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Se conmemora este año el centenario del nacimiento en Buenos Aires de Antonia Mercé «la Argentina», los actos organizados con tal motivo han dado ocasión a más de uno para «descubrir» el arte universal de la considerada mejor bailarina de todos los tiempos. Antonia tuvo a España ya algunos de sus bailes como leit motiv coreográfico, pero su verdadera aportación fue el sentido personal y único que imprimió a su arte; éste sólo puede explicarse como producto de unas determinadas circunstancias y como resultado de la feliz combinación de una educación selectiva, de unas facultades portentosas y de una dedicación apasionada. Que su figura haya entrado en el mundo de la mitología (cosa no siempre deseable) no es extraño teniendo en cuenta el injusto trato que recibió su memoria tras la guerra civil de 1936 a 1939 y que, como en tantos otros casos, impidió a las nuevas generaciones conocer su historia real y valorar la importancia de su obra; el mismo hecho de su fallecimiento a las pocas horas de recibir la noticia del estallido de la guerra, propició una hermosa fábula sobre el corazón herido que no puede soportar un doble flujo y, cansado de palpitar, se abandona a la nada con una mueca silenciosa y dolorida; quedaba inexpresivo así para siempre ese rostro que a tantos espectadores cautivó, esa mirada soñadora que transmitió su fantasía a tantos seres a lo largo y ancho del universo.