteros habían extraído su granito hecho adoquines o pilastras. Cuando llovía se llenaban de agua y luego eran en tiempo de verano nuestras piscinas. En ellas, como agua estancada, abundaban pequeñas culebrillas que atravesaban de una orilla a otra sacando sus cabecitas y moviendo sus cuerpecillos como pequeños látigos de juguete.

De mayor envergadura eran las culebras o serpientes, porque nosotros no teníamos conocimientos biológicos y a todas las llamábamos por igual. Se nos asustaba con la víbora y el alicante pero nadie nos enseñó sus características para distinguirlos, tan sólo nos repetían y aprendimos aquel refrán que dice: «Si la víbora viera y el alicante oyera, no habría hombre que al campo saliera». Cuando íbamos detrás de los lagartos paredes adelante alguna vez vimos sorprendidos el revolotear de un pajarillo agitando frenéticamente sus alas pero sin moverse un ápice del mismo lugar. Entre nosotros se decía que era porque lo tenía hipnotizado una serpiente y poco a poco hacía que se fuera acercando a sus fauces para devorarlo.

No sé si por la leyenda o porque realmente infunde asco y produce repeluzno pero las serpientes o culebras, gordas o finas, largas o cortas no eran objeto propiamente de nuestras capturas sino tan sólo cuando se interponían entre nosotros; las perseguíamos pero no íbamos en busca de ellas.

Las noches de verano uno de nuestros entretenimientos era perseguir todas las salamanquesas que acudían a las luces que iluminaban las calles. Unos a otros nos avisábamos de no colocarnos muy debajo ni acercarnos a donde ellas estaban porque nos podían «escupir» y según creencia nuestra eran venenosas.

Sabido es que estos animalitos hacen beneficio comiéndose toda clase de insectos que a su alrededor pululan y sin embargo con nuestras tiraeras, con mucho cuidado de no dar a la bombilla, caían al suelo heridas por nuestro acertado tino.

OTROS ANIMALITOS

En verano cuando paseábamos por el campo y cogíamos una piedra del suelo había que tener mucho cuidado porque abundaban los alacranes y ciempiés. El dañino era el alacrán porque su picadura causaba un malestar enorme por la porción de veneno que inyectaba con su trompa o aguijón. Una manera de divertirnos era encerrarlos entre fuego y entonces como los españoles de Numancia se quitaban la vida con su propio aguijón antes de rendirse.

También hemos sabido la costumbre que existía en Villanueva del Duque de quitarle con una navaja el aguijón, meterlo en una cajetilla de cerillas y cuando alguien pedía fuego para encender el pitillo darle un magnífico sobresalto.

Las tardes plácidas de verano salíamos a cazar grillos. Los oíamos cantar y los adivinábamos moviendo sus élitros. Caminábamos sigilosos y con máxima cautela pero ellos eran más sagaces y tenían un oído perfecto. Se escondían en sus agujeros labrados en la tierra. Cogíamos una espiguilla silvestre y con ella hacíamos cosquilla al grillo hasta que éste salía, la parte trasera por delante. Otras veces se negaba el animal a salir y entonces inundábamos su vivienda con nuestros orines y temiendo a la inundación salía precipitado.

En casa en una jaula hecha de cañas o de alambre se colgaba debajo de la parra que cubría el portal de la casa y desde allí nos daba su concierto nocturno. Para alimentarlo se le echaban pedazos de rabos de cebolla y de ahí provenía su nombre: grillo cebollero.

También constituía nuestra delicia ir por las tardes a las cercas donde se encerraban vacas en busca de ese animal asqueroso que le gusta estar entre la basura y los excrementos y que se llama escarabajo. Este rechoncho y negro animal constituía las delicias de los niños porque nos llamaban la atención las pelotitas tan perfectamente redondas que hace y su peculiar manera de transporte ayudándose de sus patitas traseras. Cuando terminaban el transporte echaban a volar y salíamos detrás de ellos hasta alcanzarlos y entonces darles un palmotazo y echarlos al suelo.

Había otro animal mucho más pequeño rojo con pintitas negras llamado «mariquita juana". A ambos animalejos les animábamos a remontar el vuelo cantándoles la siguiente canción según se tratara de uno o de otra:

Mariquita Juana
echará a volar
que si no vendrán los moros
y te matarán
con hierro caliente
hasta que revientes.
Reventó, reventó,
con chorizo y jamón.

