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Revista de Folklore número

115



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El diagnóstico en la medicina popular extremaña: EL CASO DE LA HERNIA

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1990 en la Revista de Folklore número 115 - sumario >



Uno de los aspectos menos estudiados de la cultura popular extremeña es el relacionado con la medicina tradicional o folkmedicina, y ello a pesar de que sus manifestaciones son tan abundantes y dignas de consideración como otras que sí han llamado la curiosidad y atención de etnógrafos y costumbristas de la comunidad. Tal vez por esa razón este trabajo no pretenda otra cosa que contribuir en la medida de lo posible al conocimiento de una pequeña parcela del curanderismo en Extremadura y aportar aquellos datos más o menos valiosos capaces de integrarse en una futura investigación de conjunto de la folkmedicina en la mencionada región.

A primera vista resulta sorprendente todo el complejo ceremonial que envuelve la operación de la hernia; sobre todo, si lo comparamos con los mecanismos empleados en la curación de otras enfermedades, incluso más graves que aquélla, que aparecen en los primeros años de la vida del niño. Sin embargo, esa admiración se reduce cuando nos percatamos de lo que padecer la hernia significa para el hombre del medio rural de Extremadura, significado que encuentra sustento en las supuestas enfermedades que derivan de este mal infantil no curado. La hernia, según una opinión generalizada, repercute siempre en la esterilidad del paciente que no fue tratado a tiempo y con los rituales que el caso requería. Una anciana de Mohedas de Granadilla no tenía reparos en afirmarme que su hijo no había tenido descendencia porque «estaba quebrao de una jernia mal saná porque no le jizun lo del galapero, qu' es lo que le jacen a los niñinos quebraos pa quitarle lo de la quebraúra». En Villa del Campo se constata el mismo razonamiento lógico: «Pos al tener la hernia los cataplinis (testículos) le s'enlaciaron y le s' ensecaron, y ya barrón que debe d estar». Dadas sus especiales connotaciones, reproduzco seguidamente dos testimonios recogidos en Ahigal y en Torrejoncillo, respectivamente: «P'aquí vinía un probi que tenía una jernia y no tenía ni juerza ni puju y se le desapartó la su mujer por eso, y es que el probi hombre no valía pa casao.» «Dicían qu'era esmeril (estéril) por mo de una jernia, y los muchacinos, cuando era chico, pos, ya ve usté, quebrao p'arriba, quebrao p'abajo... y manque la jernia le se curó del to, él se queó quebrao sin remedio, quebrao de eso que ya sabe usté.»

Hasta aquí las manifestaciones han apuntado hacia una relación esterilidad masculina-hernia infantil no tratada o no curada. Pero esta conexión, según se desprende de un análisis de otras citas recogidas, se deja ver en las mujeres con mayor intensidad que en los hombres. Además de la supuesta infertilidad, también la hernia presagia otro conjunto de enfermedades propias del sexo femenino. En Montehermoso se piensa que una hernia no tratada convenientemente con los métodos tradicionales elimina el goce sexual de la futura mujer. La matriz, al decir de los habitantes de Serradilla, «se desentona y se pone de lao, y toa la sustancia que se l'echa s'abaja y no puede quedar embarazada y no tiene hijos, de modo que eso (la hernia) hay que tratarlo a tiempo». En San Vicente de Alcántara la hernia infantil tendrá repercusiones nefastas para la lactancia, ya que el pecho del lado herniado «tiene que prestar piel que sobra en las tetas pa tapar el bulto, y entonces la teta que sea de la hernia s'estiranta y se quea planchá». Por los pueblos de la Siberia Extremeña se estima que la quebradura retrasa la edad fértil y adelanta la menopausia. En Olivenza, la hernia no sanada en una niña es el prólogo para un futuro raquitismo que puede, incluso, impedir la maternidad. Ese mismo sino aguarda a las hembras de Guijo de Galisteo. Los testimonios podrían multiplicarse.

En resumidas cuentas, podemos decir que se advierte un doble motivo que obliga al extremeño a proceder a la curación del niño herniado. Si eliminar el dolor físico es una de las razones, no lo es menos la de poner fin a los hipotéticos males o enfermedades que devienen directamente de la hernia.

II. DIAGNOSTICO.

La medicina popular, al igual que la otra medicina, se mueve dentro de unos principios orientadores de actuación, que van desde el diagnóstico a la total curación del enfermo. Por lo que respecta al tratamiento de la hernia, nos topamos con todos los pasos del proceso médico, aunque algunos de ellos no se presenten con la suficiente claridad. Tal sucede con la primera fase; es decir, la de dictaminar si la dolencia corresponde o no a una quebradura. Los síntomas no son dogma, y por ello se hace necesario que el diagnóstico carezca de toda posibilidad de error.

