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El sentido práctico de los ganaderos extremeños les ha llevado a no confiar únicamente en el auxilio divino para defenderse del lobo y de las demás alimañas. El hombre consideró al bichu como un enemigo que debía ser aniquilado a toda costa, sin importar los medios. Sin embargo, hasta que no llegó la proliferación de las armas de fuego, el abuso de los venenos y la degradación del ecosistema; es decir, hasta tiempos muy cercanos a nosotros, esta lucha entre el hombre y la fiera no se ha decantado de forma clara a favor del primero. También es cierto que el conflicto secular movió a la inevitable creación de una serie de mecanismos de ataque y de defensa capaces de contrarrestar la eficacia del lobo.
Compañero inseparable del hombre pastor y ganadero ha sido el perro. Extremadura es tierra de excelentes perros mastines, producto de una selección que sólo ha sido posible gracias al trasvase del ganado trashumante por la región Actualmente muchos ganaderos de fuera de la comunidad se hallan atraídos por las cualidades de estos perros, hasta el punto de que la venta de cachorros se ha convertido en un pingüe beneficio en algunas áreas, como ocurre en la comarca de Trujillo y en los pueblos de las estribaciones de la Sierra de San Pedro. Parrafadas como las que cito, por mí escuchadas en la localidad zamorana de San Ciprián de Sanabria en el año 1982, pueden oirse en bastantes puntos de la geografía peninsular:
«Los perros los compré en Cáceres, allá en Valencia de Alcántara. Los compré cachorros los tres. Buenos, buenos perros son estos: más olfato y más oído, más fino el oído. Están más hechos y que se crían más valientes en cuanto barruntan el lobo. »
La valentía del perro, sin duda alguna, es la cualidad más estimada por el pastor. Aunque la misma venga condicionada por razones genéticas o hereditarias, el hombre puede aumentar su valor y su bravura recurriendo al aprendizaje y a otros métodos menos conocidos y ortodoxos. En Las Hurdes hacen pelear al mastín con sus congéneres para que sepan cómo proceder en su lucha contra el lobo (1). Estas riñas entre perros son comunes en los pueblos de Sierra Morena, si bien a los contendientes les envuelven al pescuezo la tira de una piel de lobo, siempre que ésta sea un poco ancha, «pa que vayan jaciéndose a la pelea» (2). Por Berlanga y otras localidades del oeste de Badajoz aumentan la fiereza de los perros careas «con echarle la comía dentro de un pellejo de lobo, que se tenía que desollar al zurrón pa no romper la piel.... La piel se cosía pa que no se saliera la comía, de manera que el perro se enfrascaba y tenía que escabecharla si quería comer. Cuando venía el lobo, pos se pensaba que la comía suya la traía el lobo dentro y jarreaba pa él» (3). El polifacético Publio Hurtado recogió a principios de siglo un procedimiento muy generalizado en Extremadura, para aumentar la fiereza del perro, que hoy no deja de resultar sorprendente:
«(...) hace muy poco tiempo oí afirmar a unos pastores que para que un mastín sea audaz y fiero es preciso cortale las orejas cuando pequeño, y hacérselas comer, de donde proviene el que todos estén desorejados» (4).
También se cree en Extremadura que determinados alimentos aumentan considerablemente la agresividad de los perros. Me contaba Hilario Roncero, que trabajó de guarda más de veinte años en la zona de la Sierra de las Corchuelas, cómo a los mastines, cuando ello era posible, le daban guisadas vísceras de lobos, puesto que los pastores consideraban que así conseguían el mayor grado de fiereza. En Hornachos hateaban a los cachorros, después de mantenerlos en ayunas durante veinticuatro horas, un brebaje hecho a base de pan, leche y aguardiente. Las criadillas de jabalí se guardaban en Burguillos del Cerro expresamente para los mastines, y en Tornavacas se les suministraban testículos de lobos y de zorros. Mediante tales condumios trataban de que los perros quedaran fortalecidos y no desfallecieran en la lucha contra el lobo. Con idéntico fin también se recurría a procedimientos mágicos: en Aliseda, a los perros que por primera vez salían acompañando al ganado se le hacían tres cruces en el cuello con el dedo pulgar untado en aceite de la lámpara del Santísimo, tardándose en la operación el tiempo que se tarda en recitar un Padrenuestro; en Membrío se les ata a la carlanca un colmillo de jabalí previamente bendecido por algún sacerdote; y en Cerezo se les obliga a pasar por debajo de las andas de San Roque, que en este pueblo está representado inconográficamente acompañado de un perro.
