Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Otras amontonan miel purísima y atiborran las celdillas con néctar transparente..., bullen de actividad y la miel huele con la fragancia del tomillo.
Virgilio -Geórgicas, libro IV.
La aún, por fortuna, abundante arquitectura popular que se conserva en nuestra provincia vallisoletana, nos brinda tipos y manifestaciones. con una riqueza de matices, muchas veces insólita. Y es que la arquitectura popular no es sólo sumamente práctica, sino también muy ingeniosa en la resolución del problema que se le plantea, logrando que las cosas funcionen bien, natural y sencillamente.
El hombre. en el transcurso de su historia, ha levantado multitud de construcciones auxiliares, distintas a su vivienda, destinadas a potenciar el desarrollo de su actividad y, en definitiva, de su bienestar. Así, los pajares, molinos, palomares, paneras, casetas de era, chozos, tejares y otras muchas edificaciones de más o menos volumen e importancia, han sido la solución constructiva a sus necesidades. Y una de estas construcciones, bien humilde por cierto, pero no menos representativa en la larga historia de la alianza hombre-animales, es el colmenar.
Existen testimonios muy antiguos de la recolección de la miel, pues ya las pinturas rupestres neolíticas nos hablan del aprovechamiento del espeso y rico líquido, desde hace muchos miles de años.
No conocía yo ningún colmenar hasta hace pocos meses, en que un amigo y compañero de trabajo, me facilitó el estudio de uno de ellos. acompañándome amablemente en un pueblecito situado en el valle del arroyo Jaramiel.
Jaramiel: jara y miel, ¿hay algo más evocador y significativo?
¿Qué es un colmenar? Digamos primeramente que una colmena es la «unidad familiar», o conjunto de abejas con una reina a la cabeza, que viven y laboran en un habitáculo (que en el caso de las abejas no domésticas puede ser el hueco de un árbol o el alero de una casa),independiente de cualquier otro enjambre o colmena. Pues bien, un colmenar es la casita, el contenedor o caja que arropa y une a un conjunto de colmenas estables, formando un pueblo que tienen sólo de común un mismo techo que las protege no sólo del viento y la lluvia, sino también del saqueo de que pueden ser objeto por parte de otros insectos (polillas, etc.) u otros animales (lagartos, ratones).
El mundo de las abejas, su trabajo y organización, son fascinantes; pero no vamos a tratar aquí de ello. Sólo vamos a hablar del colmenar y sus colmenas.
Aquel colmenar del compañero, al igual que los varios que he visto después, no es más que una caseta, pues no llega a la categoría de nave, situada en una ladera soleada cubierta por una plantación de romero. Si describimos la forma de éste, prácticamente lo hemos hecho de todos los de esta región del Cerrato vallisoletano, pues las variaciones son mínimas.
Planta rectangular, con cubierta de madera y teja curva a un agua, vertiendo hacia una de las bases mayores, concretamente a la que hace de fachada; muros de adobe (algunos de mampostería) de unos 40 cms. de grueso, excepto en fachada, que es un simple tabique también de adobe, pero armado con pies derechos y solera de madera, pues ha de soportar el peso del tejado. Es a ella a la que, por el interior, se adosa el conjunto de colmenas y por donde, gracias a unos orificios practicados en el panderete, pueden comunicarse las abejas con el exterior; a este agujero es lo que por allí llaman el aviadero. Para facilitar el «aterrizaje» de los insectos, que llegan con su carga de polen y néctar, se les suele colocar un trocito de teja saliente bajo el aviadero, que les sirve de rampa; a la vez la prolongación de ambos muros menores, a modo de orejeras, sirve de abrigo o cortavientos, que favorece dicha operación.
La puerta de entrada al colmenar se sitúa en un lateral, formándose en el interior una especie de pasillo que permite registrar y a la vez recolectar la miel, toda vez que las colmenas en el lado opuesto a su salida tienen su puertecilla o tapa, que después veremos.
Es muy interesante el emplazamiento. Estos colmenares en pleno campo, se levantan siempre en una ladera, con orientación de la fachada hacia el Sur, aunque he observado una tendencia más bien hacia el Sureste, acaso para aprovechar los primeros rayos de la aurora. Deben de estar cerca de un curso de agua, arroyo o fuente. Es fundamental, y no hay colmenar que no lo tenga, una plantación de romeros muy copiosa, los cuales llegan a desarrollarse como verdaderos árboles, haciendo con el tiempo tan impenetrable el lugar, como si se tratara de una selva. Incluso, como este arbusto florece hasta en el invierno. es sumamente útil, produciendo, por otra parte, una miel excelente y de muy agradable sabor. Es raro que esta plantación no se halle rodeada de una cerca de piedra, que evita la presencia de intrusos que pueden perturbar el tranquilo quehacer de las abejas. A este cercado se le llama tenada.
El número de colmenas que suele dar cobijo un colmenar es muy variable. Suelen éstas establecerse en dos filas o plantas. Incluso algunas veces en tres, con lo cual se albergan entre una y seis docenas.
Como anteriormente he dicho. los colmenares son prácticamente iguales todos; sólo difieren en su longitud, que oscila entre 5 y 25 metros, por 2,50 a 3 de ancho. Si acaso, pueden tener una pieza o caseta previa, adosada, que se usa para guardar los elementos auxiliares, tales como caretas protectoras, escriños, recipientes para recoger la miel. cuchillos para cortar los panales, etc., pero tampoco es necesaria.
