Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
El peregrino deja el "Rozu Pascual" a su derecha y camina paralelo a los mil y un meandros que dibuja el río Hurdano, que por aquí comienzan a nombrarle como "Río de Los Casares". Siguen los olivos trepando monte arriba, escondiéndose tras una multitud de bancales. Toda la tierra parece estar fortificada por recios parapetos de pizarras frías y cortantes. y arriba, en lo alto del todo, el verdioscuro casquete del pinar.
Bebiendo las aguas del río, se yergue una vieja prensa de aceite. Más adelante, y al lado contrario, hay una fuente de agua fresca, reconfortante, alimenticia, de umbría. El agua se la chupa una culebra de goma, que la lleva hasta una cercana granja porcina.
Al coger una curva tremendamente cerrada, el peregrino se lleva un susto morrocotudo. Aparece allí, de pronto, cimentado junto a una torrentera, un edificio larguirucho, con afanes de rascacielos, copiado literalmente de la gran urbe. Aquella edificación le sienta a la sierra como a un santo dos pistolas. El peregrino piensa -y con razón- que su dueño, carnaza de la diáspora, no dispondría de otro espacio para edificar. Y es que el levantar una vivienda en Las Hurdes es algo demasiado complicado y escabroso.
Metros más adelante, el peregrino observa los ímprobos esfuerzos que el jurdano realiza para construir su casa. Hay que descuajar la cantera pizarrosa, comerle unos metros cúbicos de peñasco hasta que aparezca un solar más o menos aparente. No se puede cimentar sobre los huertos. Estos son sacros; suponen la reliquia térrea, los oasis donde no abunda el pedregal o es más escaso. El huerto es, para el jurdano, parte de la despensa del año.
LA SEGUR
Debe saber el peregrino que el auténtico nombre de Asegur es "Segur" a secas, sin ningún prefijo vocálico que afee el topónimo. Lo que pasa es que la Administración, que no se molestó en ojear los amarillentos y carcomidos legajos de otras épocas, oyó a la gente que decía "vámuh a la Segur", "venimuh de La Segur", y , de esta forma, creó una absurda sinalefa entre la "a" de "la" y la "s" de "Segur".
Y Segur debe ser, pues tal topónimo tiene raíz antigua, indoeuropea; y nos indica el significado de hoz o de guadaña. ¿Y qué otra cosa sino una hoz forma el río Hurdano a su paso por las pizarras de "Asegur"? Porque, aquí el agua se retuerce, aprisionada entre las escabrosas pendientes, y forma una curva de ballesta machadiana en torno a la aldea más norteña del concejo de Nuñomoral. Por encima de la hoz acuífera, por donde dicen "El Canalizo", los escombros han herido bárbaramente al río. Las empresas enemigas de la naturaleza arrojaron sus babas de tierra y piedra, anegando por completo la cristalina corriente de las aguas.
LAS PALABRAS DE ADELPHA
Arcaicamente bello es el casco antiguo de Asegur . Todo un sinfín de callejuelas y recovecos se entrecruzan y enseñan la desnudez de la pizarra. Hay rincones dignos de preciados pinceles. Es una visión, en pleno siglo XX, de una castro de la prehistoria. Si el peregrino conoce a don Fernando Pulín Moreno, presidente de ADELPHA (Asociación para la defensa del patrimonio Histórico-Artístico), sabrá que un día se dirigió a la Dirección General de Bellas Artes, solicitando "la incoación de declaración de conjunto histórico-artístico para los pueblos de Huetre y Asegur, en Las Hurdes (Cáceres)". En su expediente, don Fernando decía cosas como éstas: "El valor arquitectónico, arqueológico y antropológico de estos dos asentamientos es de tal importancia que resulta inadmisible su falta de protección. En estos momentos se han cometido ya graves atentados contra la integridad de estos centros, y puede predecirse su destrucción total en muy pocos años si no se remedia este proceso de degradación dinámica ya iniciado". Desgraciadamente, tales palabras cayeron en sacos rotos...
