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El hecho de que, desde estas líneas, denunciemos frecuentemente la carencia de trabajos o estudios sobre determinadas parcelas del mundo de la tradición, no tiene otro sentido que el de animar a las nuevas generaciones interesadas por el tema a emprender esos caminos intransitados. La llamada música mecánica, por ejemplo, denominada as por ejercitarse con (o en) instrumentos accionados por medio de dispositivos o artilugios, tiene una historia de siglos pero es particularmente en el XIX cuando la creatividad se contagia con un sentido práctico para ofrecernos (casi pisando la Humanidad los umbrales comerciales de nuestros días) una gama interesantísima de instrumentos acerca de los cuales sólo queda hoy una somera descripción en algún viejo catálogo o cuatro líneas confusas en algún diccionario especializado. El Antifonel (creado para sustituir a los organistas), el Autófono (aire, cartón perforado y sistema de válvulas), el Aristón (patentado por Ehrlich), el Manopan, el Sinfonio, el Piano mecánico, la Pianola, la Fonola y una extensa lista con muchos más nombres, esperan en vano estudios, no solamente sobre sus características técnicas o de construcción, sino sobre esa extraña obsesión del ser humano por sustituirse a sí mismo.