La importancia del perro como animal capaz de contrarrestar la acción del lobo ha sido ponderada a lo largo de la historia extremeña. El obligado número de muertes o lesiones de perros a causa de la defensa de los rebaños exigió que, ya en la Edad Media, los fueros y las ordenanzas recogieran disposiciones que velaran por la especie. La mayor parte de estas leyes se fundamentan en las dictadas en los territorios francos en la Alta Edad Media. Así, entre los Burgundios, al que robaba un perro se le condenaba a abrazarle en público el trasero o, en su caso, a pagarle cinco sueldos a su propietario y otros dos de multa. Los Francos, por su parte, ascendían la multa a quince sueldos, al tiempo que metían sanciones por robos de halcones cazadores (5). Siguiendo esta misma línea, el Fuero de Caria, concedido por Alfonso VII a mediados del siglo XII, enumera las sanciones que han de imponerse a los causantes de la muerte o de las lesiones de perros:
«Qui matare galgo, o caravo, o can rastrero, por galgo peche dos maravedis a su duenno, e por caravo un maravedi a su duenno; e por rastrero un maravedi a su duenno; e por podenco o alano dos maravedis a su duenno, si a tuerto los matare. E si a galgo quebrantase pierna, al tanto como si lo matare, si non, jure con un vezino, e si non, peche.»
En términos semejantes se expresa el Fuero de Cáceres, concedido un siglo más tarde por el monarca Alfonso VIII:
«Qui matare galgo, o caravo, o can rostro, por el galgo pecte II morabetis domino suo.»
Documentos posteriores inciden sobre el mismo particular y promulgan la obligatoriedad de disponer de perros aquellas personas que se dedican al cuidado de las reses. Sirvan como ejemplo las normativas que se recogen en las Ordenanzas de Villalva, que en el año 1549 promulgara el Conde de Feria para este concejo de la provincia de Badajoz:
«Item quelos boyeros o sus hijos o criados de dieziocho Años ariba duerma continuamente con la boyada y la noche q durmiere o no dexase psona de cecado co ela paguen cien maravedis de pena y si aquella noche se perdiera alguna res o la mataren los lobos o mordiesen sea obligado el boyero o vaquero apagar la Res o pdida y el daño de la q mordieron lobos.
Item quel boyero y vaquero tengan continuamente dos perros mastines de sobre Año y si no los tuviere y lobos mordiere o matare Alguna res que pague la Res muerta o el daño de la mordedura» (6).
En el título XVI de las referidas Ordenanzas de Villalva, mediante una serie de incentivos económicos, se anima a los pobladores del contorno a luchar contra la plaga de alimañas que tan serios perjuicios causan a la economía ganadera:
«Item que al que matare lobo le de el mayordomo cien maravedis y si tomare camada ciento cincuenta maravedis y el que matare Zorro le den medio Real y el mayordomo sea obligado a señalar luego que se les traygan» (7).
