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1. Introducción histórica.
En el poema objeto de este estudio se habla de las victorias guerreras de Axayácatl («casa en el agua», en lengua nahuatl), sexto rey azteca que reinó desde 1460 a 1479. Como es sabido, los aztecas (o mexicas) se instalaron en el valle de México a mediados del siglo XIII. Su dios Huitzilopochtli, «colibrí zurdo», les había dicho que serían poderosos si le adoraban y que encontrarían su tierra prometida donde hallaran un águila sobre un nopal devorando una serpiente. Ellos creyeron ver los signos del dios en el bosque de Chapultepec, hoy centro de la ciudad de México.
Poco a poco fueron sometiendo a los pueblos vecinos. Adoptaron la forma monárquica de gobierno y su poderío se fue extendiendo hasta formar el imperio azteca, destruido por un grupo de españoles a las órdenes de Hernán Cortés en 1519.
El imperio azteca tuvo nueve soberanos, cuya ambición expansionista no tuvo limites, y sólo pudo ser detenida por la llegada de Hernán Cortés. Por ejemplo, el sexto rey, Axayácatl, cuyas hazañas se celebran en el poema, llegó hasta el istmo de Tehantepec, en el Sur. Anexionó, además, Tlatelolco, en el norte de la ciudad, que quedó convertido en un barrio más de la ciudad. Emprendió también una expedición contra los tarascos de Michoacán. Si no logró vencerlos, los alejó de los linderos del imperio. En cambio, si se impuso sobre los matlatzincas (nombrados en los versos 11 y 18), vecinos de los tarascos. Durante su reinado se esculpió la famosa Piedra del Sol, síntesis de las concepciones astronómicas, cronológicas y religiosas del mundo azteca.
2. Estudio del texto.
Este es el poema:
CANTO DE MACUILXOCHITZIN
Elevo mis cantos,
Yo, Macuilxóchitl,
con ellos alegro al Dador de la vida,
¡comience la danza!
5 ¿Adónde de algún modo se existe.
a la casa de El
se llevan los cantos?
¿O sólo aquí
están vuestras flores?,
10 ¡comience la danza!
El matlatzinca
es tu merecimiento de gentes, señor Itzcóatl:
¡Axayacatzin. tú conquistaste
la ciudad de Tlacotépec!
15 Allá fueron a hacer giros tus flores,
tus mariposas.
Con esto has causado alegría.
El matlatzinca
está en Toluca, en Tlacotépec.
20 Lentamente hace ofrenda
de flores y plumas
al Dador de la vida.
Pone los escudos de las águilas
en los brazos de los hombres.
25 allá donde arde la guerra,
en el interior de la llanura.
Como nuestros cantos,
como nuestras flores.
Así, tú, el guerrero de cabeza rapada.
30 das alegría al Dador de la vida.
Las flores del águila
quedan en tus manos,
señor Axayácatl.
Con flores divinas.
35 con flores de guerra
queda cubierto.
con ellas se embriaga
el que está a nuestro lado.
Sobre nosotros se abren
40 las flores de guerra.
en Ehcatépec, en México,
con ellas se embriaga
el que está a nuestro lado.
Se han mostrado atrevidos
45 los príncipes.
los de Acolhuacan.
vosotros los tepanecas.
Por todas partes Axayácatl
hizo conquistas.
50 en Matlatzinco, en Malinalco.
en Ocuillan, en Tequaloya, en Xohcotitlan.
Por aquí vino a salir.
Allá en Xiquipilco a Axayácatl
lo hirió en la pierna un otomí,
55 su nombre era Tlílatl.
Se fue éste a buscar a sus mujeres,
les dijo:
«Preparadle un braguero, una capa,
se los daréis, vosotras que sois valientes.»
60 Axayácatl exclamó:
-«¡Que venga el otomí
que me ha herido en la pierna.»
El otomí tuvo miedo,
dijo:
65 -«¡En verdad me matarán!»
Trajo entonces un grueso madero
y la piel de un venado.
con esto hizo reverencia a Axayácatl.
Estaba lleno de miedo el otomí
70 Pero entonces sus mujeres
por él hicieron súplica a Axayácatl. (1)
El nombre de Macuilxochitzin, cuyo significado es 5-Flor, puede referirse a la fecha de nacimiento de la poetisa, o bien ser un sobrenombre de la misma, ya que Macuilxochitzin era también uno de los títulos con que se invocaba a la diosa del canto y de la danza.
Sabemos por el historiador Tezozómoc (2) que esta poetisa era hija de Tlacaélel, poderoso consejero militar de los reyes aztecas. Sabemos que nació en México-Tenochtitlan hacía 1435 y que vivió los días de máximo esplendor del imperio. Poco antes de venir al mundo, sus tíos Itcóatl y Moctecuhzoma Ilhuícamina, con el consejo de su padre, habían derrotado a los señores de Azcapozalso. Siendo doncella, Tenochtitlan comenzó a ser metrópoli adonde afluían tributos de países lejanos de América Central. Que estaba al corríente de la dinámica guerrera del imperio lo podemos comprobar con la lectura del poema transcrito arriba.