NOCHES VERANIEGAS

Por las noches y dentro del recinto urbano nos dedicábamos a la caza de los murciélagos. El tendido eléctrico estaba exterior y se hacía mediante unas armaduras de hierro que desde una esquina iba toda la calle adelante. En esa armazón se colocaban los aislantes de china o cristal. Como estaba hueco el hierro allí se metían estos animalitos nocturnos que se saben tan perfectamente orientar en la obscuridad. Cuando comenzaba a echarse la noche comenzaban sus cabriolas nocturnas que parecían hilvanar toda la noche con sus idas y venidas.

Nosotros preparábamos una caña larga y en la punta colocábamos un trapo obscuro y este artilugio nos servía para darle captura. Una vez capturado el murciélago comenzaban nuestras diabluras hasta emborracharlo con la nicotina de los cigarrillos que poníamos entre sus agudos dientes.

Nuestro divertimiento consistía también en apedrear los gatos caseros que siempre han abundado como remedio muy poco costoso para conservar libres de ratas y ratones los hogares. Ya han desaparecido aquellas gateras que tenían las casas unifamiliares por donde huían veloces y aterrorizados de nuestros escarnios.

A los perros los ganábamos con un poco de pan. Entonces los niños no teníamos nada más que el que nos permitía el racionamiento de la cartilla así que menos aún tenían los animales caninos. Los atraíamos hacia nosotros, nos hacían cuatro zalamerías, movían el rabo y un miembro de nuestra pandilla con agilidad y rapidez le ataba una cuerda y detrás de la cuerda ya estaban engarzadas un montón de latas vacías. Se asustaba al perro y huía pero al oír el ruido orquestado detrás de él corría con mayor velocidad hasta agotar sus propias fuerzas por el ruido que hacían las latas saltando por el empedrado de las calles.

En tiempo de verano salíamos de excursión nocturna los arroyos abajo en busca de las ranas que estaban dando un concierto monocorde croando a la luna. Llevábamos grandes linternas en una mano o carburo maloliente y en la otra palmetas de grandes dimensiones con que golpear a las ranas que con ojos saltones estaban en la cama de las ovas o de los berros.

Poco a poco se llenaba un recipiente y cuando nos dábamos por satisfechos abandonábamos la captura y comenzaba por personas expertas el arreglo de estos animales para saborear sus blancas ancas.

Dos maneras especiales tenía su adecentación culinaria: las ancas fritas como tapas para tomar la aparcería. Se las vendíamos a los taberneros y ellos las presentaban de tapas a sus clientes. Otro modo de presentarlas era con tomate, que hacían el gozo de un manjar exquisito.

DOMINGOS VERANIEGOS Y LOS PECES

Nuestra comarca tiene altas temperaturas en verano y como casi todos los pueblos de Andalucía se buscan en este tiempo los manantiales de agua o los arroyos y ríos en busca de refrigerio estival.

En tiempos en que aún no existían piscinas y a lo sumo albercas en las huertas para regar las hortalizas buscábamos con ansiedad dónde darnos un zambullido en el agua. Las charcas de agua estancada que habían sido en tiempos canteras de granito eran nuestras delicias.

A veces íbamos en busca de los arroyos o ríos y en ellos encontrábamos otro animal que en tiempos de hambre solucionó muchas veces la mesa y el manjar de los pobres.

Por nuestras calles de vez en cuando aparecían los peceros portando sobre los burros unos serones llenos de peces y colgando la romana para pesarlos. Pregonaban su mercancía y acudían, porque era pescado barato y al alcance de sus economías.

No solamente los hombres profesionales los vendían sino que también pescarlos constituía una diversión, en parte lucrativa, de muchas personas.

El trasmallo era un arma perseguida porque en él caían las especies maduras e inmaduras aparte de ser un artilugio que no dejaba defensa a los peces. Una red de grandes dimensiones se cruzaba en una gran charca o en la corriente y luego se metía el mayor número de personas en el agua y con las manos dando en el agua hacían que huyeran los peces en la dirección donde estaba situada la red. Quedaban grandes cantidades apresadas en ella, se sacaba fuera del agua y se retiraban para luego echarla de nuevo en otro lugar.

