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Revista de Folklore número

119



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LA SAETA DE CALANDA

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1990 en la Revista de Folklore número 119 - sumario >



Voy a Calanda, en Teruel, y veo a Tomás, que hace tambores con pieles de oveja, usando las de crías para el chico, y las de adultos, para el bombo, que necesita más resistencia. Le digo que me cuente cosas de la Semana Santa y del papel del tambor en ella: «...hay que venir y vivirla, no se puede decir lo que es. Lo del tambor es una tradición que dicen que arranca por el año 850. Unos creen que se aplicaba a actos guerreros; otros, que quiere simular cuando Jesucristo murió, el temblor de la tierra, y cada uno lo acopla a su forma, pero de fijo no se sabe. Y hoy acude todo el mundo por Semana Santa a ver tocar los tambores, que están entre los mil quinientos y los dos mil» Hay más artesanos del tambor en Calanda, o tamborileros, como los llaman: « ...debido al auge que iba tomado esto, que se ha convertido en un medio de vida temporal, pues la gente que viene de visita se suele llevar uno de recuerdo, aparte de que en las casas no puede faltar un tambor. Aunque no se tenga noticia cierta sobre el origen, el hecho de que la costumbre haya pasado de generación en generación ya nos vale. Está ahí.» Andrés, que está al lado, dice: «Mi padre hacía tambores y me hizo el mío cuando yo tenía tres años, con una chapa ,de latón o lo que fuese.» Andrés canta saetas: «Yo había sentido hablar de las de Sevilla y aquí les dieron este nombre a las que cantamos, explicando un poco lo que ocurrió con Jesucristo, que si lo azotaban, que si lo llevaban a rastras.» En Calanda se le llaman:

SAETAS DE LA PASION

Bañado está en las prisiones
con lágrimas que derrama,
aquel Señor Soberano,
digno de eterna alabanza.
Con dolores y suspiros,
así dice estas palabras:
Cristiano, cuánto me cuestas,
hombre que tan mal me pagas.
Alma, ¿qué quieres de mi,
mira, pues, que vas errada,
vedme que estoy escupido,
de esas bocas tan malvadas.
Vedme que estoy azotado
de esas manos tan ingratas,
aquí estoy como un esclavo
y aqueste balcón me sacan
por ver si la gente hebrea
se adolece de mis llagas,
antes dicen: ¡Muera, muera!
¡Crucifícalo! ¿Qué aguardas?
A Barrabás le pedimos
que lo suelten sin tardanza.
Entonces el Presidente,
que era el que más escuchaba,
mandó que allí le pusieran
un paje que esté de guardia,
y para lavarse las manos,
una vasija de agua,
entendiendo que con esto
su conciencia descargaba
de aquella inicua sentencia
que por miedo pronunciaba.
Sentado se halla en su solio,
pronuncia sentencia clara:
¡Muera Jesús Nazareno,
que todo el mundo lo manda,
pues Hijo de Dios se hace
con enredos y marañas,
siendo un revolvedor
de las naciones paganas!
Como dice el pregón,
cuando por la calle vaya,
ya está todo concluido,
prevénganse las escuadras,
alístense los soldados,
todos con espada y lanza,
pónganse de punto en blanco
y ¡alerta!, no se nos vaya.
Salió aquel Jesús Divino
con la soga en la garganta,
con los ojos hechos fuentes
la túnica ensangrentada.
El cabello ensangrentado
de aquella luz soberana,
descalzo de pies y piernas,
dos ladrones lo acompañan.
Delante va el pregonero,
que anuncia en calles y plazas,
la muerte del buen Jesús,
en afrentoso Madero.
Publicada la sentencia
que ya quedó relatada,
salió con la Cruz a cuestas
el Redentor de las almas.
Y porque llegase vivo
a la cima del Calvario,
a Cirineo encargaron
de descansarle algún rato.
Dio con la Cruz en el suelo
tanto, que su boca sacra
besó la dichosa Tierra
y a puntapiés lo levantan.
Siguiendo el rastro de sangre
que de su cuerpo brotaba,
va la afligida María
siguiéndole las pisadas.
Pasó entre las tropas
aquella paloma blanca,
aquella hermosa azucena,
aquella aurora tan clara.
Encontróse con su hijo,
de dolor va traspasada,
con el corazón le dice,
fijando en él la mirada:
Cielo, ¿ya no me conoces?,
Hijo, ¿por qué no me hablas?
fija en mí tu triste mirada,
tu madre soy, Jesús mío,
tu madre desamparada
y afligida más que nadie,
rotas las fibras del alma.
Por la calle de Amargura,
marcha triste y desolada,
siguiendo a su amado hijo
sin que nadie la estorbara,
que era previsión de Dios
que todos la veneraran.
Al pasar por la ciudad
de la puerta Judiciaria,
se le pusieron delante
dos hermosas ciudadanas:
¡Hijas de Jerusalén!,
dice el Señor de las almas,
no lloréis por mí, les dijo,
sino llorad por vuestra alma.
Los pecados de los hombres
que de esta suerte me tratan,
ésos habéis de llorar,
mujeres desconsoladas.
Llegaron por fin al monte
donde el Señor de los Cielos
habrá de acabar su vida
en afrentoso madero.
Unos le quitan la Cruz,
otros el hoyo le cavan,
las túnicas le quitaron
a aquel cordero sin mancha,
y de la fuerza que hicieron
sus heridas renovaban,
aumentando sus dolores,
pues que ya estaban cerradas,
del rigor de aquellos fríos,
de aquellas noches pasadas.
Mientras barrenan la Cruz
sufrió el Señor las infamias
de los pérfidos sayones,
que no puedo enumerarlas,
ni a relatarlas me atrevo;
tú, aya, puedes contemplarlas.
Le dicen: Tiéndete bien,
que esto ha de ser tu cama,
esto es lo que has merecido
con tus enredos y tramas.
Aquí se verá quién eres,
mira si de aquí te escapas.
La Santa Cruz levantaron
con gran grito y algaraza,
y Jesús, clavado en ella,
con gran mofa y escarnio,
sobre la Cruz le pusieron
un título, por qué causa,
con tres lenguas escritas,
griega, latina y hebrea,
para que fuese notorio,
de las naciones extrañas.
Al pie de la Santa Cruz
está vuestra Reina amada,
al otro lado San Juan
con las otras dos hermanas,
que es María Magdalena
de lágrimas anegada.
Rogó por sus enemigos,
que fue la primer palabra
que el Señor habló en la Cruz,
para que aprendas, cristiano,
por más injurias que te hagan,
a rogar por tus hermanos;
Cristo a su madre encomienda
al discípulo que ama,
y también al buen ladrón
que a mano derecha estaba,
le dijo de él se acordara
cuando ella a su reino vaya.
El Señor se lo concede
y le empeña la palabra
de llevarlo al paraíso
dentro del día que estaba.
Tengo sed, dijo a los hombres,
de que se laven las almas.
Trajeron luego una esponja
puesta encima de una caña,
llena de hiel y vinagre
a sus labios la aplicaban.
Volvióse hacia su madre
con gran paciencia y constancia,
con su grande desamparo
expiró entre tantas almas,
y por ver si está difunto,
un soldado de la guardia
se acercó con su caballo
y le dio una gran lanzada.
Dejó su costado abierto
y de él salió sangre y agua;
y Cristo estaba en la Cruz,
y a las tres horas pasadas
trataron de sepultarle
porque la noche llegaba,
y Josef y Nicodemus
a Pilatos suplicaban
para bajar de la Cruz
al Redentor de las almas
Hacia el sepulcro caminan
que estaba a corta distancia,
y en un sepulcro nuevo,
de piedra, muy digno y blanco
laboreado por Josef.
Cuando a Dios se lo llevaron,
cerraron con una losa
que le sirviese de guardia.
Así fue la mayor pena
de su Madre Soberana,
que acabada el Santo Entierro
con San Juan se fue a su casa.

Toda la historia me la cuenta Andrés en un campo de olivos, con sus lagunas de olvido, sus tropiezos de palabras, sus trasvases de rimas, pero tal y como ha llegado a su memoria desde otras memorias por tradición. Cuando termina, no cerramos con más explicaciones, sino que guardamos un largo silencio, como si acabáramos de enterarnos de cuanto antes se ha dicho.



LA SAETA DE CALANDA

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1990 en la Revista de Folklore número 119.

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