Y hoy da pena ver cómo esta arquitectura castreña, autóctona, donde impera el mundo de la piedra pizarrosa y la madera de castaño, está dejando paso a las uralitas, los bloques de hormigón, los ladrillos de cara vista y otros anodinos fribrocementos. y ahora, el casco antiguo de Asegur, debido a todos esos aciagos retoques, parece semejarse a un montón de informes chabolas, propias de cualquier barrio marginal de la gran ciudad.
EL PORTUGUES
Puede el peregrino refrescar su gaznate en el bar de Adolfo, el camionero. Adolfo es hijo de Agustín Rodríguez Almeida, un simpático personaje al que llaman "El Portugués" y que lleva con garbo sus bien cumplidos noventa y cuatro años. La verdad es que Agustín Rodríguez es portugués de nacimiento. Extraño caso, pues no son Las Hurdes tierras propicias para acoger a emigrantes, ya que muchos de sus hijos tuvieron que anudar el hato y salir a buscar la gandalla fuera de las fronteras comarcales. Pero al "Portugués" le parecieron estas sierras un paraíso comparado con Casegas (Guarda), su aldea natal.
Agustín formó parte de aquellas cuadrillas de portugueses que llegaron a Las Hurdes como aserradores de madera de castaños. Algunos de ellos se quedaron por aquí y se echaron novias jurdanas. Agustín fue uno de ellos. De su matrimonio salieron ocho hijos. Cuando se muera, "El Portugués" quiere que lo entierren en el cementerio blanco, diminuto, empinado, rodeado de olivos y de acacias, que se encuentra a la izquierda de la carretera de Los Casares.
Otro hijo de "El Portugués" es Manuel Rodríguez, que sabe romances y coplas a docenas. El peregrino se sentirá a gusto con él, frente a una jarra de vino rojo, traído de la Sierra de Francia, oyéndole cómo desgrana cantares cargados de gran arcaísmo y dulces melodías. En esta ocasión, cuando hemos coincidido con él un día del apacible otoño de 1.991, Manuel nos cantó la copla del "Melitar". Sus estrofas resonaron en el bar de su hermano Adolfo.
"En la provincia de Cáceres,
un pueblo que llaman Loro,
hay una moza sirviendo,
que quiere librar al novio.
Lolina tenía una yegua
con un potro colorao,
y ahora lo quiere vender
para librar al soldao.
Y ella además le ha mandao
otros tres mil en fianza,
por ver si puede venir
a pasar Semana Santa.
Félix le escribe a Lolina
y le ha mandado decir:
-Lolina, si tienes novio,
no lo abandones por mí,
que estoy queriendo a una mora
que tiene los ojos negros,
y tú los tienes azules,
Lolina, ya no te quiero.
Lolina se sube a un cerro,
por ver si lo divisaba,
y ha visto venir a Félix
con su novia la cubana.
Lolina se metió en cama
y al otro día murió;
y al otro día siguiente
fue Félix y preguntó.
y las vecinas le dicen:
-Lolina ya se murió.
-Ay, Lolina de mi vida,
Lolina del corazón,
yo te lo decía en bromas
por saber la tu intención.
y ahora veo que es de veras,
Lolina del corazón.
En la tumba de Lolina
ha nacido un pensamiento
con un letrero que dice:
"Ha muerto de sentimiento".
Por la calle que baja paralela a la margen derecha del río vive otro Manuel, que tiene una de esas tabernas con sabor antiguo, muy propia para jugar a los naipes esos días de lluvia, que en Las Hurdes son muchos; el peregrino siente una plácida somnolencia viendo cómo el agua escurre quedamente por los cristales de la puerta, a la par que sus espaldas son lamidas por el calor que desprende la chimenea donde arde un manojo de cepas de brezo. El bar "Sol", el que se encuentra frente a unas enormes casonas, impropias de esta recogida aldea, parece que ya lo han cerrado.
RICARDO EL GAITERO
Vive en Asegur, el único fabricante de gaitas jurdanas que queda ya por la zona. Preciso es que el peregrino conozca a Ricardo Rodríguez Iglesias. Más de treinta años lleva Ricardo fabricando gaitas. Realiza estos instrumentos con madera de fresno y nogal. La lengüeta es de madroñera, junto a la cual va una chapa de lata llamada "peini". Alrededor de la gaita, y como adorno, se enroscan unos anillos hechos de cuerno de cabra. Una navaja, un hierro de punta afilada y una escofina son todo el utillaje que emplea Ricardo para preparar sus gaitas. Comenzó vendiéndolas a veinticinco pesetas; hoy ya hay que pagar en billetes de los verdes. Es la ley lógica de la vida, máxime cuando es artesanía pura y hay demanda.