Los hombres trabajadores en el campo, pastores, gañanes, porqueros conocían a la perfección cada trozo del río o arroyo cercano. En los saltos colocaban un cañal, como expresa la palabra hecho de cañas, por donde pasaban los peces pero este cañal terminaba en una cesta de mimbre y allí caían los peces sin poderse luego escapar. De vez en cuando daba una vuelta y recogía lo pescado.

Otros métodos más criminales y atentadores contra la ecología consistían en matar indiscriminadamente lo que ya no tenía solución, pues si bien en el trasmallo caían apresados los chicos y los grandes había la posibilidad de devolver a las aguas del río los pequeños y quedarse sólo con los mayores pero en estos casos no era posible porque se trataba de que se mataban unos y otros.

Con matas de gordolobo o de árnica que se crían en el campo y echan una especie de bolitas. Se removían las aguas de una charca estancada y se veían flotar como atolondrados los peces y se recogían antes de que volviesen a hundirse en las aguas. Este procedimiento se realizaba en pequeños espacios sin grandes cantidades de agua estancada.

En charcas de mayor densidad de agua estancada se usaba el procedimiento de la cal viva, mediante una cesta de mimbre donde se introducía una cantidad de cal viva y luego se movía de un lado para otro. A veces se veía el agua hervir y los peces saltar con fuerza hasta salirse del agua si eran muy grandes.

Más peligroso y arriesgado era usar dinamita. En nuestra comarca abundan los picapedreros o canteros que trabajan en la abundante piedra de granito que compone el batolito que cruza de un lado a otro. Estos hombres necesitan de dinamita para echar sus barrenos y destrozar las grandes moles de granito y luego trabajarla en pequeñas porciones. Los canteros tienen experiencia y legalmente tenían sus respectivos permisos para tener dinamita. A ellos se les pedía unos cartuchos o simplemente se invitaba a uno de ellos para que fuera quien la arrojara. Se encendía la mecha y en un momento determinado había que arrojar el cartucho al agua. La explosión hacia reventar a todos los peces allí existentes.

Hemos oído a pastores ancianos que usaban del mismo procedimiento de manera rudimentaria tomando una botella vacía de las antiguas de gaseosa que llevaban incrustado en el cuello un bolo de cristal para mantener la presión del gas. Ellos echaban agua y carburo y en un momento determinado la arrojaban a la charca y hacía los mismos efectos que la dinamita.

Tanto la dinamita como éste más rudimentario de la botella y el carburo necesitaban de pericia porque les podía explosionar en las manos y entonces podían sufrir un serio accidente.

También, pero en proporciones mucho más pequeñas, se pescaban los peces en charcas pequeñas dando con una porreta golpes sobre las lastras donde ellos se guarecían.

Existía otra manera menos productiva de coger peces pero sin artilugio alguno sino simplemente con las manos. Era divertido mientras se aprovechaba para refrescar el cuerpo y era meter las manos en las cuevas que se forman debajo de los peñascos dentro del río. Allí se escondían los peces y cuando se metía la mano se palpaba la vida y a puñados se cogían. Lo que causaba repugnancia y escalofrío era cuando se sacaba fuera del agua la mano y entre los peces también venía la cabeza de una culebra de agua. Muchas veces de manera instintiva se abría el puño y escapaban las presas que se tenían acuñadas.

ESPECIES INDEFENSAS

En aquel tiempo que estamos tratando no manejábamos los conceptos hoy tan usados de especie protegida. No teníamos conciencia de que hubiera especies en estado de desaparición. Quizá porque habían antecedido tres años de guerra y el campo había estado abandonado y por tanto los animales nacidos y criados en él se habían hecho dueños absolutos.

Por el contrario oíamos de vez en cuando relatos de manadas de ovejas que habían sido atacadas por el lobo y habían sido diezmadas por sus dientes voraces. Aquel grito de el lobo se oía frecuentemente entre los pastores de nuestra sierra y acudían en ayuda unos de otros, hoy por mí mañana por ti.

Los gallineros de los cortijos se veían muchas noches alterados porque el zorro había penetrado y hacía estragos.

