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I En la noche de los tiempos surgen esas consejas, esos cuentos que todas las civilizaciones en diversas formas, van expresando de padres a hijos en tradición oral, que luego se concretan en escritos de una variedad tan diversa como la que representan los pueblos y sus etnias, aunque coincidan tantas veces en lo fundamental... el "érase una vez" adquiere vidas plurales aunque la esencia sea la misma...
Del folklore cuyas raices se pierden más allá de la historia van creándose las categorías últimas de la existencia de los seres humanos y su relación colectiva... un cuento que multiplica sus espejos: "Un rey anciano quiere repartir el reino, renunciando al trono en favor de sus hijos... ¿cuánto me queréis? pregunta. Dos de ellas, hipócritamente, se deshacen en manifestaciones externas de cariño, la otra no se cree obligada a fingir: ama a su padre naturalmente. El rey monta en cólera y la deshereda y la expulsa del reino. Las otras dos una vez repartido el pastel, rechazan a su padre que, loco por la ingratitud sólo encontrará consuelo después de su sufrimiento en la tercera hija que lo acoge con amor"... Un cuento de todas las civilizaciones que Shakespeare elevó a tragedia excelsa, quizás la más profunda de las por él escritas con el título de "Rey Lear".
Estas conexiones del folklore ancestral con la literatura, no son casuales. En realidad pocos temas nuevos rigen la conducta de los hombres: creencia, o negativa de un dios, o de la ciencia empírica, los mecanismos del poder o la ambición del amor y el odio, la amistad y la falsía, la autenticidad o la imagen engañosa... todos estos parámetros de la conducta humana reposan en la memoria de las gentes, se transfieren a cuentos o canciones, se desenvuelven en leyendas y en el pasado y el presente son base de obras de gran entidad que desarrollan esas células temáticas para desembocar en ellas... ¿qué otra cosa significa "El anillo de los nibelungos", ópera de 17 horas de duración que el desarrollo de un cuento ancestral ? "Rey Lear" ocupa, con plenos honores una plaza esencial en el acervo cultural de la humanidad y su origen no es otro que el humildísimo que surge del "érase una vez” ...
Un estudio en profundidad de "Rey Lear" une al pasado con el presente y se proyecta desde la propia esencia del ser humano. La situación planteada en el texto shakesperiano, voluntariamente no datado como sucede en otras obras del ciclo histórico, surge de los albores de la humanidad, y el escritor inglés con su genial intuición interpreta desde su momento y con atención, más o menos exteriorizada, de elevar la anécdota a categoría. Así, Lear se hace a la vez universal y mítica, de tal forma que caben versiones de todo tipo sin que sufra el componente esencial que la hace nacer ("Ram", film de Kurosawa, por ejemplo ). Como estéticas muy diversas en la puesta en escena de la obra, con la que se han enfrentado últimamente los más grandes: Strehler, Bergman, Gruber, y un larguísimo y casi interminable etc. Todo ello presupone la aptitud de un texto para ser "contemplado" de forma plural. Una obra total que se bifurca en dos vértices complementarios: la investigación sobre el hombre como tal y su vía de conocimiento y verdad, y la de la sociedad y el juego de los poderosos. En "Rey Lear", el oráculo de donde surge la historia, la propia memoria del pueblo está ausente. El conflicto tiene lugar entre los señores y sus criados. El "otro" ni siquiera forma un telón de fondo. Shakespeare, siempre clarividente sitúa la acción entre los significados ostentadores del mando, y los movimientos en el tablero de ajedrez sitúan los procesos para conquistar el poder. Las partidas admiten pocos jugadores y menos piezas: el grueso de los afectados no toman parte en ella, por lo que Bergman los sacaba a escena como soporte utilitario y silencioso de la lucha cruenta de la corona y sus significados en las jóvenes generaciones se entablaban desde la decadencia del mundo anterior. Como en las historias folklóricas de todos los tiempos entre reyes, príncipes y nobles se suscitaba el conflicto. "Rey Lear" es, así, una historia que surge del origen de los tiempos y se proyecta más allá de todo presente. De ahí se deriva su sabor de eternidad.
"Un mundo absoluto puesto en cuestión" fue la definición que Giorgio Strehler dio de esta obra madre como presupuesto previo de una puesta en escena totalizadora. De los estudios shakesperianos de Jean Kott, la visión global de un autor tantas veces anclado en el academicismo y la retórica, se impuso a unos y otros. Detrás se hallaba la tragedia griega, en lo inmediato el mundo del absurdo de Samuel Beckett. La lucha por el poder tenía acentos épicos, cuasi brechtianos, la diáspora de Lear o Gloucester en la landa desierta, bajo la tormenta, era un "no man's land" no sólo físico sino espiritual. El itinerario de Lear finaliza o en la exaltación del alma -Juan de la Cruz como referencia poética- o en la nada. El misterio del hombre visto a través de esa obra de todos los tiempos y de ningún tiempo. El "loco" puede ser la proyección de Cordelia o el representante de la sabiduría de tiempos remotos; de las fronteras de lo "no escrito". En todo caso, su presencia en el texto shakesperiano lo reconduce a la sabiduría popular, a los refranes y frases en la que ésta se expresa. En la metafísica del ser o no ser, a ras de tierra, en el conocimiento inmediato de la cordura humana, el bufón o el loco dicen las verdades. Y así en esta obra magna adquiere una mayor transcendencia desde lo ínfimo, lo pequeño, lo dicho por un idiota. Shakespeare definió el mundo (Macbeth) como una historia llena de sonido y furia contada por un loco... y este "loco" surge y desaparece misteriosamente en "Lear" para proclamar al menos una parte "lo que es" y de "lo que puede ser". Hallazgo genial, a lo mejor intuitivo de quien supo penetrar en el fondo secreto de la naturaleza humana y la ofreció en espectáculo para el abigarrado y heterogéneo público de aquella época.