Ricardo tiene un hermano llamado Serafín, que viene a ser el tamborilero oficial de Asegur. Toca magistralmente la gaita jurdana y el tamboril de piel de cabra. Antes también le daba a estos instrumentos el vecino Pedro Alonso Iglesias, pero ahora nuestro amigo Pedro tan sólo se contenta con recitar al peregrino el romance de "Francisquillo el Sastre".
UN ATARDECER DE OTOÑO
El peregrino debe, por fuerza, aprovechar un atardecer de otoño para sentarse junto a una buena fogata y preparar, en compañía de algunos vecinos de Asegur, una buena "carbochá". O sea, que después de ver cómo los últimos rayos del sol agonizan tras la sierra de "La Corredera" y extasiarse ante las mil y una tonalidades, suaves y pastosas, del otoño hurdano, se llenará los bolsillos de castañas y participará en el magosto comunal.
Entre bocado de castaña asada y trago de aguardiente, el peregrino oirá la cadenciosa voz de los ancianos del lugar. Y tío Antonio Domínguez le contará cosas de "la antigüedad antigüísima":
"Antes, había mucho ganao, mucho. Este pueblo llegó a tener más de cuatrocientas cabras. Nos juntábamos los pastores de estos pueblos de la sierra. y al trasponer el sol, pues ya llevábamos cada cual nuestro ganao a los corrales que estaban en el monte. Entronces casi nunca bajábamos los pastores al pueblo. Pero es que antes había mucha más hierba que ahora. Todos esos baldíos de Los Casares, que ahora están pelaos, criaban una hierba alta, fresca, jugosa..., que daba gusto cómo la comían las cabras. Y se criaban muchísimas colmenas; y es que había hierbas de todas clases, que se les daba de fuego, y se metía por las narices un aroma que era la alegría el olerlo... Y agua... ¡pues no había agua ni nada! Donde quiera había fuentes y regatos. Pero hoy..., ¡ni comparación! Está como cambiando el clima. Ya no hay las invemás ni nieva como antes. Luego, con los pinos, hay menos comida para el ganao. Así que todos esos corralones que hay en la sierra están abandonados. Por ahí quedan muchos corralones, como los que hay enfrente del “Canalizo", los de la "Rocasquero", donde vivió la gente, que todavía se ven trozos de las paredes de las casas...
"La de colmenas que había antes...! Sacábamos mucha miel y hacíamos mucho arrope, que le echábamos trozos de calabaza, y la miel y el arrope se metían en pellejos y se iban a vender por esos pueblos de Castilla. Unas veces lo vendíamos por dinero, y otras veces lo cambiábamos por alubias o garbanzos. También se llevaban a vender pavías, aunque éstas casi siempre se llevaban al martes a Ciudad Rodrigo..."
Y cuando ya la noche se haya cerrado en sus miedos y humedades, es posible que Serafín se lleve la gaita a sus labios y comience a lanzar la copla de "La Nicanora", que la conocen muy bien todos los vecinos de Asegur. No es extraño que la templada y recia voz de Juan Azabal destaque entre las demás. La melodía se escapa río abajo, envuelta en las caracoleadas aguas del río Hurdano.
"No te acuerdas, Nicanora,
cuando debajo del puente
tú decías suspirando:
-Tápame, que viene gente.
Debajo del puente
hay una morena,
que esperaba a su marido
que venía de la verbena,
borracho perdido
por otras morenas.
No lo querrá Dios del cielo
ni la Virgen del Pilar
que tu ropita y la mía
vayan juntas a lavar .
Debajo del puente...
Si tus padres no me quieren,
quiéreme tú, cielo mío,
que pronto te enseño yo
las escaleras del río..."
