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Revista de Folklore número

132



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LA FIESTA DEL LOBO EN EXTREMADURA

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1991 en la Revista de Folklore número 132 - sumario >



I

Tanto la arqueología como la epigrafía nos han proporcionado antiguos datos referentes al lobo, lo que nos ha permitido conocer, en la medida de lo posible, ciertas ritualizaciones que giraron en torno a las divinidades lupinas o vinculadas con el lobo en su sentido más amplio. Sin embargo, también contamos con otra fuente capaz de suministrarnos valiosa información sobre el particular. Tal fuente nos adentra en el campo de la etnografía, ya que mediante manifestaciones del folklore extremeño rastreamos viejas prácticas del tipo de las estudiadas en otras áreas geográficas y, al mismo tiempo, descubrimos las funciones pasadas y, en ocasiones, actuales que tuvieron determinadas actuaciones o comportamientos festivos.

II

Tenemos constancia de que en el mundo indoeuropeo se desarrolla un culto fundamentado en las creencias de los pueblos de economía agrícola y pastoril (1), así como de que algunas de sus ceremonias trascienden a una época muy posterior. Roma por ejemplo, celebró sus fiestas llamadas Palilia o Parilia en el mes de abril en honor de la divinidad pastoril Pales. Entre los rituales da ella dedicado destacamos el del fuego que encendían los pastores, para luego saltar por encima de las llamas. El carácter sagrado de la hoguera quedaba fuera de dudas; las ovejas que pasaban por las cenizas se purificaban y adquirían la virtud de preservación frente al lobo (2). Pues bien; en ciertas localidades de la comarca de la Tierra de Granadilla nos topamos todavía con actuaciones que recuerdan el viejo ritual de las Palalia o fiestas en honor de Pales. En la noche de San Juan se encienden hogueras de romero a las puertas de las casas, y los moradores de tales viviendas las saltan con la finalidad de prevenirse de la sarna, de las mordeduras de los reptiles y de las más insospechadas enfermedades de la piel. Al amanecer los animales domésticos son paseados sobre las cenizas o rescoldos para librarlos del ataque del lobo y de otras alimañas. Estas mismas cenizas pueden ser esparcidas alrededor del aprisco para lograr idénticos objetivos.

Vayamos a otras celebraciones en las que encontramos un cierto paralelismo. En Etrutia sobre las brasas de un fuego solsticial en honor a la diosa Feronia danzaban los Hirpis Sorani, nombre que se traduce por Lobos de Soracte. Este rito conmemoraba cada año la invasión de Soracte por la manada de lobos que arrebató de la pira una parte de la carne que los habitantes de aquella población habían ofrecido a un dios infernal. Algunos estudiosos (3) hallan ciertas coincidencias entre la actuación de la secta de Soracte y otras celebraciones solsticiales más recientes. Dejando a un lado la costumbre de andar por las brasas de los jóvenes de San Pedro Manrique (Soria), nos fijaremos en las posibles concomitancias que con aquella celebración parecen tener los rituales que el 23 de junio lleva a cabo la Hermandad del Lobo Verde, en Jumièges (Normandía, Francia), que a su vez guarda semejanzas con otras prácticas del Valle del Alagón cacereño. Tal cofradía cada año elegía un jefe al que daban el nombre de lobo verde y al que vestían con unos raros atuendos. Por la noche se encendía una gran hoguera y alrededor de ella el lobo verde y sus "hermanos", cogidos de la mano unos de otros, giraban en torno al fuego tras el que sería lobo verde del año siguiente. Este intentaba escapar golpeando a sus perseguidores con una vara. Una vez apresado, simulaban arrojarlo a la hoguera (4).

La práctica normanda nos abre nuevas perspectivas para una mayor comprensión del significado del "capazo", hoguera solsticial del área más septentrional de la provincia de Cáceres. El hecho de que en la mayoría de las poblaciones del ya citado Valle del Alagón sea el mayordomo de la festividad de San Juan, con periodicidad anual, un elemento indispensable en la realización del fuego y, al mismo tiempo, la pervivencia de juegos estivales, como el marro de las cadenas, con un mecanismo persecutorio idéntico al empleado en la caza del lobo verde, nos inducen a ver en ellos vestigios de la extinguida celebración de un rito parecido, y que sería muy conveniente tener en cuenta a la hora de profundizar en la religión primitiva extremeña (5). Con todo, observamos una diferencia muy significativa: mientras que en la ceremonia de Soracte lo que se hace es una ofrenda a los propios lobos para apaciguarlos y ganarse sus respetos para con los animales, en los rituales francés y cacereño la víctima expiatoria, aunque simbólicamente, es un lobo, lo que seguramente nos manifiesta un viejo y posible sacrificio de carácter totémico.

Los festejos de Etruria conectan con los que en Polonia y en Bulgaria se celebran en honor del lobo. En esos países se les invita a un banquete y se les invoca, ya que se cree que estos animales ahuyentan a los malos espíritus. Por Navidad los grupos de cantores ritualizantes se cubren con sus pieles y piden el aguinaldo por las casas (6). Este último apartado de la costumbre recuerda abundantes y curiosas prácticas carnavaleras de Extremadura. En Aldeanueva del Camino algunas pandillas de jóvenes se tapaban con la piel de este animal y portaban un pellejo, también de lobo, relleno de paja, como si acabara de ser muerto. De esta guisa hacían la correspondiente cuestación por todo el pueblo. Con el dinero recaudado, al que había que unir las aportaciones voluntarias de cada uno de los mozos que participaban en el festejo, compraban un macho cabrío, que guisaban y comían en un prado a la vera del río Ambroz. Previamente colocaban una maza de carne cruda al lado del agua para que, según decían, se la comieran los lobos, que "gracias a ellos los mozos habían podido zampar los restos del macho". Acto seguido, con las pieles del cabrón hacían largas tiras, que cada joven partía a su grado y se la ponía anudada al cuello o a la cintura durante los días que festejaban el carnaval, y cuando éstos pasaban mandaba la costumbre atar dichas cintas a las puertas de las majadas y de los apriscos. Fue creencia general en Aldeanueva del Camino que, por medio del anterior proceder, el joven lograba un pronto casamiento y el ganado no sería atacado por el lobo. En esta misma línea de fiestas en honor del lobo se inscribe la del Otsabilko, carnavalera y de cuestación, que se celebra en el País Vasco.

III

Hemos advertido, y volvemos sobre ello, que el paralelismo entre algunas fiestas extremeñas y otras clásicas, aunque de origen más remoto, relacionadas con el lobo salta a la vista. Las lupercalias constituyen todo un ejemplo. Tenían lugar en Roma cada 15 de febrero y en el transcurso de ellas unos jóvenes, tras recibir el "espírutu del lobo" mediante unos rituales que se ejecutaban en la cueva Lupercal, corrían entre la multitud y con látigos de piel de machos cabríos golpeaban a las mujeres. Este animal había sido muerto junto con un perro.

Vayamos ahora a Navaconcejo, un pueblo del Valle del Jerte. Cada 20 de febrero asistimos a una ceremonia que guarda grandes semejanzas con la descrita. El taraballo es un hombre vestido con extraños ropajes, que antiguamente, según informaciones recogidas en la localidad, eran pieles de animales sacrificados para tal fin. Esta botarga asiste a los actos religiosos en honor de San Sebastián, y ha de soportar de vez en cuando un apedreamiento a base de nabos y de nueces. El taraballo persigue a sus atacantes, a los que golpea con el látigo. Le acompaña el tamborilero. Dicen que antiguamente los furibundos ataques no sólo magullaban al correspondiente sujeto que hacía de taraballo, sino que acababan destrozando el tamboril. Cada año era necesario fabricar uno nuevo, para el que se utilizaba una piel de perro curtida para este menester.

Las lupercalias y el taraballo tienen suficientes aspectos comunes como para hacernos incluir a esta fiesta de Navaconcejo entre las eminentemente pastoriles. Las fechas de ambas celebraciones se insertan dentro de un mismo ciclo. Incluso nos atreveríamos a señalar una coincidencia en el tiempo antes de que la religión cristiana asimilara esta ceremonia paganizante a la festividad de San Sebastián. Y así tenemos que en ambas celebraciones habían de sacrificarse animales caprinos para que sus pieles fueran utilizadas como materia prima para la confección del vestuario de los actuantes en el ritual. También la fustigación con el látigo es común. Por último, queda por señalar la inmolación de un perro en las lupercalias, perro que también se hacía morir en Navaconcejo. La muerte de este animal viene dictada en la localidad cacereña por un fin concreto: usar su piel para parche de tambor. Pero quizás haya que buscar razones más profundas. Desconocemos la finalidad de la muerte del perro en los rituales romanos. Sin embargo, el sacrificio de tal animal específico nos proyecta a unos objetivos primarios que, por lo que respecta a Roma, ha sido objeto de todo tipo de especulaciones, de las que deben hacer partícipes a los primitivos rituales del taraballo. Señalemos algunas. El perro fue en la antigüedad un elemento augural de acontecimientos desgraciados, y su muerte tendría por objeto el eliminar las fuerzas negativas del hecho que predice. Para Plutarco (7) la inmolación de un perro, viéndolo desde una perspectiva purificadora, tendería a buscar una forma de congraciarse con el lobo, al que se camelaba con la muerte de su peor enemigo (8). Este carácter purificatorio lo encontramos entre los bhoiyas de Juhar, en el Himalaya occidental. Es costumbre coger un perro, llevarlo al pueblo, emborracharlo, hartarlo de dulces y soltarlo, para después atraparlo nuevamente y matarlo a pedradas y a palos. Con ello creen que la enfermedad o la desgracia estará alejada de la población durante un año. En la región de Breadalbane el perro era agasajado a la puerta de la vivienda y posteriormente era expulsado, no sin antes lanzarle la correspondiente imprecación al animal: "Cualquier muerte de personas o pérdidas de ganado que acontezca en esta casa hasta fin de año caerá sobre vuestra cabeza" (9).

No tenemos la menor duda en afirmar las profundas raíces pastoriles del taraballo y la vinculación del perro a este mundo ganadero, así como la necesidad de que su muerte adquiera el carácter propiciatorio que impida los ataques del lobo. Quizás convenga recordar que no están muy alejados los días en que los que los despojos de un perro se utilizaban en Extremadura para alejar a la sanguinaria fiera. Me contaban en Serradilla que cuando moría un perro carea los pastores solían colgarlo del aprisco durante dos noches seguidas para que los lobos, al verlo, "creyeran" que había sido ahorcado como castigo por no saber defender bien al rebaño. Lógicamente la deducción del hecho parece clara: los lobos no se acercarían por la majada al estimar que sus vidas corrían serio peligro, ya que el resto de los perros habrían aprendido la lección emanada del supuesto escarmiento (10).

Los pastores de las dehesas extremeñas, aunque mis informantes la consideran una costumbre traída por los transhumantes castellanos, hacían pastar sus ganados al ritmo del tamboril. En Torrejoncillo me aseguraban que con el monótono tan-tan las ovejas comían más tranquilas y que, al tener el tambor los parches de piel de perro, el insistente sonido no permitía que los lobos se acercaran a la manada. "El son pinta lo mismo que los ladríos de los perros en la cosa que tenga que ver con los lobos encelaos con la majá", pude escuchar en más de una ocasión en el referido pueblo. Tal afirmación nos introduce de lleno en el contexto de la magia hemeopática. También el tambor, generalmente de piel de perro, se empleaba en Las Hurdes para defenderse del bichu tanto por los pastores como por los caminantes:

"Los lobos tienen hambre y bajan al valle para devorar el ganado. Al infeliz sacristán le han comido siete cabras, a dos pasos del aprisco. Los jóvenes de las aldeas inmediatas, que acuden a la clase de adultos de la escuela, forman receloso pelotón, batiendo un tambor para ahuyentar con sus ruidos a las fieras" (11 ).

Este párrafo, que hace referencia a la localidad de Nuñomoral en la década de 1930, podría ser suscrito o conocido por gran parte de la geografía extremeña en la misma época.

IV

Otra fiesta eminentemente pastoril es la que se hace en Piornal en honor de San Sebastián. Este mártir romano tiene todas las trazas de haber sustituido a una antigua divinidad protectora de la ganadería. La figura central del festejo es el jarramplas o jarramplás. El personaje se viste con camisa y con pantalón de color blanco, de los que se han cosido cintas de diferentes colores. Al igual que el taraballo de Navaconcejo, esta botarga piornalega se cubría tiempos atrás con pieles de cabras. La cabeza se la encapuchaba con una careta de ojos de mochuelo terminada en un cono muy puntiagudo, de la que nacen dos cuernos arqueados que casi tocan sus puntas. Al pecho lleva un tambor fabricado de madera de roble y con parches de piel de perro. En líneas generales vemos que su función es muy concreta. El día 19 de enero, víspera de la fiesta de San Sebastián, hace una colecta por las calles del pueblo. El día 20, tras los actos religiosos, el jarramplas soporta toda una lluvia de nabos que van a estrellarse contra su cuerpo, sin inmutarse mínimamente y, por supuesto, sin dejar de tocar el tambor (12). Esta breve exposición nos permite fijarnos en tres puntos que consideramos importantes:

1. El aspecto físico del jarramplas. Se trata de un ser bucráneo, con rasgos asimilables a un animal caprino, y, por consiguiente, simbolizador de las fuerzas vivificadoras y fertilizadoras de los rebaños.

2. La cuestación. Ya hemos visto que aparece unida a un buen número de fiestas relacionadas con el lobo: Polonia, Bélgica, Brealdebana, Juhar, País Vasco, Aldeanueva del Camino...

3. Tambor. Su fabricación exige la muerte de un perro. El sonido aleja simbólicamente a quien lanza proyectiles contra el jarramplas, ya que en la práctica las únicas armas ofensivas que posee la botarga son las cachiporras. Desde esta perspectiva el enemigo del jarramplas estaría imbuído de la fuerza maléfica del lobo, lo que supondría una inversión del simbolismo respecto a distintas manifestaciones de estas características, en las que se supone que la fiera sanguinaria se identifica con la figura enmascarada (13).

V

Hemos dejado para el final otra fiesta o celebración cacereña cuyo carácter ganadero es más pronunciado, y cuyo parentesco con los viejos rituales, como las lupercalias, resulta más evidente. Se trata de las carantoñas, festejo que en la localidad de Acehúche también se celebra en honor de San Sebastián, santo que en Extremadura, por lo dicho y expuesto más arriba, asume el papel protector de todo lo relacionado con el mundo pastoril y ganadero. El aglutinante o revulsivo de las ceremonias de Acehúche es el tamborilero, que llega la víspera desde alguna población de la comarca y que es recibido en olor de multitudes.

Las carantoñas son ocho personas adultas, siempre varones, que van enteramente vestidos de piel y llevan en la mano una vara de acebuche a la que dan el nombre de cuchillo o térama. Estas figuras anónimas marchan en la procesión dando la cara al santo, al que amenazan con el cuchillo y le dirigen un enigmático grito: ¡gu!. Es el mismo grito que utilizan en todo momento para alejar a los niños que se les aproximan. Terminada la manifestación religiosa aparece la carantoñina, semejante a las carantoñas, aunque más pequeña, a la que éstas dan de comer. Cuando las carantoñas "danzan" frenéticamente comienza a sonar el tamboril y a escucharse disparos de fogueo. Las botargas, asustadas, se revuelcan por el suelo. Seguidamente hace su aparición la vaca-tora (14), estrambótica figura con cuernos, que acaba ahuyentando a las carantoñas y pone final al festejo (15).

Para los naturales de Acehúche estos rituales constituyen la dramatización de la hagiografía de San Sebastián. Dicen que tras ser asaetado el soldado romano, sus verdugos lo abandonaron en el campo. Unas fieras se disponían a atacarlo cuando se interpuso un toro y las hizo huir (16). Esta versión recuerda en parte la leyenda del obispo Ataulfo (17), que fue arrojado a un toro acusado del delito de sodomía, pero el animal lo respetó e, incluso, depositó en sus manos los cuernos; es decir, con su acción reconocía la potencia genésica del eclesiástico proyectada hacia el mundo animal. El caracter fertilizador del toro es comúnmente aceptado en toda la cultura mediterránea, que en el caso de Acehúche se observa de una manera muy clara. Pero la cuestión fertilizadora aquí se une o, mejor aún, secunda a unos rituales purificatorios.

El tamboril de piel de perro, los disparos de fogueo y el bucráneo alejan a las carantoñas, agentes maléficos para la ganadería y enemigos de San Sebastián, heredero de una deidad purificadora y protectora de los rebaños. La vaca-tora, reflejo de las cualidades y virtudes del santo, se hace única dueña de la situación. Era costumbre hasta finales del pasado siglo que las jóvenes del pueblo, las llamadas regaoras, bailaran en torno al bucráneo. Las danzas de las mujeres al lado de la figura del toro con el fin de propiciar la fertilidad son conocidas en el arte prehistórico de la Península (18), en algunas prácticas taurinas imbuídas de religiosidad que se mantuvieron en Extremadura hasta el siglo XVIII, como es el caso del toro de San Marcos (19), y en otras danzas del mismo carácter que con mayor o menor fortuna se mantuvieron vigentes y que aún hoy pueden presenciarse (Galisteo, Montehermoso...). Tras la purificación del espacio y la simbólica transmisión de la potencia genésica del bucráneo la vida puede resurgir tanto en el plano humano como en el animal. Desde esta perspectiva podemos comprender ya la aparición última en el festejo de Acehúche de dos personajes, hoy olvidados a causa de una vieja prohibición episcopal, el galán y la madama, que ejecutaban una serie de escenas eróticas supuestamente orientadas a la procreación.

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NOTAS

(1) GRANDE DEL BRIO, R.: El lobo ibérico: biología y mitología. Madrid, 1984. Págs. 250 ss.

(2) OVIDIO: Fastos, IV. 785 ss.

(3) CARO BAROJA, J.: La estación de amor. Madrid., 1987. Págs. 292-293.

(4) FRAZER: La rama dorada. México, 1979. Págs. 706-707.

(5) DOMINGUEZ MORENO, J. M. ."Rituales de fuego solsticial en Ahigal, Cáceres", Revista de Folklore, 3,1 (1983); Págs. 48 ss.

(6) GRANDE DEL BRIO, R.: op. cit., 251.

(7) V. M. D., 1979.

(8) Rómulus, XXI, 8.

(9) GRANDE DEL RIO, R.: op. Cit.,251.

(10) FRAZER, 642.

(11) ALBIÑANA: Confinado en Las Hurdes. Madrid, 1933. Pág. 336.

(12) FERNANZ CHAMON, A. L.: "El Jarramplas de Piomal y el Taraballo de Navaconcejo", en Narria, 23-24 (1975), Pág. 4955.

(13) GUADALAJARA SOLERA, S.: Lo pastoril en la cultura extremeña. Cáceres, 1984. Pág. 191.

(14) Este nombre se aplica en las tierras leonesas a la vaca encelada, apta para ser cubierta, lo que entra de lleno en el contexto de nuestro trabajo.

(15) DOMINGUEZ MORENO, J. M.: Cultos a la fertilidad en Extremadura. Mérida, 1987. Pág. 19.

(16)J. P., 1988.

(17) BLAZQUEZ, J .M.: Primitivas Religiones Ibéricas, II. Madrid, 1983. Pág. 248.

(18) JORDA CERDA, F.: "Restos de un culto al toro en el arte levantino", en Zephyrus, XXVI-XXVII (1976), 187 ss.

19) DOMINGUEZ MORENO, J. M.: "La fiesta del toro de San Marcos en el oeste peninsular", en Revista de folklore, 7,2 0987), 49 ss.



LA FIESTA DEL LOBO EN EXTREMADURA

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1991 en la Revista de Folklore número 132.

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