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Existe un evidente divorcio entre la mentalidad de quienes tienen a su cargo la programación de cadenas de televisión y radio y los gustos de la sociedad en general; aquéllos parecen rechazar cualquier propuesta de programa que tenga que ver con la tradición por considerarlo reflejo de un mundo anticuado y poco «vendible». Mientras esto sucede, es cada vez mayor la demanda social por cualquier información que se refiera a fiestas, costumbres o cultura oral; es decir, por todo aquello que suponga un conocimiento o reconocimiento del propio patrimonio. Ante esta disparidad de criterios cabría preguntarse qué postura adoptan los responsables de esos medios de comunicación, sobre todo los públicos. Ya no cabe hablar falazmente de que estos temas no interesan, pues conciertos, reuniones y convocatorias multitudinarias testimonian lo contrario. Hay más bien un prejuicio hacia determinadas formas musicales o coreográficas de presentación que se alzaron como prototipo del género en tiempos pasados y que, sin embargo, no son representativas ni constituyen más que una pequeña parte del extensísimo fondo documental que la tradición abraza y que, como hemos repetido muchas veces, todos los jóvenes tienen el derecho a conocer.