LA LEYENDA DE LA MORA
En Asegur le pueden contar al peregrino infinidad de leyendas. Ricardo, el de las gaitas, sabe muy bien dónde están las piedras que grabaron los moros. Y conoce a la perfección un empinado cerro donde esos moros de la leyenda, que, en realidad, no fueron moros, sino habitantes de castros prehistóricos, correteaban a sus anchas y se dedicaban a cuidar de sus ganados. Y como si no hubieran pasado siglos desde aquellos entonces, nuestro buen amigo Ricardo nos dice que sus abuelos le contaron muchas veces que "habían visto a los niños de los moros jugando a las puertas de sus casas, pues uno de sus pueblos estaba en el collao de "La Lancha". Y, luego, continúa:
"En lo antiguo existía una cueva por frente de la prensa, por unos valles y vegas que hay por esos sitios. Hoy ya está toda aterrá la cueva, pero todavía se nota el "foche" (hoyo) donde estuvo la entrada. Y decían que allí vivía una mora, pues esto fue en tiempos tierra de moros. El caso es que la mora tuvo un día un hijo, y acertó a pasar por allí una vecina de Asegur, de este pueblo, la cual le ayudó en el parto a la mora. Entonces la mora, como premio, le echó a la mujer en el su mandil un montón de astillas de oro. Pero esta mujer del Asegur pensó que eran astillas de madera, pues no conocía lo que era el oro. Así que cuando se alejó de la cueva, arrojó todas las astillas menos una.
Al llegar al pueblo, le contó a una vecina lo que le había pasado y le enseñó la astilla de oro que traía. Y esta vecina, que sabía muy bien lo que era el oro, le dijo que había cometido una locura, ya que aquellas astillas eran muy valiosas. Y el caso fue que la señora se volvió a presentar en la cueva de la mora, a pedirle más astillas. Pero la mora le dijo que ya no podía ser, pues al haber despreciado la primera mandilá, ya no tenía derecho a más.
A los pocos días, fue otra vecina de este mismo pueblo la que acertó a pasar por la cueva, y ayudó a la mora a ponerle los pañales al crío y también le dio de mamar. Con que fue la mora y, como premio, le dio un buen montón de astillas de oro. Como esta señora conocía bien el valor del oro, cogió la punta en dirección a Ciudad Rodrigo; fue por esos caminos de Dios, que antes no había carreteras... En Ciudad Rodrigo le dieron por la mandilá de astillas un saco lleno de monedas de oro, que antes no había papel. Con el saco a cuestas, volvió al Asegur, donde repartió las monedas entre sus parientes. Y desde entonces, la gente más rica del Asegur son los descendientes de aquella señora. Luego, resulta que vinieron las guerras y a todos los moros los echaron de estos lugares, y desapareció la mora, y ya la cueva se comenzó a aterrar".
LA CALBOCHERA y OTRAS COSAS
Julián Martín Rodríguez ya ha cumplido los ochenta y ocho años. Es nacido y criado en Asegur. Como estamos en el mes de noviembre, Julián le cuenta al peregrino cosas de la "Calbochera", o lo que es lo mismo: la fiesta que por estos pueblos de Las Hurdes Altas se celebra el día de Todos los Santos.
Esta fiesta de la "Calbochera" sigue con la misma pujanza de antaño. El acto central consiste en el asado de castañas: los "calboches". La chiquillería se desparrama por el sitio de "Las Eras" y prepara un montón de hogueras. Lleva las viandas que les han entregado sus familiares: granadas, membrillos, nueces, dulces, refrescos... Cada cuadrilla aporta lo que lleva y se lo zampa comunalmente. Antes, la mocedad sólo llevaba castañas, pan, chorizo y vino. Algunas madrinas de pila entregaban, en la mañana de Los Santos, el "guinaldu" a sus ahijados. El "guinaldu" era un chorizo pequeñito que se hacía expresamente en la matanza para tal día.
Parece ser que en dicho día las castañas se podían robar con toda impunidad. Era al modo de un robo tolerado por la comunidad vecinal. Naturalmente que no era un robo a gran escala, sino el hecho de asaltar la propiedad ajena para coger media docena de puñados de castañas. Existía un pacto que se perdía en la noche de los tiempos: "tú entras en mi castañar, pero yo entro en el tuyo".
