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En esta serie por entregas en que se está convirtiendo la desaparición de la alfarería popular, de corte tradicional, parece como si entre todos necesitáramos obviar el sentido económico que ésta tiene. Es más, la alfarería, tiene una carga económica importante que no se puede desligar del propio hecho en su conjunto; como hecho social poliédrico, la cerámica tiene varios niveles de representación en la realidad, es un objeto con una funcionalidad, mantiene una serie de elementos simbólicos, que se entienden a la luz de la cosmología popular, es parte de las economías domésticas, presentes en los márgenes de lo popular, etcétera. En definitiva, la cerámica puede ser mirada desde multitud de planos. los cuales nos sirven como puntos de interpretación de la propia cerámica, de los núcleos domésticos, de ciertas formas estilísticas, incluso como parte importante de las representaciones de una cultura dada.
La cerámica, en cuanto que es parte de un proceso económico, puede ser mirada desde varios niveles, desgajables entre sí, pero que se encuentran fundidos en la realidad socio-económica de aquellos "pueblos" que la producen, hasta el punto de que en los esquemas socio-culturales de aquellos sectores tradicionales que producen la cerámica de basto no se puede olvidar el componente económico, el cual, además, atraviesa todas y cada una de las esferas en que ésta se encuentra. De esta manera, y siempre en relación con este tema, tenemos tres niveles, a saber: I) el de la producción, donde la realización de las piezas supone un costo, fundamentado en los materiales, la mano de obra y la maquinaria; II) el de la distribución, en donde se generan los beneficios, materializando en ganancias el quehacer alfarero; y III) el del consumo, donde la pieza de forma autónoma al productor y al distribuidor supone un gasto en el usuario (el cual, supongo, es ponderado por el nivel de satisfacción que la pieza le produce).
De la recombinación de cada uno de los niveles nace el proceso económico en sí mismo; de la diferencia entre el costo de producción y la materialización de las ganancias nace la plusvalía, en la diferencia entre la distribución y el consumo se produce la ganancia, todo ello produce, sea cual sea la suerte de combinaciones que realicemos, dos importantes efectos: por un lado, que existe una constante maximización de las ganancias y una minimización de los costes y, por otro, que se realiza una constante toma de decisiones en cada una de las partes del proceso, este último se realiza en relación de una fase con la otra y en la medida que supone una maximización de las ganancias.
No hace falta que entre en demasiados detalles con el tema de la maximización de las ganancias y la minimización de los costos; de esta manera, no sólo la producción doméstica se resuelve en este sentido, a la hora de la minimización del costo en la mano de obra, sino que, además, tanto el costo de los materiales, como el de la maquinaria, se realiza bajo formas propias con un claro sentido de minimizar dichos costes. Tanto en los casos en que la cerámica es realizada en torno bajo por mujeres, o el contrario en los hombres, las respectivas esposas o maridos, según el caso, se encuentran en el sentido complementario en algún momento del proceso económico.
En Moveros (Zamora) mientras que las mujeres modelan las piezas, los hombres con los que se encuentran casadas sacan el barro de las cercanas vetas geológicas o están vendiendo las piezas, la cocción se lleva a cabo por la unidad doméstica al completo, marido y mujer en estrecha colaboración, aunque hace unos años existían los hornos comunales, que minimizaban los costos aún más. En Aranda de Duero (Burgos) ocurre al contrario, las mujeres preparan el barro, decoran las piezas y las venden, mientras que los hombres las hacen en el torno. En cualquier caso, la producción se lleva a cabo por la unidad doméstica en estrecha relación entre sí, todos trabajan en la consecución económico-laboral de la propia alfarería.
Sea cual sea el tipo concreto de producción doméstica, existe un importante punto en todo el proceso, me refiero a la aplicación del modelo de toma de decisiones que se concreta, por no extenderme más de la cuenta, en tres preguntas concretas, a saber: I) ¿Cómo decide el alfarero realizar unas piezas de su repertorio y no otras?, II) ¿Qué criterios utiliza el usuario para comprar una pieza y no otra? y III) ¿En qué se basa el alfarero para incorporar innovaciones o/y cambios en su repertorio tipológico?
