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La Tierra de Pinares en la provincia de Segovia ocupa una vastísima e irregular extensión que se reparte en manchones más o menos continuados por la buena parte de los municipios insertos en las comunidades de villa y tierra de Coca, Cuéllar y Fuentidueña; y en menor proporción en las comunidades de Sepúlveda y Segovia.
Hasta los años setenta estos bosques de pino negral han proporcionado ocupación a muchos resineros ya que los pinares se dividen en porciones o matas de 4.500 pinos aproximadamente que era el trabajo que podía desarrollar cada resinero a lo largo de la temporada. Comenzaba ésta en el mes de marzo y se extendía hasta los últimos días de octubre. Su labor consiste en abrir una cara a cada pino para que sangre por ella la miera que se recoge en un pote y que luego se transporta en cubas hasta las diferentes fábricas repartidas por los pueblos de la zona, para obtener de ella dos productos básicos: aguarrás y colofonia.
La caída drástica de la cotización de la resina, así como su importación desde países escasamente desarrollados o su sustitución por derivados del petróleo, ha precipitado el cierre de muchas fábricas y, casi casi, la desaparición del oficio.
Una vez concluida la temporada de la resina, daba comienzo la de la pez, cuyo proceso de fabricación constituye el objeto de este artículo.
No toda la resina que sangra el pino a lo largo de la temporada cae en el pote; a veces, especialmente en pinos laderos (inclinados) se derrama en espesos goterones por el suelo, mezclándose con las serojas y la tierra; en otras ocasiones sangra por las caras del pino, que estuvieron abiertas hace años solidificándose a lo largo de la temporada como supuraciones de una herida con costra. Todo el conjunto de brozas resinosas recibe el nombre de sarro.
Para desprenderlas de los pinos o del suelo, los resineros utilizan el hacha pica. Esta labor se desarrolla en el mes de noviembre y diciembre completando cada día una carga consistente en dos cestos y un covanillo que tradicionalmente trasportaba un burro. Con toda esa materia prima destilada se obtendrá la pez. Con 18 ó 20 cargas se completa una hornada que es el material que admite la peguera. Además del sarro, para la obtención de la pez puede utilizarse madera teosa, es decir con mucha miera en su interior y picada en trozos pequeños; en este caso la pez que se obtendría no sería de color negro sino pez rubia.
LA PEGUERA
Exteriormente la peguera podría ser confundida con un horno de alfarero, aunque a diferencia de éste, no hay partes diferenciadas en su interior constituyendo todo él una cámara de combustión. Construída con ladrillos macizos, tejas y barro, presenta una pared frontal donde se encuentra la boca estrecha y larga por donde se introduce el material; aterraplanada exteriormente, se cierra el techo en forma de bóveda. Su altura interior es de unos dos metros aproximadamente al igual que el diámetro de su planta, de forma ovoide. Desde la boca, el suelo desciende ligeramente hasta la parte contraria donde existe un orificio practicado en la pared que comunica con una especie de pocete llamado la hoya. En el suelo se extiende una cama de ramera verde para que por ella deslice la pez derretida camino de la hoya, protegiéndose el orificio con unas cañas de pino también verde que conforman un vacío, evitando que se pueda taponar el conducto.