Los hombres también formaban cuadrillas y recorrían las casas, abriendo las tinajas del vino de año. Se probaba la "polienta", o sea, el primer vino que salía de la cosecha habida en el año. Las borracheras eran de órdago. La estampa antigua debió ser alucinante: montones de luminarias encendidas alrededor del pueblo, haciendo sonar los reventones de las castañas que se asaban en sus entrañas; cuadrillas de hombres cantando, saltando, jijeando, palmoteando..., acompañados del tamborilero de turno... Pero, luego, al llegar la medianoche, salía la campana de las ánimas, y el escalofrío se encaramaba sobre los hombros y se desvanecían los efluvios del alcohol. Llegaban las horas de recordar a los difuntos. El silencio se apoderaba de la aldea y podría ser que algún regazado se topara con la procesión de las ánimas. El miedo a lo misterioso, a los poderes sobrenaturales de la noche, galopaba sobre los húmedos tejados de lanchas pizarrosas del antiguo pueblo de La Segur...
OTRAS HOGUERAS
Al peregrino le pueden contar los vecinos de Asegur otras muchas cosas. Y, así, después que se pasan los fríos de noviembre, se meten los de diciembre; por ello, hay que seguir atizando las hogueras, que hoy tan sólo tienen el significado de repeler tiritonas. Podríamos decir que, antaño, su misterio fue el de purificar o el que giraba en derredor de ciertas creencias solares... Pero eso nos llevaría mucho tiempo; lo dejaremos para otra ocasión.
Siempre se levantaron hogueras, en Asegur, en la Nochebuena, y se vuelven a preparar los "carboches" o "calbotes". Hasta no hace mucho, se bailaba bajo la luz de la luna (si es que la había), dando vueltas y más vueltas sobre estas hogueras. Las fogatas se preparaban después de la Misa del Gallo. En esta noche, bajaban los pastores de la sierra, a celebrar la fiesta con sus familiares. Y por ello, se preparaban unas riquísimas roscas para esta noche. Al llegar la mañana, cuando ya alboreaba el día veinticinco, se echaba en el hogar un leño grande y gordo de encina; la gente decía que era "el leño de la Navidad". Cuando se consumía, se recogía su ceniza, que se empleaba para mil y un menesteres.
Modernamente, Asegur, que no contaba con una fiesta patronal propiamente suya, ha instaurado unas en honor de la Virgen, que se vienen celebrando a finales de diciembre. y vuelven otra vez las hogueras, pero en esta ocasión son para asar el "cachino" (trozo de cabrito) o cualquier otra clase de carne que se ponga por medio.
DE DESPEDIDA
A medida que la noche va abriendo su boca de lobo, el aguardiente raspa menos en las gargantas. Chisporrotean las llamas de la lumbre y el cuchillo de la humedad, que sube sigilosamente desde el río, penetra por los intersticios del viejo corralón donde andamos liados con el magosto.
Las vecinas se llaman María Pascual Azabal, Avelina Rodríguez Martín, Araceli Azabal, Encarnación Agudo..., y otras muchas cuyos nombres se nos han ido de las memorias. Son ellas las que nos quieren despedir con el romance de "Los Mozos de Monleón". Sus voces rasgan el negro vientre de la noche.
"Los hijos del Monleón
se fueron a arar temprano,
por venir al mediodía
y remuar por despacio.
Y al hijo de la viuda
el remudo no le han dado.
-Y a la corrida he de ir,
aunque lo busque emprestado.
-Permita Dios, hijo mío,
y la Virgen del Rosario,
que si a la corrida vas,
muerto vengas en el carro.
Se presentan en la plaza
cuatro mozos muy salados,
preguntando por el toro,
y el torito está encerrado.
-¿Qué edad tiene ese torito?
-El toro tiene ocho años,
no los cumple en este mes
ni tampoco en este año,
que los cumple pal que viene
y el veinticinco de marzo.
Al hijo de la viudita
tres cornaditas le han dado:
una le dio por el vientre
y dos le dio en el costado.
Y el pobre torero dice:
-Yo me muero, yo me acabo.