Estas preguntas, como otras tantas que podemos hacer, no son ociosas, ni mucho menos simples obviedades. Si hasta hoy no se han hecho es porque hemos enmarcado las piezas alfareras como parte de una cultura material que pondera el objeto frente a su uso e, incluso, como parte de una cultura mucho más extensa. De esta manera, lo que hacemos es recuperar la alfarería para entender la cultura que la produce en su totalidad, por lo que parto de la base de que ésta enmarcada en un proceso dinámico, a la par que no puedo obviar el sentido económico que ésta mantiene, lo que tampoco significa negar otras posibilidades relacionadas en el plano simbólico. La toma de decisiones que los alfareros y los usuarios de la cerámica realizan se encuentra constreñida, que no delimitada, por una serie de factores, que van desde el medio ecológico hasta criterios de estandarización tipológica tradicional, así pues, la respuesta a las preguntas antes realizadas no se ha de ver desde una plena "libertad" del alfarero, fuera de los planos culturales. Intentaré contestar a esas preguntas desde estas consideraciones:
El alfarero realiza las piezas en función de su capacidad; un oficial de primera tiene que ser capaz de realizar 25 cántaros al torno en un pueblo como Miño da Guia (Orense) y 30 en Ateca (Zaragoza), pero claro está que ésta no es la única pieza que realizan, ni el torno es la única labor a la que se dedican. Así pues, tiene que existir un nivel de ponderación entre el repertorio de piezas (que en los alfares peninsulares, España y Portugal, es de 10 a 25 piezas diferentes) y las consiguientes labores necesarias para la producción de las piezas. Es obvio que el alfarero está -más bien estaba- sujeto a una producción que se define por las diferentes épocas del año, en una hace una cosa, en otra estación otra diferente; en Coca (Segovia) en otoño se dedicaban a la realización de castañeras (35/40 diarias), en Jiménez de Jamuz (León) dedicaban los últimos meses del invierno a realizar los botijos para los segadores. Dichas labores estaban relacionadas con un ciclo inminentemente agrícola, que demandaba miles de piezas en un preciso momento. Sin embargo, la producción normal se ha realizado de siempre en atención a la demanda que ha existido de ciertos productos, así pues, las cazuelas, platos y diferentes elementos relacionados con la cocina se realizaban más que otros, todo ello siempre dependiendo de la propia demanda; hoy en día se sigue haciendo por igual.
Otro elemento relacionado con la economía alfarera es el relacionado con la toma de decisiones con respecto a los materiales y la maquinaria; el barro se saca de las vetas, se bate y mezcla, en verano, igual que se recoge la leña menuda en estas fechas, todo ello marca una manera de hacer relacionada con el exterior en verano y con el interior (labores de torno y horno) en invierno, pero en relación a la decoración, la cantidad de cochuras en las piezas, etc. se hacen en relación con la demanda que existe de los productos, a la par que con el saber tradicional de los alfareros en cada zona española. En este sentido, poco o nada hay escrito; en un pueblo alfarero como Buño (La Coruña) se ha convertido en tradicional el barro negro, producto de que las llamas impactan directamente sobre la pieza durante la cochura, antaño se ponían piezas rotas en la boca del horno, para que las piezas no se quemaran, hoy el turismo ha hecho variar la forma de cocer las piezas; hasta el punto de que este modo de cocer, sumado a unas piezas basadas en formas a-tradicionales, máscaras y figuras humanoides y, sobre todo, la tapadera de las ollas que se ha convertido en platos altos y artilugios para dar vueltas a la tortilla (de patatas) han visto un resurgir del que quizás era el pueblo más condenado a una rápida desaparición. Demanda y saber tradicional son, así pues, los dos vectores sobre los que se basa la toma de decisiones en el quehacer alfarero.