Previamente, las ordenanzas de Plasencia se expresaban en idénticos términos. Premiaban de acuerdo con los ejemplares de lobos muertos, así como las capturas de águilas y de sus polluelos. Para evitar la picaresca o trampa, las piezas capturadas se presentaban al regimiento o a los escribanos del Concejo para que les cortaran las orejas a los lobos y los picos a las águilas (8). Esta fue práctica común en Extremadura, con persistencia en siglos posteriores, aunque no siempre se recibieron recompensas por sus capturas. Tal ocurría con los impuestos de lobos, como los que el habitante del concejo de Pinofranqueado había de pagar al Duque de Alba y, con posterioridad, a la villa de Granadilla, hasta ser eximidos de esta carga por el Consejo de Hacienda en el año 1705. Por una orden del primero de octubre del referido año se les libera de pagar
«(...) por el servicio ordinario y extraordinario, pechos y pedidos, perdices, cueros, yantar...pecho de lobos y todo lo demás que se liquidare y justificare» (9).
II
A partir del siglo XVI contabilizamos documentalmente las bonificaciones por capturas y muertes de lobos, tanto en nuestra región como en las comarcas. limítrofes. En el año 1578, en los aledaños de Sierra Morena, en orden a la pragmática de Su Majestad sobre la asignación de un salario a las personas que matasen lobos, se estipula el pago de 22 reales por cada cabeza o camada que se presentara muerta. La misma política aniquiladora continúa en el siglo siguiente, si bien la cuantía a recibir por los cazadores aumenta considerablemente. En el área indicada se llegará a cobrar los dos ducados por lobo que se mate (10). Tal ocurría en el año 1610. Sin embargo, va a ser en el siglo XVIII cuando este tipo de capturas asalariadas tomen auténtica carta de naturaleza. Como ejemplo digno de reseñar, citemos el caso de Mérida. En 1708 el concejo de la ciudad pagaba once reales por cada lobo muerto (11). En la misma centuria, concretamente en los años 1772 y 1788, se emiten dos reales cédulas. En la última de ellas se regula para todo el reino la valoración atribuida a las alimañas cobradas: cuatro ducados se paga por cada lobo; ocho ducados, por la hembra; doce ducados, en el caso de que se cogiera camada; dos ducados, por cada lobezno; diez reales, por el zorro y por la zorra, y cuatro reales, por cada miembro de su cría. Este dinero, según se estipula, habrá de ser abonado por las correspondientes Justicias, a las que previamente les entregarán la piel, la cabeza y las manos del animal muerto (12). La misma remuneración por alimaña capturada en el término de Torre de Miguel Sexmeros se consigna tres años más tarde (13). Todas estas bonificaciones irán en aumento hasta su total desaparición en la década de 1960. Todavía en 1957 los cazadores extremeños enviaban a sus respectivos gobiernos civiles las orejas de los lobos capturados. En tal fecha, según datos proporcionados por uno de estos alimañeros, recibían un «premio» de quinientas pesetas por el macho y una cantidad ligeramente superior por la loba (14).
Todas estas recompensas. a las que hay que unir el dinero que se recaudaba paseando a las piezas capturadas por los pueblos de la región, hizo del alimañero una auténtica profesión de personas sin recursos. La proliferación del oficio y la no siempre legal actuación de los alimañeros hizo necesaria la correspondiente regulación por parte del rey Carlos III, como seguidamente veremos. Un buen alimañero necesita una serie de cualidades: temple, valor, constitución atlética, conocimiento del terreno y, lo que es más importante, una “sapiencia” sobre el comportamiento de la fiera. El más famoso cazador extremeño de lobos fue Juan Bravo, un hurdano que hasta los primeros años de este siglo vivía en la alquería de Las Mestas, rayana con Las Batuecas (Salamanca). Era hijo de un excelente lobero y había aprendido de su padre, con quien cazaba desde pequeño, el lenguaje de los lobos, a los que imitaba con absoluta perfección. Las más importantes capturas las realizaban entre los meses de marzo y abril; es decir, en la época en la que afloran las camadas. Padre e hijo trabajaban al unísono. Aquél llamaba a la loba, y cuando ésta salía del cubil, Juan metía a los lobeznos en un saco y ambos huían, Cuando regresaba la loba y no encontraba a su cría, guiada por el olfato iba tras los cazadores fugitivos, que habían de defenderse haciendo una hoguera. Si la situación era crítica, la defensa se llevaba a cabo de una manera casi mecánica:
«(...) amparando la espalda en una peña, se enrollaba el capotillo al brazo izquierdo, armada la diestra con un cuchillo, y...aguardaba la acometida, presentando el capotillo y apuñalando a la loba.»