Estos hechos se revestían de fiesta para los niños cuando veíamos por nuestras calles al lobero. Llevaba en su burro unas angarillas y en ellas los cachorros de lobo. Contaban cómo los capturó con el riesgo de los padres a los que tenía que burlar mientras salían de la madriguera en busca de caza para los cachorros. Nosotros disfrutábamos con sus relatos y nos enseñaba un rasguño aún no curado de la última andanza de los padres de aquellos cachorros.

Iban de puerta en puerta de los grandes ganaderos y a ellos les solicitaba su recompensa pero también ésta, aunque en menor cantidad, la daban todos los vecinos, como quien contribuía a algo digno y noble.

CAZA MAYOR Y MENOR: LOS FURTIVOS

En tiempos de otoño y las primeras aguas se produce el tiempo de celo de los venados y es un momento en que fácilmente se puede matar una buena pieza porque es tan fuerte para el animal que le obnubila y no se percata de que el hombre asesino esté cerca de él, ni le oye ni lo huele porque está borracho de hembra. Ese es el momento en que el cazador furtivo puede seleccionar la pieza que tenga mayor número de puntas para luego mostrarlo a sus amigos y blasonarse con ello.

En las fincas limítrofes de los cotos de caza mayor se apostan los furtivos en tiempos en que las bellotas más tempranas de los quejigos son delicia de los venados y de los cochinos jabalíes.

En las noches de luna llena los furtivos van de aguardo porque en sitios muy frecuentados por estos animales se les espera y cuando se echa la noche comienzan su trasiego de un lugar para otro.

Para no marrar el disparo se coloca en el punto de mira de la escopeta unas orejeras que es una especie de "V" hecha con papel blanco para que sustituya y dé mayores facilidades de acertar el disparo a la luz de la luna.

Otras veces se colocaba sobre la culata de la escopeta una linterna potente. Cuando se vislumbraba la res y estaba en el campo de tiro se encendía la linterna con lo cual la res se quedaba estática deslumbrada y entonces se aprovechaba para disparar con cierta seguridad de no marrar el tiro.

Un animal del que se ha servido el hombre para capturar los conejos ha sido el hurón. Se le colocaban unos cascabeles para que cuando se metía en las gazaperas o madrigueras el cazador supiera por donde iba. Los conejos apenas que ven a este animal huyen desesperadamente porque temen sus mordiscos. El cazador está situado delante de la salida y previamente ha tapado las demás salidas para que necesariamente tengan que salir por donde le aguarda con su escopeta para dar cumplida cuenta de todos los que van apareciendo. Aún más silencioso es colocar una red en la salida donde van entrando uno a uno todos los conejos que allí había.

En la caza menor quizá lo que haya que nombrar sea la captura de conejos mediante cepos de hierro que se colocan en los cagarruteros donde estos animales suelen revolcarse y dejar sus excrementos como tarjeta de visita. Eran los mismos cepos usados para capturar zorros.

El conejo también se capturaba colocando lazos fabricados con alambre fina de acero, normalmente sacada de los frenos de las bicicletas. Se colocaban en las veredas usadas por estos animales.

Estos mismos lazos se usaban para las liebres y se colocaban en los orificios que se dejaban en las paredes fabricadas de mampostería para dejar pasar el agua en las vaguadas. Ese es el lugar escogido por las liebres para pasar de un cercado a otro.

Esto es un esbozo de lo que fue en el aspecto ecológico nuestra niñez aunque no todo de lo que hacemos mención era de exclusivo ámbito infantil. También hacemos referencia al ámbito de los mayores.

Lo relacionado con animales de compañía en cautividad no estaba muy extendido; en Pozoblanco más bien se usaban los perros para la caza. Sólo un caso recordamos y era la perra que tenía la Excma. Sra. Dª. Encarnación Muñoz Cruces Vda. de Peralvo quien cuando murió en su domicilio de Madrid la trajo a Pozoblanco para enterrarla en el jardín de su Casa-Palacio.

Sí conocimos cómo eran las peleas de gallos porque en nuestra familia había aficionados y propietarios de un bonito gallo inglés. Incluso de niños vimos peleas organizadas en algunos casinos y bares de la ciudad y por nuestro trabajo en la prensa local sabemos que llegó a existir un Círculo Gallístico. Recordamos cómo finalizada la pelea se le lavaba la cresta ensangrentada espurreándole bocanadas de vino sobre ella para desinfectarla.