El que una princesa se dedicara al arte poénáhuatl. Varios cronistas nos han dejado testitico no es único dentro del cuadro de la cultura monios incontestables. Ixtlilxochitl, en su historia de Tezcoco, habla de la señora de Tula, amante de Nezahualpilli, la cual era tan sabia «que competía con el rey y con los más sabios del reino y era muy aventajada en poesia» (3). A las divinidades y mitos celestiales corresponderían en la tierra las forjadoras de cantos. En los Anales de Cuauhtitlan se menciona a una divinidad-poetisa anunciando al mundo el destino de los chichimecas (4). Abundantes testimonios gráficos de actividades poéticas femeninas encontramos también en los códices, sobre todo en el Florentino X, en el Tlotzin, Mendocino y Telleriano-Remensis, entre otros.
Pasamos por alto la atribución y la traducción al castellano del poema. Ya lo han hecho Angel Maria Garibay (5) y León-Portilla (6). Este último, después de comprobar las principales fuentes históricas, llega a la conclusión de que la única princesa contemporánea de Axayácatl (cuyas conquistas se describen en el poema) y dedicada a la poesía, es Macuilxochitzin (5-Flor). Ella misma se identifica en el verso 2. Respecto a la versión española, damos por buena la de los manuscritos de la Biblioteca Nacional de México citados en la nota número 1.
El canto de Macuilxochitzin es un buen ejemplo del proceso didáctico-religioso seguido por la nobleza mexicana. La educación estaba organizada para dar cumplimiento a los máximos objetivos del Estado, que eran la guerra y la religión. «Es natural -dice Garibay- que en pueblos para quienes la guerra era una institución sagrada y el ápice supremo de la oblación religiosa, la poesía vaya impregnada de un sabor guerrero y la obsesión de la muerte florida» (7).
La educación propiamente dicha se iniciaba después de la lactancia. Imperaba una estricta separación de sexos: el padre se ocupaba de los varones; las niñas quedaban bajo la tutela de la madre. Esta les adiestraba en tareas propias del hogar: limpieza, faenas culinarias, cerámica, tejidos, etc. Este entrenamiento iba salpicado de múltiples consejos del tenor del siguiente: «Hija mía, preciosa como cuenta de oro y como pluma rica, salida de mis entrañas..., oye con atención lo que voy a decirte...» (8).
Los padres recomendaban el esfuerzo en el trabajo, la honestidad, el respeto de los mayores, el uso de atavíos sencillos, la modestia, la diligencia y, sobre todo, la piedad religiosa. Se procuraba despertar en los muchachos el valor militar orientado hacia las guerras floridas.
La disciplina era espartana. Menudeaban los castigos corporales (pinchazos con agujas de maguey, respiración de humo de chile, exposición a la intemperie en un charco de agua...), cuyo objetivo era templar el carácter de la juventud y prepararla para el duro ejercicio de la guerra. Estos duros métodos quedaban compensados por el amor de los padres. Decían éstos que los mancebitos y doncellas les eran muy queridos porque tenían el corazón limpio y sin mezcla de pecado, perfectos y sin mancha, como piedras preciosas (9).
Más o menos, a los quince años, los jóvenes de ambos sexos pertenecientes a las clases populares (macehuales) ingresaban en el telpochcalli o escuela de barrio. Los jóvenes de las clases nobles (pilis) pasaban al calmecac, casa de lloro y tristeza, según los cronistas. Era éste un colegio-residencia donde se continuaba la inflexible disciplina del hogar. Buena parte de la noche se dedicaba a la práctica del ritual: autosa-crificio, sahumerio de los dioses, abstinencia. Se estudiaba la astronomía, el calendario, los ritos y dogmas, la retórica, el arte de gobernar, las leyes y, sobre todo, la estrategia militar. Las mujeres nobles también tenían su calmecac especial, donde se les impartían principios morales y cuidados propios de las clases dirigentes.
Al atardecer, todos, muchachos y muchachas, se congregaban en el cuicalco (casa del canto), donde se ejercitaban en danzas y cantos hasta muy entrada la noche. Más que expresión estética, estas funciones tenían sentido religioso y comunitario. Precisamente en estas escuelas de canto aprendería Macuilxochitzin a rimar versos para los bailes sagrados y guerreros.