Con los lobeznos enjaulados, Juan Bravo se recorría la comarca solicitando alguna dádiva, especialmente de los pastores, como premio por la destrucción de la fiera». La media de su recaudación estaba en torno a los cuarenta reales, lo que ya constituía una fortuna en Las Hurdes de principio de siglo. Juan Bravo había aniquilado a lo largo de su existencia más de 218 lobos (15).
El citado procedimiento de defensa ante el lobo fue común en los hombres hurdanos, todos ellos alimañeros ocasionales. Antonio Calama recorre Las Hurdes en 1982 y nos relata en un artículo sobre sus impresiones viajeras un acontecimiento singular. Le acompañaba en su andadura un vecino de Las Mestas. Habían atravesado de noche el valle de Las Batuecas, y cuando se disponían a dar vista a la mencionada alquería, les sorprendieron unos fuertes aullidos de lobos que se movían en las proximidades. El guía hurdano exclamó:
-Abajaisus, siñol, que es el bichu jambrientu.
-¿Qué bichu? -preguntamos sobresaltados.
-El lobu, el lobu -respondió Luterio, al tiempo que se rodeaba al antebrazo izquierdo su manta y empuñaba con la mano derecha un tosco cuchillo» (16).
Dos expertos alimañeros, que ejercieron su oficio en la vertiente sur de la Sierra de Gata, en torno al valle del Arrago, fueron Víctor Morales y el tío Grillo. El primero de ellos se hacía llamar el «tío lobero de la Malena», nombre que tomaba del enclave en el que con más asiduidad practicaba el arte cinegético; es decir, el arroyo cacereño que discurre por tierras de Descargamaría. Las andanzas de Víctor Morales no cesaron hasta el año 1958. Según él mismo declarase, efectuaba sus capturas en la época de la cría, utilizando como única arma su inseparable bastón. Estos alimañeros imitaban los aullidos para, por medio de este mecanismo, conseguir la respuesta de la loba, lo que inevitablemente suponía el descubrimiento de la camada. Nunca los adultos les atacaron cuando les arrebataban los lobeznos. Una importante parte de su economía doméstica estaba ligada a la existencia del lobo y, en consecuencia, resulta lógico que estos «profesionales» loberos nunca pretendieran la total aniquilación de la especie. Por tal motivo, cuando localizaban una camada, siempre dejaban algún que otro lobezno «para que no se quedara el monte sin lobos y nosotros sin oficio» (17).
Con los lobeznos vivos y con los lobos adultos muertos, estos alimañeros recorrían la comarca y. en ocasiones. se trasladaban hasta más de cincuenta kilómetros mostrando sus víctimas en cada población y haciendo la cuestación correspondiente en ayuntamientos y casas particulares; sobre todo, las habitadas por pastores. por librar a los ganaderos de tan temido enemigo. Aún recuerdo haber visto ejemplares de lobos colgados en el balcón del ayuntamiento de Ahigal y al alimañero a su lado, con la boina en la mano, recogiendo en ella las dádivas de los agradecidos habitantes. En muchos municipios, hasta los años sesenta, se contabilizan en la partida de los gastos los pagos o gratificaciones a alimañeros por sus capturas. A veces se daba la circunstancia de que los alimañeros paseaban la piel de lobo rellena de paja, consiguiendo pingües beneficios. Sin embargo, este tipo de exposición movió a la picaresca a más de uno, como sucediera con el hurdano Antoñón en el primer tercio del siglo. Este alimañero guardaba un pellejo de lobo. que solían lustrar con tocino, y con él, cada poco tiempo, como si de una nueva captura se tratase, recorría los pueblos de la Tierra de Granadilla haciendo cuestación. Ante la reiterada presencia de Antoñón, los comentarios se centraban en que semejante lobo había dañado los bolsillos más de muerto que de vivo (18).