Es en todo punto indispensable que el niño sometido a la operación de la hernia sea efectivamente un herniado. La confusión podría acarrear la fatalidad al sujeto sano, del que se adueñaría el mal que en teoría se pretende eliminar. «Ca medecina es pa lo que es y no se puede curar a un jerniao que no está jerniao, que eso es malo, mu malo», me decía con cierto aplomo una octogenaria de Calzadilla de Coria. En el Ayuntamiento de Pinofranqueado se cree que las hernias cogidas a causa del tratamiento curativo efectuado sobre un niño sano no desaparecen jamás. En esta adquisición no influye tanto el ritual como el contacto del pequeño con el objeto, casi siempre un árbol, al que se adhirió el mal de un niño ya curado. "Mismo que lo pasan por una rejendijina del álamo y s'aballa la jernia que ya estaba peg'al álamo, c'allí se queó cuando la cura que le jizon a uno.» El principio de magia contaminante se muestra con gran claridad. El enfermo transmite a un árbol su hernia y, con posterioridad, es transferida a otro niño por el contacto con el árbol.

Esta importancia que el extremeño da al diagnóstico de la hernia enuncia por sí sólo la especialización de una medicina popular, que emplea tratamientos concretos para dolencias concretas. Unicamente conociendo de qué enfermedad se trata, es posible atajarla con procedimientos adecuados y no con otros, que, orientados a la curación de un mal incorrectamente deducido de la sintomatología, no eliminan el verdadero achaque, e incluso pueden agudizarlo.

Los mecanismos adivinatorios de la hernia, a pesar de que aún eran abundantes y variados en la Extremadura del primer tercio de este siglo, fueron olvidados sin que, desgraciadamente, los costumbristas de aquella época procedieran a su recopilación. Pero hoy, merced a una serie de investigaciones no siempre directas sobre esta parcela de la folkmedicina, nos ha sido posible descubrir diferentes formas de diagnóstico. Como característica a destacar dentro de la diversidad que se constata, tenemos la unificación de procedimientos en las distintas comarcas que configuran la comunidad extremeña. Por los datos que poseemos llegamos a la conclusión de que sólo un tipo de diagnóstico gozó de total predicamento en las provincias de Cáceres y de Badajoz. Tenemos pruebas de su ejecución en Cheles, Malcocinado, Alburquerque, Almendralejo, Bienvenida, Burguillos del Cerro, Salvatierra de los Barros, Torre de Miguel Sesmeros, Lobón, Arroyo de San Serván, Berlanga, Granadilla, Ahigal, Serradilla, Logrosán, Cañamero, Jaraicejo, Abertura, La Cumbre y Robledillo de Trujillo. En todos estos pueblos llevan el niño herniado a casa de una persona entendida. En Granadilla es la partera la encargada de realizar la adivinación, mientras que en Burguillos resulta indispensable que la haga una mujer melliza. Tendido el pequeño de espaldas sobre una mesa, procede a levantarle los brazos perpendicularmente al cuerpo. Si la altura de ambas manos coincide, el niño está sano. En Bienvenida, antes de realizar la operación rocían a la criatura con agua bendita; en La Cumbre lo santiguan con el dedo pulgar, y en Salvatierra y en Alburquerque las mujeres presentes rezan un Credo. En Ahigal nadie acompañará a la entendida en el momento de proceder al diagnóstico, y no dará el resultado hasta el día siguiente, ya que el niño, en caso de estar herniado, jamás sanaría, y si estuviera sano, no tardaría mucho tiempo en salirle una hernia.

Algunos paralelismos con la práctica anterior guarda la que se realiza en Valdestillas, Navaconcejo, Cabezuela del Valle, El Cabrero y Tornavacas. En estos lugares el diagnóstico de la enfermedad se consigue esparciendo la ceniza de la lumbre de casa por el suelo y acostando encima de ella al niño supuestamente herniado, resultando que esta enfermedad es cierta si las dos piernas dejan huellas iguales. En El Cabrero, antes de tender al niño, el hermano mayor de éste hacía tres pequeñas cruces en la ceniza con el dedo índice de la mano derecha y otras tres con el mismo dedo de la mano izquierda. En Tornavacas, al niño tendido se le oprimía ligeramente sobre el pecho con una cruz de madera que el cura había de bendecir para cada ocasión. Seguidamente la cruz se quemaba.