El poema, simple en su estructura, se organiza en torno a una idea central que podría formularse así: la rememoración de las victorias del rey Axayácatl deben servir para que, individual y colectivamente, rindamos pleitesía al Dador de la vida. Los planos estructurales serían dos: el mítico-subjetivo (vs. 1-10) y el guerrero (vs. 11-71). El primero es común a todas las poesías náhuatls. Se presenta como una exposición de motivos, la razón de ser del poema: dar gloria a la divinidad. El segundo plano, el guerrero, podría a su vez subdividirse en tres partes: victorias militares del rey Axayácatl (vs. 11-52), herida del rey en una pierna (vs. 53-55) e intervención de las mujeres otomíes (vs. 56-71).
Las técnicas estilísticas del desarrollo, aunque sencillas, potencian una gran eficacia narrativa. En primer lugar, la poetisa, para enfatizar la importancia del baile colectivo, desciende de su pedestal poético para incorporarse a la danza: «Yo, Macuilxóchitl, elevo mis cantos...» Adopta el papel de directora del coro; ella misma se hace coro: «Comience la danza.» La triple actividad de 5-Flor -poetisa, danzante y batuta del coro- queda, además, patentizada en el dinamismo contagioso de los vs. 1-4. Entre los aztecas, como en general en pueblos primitivos, la poesía iba inseparablemente unida a la música y a la danza, pues ésta «era la fuente del ritmo que se imponía a la música y ésta transmitía a la palabra... su propia medida» (10). De paso, notamos la recia dimensión socio-comunitaria de estos versos iniciales, idea constantemente reiterada en el poema y que constituía uno de los elementos básicos de la tradición azteca. Por fin, antes de pasar a la parte anecdótica, tropezamos con dos preguntas retóricas (vs. 5-9) que subrayan la oposición entre lo eterno y permanente, «la casa de El», y lo caduco y efímero de la tierra, «aquí están vuestras flores». Estos mismos interrogantes aparecen en otros poemas nahuátls.
El resto del poema, elemento referencial del mismo, está contado en tercera persona; sólo que el narrador-poeta emplea la segunda persona cuando se dirige al rey: «Tú conquistaste..., das alegría al Dador de la vida». Este diálogo simulado se transforma en discurso directo al final (vs. 56-71) ; primero, entre el caudillo otomí y sus mujeres: «Preparadle un braguero, una capa... vosotras que sois valientes», y luego, entre Axayácatl y sus soldados: «Que venga el otomí que me ha herido en la pierna.» La familiaridad con la cual 5-Flor se dirige al emperador azteca confirma, una vez más, la pertenencia de la poetisa a la élite mexica.
El recurso artístico más socorrido es la repetición. Tenemos superabundancia de metáforas: las victorias aztecas son flores de guerra, flores divinas, plumas, mariposas, cantos, danzas... que evocan las guerras floridas que encontramos incluso en poemas de tipo popular. Se repiten versos enteros: «Con ellas (las victorias) se embriaga el que está a nuestro lado». Tenemos enumeraciones (la lista de las batallas ganadas); paralelismos al modo semítico: «como nuestros cantos, como nuestras flores»; ampliaciones: «allá donde arde la guerra, en el interior de la llanura»; anáforas, las más recurrentes son: como, en y con.
Esta voluntad reiterativa podría explicarse de tres maneras: el poema era cantado y el coro debía refrendar algunos versos a modo de estribillo. Una segunda razón es técnica: la escasez del repertorio poético creaba «la necesidad de adaptar los temas a la interminable repetición de los bailes colectivos» (11). Por último, hay una razón mítico-religiosa: el poeta, mensajero celeste, en cierto modo, trataba de sacralizar las palabras para que éstas fueran más gratas a la divinidad; esto se conseguía con la frecuentación de las mismas.
La unidad temática aparece reforzada por palabras broche que, a modo de hilo semántica, trenzan todo el poema; por ejemplo: danza, cantos, Dador de la vida, Axayácatl o su equivalente «el guerrero de cabeza rapada», flores de guerra, flores de águila, ofrenda de flores, plumas, etc., iteraciones semánticas que remachan la idea central: las victorias del rey son las flores más preciosas del Dador de la vida.
Como en muchos otros poemas náhuatls, observamos la gradación descendente de la composición; y esto a dos niveles: el poético-sentímental y el religioso-social. Respecto al primero, advertimos que al júbilo inicial (vs. 1-10), subrayado por los vocablos danza, cantos, flores..., sigue un enardecimiento colectivo o climático: «Con flores divinas / con flores de guerra / queda cubierto / con ellas se embriaga / el que está a nuestro lado» (vs. 34-39), entusiasmo que cesa al final para describir sobriamente los buenos oficios de las mujeres otomíes. Respecto al segundo -nivel religioso-social-, el poeta se desliza desde un nivel mítico (motivación religiosa del mismo) hasta un plano humano jerarquizado; en efecto, primero se nombra al rey Axayácatl; luego, a sus guerreros, y, por último, al jefe enemigo y a sus mujeres. Jerarquización que ilustra la organización piramidal de la sociedad teocrático-militar en que se había educado la poetisa.