Pero la demanda es, a su vez, un "juego" de ponderaciones entre lo ofertado (por el alfarero) y lo deseado (por el usuario). Mucho del dilema vivido por los actuales alfares peninsulares se relaciona con este sencillo hecho. En cierta medida -no hay que ser tampoco demasiado tajante en nuestras afirmaciones- sólo y únicamente aquellos alfareros que fueron capaces de renovar sus técnicas, sus modos de hacer, sus tipologías y formas decorativas han conseguido sobrevivir, ya que se trataba de la adecuación de la propia alfarería a las demandas nacidas del turismo y el consumo de masas. Aquellos alfareros que continuaron con formas tradicionales o están desaparecidos o en vías de extinción.
La principal razón que tenemos para explicar la realidad, la desaparición y el cambio, de las artesanías tradicionales es de carácter económico; por mucho que duela, el tema de la cerámica se ha convertido en gran medida en un principio económico. Otra cosa muy diferente es que la realidad de los alfareros sea cuestión sólo y únicamente de las invenciones de los turistas, en este sentido, el llamado turismo verde, del que la Comunidad Autónoma de Castilla-León se está haciendo su principal abanderado, está modelando la imagen de los artesanos, como de las villas y pueblos en general, a la imagen y semejanza de los tópicos que a este respecto son recreados por los tour-operator, que no buscan tanto la realidad, sino la realidad imaginada por sus clientes.
Otro tema es que los que a esto nos dedicamos (a conocer o/y explicar la realidad del mundo popular) pensemos que estas comunidades, donde se asientan los alfareros, tienen que seguir en una concreta idealidad romántica, que no sólo es mentira, sino que estanca la propia imagen que los "pueblos" tienen de sí mismos, remitiéndoles a señas de identidad que no se corresponden con el proceso dinámico al que sus actuales formas socio-económicas constantemente les remiten.
Lo que es indudable es que no podemos obligar a nadie a que realice algo a la fuerza (ni con razones de carácter turístico, ni en planteamientos "científicos"), y, mucho menos, algo que no tiene un sentido del todo definido, ni una proyección de futuro, ni ninguna posibilidad económica; en este sentido, no podemos seguir viendo en los intelectuales e investigadores los grandes salvadores, los que por la fuerza de la "razón" tienen la llave de todos los problemas, a la par que ni ellos se han hecho entender, ni el público ha parecido entenderles: el estudio de algo, la búsqueda de las lógicas internas, se haga como se haga, no significa el compromiso político, ni, mucho menos, garantías de salvación, y mucho me temo que el mensaje que se desprende de las palabras de nuestros investigadores tiene mucho más que ver con la reinvención de los procesos culturales que con la búsqueda de sus consiguientes lógicas, lo que en definitiva es dar la idea de que tenemos que enseñar a vivir a todos aquellos que estamos "estudiando", cosa que es inadmisible, por mucho que nos queramos amparar bajo el ala de la justa ciencia.
Más de un antropólogo ha puesto de relieve la necesidad de ser algo más que unos simples "paisanos" bien formados, no basta con que podamos decir que "conocemos" un pueblo dado mejor que los del lugar, convirtiéndonos, así, en un miembro más. Es indudable la necesidad de que eso tenga un sentido más allá, lo que tampoco significaría la negación de aquellos puntos con los que no coincidimos en nuestra calidad de nuevos (supra) ciudadanos. La necesidad de explicar los fenómenos culturales está, desde hace algunos años, irrumpiendo en nuestras maneras de ser simples conocedores, con el consiguiente cambio en el punto de vista, tanto de nosotros mismos (que realizamos la ardua labor de autocriticarnos), como de aquéllos que hasta ahora eran nuestros objetos de estudio tradicional.
Así, pues -siguiendo con el tema que aquí me ocupa-, querámoslo o no, la cerámica se entiende en la cultura rural como una fuente de ingresos para los alfareros, a parte de que tiene un sistema de valores y símbolos que se entienden a la luz de los procesos culturales, en un nivel diferente que lo económico, pero en la necesidad de aunarlo en un mismo contexto. Si analizamos el tema con un mínimo de profundidad podemos observar que uno de los principales obstáculos por los que la cerámica se encuentra atascada en una situación de tipo final es debido al bajo coste de venta de los productos, lo que en sí es la punta de un enorme iceberg que esconde una serie de problemas de base en el mundo de la cerámica tradicional, que en la actualidad trata de sobrevivir bajo unos presupuestos dados y donde no termina por encajar con el contexto de la "modernidad", es decir, existen unos desviantes entre el proceso alfarero y su contexto socio-cultural.