III
Además de los alimañeros profesionales, que especialmente desde finales del siglo XVIII proliferaron por toda Extremadura, sin duda animados por el aumento de dinero que recibían por las piezas cobradas y cuya actuación no era suficiente para erradicar los lobos, las autoridades (Justicia, Corregidores, Alcaldes...) promovieron causa común en la lucha, implicando en ella a toda la población. Si nos ceñimos a los tres últimos siglos, veremos que las batidas son generales en las provincias de Cáceres y de Badajoz, si bien destacan por su mayor envergadura y continuidad las que se efectúan en las zonas de Sierra Morena, Sierra de San Pedro, comarca de Las Villuercas y en el triángulo formado por los vértices de Zafra, Badajoz y Mérida. Los archivos municipales son muy elocuentes en este sentido. Como botón de muestra, sírvannos algunos datos relativos a la capital de Extremadura. En el año 1708 se efectúa un repartimiento para combatir a los lobos, habiendo de pagar el dueño de cada majada ocho reales de vellón (19). En 1723 se aprueba una batida, señalándose para la misma tanto la fecha como el lugar al que han de acudir los vecinos de la ciudad y de las aldeas dependientes de ella (20). Las distintas ordenanzas tratan de regular la organización de las bestias y su periodicidad, aunque se observa una absoluta falta de coordinación entre las localidades de una misma comarca. Estos problemas tratará de solucionarlos Carlos III mediante dos reales cédulas ya referidas. En la dictada con fecha del 27 de enero de 1788 expone toda la normativa que, con carácter general, regirá a partir de la emisión:
-Todas las poblaciones que tengan en sus términos abrigos de lobos están obligadas a realizar una batida en el mes de enero y otra en el período comprendido entre mediados de septiembre y finales de octubre.
-Tales monterías coincidirán en todas las poblaciones del Partido, tanto en el día como en la hora.
-Las municiones empleadas serán gratuitas, y a los participantes se les dará una comida a base de pan, queso y vino.
-El coste de las batidas se ha de prorratear a proporción de las cabezas de ganado estante Y el trashumante que pasta en el término en que ésta se realiza.
-Las autoridades se quedarán con la piel, cabeza y manos de los lobos y zorros muertos en las batidas «para evitar el fraude que se podía hacer por los que con el nombre de loberos andan vagando y pidiendo limosna por los lugares».
-La Justicia de la cabeza de Partido venderá las pieles, y su importe se empleará en el abono de los gastos de la batida.
-Se continuará la práctica de echar cebos y formar callejos en el tiempo en que los lobos transiten por los :parajes determinados.
Tales normas son cumplidas en Extremadura inmediatamente. Documentos como el que sigue, alusivo a Torre de Miguel Sexmeros y con referencia a 1791, son comunes a gran parte de la región a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX:
«A consequencía de las órdenes comunicadas se hacen baterías de Lovos para extinguilos anualmente. En el año prósímo pasado, además de la que se hizo con orden del Corregimiento, se hizieron otras dos por los daños que Causaron en los ganados, y se mataron dos Lovas y un Lovo en los Baldios confinantes de la Ciudad de Badajoz» (21).
En varios libros de actas del ayuntamiento de Ahigal correspondientes a la década de 1920 se constatan partidas de gastos de manutención de quienes participan en las batidas. Los alimentos se reducen a pan, bacalao, queso, escabeche, vino y aguardiente. En esa fecha las monterías siguen siendo dos al año, y en ellas han de intervenir obligatoriamente un miembro de cada familia que sea poseedora de más de quince cabezas de ganado. Los demás hombres del pueblo pueden inscribirse voluntariamente con tal de haber cumplido el servicio militar. No existe ninguna gratificación o pago a los participantes, aunque se benefician del dinero recaudado por la venta de las pieles de los animales muertos.