Una vez hecha esta cama se deposita el sarro en la peguera hasta alcanzar tres cuartas partes aproximadamente de su altura, paralelamente se tapa la boca con ladrillos y piedras y se prende fuego a esa masa de resinas y maleza que se amontona dentro. Hasta dos días y medio tarda en consumirse al tiempo que la hoya se va llenando morosamente con la pez que destila la combustión. Entre 25 y 30 arrobas de pez se recogen por cada hornada. A esta pez que todavía contiene residuos de aguarrás se la llama pez cruda y se utiliza fundamentalmente como alquitrán. Si se quiere cocer es preciso quemarla de nuevo dentro de la hoya, en cuyo caso merma aproximadamente entre un diez o un doce por ciento. La pez cocida se usa fundamentalmente para empegar pellejos, botas y cubas. Para evitar que el fuerte sabor de la pez contagie el sabor del vino, es aconsejable que la pez cueza mucho, hasta que deja de salir humo; los corambreros a su vez la cuecen con ajo y cebolla ya que estos dos productos absorben los sabores. La pez una vez cocida (quemada), presenta una forma líquida y se recoge en la fiera, el último recinto donde cae a través de un orificio practicado en la parte baja de la hoya. Cuando se obturaba la salida de la pez, tanto de la peguera a la hoya como de ésta a la fiera, se introducía una barra de hierro candente (asador) por el orificio para combatir la solidificación y de inmediato caía un chorro de pez líquida. Desde la fiera se trasiega en cubos hasta los torales, una especie de adoberas realizadas con tablas de 40xl20 aproximadamente, puestas sobre el suelo en las inmediaciones de la peguera donde se deposita la pez caliente hasta que se solidifica. Para evitar que se pegue la pez a las tablas se embadurnan con una mano de barro. Los resineros vendían la pez a los propietarios de las fábricas de resina o directamente a los boteros que se interesaran por ella. Al dueño de la peguera que en ocasiones coincidía con el dueño de la fábrica de resinas, se le pagaba en especie, recibiendo una arroba de pez por cada hornada.
LOS COMILONES DE ANTAÑO
Casi todos los pueblos de la Tierra de Pinares contaban con seis u ocho pegueras, en función de la dimensión de su pinar. En la actualidad y debido a la escasa explotación a que se somete a los pinares se ven pegueras semidesvencijadas esperando que el tiempo y los elementos precipiten su desplome definitivo. Y es una lástima. Si hubiera sensibilidad institucional habría que hacer todo lo posible para que algo así no sucediera. Como una iglesia o un palacio, las humildes pegueras forman parte de la identidad colectiva y habría que protegerlas.
Como la actividad de las pegueras se desarrollaba en los meses de diciembre y enero fundamentalmente, era práctica muy común que en su entorno, y para combatir los fríos, se agruparan resineros y agricultores desocupados que aprovechaban los rescoldos someros de las Cochuras sacándolos al exterior para asar patatas formando, de paso, animadas tertulias.
A veces se hacían apuestas y simples competiciones. En Lastras de Cuéllar donde se han tomado los datos de este trabajo, nos contó uno de los informantes que en una ocasión retó a un paisano al pie de la peguera a ver cual de los dos comía más patatas asadas.
-Es que a mí no me gustan las patatas asadas. A mí lo que me gustan son los plátanos -contestó el retado en una época de hambrunas en la que los plátanos, por su escasez y su carestía constituían una fruta exótica.
-Está bien, yo como patatas y tú plátanos.
Echaron un cabanillo de patatas terciadas a asar y fueron a la tienda a por unos racimos de plátanos. Una vez asadas las patatas comenzó a comer una tras otra y otra, hasta que llegó a cuarenta en que no pudo más.
-Eso no es nada -dijo el de los plátanos. Ahora verás.
Y empezó tras ellos. Pero cuando llegó a las dos docenas supo que además de esperarle la digestión de una boa cuando engulle una oveja, reventaría de tragarse un plátano más. Y desistió, perdiendo así la competición.
Dada la vecindad de bodegas y pegueras, en el caso concreto de Lastras de Cuéllar, estas situaciones un tanto disparatadas eran el caldo de cultivo cotidiano en los días de holganza invernal.
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NOTA
La redacción de este artículo se ha basado en la conversación mantenida con los resineros Víctor de las Heras y Luis San Valeriano, los labradores Emiliano Martín y Fortuna de Frutos y el empresario resinero Jesús Criado. Se ha tomado como referencia la peguera de la fábrica de "Los Cuchifres". El autor de los dibujos es Pablo Sanz Martín.