No hablamos aquí de la gran afición taurina existente en toda la comarca como demuestran los cosos recientemente instalados en ella y la historia casi centenaria del Coso Los LIamos de Pozoblanco por donde ha desfilado lo mejor de la tauromaquia en cada momento. Cada año después de la Feria de Ntra. Sra. de las Mercedes se llenaban nuestras calles de chavales haciendo los gestos de los toreros porque la afición latente se resucita cada año después de ver los carteles taurinos.

Hoy estos hechos no se repiten. Unos dicen que no se repiten porque nuestros campos están baldíos de aquellos indefensos animales que constituían nuestra diversión y entretenimiento, como efecto de los pesticidas y los abonos que han dado al traste con gran parte de nuestra rica fauna.

Si la razón fuera exclusivamente esa, sería meramente negativa y cabría pensar que todo aquel culmen de maldad que abrigaban nuestros tiernos corazones, podría quedar aún inoculado en los corazones de los niños de hoy. Me resisto a creer esta proposición.

En aquellos años de postguerra existía una violencia soterrada y en la parte más inocente de la sociedad, los niños, encontró su salida natural. Recordemos que jugábamos a "ladrones y bandidos” con un acusado sentido de persecución y castigo. Quizá de manera insconciente constituimos aquella generación el desaguadero de la violencia concentrada y hasta entonces no totalmente eliminada de nuestra sociedad.

Hemos conocido que existen pueblos y culturas primitivas donde el alma de los seres humanos es extornada en los animales, de modo que del bienestar de uno depende el bienestar del otro y cuando el animal muere, el hombre también muere (6).

Ciertamente que ésta puede ser una razón para que aquellos gestos infantiles no estén hoy de actualidad. Vinieron tiempos de reconciliación, de consenso, de convivencia pacífica en democracia y las generaciones fueron asumiendo lentamente otros procesos que les llevaban a cambiar.

Hoy, gracias a los medios de comunicación social y sobre todo la televisión y cine se ha metido una preocupación general, que a veces raya en miedo, en todas las personas.

Todos los ciudadanos tienen un barrunto de las consecuencias que podemos sufrir si no se pone remedio a los abusos inferidos contra la naturaleza. Se han realizado programas y series televisivas en este sentido y existe en el mercado una larga lista de películas que han hecho sensación como puede ser «El día después».

Según los sondeos de opinión, la problemática relacionada con el deterioro del entorno o medio ambiente está al mismo nivel que el paro y la droga.

Todos los partidos políticos incluyen en sus respectivos programas electorales esta preocupación y ofertan soluciones a este problema e incluso ha surgido el fenómeno de los Partidos Verdes que en otras naciones llegaron a lograr escaños y grupo parlamentario.

Hemos visto en romerías festivas de nuestros pueblos cómo no se olvida este sentido responsable de tratar bien a la naturaleza y se les recuerda a todos la limpieza de elementos no biodegradables y cuidado con nuestro encinar.

Se han hecho campañas contra el fuego que han conseguido su efecto a pesar de que aún sigue padeciéndose y desolando nuestros campos y bosques.

También la teología y el pensamiento cristiano ha avanzado en este aspecto y ha dejado atrás aquel concepto hierático por el que el hombre era el rey absoluto de todo lo creado y a quien Dios había colocado en medio del Edén para que pusiese nombre a todos los animales, como prueba del dominio que le daba sobre ellos. Sin negar en absoluto esa realidad de que el hombre es señor y superior a todos los animales irracionales sin embargo hoy se ve a toda la naturaleza como un todo más orgánico y relacionado donde lo absoluto de su dominio tiene que atemperarse y relativizarse.

Pero la más poderosa y más positiva razón al mismo tiempo, es porque las actitudes de las personas de hoy son muy diferentes a las que nosotros teníamos y se nos había inculcado; Hoy se educa en un gran respeto y cariño al entorno que nos rodea. No en vano floreció hace años esa asociación ecologista que lleva por nombre el de una de las principales arterias fluviales de nuestra comarca: Guadamatilla.

