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Introducción
Según M. Díaz Roig ( 1) el romancero y la lírica popular se inscriben dentro de los fenómenos folklóricos, así pues, es deseable definir, de la mejor manera posible, lo que se entiende por folklore. La palabra folklore expresa la idea básica de saber (lore), del pueblo (folk) . El lore es el saber tradicional, es decir lo que procede del pasado y se transmite de generación en generación.
Esta transmisión se hace, por lo general. oralmente.
La transmisión no es de ninguna manera automática ni estática y tiene dos aspectos fundamentales que la caracterizan: la conservación y la variación. Una y otra son inseparables, y la tensión entre ambas y su adecuado equilibrio son la esencia de lo tradicional.
Por ejemplo, gracias a la fidelidad de la memoria tradicional, se conservan textos de varios siglos; gracias a la facultad de cambio éstos textos se renuevan, mediante variaciones de distinto grado e importancia, actualizándose cuando es necesario. Ambas facultades (conservación y variación) permiten al saber tradicional perdurar en el tiempo por su doble cara vieja y nueva, semejante y distinta, familiar y sorprendente.
Ahora bien, lo heredado se modifica para adaptarlo al gusto o a las necesidades del momento, y los cambios que se ejercen sobre lo transmitido se transmiten a su vez, modificando lo recibido.
El estudio del folklore abarca un campo enorme y muy diverso por lo que se han hecho dos divisiones básicas a nivel muy general: el folklore que se refiere a los usos y costumbres y el que entra en el terreno de la literatura que comprende cantos, cuentos, proverbios y adivinanzas, es decir, lo expresado mediante palabras. En esta literatura folklórica se inscribe la llamada poesía popular, de la cual la lírica y el romancero son las manifestaciones más notables en el ámbito hispánico.
Según Menéndez Pidal (2) la palabra romance en su sentido primario significó «lengua vulgar», a diferencia del latín, acepción que perdura hasta hoy; pero además tuvo desde la Edad Media en el campo literario un sentido vago, designando composiciones varias redactadas en lengua común, no en el latín de los clérigos.
En el siglo XIII se llama romance a un poema extenso escrito en cuartetas del mester de clerecía, que no se cantaba si no que se rezaba o recitaba.
Un género literario puramente narrativo, las gestas épicas que ora se cantaban ora se leían, parece apropiarse el nombre de romance.
En el siglo XV, cuando ya los mismos temas y episodios de los cantares de gesta se repetían fragmentariamente en breves canciones épico-líricas, es indudable que a éstas se había de aplicar también el nombre de romance.
En la última parte del siglo XV la especialización del significado es ya completa: el Cancionero de Londres, formado entre 1471 y 1500, en sus epígrafes llama romance sólo a los poemas octosilábicos monorrimos.
Tan fijada estaba ya la palabra romance para designar composición monorrima asonantada en un octosílabo no y otro sí, es decir en los versos pares, que en el último tercio del siglo XVII, cuando nuestros poetas intentaron imitar esta alternancia de rimas con versos de once sílabas, asonatando uno no y otro sí, llamaron a la nueva forma poética romance heróico, romance real o romance endecasílabo.
Julio Caro Baroja en el prólogo a su obra Romances de Ciego afirma «Durante la niñez y adolescencia de las personas que andamos sobre los cincuenta años, era cosa bastante corriente ver en calles y plazas de villas y ciudades a ciegos cantando, salmodiando distintas clases de composiciones: romances sobre todo. El ciego de los romances es figura popular en España desde la Edad Media. Durante los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y también en las fechas ya aludidas, no sólo recitaba, sino que vendía en pliegos de cuatro caras o planas aquellas composiciones y otras en metro diferente o escritas en prosa llana.
Al conjunto de impresos de esta índole se les llama «pliegos.., «libros.. o «literatura de cordel». El ciego de los romances es un personaje literario, un arquetipo.
El castigo de Dios y el culto a la Virgen son como dos pilares fundamentales de la fe popular. Pero los ciegos también dedican a su público romances que exponían la doctrina, los misterios de la misa, se describía el fin del mundo o se tocaban otros puntos para excitar la devoción y la piedad (3).
Pertenece a este grupo de romances religiosos el que hemos recopilado, denominado de la Baraja.
Para cantar la baraja,
a todos pido atención.
Los dolores de María,
y de Cristo la pasión.
En el as yo considero,
yo considero en el as,
un Dios, todopoderoso
que en El no puedo haber más.
En el dos yo considero
aquella pura belleza,
que siendo el Verbo Encarnado
tuvo dos naturalezas.
En el tres yo considero,
las tres personas distintas
de la Trinidad Sagrada.
En el cuatro considero
fe, esperanza, y caridad
y también las buenas obras
que al cielo nos llevarán.