La denominada «prueba de la cinta» presenta ciertas modalidades según las zonas en que se lleve a cabo. En Aldehuela de Jerte, Carcaboso, Morcillo, Galisteo, Valdeobispo, Aceituna y Montehermoso se cortan dos cintas de la misma longitud, y con los trozos se confeccionan dos pulseras, que se colocan en sendas manos del niño que se desea diagnosticar. A los tres días se les quitan de las muñecas y se miden. Hay hernia siempre que una de las cintas resulte más larga que la otra. En Galisteo, la operación se efectuaba con las cintas empapadas en agua bendita y procurando que no se secaran durante los tres días. En Aldehuela se empleaban cintas que habían servido para sujetar las trenzas de una joven virgen, mientras que las utilizadas en Valdeobispo eran cintas que habían hecho la función de ligas de una novia, también virgen, el día de la boda. Esta última modalidad de comprobación gozaba de poco predicamento; sobre todo, teniendo en cuenta la reticencia de las mujeres de estos pueblos a poner en entredicho su castidad por un posible error de la entendida. Tal problema no existía en Morcillo, donde las cintas eran las que cualquier segador hubiera lucido en su sombrero, aunque se buscaban preferentemente las pertenecientes a un Juan. Al igual que en Galisteo, también en Aceituna se añaden a la ceremonia ciertos ingredientes de ortodoxia, ya que la cinta antes de su utilización ha debido estar liada al bastón de la imagen de Santa Marina, y al tiempo de ensortijar las muñecas del niño, han de recitar una oración, de la que solamente recuerdan los primeros versos:

Cinta santa, santa cinta,
que Nicodemo en el Golgota
añuó a los pies de Cristo.

En todos estos lugares son mujeres las encargadas de proceder al diagnóstico, a excepción de en Montehermoso, donde también puede actuar de oficiante un hombre, con tal de que su nombre de pila responda al de Juan.

En Cilleros, la cinta que se usa para estos menesteres es llamada «cordón santo», respondiendo tal denominación al hecho de haber sido pasada por el cuello de la imagen de San Blas. Con esta cinta la madrina del niño le envuelve la parte del cuerpo en que se sospecha que está la hernia. Acto seguido se rezan tres rosarios y, una vez terminados, se deslía la cinta, que es llevada a casa de una persona con fama de adivinadora. El «cordón santo» se cuece en agua nueva; es decir, en agua sacada del pozo exclusivamente para este fin, vertiéndose en el líquido tres gotas de aceite. La cocción se extiende por todo el rato que dura el rezo de tres rosarios. Posteriormente, el adivino o la adivina anunciará, basándose en las figuras que forme el aceite en el agua, la presencia o la ausencia de la hernia. También en la capital cacereña se valían de la gargantilla o cinta de San Blas para conocer acerca del mal. Con ella medían la longitud de un niño con los brazos abiertos, así como su altura. Si ambas mediciones coincidían, el dolorido niño padecía de cualquier enfermedad, mas no de la creída hernia. Las medidas las tomaban los padres del niño en noche de luna llena a la puerta de San Blas, según datos que me proporcionara el sacerdote cacereño ya fallecido José Luis Cotallo Sánchez. En el concejo de Nuñomoral era el bastón de este santo taumaturgo, al decir del médico salmantino Calama Sanz, el objeto predilecto para el conocimiento de la hernia. Un augur cualquiera tocaba con el báculo la parte dolorida, vaticinándose la enfermedad si en la piel contactada aparecían líneas de color morado. En Horcajo, El Castillo, Avellanar, Las Herias y Ovejuela, alquerías de Las Hurdes Altas, pertenecientes al Ayuntamiento de Pinofranqueado, las manchas o «envidias» que aparecen sobre la zona en la que «el muchachino tie un ramalazo» son indicadoras infalibles de una hernia producida en estos casos por mujeres brujas o «envidiosas».

El «enchorizar» la hernia era práctica habitual en Zorita y en otros núcleos del partido judicial de Logrosán. Cubrían la parte afectada por la dolencia con una piel de embutir, procediendo después a dar sobre ella suaves palmadas. Del sonido que se producía, algunas personas diestras sacaban las conclusiones pertinentes acerca de si la hernia era o no ficticia.

En Valdecaballeros, Talarrubias, Baterno, Siruela, Navalvillar de Pelas, Puebla de Alcocer y Esparragosa de Lares se le unta al niño con aceite a la altura de la supuesta hernia, y así se le mantiene durante un breve espacio de tiempo, que en Talarrubia se contabiliza por el rezo de un rosario, y en Siruela, por lo que tarda en decirse «una misa de fiesta gorda». El niño está herniado si después de lavarlo con agua y jabón de sosa se observa una mancha amarillenta donde estuvo impregnado de aceite. En Herrera del Duque la única variación respecto a los otros pueblos de la Siberia Extremeña es que, en lugar de aceite, se emplea manteca de cerdo. Igualmente, la manteca de cerdo, que se mezcla con un poco de leche si se trata de diagnosticar a una niña, es unto predilecto en La Codosera. El modo de proceder no difiere del de las otras poblaciones, si bien aquí el oficiante ha de ser el sacristán. También en Fregenal de la Sierra el sacristán de la parroquia de Santa Ana gozaba de especial gracia para diagnosticar la hernia. Trazaba una cruz con el dedo pulgar sobre la parte afectada, al tiempo que miraba fijamente a los ojos del pequeño, sacando las oportunas conclusiones del movimiento de los párpados. Este mismo personaje se convertía en protagonista en Valencia de Mombuey, en San Vicente de Alcántara, en Garrovillas de Alconétar y en Navas del Madroño. En las dos últimas poblaciones se servía de aceite de la lámpara que había alumbrado en los altares de Nuestra Señora de la O. Mojando la mano en ella, le hacía al niño cruces en la frente, en el pecho, en ambas pantorrillas y a la altura del ombligo, vertiéndole posteriormente tres gotas en la boca. Las muecas del paciente le revelaban la existencia o la no existencia de la quebradura.