Fuimos muchos los que desde primera hora la recibimos con ilusión inscribiéndonos como socios y apoyando testimonialmente sus ideales.

Las distintas publicaciones que ha sacado a luz sobre nuestra fauna y flora comarcal expresamente dirigidas al mundo estudiantil han propiciado en las nuevas generaciones ese otro talante de no animadversión a la naturaleza que Dios nos ha regalado sino todo lo contrario, a tomarla como prolongación de nuestro propio yo.

Lo mismo las charlas y mesas redondas impartidas en centros de Enseñanza General Básica así como en Instituciones culturales han ido sembrando nuevos modos de ver la naturaleza.

A mayor altura académica ahí están los Simposios organizados sobre nuestras dehesas y su encinar.
Con motivo de la anunciada tala de encinas en una parte de nuestra comarca levantaron su voz y se hicieron oir por la administración así como la denuncia de extracción de áridos en Guadamatilla.

Creemos que de no haber existido entre nosotros la Asociación Ecologista Guadamatilla posiblemente aquel rumor de que el campo de tiro fallido para Cabañeros iría a Los Pedroches se habría hecho realidad y habría cambiado nuestro propio sistema ecológico. O más tarde cuando también a nivel nacional se habló y escribió de implantar en Los Pedroches una central nuclear hubiera sido otro atentado a que nos hubiera sido difícil escapar (7).

APÉNDICE

Queremos hacer referencia a dos casos muy particulares que en algún sentido bien podrían presentar la cara contraria de todo lo aquí expuesto. Ambos casos hacen referencia a dos personas mayores y no a niños: Antonio Moreno Alaez y Juan Domínguez ambos de Pozoblanco.

Antonio Moreno Alaez era un gran aficionado a la caza tanto con la escopeta como con la red. Conocía muy bien, por su profunda afición, a los perdigones que cuidaba en sus jaulas mimándolos y queriéndolos más que a sus propios hijos, en frase de su querida esposa. A estos pájaros durante todo el año “no les faltaba ni gloria”: les daba leche, garbanzos, picaba callos, les compraba verde cuando no lo había en el campo.

Este hombre educó desde recién salido del cascarón a un perdigón al que llamó Perico. Le acompañaba todos los días cuando iba a la taberna a tomar su aparcería de vino con los amigos y parecía que le entendía en todo lo que mediante palabras o gestos le transmitía. Un día murió de viejo y en la casa hubo tanto llanto como si de una persona se tratase.

Juan Domínguez hizo lo mismo con un gorrión que volaba de un lugar a otro pero siempre bajo su dominio y haciendo la voluntad de quien lo había criado al recogerlo caído de un nido. De este animal se hizo eco la prensa local porque Domínguez era dueño de la Confitería la Primitiva situada en el centro de la localidad y este pajarillo era conocido por muchas personas.

Creemos que tampoco esta manera de hacer es propia ni conveniente porque lleva a una relación con los animales que no les corresponde, como sería privarles de su propia e instintiva libertad por una manipulación concienzuda a base de entrenamiento.

____________
NOTAS

(1) JURDAO, Fráncisco y ZAMORA, Elisa: "El movimiento ecologista en España", Cfr. Revista Mediterránea, edición española.

(2) Diario ABC; Madrid, 15 de agosto de 1993.

(3) La palabra "tiraera" es la usada en Los Pedroches pero equivale a "tirachinas" que se usa en otras latitudes.

(4) Se llama "pinchera" a un trozo de material al que se unen las dos gomas que forman la tiraera o tirachinas y sobre el que se coloca el chino que se pretende arrojar.

(5) Cfr. LOPEZ ANDRADA, Alejandro: Diario de Córdoba, 19 de agosto de 1993, p. 12.

(6) FRAZER, James George: "Magia y Religión", Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 766 y ss.

(7) La Asociación Ecologista Guadamatilla de Pozoblanco comenzó a finales de los años ochenta impulsada por Pedro López Nieves con flamante carrera de biólogo y Miguel Aparicio Ortega guarda forestal. Son muchas las actividades que se han llevado a cabo.



Educación ecológica en Los Pedroches (Córdoba)

MORENO VALERO, Manuel

Publicado en el año 1993 en la Revista de Folklore número 156.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz