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Pese al desprestigio o descrédito en que -de propio intento o involuntariamente- se ha pretendido sumir a todo lo popular, tildándolo casi siempre de atrasado y por tanto de inútil, cabría hacer unas reflexiones sobre algunos aspectos que de un tiempo a esta parte vuelven a ponerse de moda o que tal vez nunca dejaron de estarlo. Nos referimos al auge que tienen últimamente determinados grupos étnicos cuya trayectoria histórica les ha llevado a constituirse como parte de una nación y por tanto a alterar las fronteras de su territorio tradicional. El problema que subsiste tras estas movilizaciones y que amenaza a Europa entera no reside solamente en el aspecto racial (que es el que normalmente se destaca) sino también y de forma importante en la defensa de los límites que constituían la demarcación de ese grupo. Preguntarnos por qué pervive en pleno siglo XX un sentimiento tan fuerte y anacrónico nos llevaría probablemente al estudio de costumbres medievales; es en esa época, en efecto, cuando algunas comunidades nómadas comienzan a fijar fronteras y se asientan en determinadas tierras; las primeras leyes dictadas tienden a proteger ese ámbito con un estatuto jurídico propio que diese ventajas a los que habitaran dentro de él. Esta circunstancia y el hecho de que las tierras que rodeaban el núcleo de población fuesen, al poco tiempo del asentamiento, las mejores gracias al esfuerzo de todos, hizo que creciese, en quienes se consideraban sus propietarios, un sentimiento muy fuerte de posesión que condujo a considerar a todos los vecinos de otros territorios como habitantes de segunda y, muy frecuentemente, como enemigos. Aquellas zonas de Europa en que el campesinado es hoy día aún mayoritario y mantiene con fuerza tradiciones muy arraigadas, es donde existen más posibilidades de que surjan estos brotes "territorialistas".