El desarrollo de una batida requiere de un organigrama perfectamente definido. Cada uno de los que conforman el grupo ha de desarrollar un trabajo específico para el buen éxito de la empresa. Dependiendo de la función, los componentes del grupo de cazadores alimañeros reciben determinados nombres. En la comarca de la Tierra de Granadilla éstas son las denominaciones y los cometidos:
-Mayoral: Es el encargado de la coordinación, preparación de todo lo relacionado con la batida (convocatoria, señalización de la fecha, gestión de permisos...) y distribución de quienes asisten a la misma. Este trabajo corresponde desempeñarlo al alcalde, aunque normalmente delega todo lo no burocrático en algún cazador avezado.
-Capataces: Su número depende de los distintos grupúsculos que se forman, ocupándose de la dirección de los mismos.
-Careas: Forman el grueso de la batida, y la misión que tienen encomendada es la de mover las piezas de caza hacia los puntos en que se encuentran apostados los alimañeros. Se acompañan de perros, y el único armamento que portan es el bastón.
-Punteros: Son los cazadores propiamente dichos. Sus puestos se sitúan en lugares estratégicos; es decir. en los pasos obligados de los lobos que huyen de los careas.
-Manilleros: Están al cuidado de las mulas que portan la comida y los serones en los que luego serán transportados los animales muertos.
Este tipo de cacería de lobos suele iniciarse con las primeras luces del día. no sin antes proceder al correspondiente ritual de tipo cristiano, cosa lógica, por otro lado, si tenemos en cuenta que los campesinos extremeños consideran al lobo como un animal diabólico contra el que, además de emplear toda la astucia humana. se requiere del auxilio divino. Una misa suele ser el acto preliminar de cualquier cacería, asistiendo a ella todos los participantes sin excepción, congregados mediante tañidos de campanas, denominados toques de batida. Tenemos constancia de numerosas localidades de Extremadura y de las iglesias y ermitas donde estas misas votivas se llevaban a cabo. y cuyo desglose por provincias queda de la siguiente manera:
-Badajoz: Alburquerque (ermita de Santa Ana). Barcarrota (ermita de San Antonio). Cabeza de Buey (iglesia de la Divina Pastora). Esparragosa de Lares (ermita de San Sebastián). Feria (ermita de los Santos Mártires). Fregenal de la Sierra (ermita de los Santos Mártires). Helechosa de los Montes (ermita de San Sebastián). Hornachos (ermita de San Roque). Lobón (ermita de Santa Brígida). Magacela (ermita de San Antonio). Mérida (ermita de Santa Eulalia). Peñalsordo (iglesia de Santa Brígida). Puebla de Alcocer (ermita de San Antón). Santa Marta de los Berros (ermita de los Santos Mártires) Talarrubias (ermita de San Roque) y Zarza-Capilla (ermita de Santa Marina).
-Cáceres: Ahigal (ermita del Cristo de los Remedios), Alcántara (ermita de la Virgen de los Hitos), Arroyo de la Luz (ermita de San Marcos), Brozas (ermita de San Antón), Cabezabellosa (ermita de San Antonio), Cáceres (ermita de la Virgen de la Montaña), Calzadilla (ermita del Santo Cristo), Casatejada (ermita de San Gregorio). Casar de Palomero (ermita de la Santa Cruz). Ceclavín (ermita de San Antón), Coria (ermita de los Santos Mártires), Descargamaría (ermita del Santo Cordero), Granadilla (ermita de San Marcos), Guadalupe (monasterio), Guijo de Granadilla (ermita de Nuestra Señora de Hojaranzos), Montehermoso (ermita de San Antonio), Portaje (ermita de Nuestra Señora del Casar), Serradilla (ermita de San Antonio), Torrejoncillo (ermita de San Antonio), Torrequemada (ermita de Nuestra Señora del Salor), Valverde del Fresno (ermita de San Antonio) y Villar de Plasencia (ermita de San Antonio) (22).
Como puede apreciarse, destacan en la lista anterior los santos conocidos por su carácter purificador, así como aquellos otros estrechamente relacionados con el mundo de la ganadería.