Sin embargo, si, como decimos, en el colmenar en sí no hay prácticamente riqueza de matices y variedad, no sucede lo mismo con las colmenas. Las «casitas familiares» o «viviendas», sí presentan una jugosa variedad en cuanto a formas, al parecer todas válidas, que merece la pena mostrar.
He preferido hacer una división dejando fuera a dos tipos, que, si bien son domésticos, se salen de nuestro tema, que son, las colmenas movilistas, y los escriños empotrados en los molinos o casas. La división está hecha en base a los materiales usados y a su forma.
El primer tipo se presenta como si fuesen cajones adosados, dispuestos en dos plantas, en que las paredes son panderetes de adobe y piso y techo de tablas recubiertas de barro. La tapa interior también es de madera. Es el tipo menos frecuente.
Las otras dos divisiones se reparten la gran mayoría de los ejemplares que he visto. Una, formada exclusivamente por adobe, que adopta la forma de bóveda, bien como coronación del 2º. piso, bien como bóveda apuntada que va en caída hacia el aviadero, o incluso de forma oval. Estas dos últimas se aglutinan o unen mediante barro, formando un todo. La otra gran división, que es, con mucho, la más corriente, es la formada por un cesto tejido con tiras de ramas de castaño, de avellano, e incluso mimbre, que forma el armazón o base; suele tener un metro de longitud, una base menor o de salida de 30 cms. y una boca o fondo de 50 ó 55. El cesto se reviste interiormente de barro o de yeso y se le coloca en posición horizontal o ligeramente inclinada, junto a otros, ligándolos, también con barro en el exterior, pero no entre ellos, cuyo relleno se hace con tierra cribada, al objeto de impedir que los ratones, peligro número uno de las colmenas, hagan galerías estables y, al serle imposible, hace desistir al roedor de su ataque. A esto se llama sabiduría popular.
También los cierres o registros tienen su variedad. A la puertecilla cuadrada, citada anteriormente, hay que añadir las tapas circulares hechas, bien de piedra de una pieza, o bien prefabricadas de yeso o barro empajado, que se colocan verticalmente tapando el registro, recibiéndolas con barro sin quedar oquedades, que podrían dar paso a arañas o polillas.
La impresión que produce el conjunto de colmenas visto desde el interior del colmenar es de encontrarnos ante un panal de celdillas gigantes.
De entre la multitud de refranes (otra muestra de sabiduría popular), publicados últimamente por Juliana Panizo, hay varios alusivos a las abejas, que confirman la importancia que tuvieron en otra época. Entre ellos:
-«Por enero florece el romero».
-«Si a la abeja ves beber, muy pronto verás llover».
-«Ovejas y abejas, poco rinden en manos ajenas».
-« La oveja, la abeja y la mula vieja, en abril pierden la pelleja».
-«No se hizo la miel para la boca del asno».
Y también la celebridad que tuvo la miel del Cerrato, supongo que tanto el palentino como el vallisoletano, que tanto monta:
-«Miel del Cerrato y rábanos de Olmedo».
-«Pan de Wamba, molletas de Zaratán, ajos de Curiel, queso de Peñafiel y de Cerrato miel».
Ahora. unos datos de actualidad, de la prensa diaria. que nos ofrece esta estadística:
En Castilla y León existen 350.000 colmenas, siendo la 3ª. región de España en número de abejas después de Levante y Extremadura y la 1ª. en producción de polen. La provincia con mayor peso es Salamanca con 200.000 colmenas, seguida de Soria, León, Avila y Zamora. Valladolid apenas tiene producción apícola, por la escasez de monte. ya que tan solo aprovecha el cultivo del girasol. (De «El Norte de Castilla». 21-1-88).
La verdad es que no comparto la idea de esta última frase. Si Valladolid hoy no tiene casi producción apícola. no es por la escasez de montes, porque los mismos teníamos hace medio siglo y la gran mayoría de los colmenares estaban a plena producción y hoy no lo están ni el 10 %.
La causa habría que buscarla quizá por otros lados: por uno. el uso y abuso de insecticidas en el campo y por otro, y este es el peor, en la apatía e indiferencia del hombre de campo por soluciones alternativas a sus cereales y remolacha.
El poeta Virgilio, alma sensible y profundamente enamorada de los campos, los animales y sus trabajos, escribió hace más de 21 siglos las Bucólicas y las Geórgicas. Las diez églogas de las primeras, en alabanza de la vida rústica, se completan con los cuatro libros de las Geórgicas, dedicado el último de ellos a las abejas y su cría. Todo ello para instar a sus contemporáneos romanos a la vuelta al cultivo de la tierra y al trabajo productivo.
Se me antoja que aquella situación es muy similar a la de hoy en nuestro Cerrato vallisoletano, al contemplar estas humildes construcciones campestres, muchas de ellas arruinadas, que hace unos años albergaban una vida bulliciosa. Quiero imitar humildemente al poeta latino, animando a aquellos habitantes de la zona del Esgueva y del Jaramiel, tradicionalmente abejeros, para que revivan esa hermosa industria.
Es difícil superar la delicia que proporciona absorber la rubia miel de un trozo de panal de cera blanca recién sacado de una colmena. Y esto lo producen unos admirables insectos que sólo exigen para brindar al hombre el fruto de su trabajo, una colmena bajo un humilde cobijo, llamado colmenar.