Si cuando anteriormente hablaba de la toma de decisiones he mostrado algunos puntos donde la cerámica popular tiene problemas, en cualquier caso, he constatado que el bajo coste de las piezas a la hora de su venta es uno de los principales inconvenientes, debido a que no permite la subsistencia material de los propios alfareros, por lo cual, es necesario tomar este punto como primer analizador, poniendo nuestra mirada en este mundo del barro desde un elemento que nos permita entender y, consiguientemente explicar, por qué no existe una proporción, por un lado, entre el costo de las horas de producción, el trabajo, la experiencia (como parte importante de la carrera educativa de un alfarero) e incluso de los materiales y, por otro, lo que se cobra por las piezas. Así pues, concretando, el bajo coste de la cerámica es producto de cuatro hechos, a saber:
1.Que el alfarero no contabiliza las horas que supone realizar y producir una pieza, es decir, que el salario, como profesional, no existe en el mundo de la alfarería, como en general en todo lo referente a los trabajos en el agro. A la par que el alfarero utiliza a miembros de su propia familia (los hijos del mismo sexo en la parte productiva y los de diferente en la venta) como ayudantes, con el consiguiente ahorro de salarios y de las horas dedicadas a la enseñanza, y haciendo de los talleres parte intrínseca de la herencia familiar.
2.Que los materiales utilizados, tanto los permanentes, como los fungibles, son de localización y elaboración local, reduciendo los gastos al mínimo, a la par que se convierten en constructores de su propia "maquinaria" (pilas de lavado, mezcladores, batidoras, amasadoras, tornos, tornetas, hornos, cañas, palillos, cortadoras, secadoras, naves, salas, etcétera). Quiero recordar que este argumento, empleado aquí en su sentido económico material, es de forma común utilizado como aquello que demuestra la "humanidad" y "acercamiento a la naturaleza" de los alfareros, es decir, como niveles de idealidad, en vez de carácter económico. En cualquier caso, lo que en este momento me interesa es hacer notar que es gracias a este ahorro en las materias primas y en la maquinaria lo que permite un abaratamiento importante de los costes de producción, lo que por otro lado viene, también, a ser causa de una lenta evolución formal y estructural tanto en la forma de hacer, como de enfrentarse con las necesidades de los tiempos, que exigen materiales y maquinaria altamente sofisticada de un alto costo, por lo que su utilización redunda en el precio final de las piezas.
3.Que la venta y distribución es de forma directa y realizada por el propio alfarero o miembro de la familia, por lo general en sus talleres, que suelen ser además sus viviendas, y, desde hace unos veinte años, se dedican a la comercialización en mercadillos, rastrillos y ferias especializadas, lo que hacen también de forma directa; aunque muchos de ellos reconocen que estos mercadillos son más para tomarse unos días de descanso y mantener contacto con otros colegas, que para ganar dinero. Antonio Martín (Aranda de Duero, Burgos) me comentó que él vende todo lo que puede llevar a las ferias (en concreto a las de Burgos, Zamora, Alcalá de Henares y a la de la Bañeza, en León), hecho que ocurre desde el año 1988 ("que antes no se vendía nada", me comentaba), aunque –afirma- no es rentable como puede suponerse en un primer momento, pues su furgoneta tampoco puede cargar mucho y el coste de desplazamiento y residencia se come todo el margen de ganancia.