Vamos a detenernos brevemente en algunas localidades para ver algún aspecto concreto de estas rogativas o actos religiosos orientados contra el lobo. En Guijo de Granadilla y en Ahigal, poblaciones vecinas, una vez finalizada la misa votiva, quienes iban a participar en la batida rezaban un Paternostri por los difuntos, y el hombre mayor en edad de todos los que asistían recitaba un conjuro que todos escuchaban con la cabeza descubierta:
Lobo lleno,
piel de paja,
lo que comiste en Adviento
no será tuyo en la Pascua.
Lobo lleno y relleno,
piel de paja.
En la ermita de la Virgen del Casar, en Portaje, se celebraba una misa cada lunes de cuaresma, a la que asistían cazadores de todo el contorno, y acto seguido iniciaban la batida para matar al «maligno» (= lobo = diablo) y así evitar que «comiera carne en la Pascua». La asimilación del lobo al diablo es aceptada comúnmente en Extremadura, ya que se ha creído que bajo la piel lobuna se esconde el mismo demonio. La rogativa se complica en Torrejoncillo. San Antonio es objeto de un novenario en su ermita con anterioridad a la batida. El día señalado para ésta, el cura bendice las armas de fuego y rocía con agua bendita a los perros que van a tomar parte en la caza de los lobos (23).
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NOTAS:
(1) V. CHAMORRO: Las Hurdes, tierra sin tierra. Barcelona, 1972, pág. 221.
(2) Información de Fernando García. Sevilla, 1981.
(3) Información de Pedro Barragán. Berlanga, 1967.
(4) P. HURTADO: "Supersticiones extremeñas", en Revista de Extremadura, IV (1902), pág. 451.
(5) M. ROUCHE: "Alta Edad Media Occidental", en Historia de la Vida Privada, I, dirigida por Paúl Vayne. Madrid, 1988, págs. 474-475.
(6) I. PEREZ GONZALEZ: "Ordenanzas de Villalva", en Revista de Estudios Extremeños, XXXV, 2 (1979), pág. 254.
(7) Ibid., 260.
(8) E. c. SANTOS CANALEJO: El siglo XV en Plasencia y su tierra. Cáceres, 1981, pág. 144.
(9) V. BARRANTES: "Las Jurdes y sus leyendas", en Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, 1981, pág. 300.
(10) M. AMEZCUA: "El lobo en la Cultura popular giennense", en Revista de Folklore, IV, 2 (Valladolid, 1990), págs. 39 ss.
(11) J. ALVAREZ SAENZ DE BURUAGA: "Historia de Mérida (siglo XVIII)", en Revista de Estudios Extremeños, XXXVII, 1 (1981), pág. 89.
(12) GRANDE DEL BRIO: El lobo ibérico: biología y mitología. Madrid, 1984, pág. 243.
(13) Visita de la Torre de Miguel Sexmeros, 1791. Arch. Histórico Provincial de Cáceres. Secc. Real Audiencia, leg. 642, Cp. 53.
(14) Agustín Ruano. Ahigal, 1987.
(15) R. BLANCO BELMONTE: Por la España desconocida. Madrid, 1910, págs. 30-31.
(16) A. CALAMA SANZ: “Impresiones hurdanas”, en la Gaceta Regional, 17-6-1922.
(17) R. GRANDE DEL BRIO: Op. cit., pág. 179.
(18) V. GUTIERREZ MACIAS: Relatos de la Tierra Parda. Salamanca, 1983, págs. 30 ss.
(19) J. ALVAREZ SAENZ DE BURUAGA: Op. cit., pág. cit.
(20) Libro de acuerdos, años 1719-1724. Archivo Histórico Municipal de Mérida
(21) Visita de la Torre...Cit. por Varios: Gobernar en Extremadura. Cáceres, 1986, págs. 288-289.
(22) Datos recopilados mediante encuestas
(23) Información de Antonio Gil. Torrejoncillo, 1977.