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Se han hecho pocos estudios sobre la evolución del sentido estético en el medio rural, pero parece evidente que los gustos y modas de diferentes épocas han ido moviendo en una dirección u otra, lentamente, el aprecio del hombre del campo por aquellos objetos, sensaciones o emociones que podían satisfacer sus necesidades espirituales y corporales. Parece claro también, sin embargo, que no se ha ido modificando de la misma manera el gusto por los colores o las formas, que alguna otra percepción sensorial; así por ejemplo, parece raro que exista todavía en el campo una defensa a ultranza de los alimentos naturales o hechos en casa (frente a los preparados o congelados urbanos) y que se pondere la satisfacción que proporcionan al paladar productos frescos de los que se conoce el origen y elaboración. Junto a ello -y de ahí nuestra extrañeza- prendas sintéticas en el vestir o maderas chapadas han sustituído a tejidos urdidos en el telar o a vetas nobles; materiales de construcción de contrastada calidad se cambian por bloques prefabricados de dudoso resultado. ¿Por qué esta aparente incoherencia? ¿Responde esta actitud a algún fenómeno social deseado y buscado colectivamente, o se trata nada más de un deterioro inadvertido?