La chaqueta y el sombrero
me lo echen en el carro;
botas y calcetines
del yugo vayan colgando.
A la puerta la viuda
el carro se ha arreculado.
-Toma, viuda, tu hijo,
la maldición le has echado.
-Hijo mío de mi vida
hijo mío, muy amado,
prefiero verte así,
que no me estés deshonrando.
Y a los ocho días después
la viuda anda bramando;
cada bramido que pega,
más que el toro de ocho años.
-Madres, las que tengáis hijos,
no le echéis la maldición,
que yo se le eché al mi hijo,
bien justita le cayó".
Las mujeres no nos dejan marchar. Nos cierran el paso y, queramos que no, (y claro que sí queremos), comienzan a desgranamos las estrofas del romance de "El Pastor Desgraciado".
"En el río de Alagón
está una niña lavando,
lava que te lavarás,
lavando muy ricos paños.
Ella los lava y los riega
y los tiende en el naranjo.
Vio venir a un pastorcito
a darle agua a su ganado.
Mientras el ganado bebe,
ellos de amores trataron.
Y el padre de aquella niña
todo lo estaba escuchando.
-Y esa niña no es pa ti,
está criada con regalo.
-Escuche usted, buen señor,
lo que yo tengo ganado.
-Tengo una pareja de bueyes,
velaí están arando.
Tengo merinas ovejas,
velaí están pastando.
-Y esa niña no es pa ti,
por mucho que hayas ganado;
esa niña no es pa ti;
está criada con regalo.
y el pobre del pastorcito
se quedó mu avergonzado..."
La noche ya es noche nochera. Tenemos que bajarnos a Nuñomoral, a través de una endiablada carretera, llena de serpientes de asfalto y con vertiginosos barrancos que se desploman sobre el río Hurdano. El aguardiente le ha calentado el estómago al peregrino y le ha puesto los ojos brillantes. Pero el peregrino no tiene problemas; él va a pie y hace noche en cualquier rincón. Le basta con un simple jergón y un par de mantas raídas. En cambio, a nosotros nos quedan cuatro largos kilómetros de curvas para alcanzar nuestros mullidos lechos. Juan Azabal Velaz, coreado por las mujeres, se planta frente a nosotros y se lanza con el romance de "Las señas del esposo".
"Estando yo en mi portal
bordando paños de seda,
vi venir a un caballero
por altas sierras morenas.
Atrevíme a preguntarle
si venía de la guerra.
-Sí, señora, de allí vengo,
¿tiene usted a alguien que le duelga?
-Pues yo tengo allí a mi marido;
siete años lleva en ella.
-Déme usted señas de él,
por si lo reconociera.
-Mi marido es un buen mozo,
vestido de coronel,
y en la punta de su espada
lleva un pañuelo holandés,
que le bordé siendo niña,
siendo niña le bordé.
-Pues si es así, mi señora,
yo muerto me lo encontré,
que yo en el su testamento
le dejé pluma y papel.
Y en el testamento dice
que me case con usted.
-Eso sí que no es así,
eso sí que no lo haré
siete años he aguardado,
y otros siete aguardaré;
si a los catorce no viene,
monjita me meteré.
-Con los tus hijos queridos q
ué tienes pensado hacer.
-Uno lo meto en el colegio,
para que aprenda a leer;
otro le doy a mis padres,
pa que disfruten de él;
y la más pequeñita
conmigo me la quedaré,
pa que me barra y me friegue
y me guise de comer.
-Alza los ojos, paloma,
si me quieres conocer,
que el que está hablando contigo
maridito tuyo es.
Si mucho te he querido antes,
más te pienso de querer."
Las calles de Asegur se han dormido ya por completo. No ladran ni los perros. El rato de serano toca a su fin. La gente se desparrama como una granada. Arriba, en lo alto, no hay luna, pero sí muchas estrellas que parpadean con su tenue luz. El sonido del tamboril se aleja la calle arriba, mientras que el río sigue murmurando su eterna canción espumosa. El peregrino desaparece a la vuelta de una esquina pizarrosa, y nosotros, acomodados ya en el todoterreno, emprendemos el zizagueante regreso a Nuñomoral.
Las Hurdes, noviembre 1.991