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Es curioso que la Cuaresma y la Semana Santa hayan seguido un proceso similar al del Carnaval en cuanto al cambio experimentado en la puesta en práctica de sus formas. Se han perdido abundantes motivos localistas supervivencias de antiguos rituales, que formaban parte de una especial liturgia y se han conservado sobre todo aquellos aspectos que se refieren a la iconografía o al espectáculo, temas ambos tan cercanos a la estética o a los valores más estimados hoy en día. No deja de preocuparnos, sin embargo, que algunas fiestas o costumbres vayan perdiendo casi por completo su contenido, quedando reducidas a una «puesta en escena», auspiciada incluso a veces por instituciones (ayuntamientos, gobiernos regionales, etc.) en las que sólo predomina, por lo general, el interés por quedar bien ante los ciudadanos o el celo por mantener determinados aspectos«folklóricos» que venden imagen o identifican.