4.Que el alfarero y su familia mantienen, de forma constante, otras formas de ingresos, ya sea porque tienen alguna cabeza de ganado, matan sus propios cerdos y/o porque tienen fincas y huertas que ellos mismos cuidan, con el consiguiente ahorro en el gasto de las viandas para la casa. Por otro lado, durante la crisis de la alfarería tradicional de los años 60 y 70, la inmensa mayoría de los alfareros tuvieron que dejarlo todo para irse a otros trabajos, a la construcción o algunos otros trabajos por el estilo. En pueblos como Ateca (Zaragoza) los alfareros se perdieron del todo, la fábrica de chocolates que hay en la misma localidad dio trabajo a todos, sólo un alfarero, hoy en día retirado, Jerónimo Martínez, continuó con la tradición, no sin grandes apuros y sobrevivió gracias a que en el mismo alfar, que se encuentra un poco retirado del pueblo y lindando con el río -desde donde se observa una de las vistas más bellas de todos los alfares peninsulares que he visitado-, tiene una huerta, que hoy sirve como esparcimiento de sus días de retiro y que antaño dio muchas satisfacciones en la mesa de su hogar, sobre todo en el tiempo que mantenía el alfar en activo.
En este sentido, la vida de los alfareros mantiene puntos de total concordancia con la vida rural; si en otros lugares, como entre los Vaqueiros de Alzada (Asturias) o en la Galicia interior, la vaca era el elemento de unión e identificación, o las cabras entre los pastores canarios, dedicándose a lo que se dedicaran, la vaca era parte intrínseca de aquello que les definía. No es de extrañar, así pues, que Juliana, la última alfarera de Hoyo de Pineda (Gran Canaria), se dedique de igual manera a la alfarería y a su huerto -que a pesar de lo pequeño y escabroso del terreno da unos excelentes tomates-, sin que ella se defina a sí misma más alfarera que "campesina", o viceversa, teniendo, incluso, el calificativo de lo primero (alfarera) por aquéllos que venimos de fuera, que porque así sea entendido dentro de su comunidad, donde su actividad es parte de lo puramente anecdótico.
Estos cuatro puntos, que de forma general resumen el bajo costo con que se ofertan las piezas de alfarería popular, relacionan muchas otras cosas, en principio el tipo económico (de carácter doméstico), más tarde el tipo social (de carácter rural, autosuficiente), aún a sabiendas de que hay otros muchos factores de tipo local, que explican también la realidad en toda su dimensión (contexto). Allende de que también explican cómo la plusvalía es muy pequeña, así como el momento en que el alfarero tiene que entrar en un mercado más amplio, de alta competencia, tanto en precios como en calidad, no puede seguir el ritmo que imponen los tiempos, dejando de lado, hasta donde les es posible, el oficio que de siempre ha mantenido. Por lo que, sin ser deterministas, el factor económico, tan unido de siempre a la propia alfarería, es un punto importante a la hora de ver cómo ha evolucionado, como "problema" y como realidad diaria, los alfares.
En este sentido, no se puede decir (tal cual aconsejan algunos) que el alfarero pueda seguir como hasta hace unos años, con un continuismo de base, pues, el principio básico, hablo económicamente, de que la alfarería se mantuviera de forma reiterada en la Península Ibérica, problema que perdura hasta nuestros días, es que la economía agrícola ha sido puramente autosuficiente y, por lo tanto, también el de aquellos oficios que se le adscriben, frente a las actuales exigencias de una economía de alto rendimiento excedentario; en este sentido la alfarería ha vuelto a perder la batalla, pues los Estados (Nacional y Autonómicos) priman a las industrias con capacidad de generar un alto rendimiento productivo, con bajos costes, pero con salarios establecidos (la búsqueda de eso que ha venido a llamarse los Estados de Bienestar ), generadores de riqueza de forma automática, hecho que no puede darse en la alfarería tradicional, a tenor de que ya no sea tradicional, a la par que las ayudas de las Administraciones a los talleres sólo serían -y en esto hay que ser muy sinceros- un retardador; pero la consecuencia final, la de transformarse (cambiar) o morir, es inevitable; de hecho, la mayoría de las subvenciones se dan a los nuevos ceramistas, en detrimento de los alfareros tradicionales. De nuevo el "arte culto" es primado frente a las realizaciones útiles y autosuficientes del pueblo llano, entender y explicar este tipo de cosas es, también, una labor con la que tenemos que enfrentamos, queramos o no.