En el cinco considero,
y siempre considerando,
las cinco llagas de Cristo
de pies, manos y costado.
En el seis yo considero,
aquella infeliz mujer,
de la fruta prohibida.
Adán le dió de comer.
En el caballo contemplo,
desnudo y avergonzado.
Cuando Longines le dió
la lanzada en el costado.
En el rey yo considero,
hombre de tanto poder
que siendo Rey de cielo y tierra,
tanto quiso padecer.
Jugadores de baraja
que siempre queréis ganar,
las cartas que sos he dicho
ya sos podéis acordar .
Los que jugáis a los naipes
jugar de diversos modos.
Quien nos ha juntado aquí
nos junte en la gloria a todos.
Informante Gerardo Alegre, 84 años, nació en Villamuriel de Campos (Valladolid).
Existen varias versiones de este mismo romance como nos muestran Luis Díaz, Joaquín Díaz y José Delfín Val. Según los mencionados autores «es costumbre en el folklore de muchos países conferir un significado mágico o religioso a los números y sus representaciones. Desde la tradición druídica hasta la Kábala Judía, los guarismos han sido dotados de un carácter simbólico y metafísico. En el romancero oral, existen varias composiciones que, de una u otra manera, abordan este tema ancestral; Las doce palabras dichas y retornadas, Los sacramentos, Los mandamientos, El reloj, etc. Básicamente todas responden aun esquema similar: La enumeración consecutiva de elementos y la interpretación profunda de los mismos. En el caso de la baraja, la clave, viene dada, tanto por el factor numérico, como por la iconografía de cada carta.
La baraja a lo divino, utiliza, a modo de regla nemotécnica, números e imágenes para ir desglosando misterios de la religión cristiana al tiempo que nos invita a meditar sobre ellos. Pero desde antiguo se había intentado encontrar un escondido simbolismo en las distintas figuras de este juego.
José María Iribarren afirma que hasta que se inventó el grabado sobre madera (1423) los naipes se iluminaban a mano, lo que los hacía muy costosos, pero después de aquella fecha, los alemanes esparcieron por Europa sus naipes, y a un precio tan ínfimo, que se generalizó su uso. Entonces cada país modificó las figuras según el espíritu dominante de la época, adaptándose entre nosotros las copas (cáliz) en representación del estado eclesiástico; las espadas como distintivo de la nobleza; los oros, signo del comercio, y los bastos de la agricultura, que eran los cuatro brazos o estados que componían el pueblo español» (4).
Otras versiones de éste romance nos las ofrecen Joaquín Díaz (5) y Manuel Garrido Palacios (6).
Los rasgos más destacados de este romance son: la repetición, recurso muy usual de la poesía popular, la enumeración y la parquedad de la adjetivación.
El estilo es sobrio, sencillo, vivo, espontáneo y directo.
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NOTAS
(1) DIAZ ROIG, M.: El Romancero y la lírica popular moderna. El colegio de México. México, 1976, págs. 1-2.
(2) MENENDEZ PIDAL, R. : Romancero hispánico. Madrid. Espasa-calpe, 1953, págs. 3-6.
(3) CARO BAROJA, J. : Romances de ciego. Madrid. Taurus, 1979, págs. 7-11.
(4) DIAZ VIANA, L. : Romances tradicionales. Valladolid. Instituto Cultural Simancas, 1.º vol., 1978, págs. 255-265.
(5) DIAZ, J. : Temas del Romancero en Castilla y León. Valladolid. Ayuntamiento de Valladolid, págs. 33-34.
(6) GARRIDO PALACIOS, M.: "Etnografía en el tren", en Revista de Folklore. Valladolid. Obra Cultural de la Caja de Ahorros Popular, n.º 112, 1990, págs. 138-141.
BIBLIOGRAFIA
ALONSO CORTES, N.: Romances populares de Castilla. Valladolid. Imprenta de Eduardo Sáenz, 1906.
ALVAR, M. : Romancero viejo y tradicional. México. Porrúa, 1979. El Romancero tradicional y pervivencia. Barcelona. Planeta, 1970.
BENICHOU, P. : Creación poética en el romancero tradicional. Madrid. Gredos, 1968.
CARO BAROJA, J.: Ensayo sobre la literatura de cordel. Madrid., Revista de Occidente, 1969.
CATEDRA SEMINARIO MENENDFZ PIDAL: El Romancero hoy: Nuevas fronteras. Madrid. Gredos, 1979.
CATALAN, D.: Por campos del romancero. Madrid. Gredos, 1970. Siete siglos de Romancero. (Historia y Poesía). Madrid. Gredos, 1969.
GARCIA DE ENTERRIA, M.ª C. : El Romancero viejo. Madrid. Castalia, 1987.
MENENDEZ PIDAL, R. : Estudios sobre el Romancero. Madrid. Espasa-Calpe, 1970.