El último tercio del poema (vs. 53-71) relata la actuación de un grupo de mujeres otomíes: el primero, como enfermeras y en favor de Axayácatl. y luego. como suplicantes en favor de su propio jefe Tlílatl, hecho prisionero por el rey (1). Para contar estos hechos, la poetisa sale del poema. Adopta, además, un estilo más sobrio. Al arrebato inicial corresponde aquí un criterio testimonial. El poeta ha sido reemplazado por el cronista o historiador, que ha querido filmar la intervención de las mujeres: «Vosotras, que sois valientes» (v. 59) .Es más que probable que Macuilxochitzin presenciara los hechos relatados, pues las mujeres acompañaban a los guerreros en calidad de auxiliares de intendencia; más en el caso de esta princesa hija de un consejero militar. Pudo así ser testigo de excepción de los acontecimientos. Sorprende agradablemente esta constatación. porque en otras composiciones náhuatls se cita a las mujeres en términos peyorativos: cobardes como... se defienden tan mal como... Esta exaltación del valor femenino en el seno de una sociedad de signo masculino, honra a la poetisa y, en tan remotos tiempos, se nos presenta como un adalid de los derechos de la mujer.
El estudio del canto de Macuilxochitzin nos ha permitido repasar las principales etapas de la educación mexica: estricta en el hogar, llena de privaciones en el calmecac «donde los que allí se crían son labrados y agujereados como piedras preciosas» (13), impregnada de religiosidad en el cuicalco o casa del canto. No nos sorprende el tema bélico, pues la guerra era la principal ocupación de los aztecas y entraba, como cualquiera otra actividad humana, dentro del ciclo del eterno devenir del mundo azteca (14).
En cuanto al estilo: la idea-tema de que la gloria al Dador de la vida es el fin último de las guerras, está machaconamente reiterada por metáforas, enumeraciones, ampliaciones, paralelismos... El tejido poético, sustentador del tema, está perfectamente trabado gracias a preposiciones incorporantes (con, en, de, por) y vocablos broche (flores divinas, flores de guerra, cantos...). Otros méritos destacables del poema serian la estructura descendente que esboza la rígida jerarquización azteca, en la cuál los valores religiosos ocupaban un lugar de honor; seguían los valores guerreros conectados a los primeros dentro del devenir sacralizado del ciclo cósmico azteca (14).
El activismo femenino, que clausura el canto, nos anticipa lo que seria la presencia de las soldaderas en los campos de batalla, como lo testimonian tantas novelas mexicanas, sobre todo a partir de Tomóchic, de H. Frias.
Trabajo aparte, nada despreciable en verdad, merecería el estudio del status de la mujer en las sociedades indígenas; pero se alejaría de nuestro propósito inicial. Me remito a Josefina Lomelí (15). La situación social de la mujer en el México de hoy puede verse en los estudios de Julia Tuñón Pablos (16) y Ana Lau Jaiven (17).
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(1) Manuscritos Canatres mexicanos, Biblioteca Nacional, folio 53.
(2) Tezozómoc, F. Alvarado, Crónica mexicáyotl, México, 1949.
(3) Ixitlilxóchitl, F. de Alva: Obras históricas, t. II.
(4) Anales de Cuauhtitlan, fol. 3.
(5) Angel María Garibay, Poesía indígena, UNAM. México, 1962.
(6) Miguel León-Portilla: Trece poetas del mundo azteca, Sep-setentas. México, 1972.
(7) Angel María Garibay: OC, ,pág. XIII (páginas preliminares).
(8) Códice Florentino.
(9) Elvira de Loredo y Jesús Sotelo: Historia de México, Trillas, México, 1970.
(10) A. M. Garibay: OC, XVI (páginas preliminares).
(11) A. M. Garibay: OC, XIV (páginas preliminares).
(12) En el poema parece haber una relación de continuidad entre la herida de Axayácatl y la captura del heridor. Sin embargo, según los historiadores, se trata de dos episodios separados por la cronología. Naturalmente, para los objerivos de este estudio, estos detalles son irrelevantes.
(13) Elvira de Loredo y Jesús Sotelo: OC, pág. 211.
(14) Conceptos más elaborados sobre la vida y la muerte entre los aztecas pueden encontrarse en Jacques Soustelle: La vie quotidienne des Aztèques. Hachette, 1955.
(15) Josefina Lomelí : Condición social de la mujer en el México Prehispánico, Ed. E. Hurtado, México, 1946.
(16) Julia Tuñón Pablos: Mujeres de México: una historia olvidada, Grupo editorial Planeta. México, 1987.
(17) Ana Lau Jaiven : La nueva ola del feminismo en México. Grupo editorial Planeta, México, 1987.