II
En lo contemporáneo "Rey Lear" es un magma difícil, complejo, polivalente. Desde el cuento comienza como todos los cuentos, es decir, cuando una época ha terminado y otra nace. El comienzo es, al mismo tiempo, el fin. y el público, el lector, debe tener en cuenta lo antecedente que puede ir deduciendo desde distintas situaciones de la obra. Quien era Lear, como era Lear, surge nítidamente desde la primera escena, la del reparto del reino. El viejo déspota oprime el espíritu y limita los placeres del cuerpo, ya en lógica regresión. Lear ha sido y es un tirano, un monarca absoluto, que ha gobernado familia y estado con mano de hierro. Su forma de hablar, las invectivas que dirige a sus hijas o a sus criados, es la propia del autócrata, borracho de poder, del que solo se desprende nominalmente. Su intención al mantener una corte de cien caballeros y de aposentarles en los ahora reinos de sus hijas es la de seguir ejerciendo un control de los estados pero sin preocuparse de los asuntos de gobierno. Su ira ante Cordelia obedece a la certidumbre de su independencia, de la imposibilidad de romperla con el soborno. Lear exige a sus hijas el cumplimiento de las formas que es una especie de pleitesía agradecida. Cordelia no entra en el juego y por ello su rechazo que en principio parece bárbaro y exagerado entra dentro de la lógica. La evolución personal de Lear se hace enriquecedora cuando el deseo de poder se extingue y se bucea en el fondo de la consciencia. Tal vez sea necesario el sufrimiento para adquirir la condición de humano. En este punto la tragedia shakesperiana se vuelve a asemejar a esas historias ancestrales, en las que un personaje sigue el camino itinerante para conquistar la verdad. El gran autor inglés supo explicitarlo con esa intuitiva y milagrosa facultad de detraer lo absoluto de las conductas humanas sin necesidad de reducir a los personajes a meros esquemas representativos de éstas. Ahí está la diferencia con el cuento o conseja o con el romance popular: la capacidad de trascenderlo desde una poesía que se hace al tiempo dialéctica.
El estudio de esta obra magna, con sus paralelismos y, paradójicamente con sus líneas quebradas, nos hace ver en principio que la expresión de una historia no es tan sencilla como puede aparentar a primera vista y, que además la bondad o maldad de los personajes no son tampoco categorías absolutas. Obliga por ello al lector, y
no digamos al dramaturgo o al autor a profundizar en las contradicciones. La bondad de Cordelia, por ejemplo no deja de tener cierta dureza implacable semejante a la de su padre o la de sus hermanas. Está ausente, quizás por una concepción filosófica diferente de la vida, el ansia de poder inmediato que caracteriza a Regan y Goneril, aunque en ocasiones esa especie de santidad no deje de producirnos un cierto pavor, mientras que la codicia irreflexiva y visceral de las hermanas las humaniza un tanto. Tampoco nos caben dudas sobre el merecido destino de Gloucester cuya obvia estupidez al dejarse seducir por las redes que le tiende el bastardo Edmundo corre pareja a la injusticia efectiva cometida sobre él en virtud de esta condición impura. El buen Edgardo a lo mejor no es tan bueno, y si pierde el favor de su padre no es precisamente por una especie de angelical inocencia, sino por un egoismo que no le deja comprender la situación de su hermano ni tampoco las maquinaciones de éste. A la hora de la verdad demostrará su astucia y su implacabilidad, ya que a fin de cuentas en el reino futuro le pertenecerá en una parte alicueta muy elevada. El lenguaje teatral precisamente es el que nos marca en el desarrollo del drama todas estas cuestiones que surgen de la acción y no de las elucubraciones más o menos ingeniosas de cualquier teórico o especialista.
Así tomarán sentido exacto otros personajes representativos como el propio bufón o la figura un tanto enigmática de Kent, el cortesano perfecto, cuya fidelidad también tiene mucha parte de servilismo. y es que nadie es perfecto ni siquiera la maldad de un Yago que también tiene sus razones para intentar cargarse a Otelo. La sabiduría popular incluso en su refranero ha dicho en pocas palabras algo parecido: la imagen externa es muy distinta de las fuerzas internas que motivan las conductas humanas. Y sólo desde estas circunstancias podemos comprender la grandeza de esta obra extraordinaria cuya estructura es la de un cuento asequible a todos.