En Aldea de Trujillo, en Torrejón el Rubio y en Monroy la comprobación se efectúa valiéndose de los pañales o de las sábanas que el niño haya orinado. Se exprimen sobre el candil de aceite, desprendiéndose del chisporroteo que produce la caída del orin si la supuesta quebradura es una realidad. En el Ayuntamiento de Caminomorisco cuecen las ropas interiores de los posibles herniados, resultando el diagnóstico positivo si sobre el agua quedaba flotando una especie de nata. Algunas veces la operación la practicaban especialistas profesionales. El curandero de Casar de Palomero descubría la hernia con sólo observar una camisa o un pelo del enfermo, al que luego curaba con otros métodos distintos al que aquí nos ocupa. El mismo procedimiento adivinador estaba, hacia 1922, en manos de una curandera de Vegas de Coria, y a finales del siglo pasado, en las de la tía Picha, una popular arregladora de deshonras y de malos quereres de Arroyo de la Luz.

En diferentes pueblos de la Sierra de Gata, tales como Torre de don Miguel, Robledillo de Gata, Descargamaría, Santibáñez el Alto y Perales del Puerto, al niño sospechoso de estar herniado proceden a mojarle a un tiempo las plantas de los pies y las palmas de las manos. Luego, se le tiende al sol completamente desnudo. Si resulta que aquéllas se secan después que éstas, no existe la menor duda de que la hernia es un hecho cierto. En otros dos núcleos de la misma comarca cacereña, Hoyos y Acebo, se le administra al muchacho aquejado por la dolencia una pócima compuesta por «siete cagás de cabras campesinas», un chorro de aceite de oliva, una pizca de ceniza y una cucharada de miel, todo cocido durante unos minutos. «Si el zagalín gomitaba en tomando esto, era qu'estaba malinu.» Los excrementos de cabra fueron utilizados desde la antigüedad con fines terapéuticos, especialmente para favorecer la menstruación y el parto, así como para curar enfermedades del útero, la epilepsia y las picaduras de víboras (1). Es posible que en el caso extremeño nos encontremos ante una transposición y que el curioso medicamento, orientado a fines esencialmente curativos en un principio, acabara siendo únicamente un medio garantizador del perfecto conocimiento de la hernia.

Un tono más científico consiste en la observación directa de las heces. En Moraleja, el niño estaba herniado si, al defecar, «la moñiga apaecía dura en el medio, más blandina alreol y más ajuera queaba un redondel mojao del to». En los pueblos próximos a la ribera de La Fresnedosa (Cachorrilla, Pescueza, Portaje, Torrejoncillo) se procede de una manera casi idéntica, si bien el análisis se hacía conjuntamente de las heces y de la orina. Un dicho muy popular en aquella zona resume la sintomatología que inequívocamente señala la quebradura: «Cagá clara y meá escura, jernia sigura.»

Es posible que la larga enumeración aquí reseñada no signifique la totalidad de las formas o fórmulas de diagnóstico de la hernia en Extremadura. Tampoco se pretende haber recopilado el conjunto de pueblos que prestaron el marco para esta práctica médica. Sólo profundas investigaciones sobre esta parcela de la medicina popular nos permitirá cubrir un mapa lo más completo posible de la comunidad, aunque también somos conscientes de la cada vez mayor dificultad que entraña el cometido; sobre todo, teniendo en cuenta el olvido sistemático y el abandono a que se ha venido sometiendo desde hace décadas a esta importante y sugestiva parcela de la folkmedicina.

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(1) DOMINGUEZ MORENO, José María; "Ritos de fecundidad y embarazo en la tradición cacereña", en Revista de Folklore 46 (Valladolid, 1984), págs. 111 ss. y "Costumbres cacereñas de preembarazo", en Revista de Estudios Extremenos XLV (Badajoz, 1989), págs. 355 ss.



El diagnóstico en la medicina popular extremaña: EL CASO DE LA HERNIA

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1990 en la Revista de Folklore número 115.

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