Claro está que como todas estas historias llenas de sonido y furia, significación que va más allá de la belleza conceptual y que podríamos definir como nacidas de una necesidad y no de un compromiso tienen lo que se llama diferentes lecturas. La metafísica, por ejemplo o la dialéctica o la mítica. Todas a la vez como quería Strhler con sus aditamentos del teatro becketiano y su concepción del absurdo desde unos personajes transferidos en figuras de payaso. Un mundo el de Lear que finaliza, el de Edmundo y Cornualles que no sabemos si empezará. Tampoco estamos muy seguros de que los errores ajenos sirvan de escarmiento y la muerte es capaz de trascender. Shakespeare en esta obra de madurez, casi diríamos conclusiva, hace protagonistas a unos ancianos ciertamente poco edificantes. Es un misterio que ni los especialistas han sabido desvelar. Dos personajes, tocados por una extraña locura que a lo mejor es suprema lucidez, deambulan en un páramo desolado mientras una tempestad terrible hace del cielo y la tierra una especie de infierno. Hay algo de sumamente profundo o sumamente infantil en esta elección que, curiosamente, no tiene en cuenta al público potencial del bardo de Stradford. Porque los viejos son buenos para transfigurarse en la figura de Pantalón o ser objeto de irrisión pero mucho menos compartibles como protagonistas de una tragedia. A fin de cuentas la muerte estaba cercana y lo que motiva al espectador es la incertidumbre de la destrucción del poderoso como Macbeth u Otelo o incluso el rey Claudio. Estos patéticos ancianos no son sino los flecos de un imperio desgastado, y sin embargo, incluso desde su soberbia o su estupidez adquieren caracteres trágicos. Quizás contribuya a ello esa relación con el folklore que impide que los reyes ancianos de los cuentos pierdan su dignidad aunque se equivoquen concienzudamente. El manto de ésta es en los momentos más irrisorios el de la locura. Después ante el renacimiento y la muerte todo se recupera incluso la sensación de poder que había perdido. Un poder que no es material sino espiritual. Suprema sabiduría la de llegar a la finitud del conocimiento. Por ello la debilidad es fuerte y la locura lucidez. El que el tonto, el bufón o el loco digan las mayores verdades ¿no surge también del acervo popular? Al poderoso rey el único que le pone en su sitio es el loco "The fool" contrafigura de Cordelia y también una carta del tarot. Volvemos como se ve a lo ancestral para entender el movimiento del mundo en lo personal y lo colectivo, sin que a pesar de variar las circunstancias y los tiempos lo haga la esencia última de las compulsiones del hombre en busca de su felicidad más o menos irrisoria.
Quizás la enseñanza última de Lear sea la de que lo importante se desvanece como un sombra al compás del tiempo, que nada permanece sino la memoria de las gentes, que una y otra vez la corona o el amor de una mujer serán los cohetes propulsores de la acción. La contemporaneidad de la tragedia shakesperiana es tan cierta como la imposibilidad de dar la vuelta al tomillo. El Lear de antaño es el Edmundo o el Edgardo de hoy que a su vez será despojado del poder por las nuevas generaciones; los métodos cambiarán pero no los resultados y el inmenso páramo de la historia nos lo demuestra a diario.
III
Intentar unir los hilos del tiempo alrededor de una obra que ha sobrepasado el tiempo no es fácil. Estudiando desde el punto de vista dramatúrgico la obra de Shakespeare durante unos cuantos días con los alumnos de la Escuela de Teatro partíamos del texto literario a sus significaciones profundas, a sus orígenes, para a continuación trasladarnos mágicamente al acuciante presente. Los contornos se hacían casi inaprensibles y este drama de poder, de ambición, de ingratitud, de locura y de muerte, nimbado por la última serenidad del personaje y por la amenaza del caos colectivo tenía ribetes de eternidad. Las imágenes se agolpan y el paisaje se confunde con mil otros paisajes. Estamos a la vez en las frías tierras del norte o en los áridos desiertos mediterráneos, estamos en la civilización o en la época anterior a ella, estamos en el pasado sin fecha, en el presente que nos hiere día a día y en el futuro incógnito. Se cierra así el círculo pero no se trata simplemente de una metáfora, sino de todo un conjunto de vivencias que podemos compartir. Alejados de Lear pero próximos a él. Ambivalencia del teatro cuando incluso ni siquiera se ha escenificado. He ahí una prueba de su fuerza, de su capacidad de fascinación, de la posibilidad de una catarsis más o menos sincera. El cuento de Lear y sus hijas ha sido transformado desde su origen anónimo en carne y sangre por un escritor excepcional que ha permitido que quien quiera acercarse a esa parábola de la condición humana en lo terrible y en lo admirable puede hacerlo desde su propia consciencia. El legado artístico se hace así vivencia, desde la cual es incluso posible creer en la utopía.