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EL TESTAMENTO
Cuando mi abuela murió
de una grande borrachera,
que no era la primera,
todas las noches llevaba
a la cama el garrafón
donde contenía ron
«pa» beber en vez de agua.
La víspera de morir
me dice de esta manera:
«Acuérdate de tu abuela,
que te deja un capital
que con él no te ha de ir mal
si dispones como ella.»
«Ahí te deja una botella
llena de zarza panilla,
cuatro bancos y una silla,
la mitad de una cebolla,
los sesos de una gallina
y de la mula la cola.
Catorce dientes de ajos
del año cuarenta y tres,
una pera y una nuez
una patata cocida
esta última podrida.
También te deja una casa,
dice que tiene las vigas
hechas de palos de pasa,
una caja de Raquel,
herencia de un tío mío;
buena espada, buena junta,
buenas para un desafío.
También te dejo un caldero
que era nuevo en otros tiempos,
pero que ahora le entra el viento
por afuera y por adentro.
También te dejo un paraguas
que no tiene compostura,
ni bastón ni varillada,
ni muelle ni cerradura.
Para el día que te cases
te dejo para tu novia
media chambra, media enhagua,
media camisa sin mangas,
porque éstas las corté
para colar el café,
que colador no tenía.
Aquí termina la herencia;
como te manda tu abuela,
me la has de cuidar muy bien
que aunque muchos hijos tengas
«tiés» «pa» darles de comer
si dispones como ella.»
(Canción recogida en ROLLAN (Salamanca). Informa: Amalia Pérez. Rec.: José Antonio Benito.)
EL CRIMEN DE GALISANCHO
Coplas sacadas por Risca en el año de 1896 y entregadas al sacerdote en el patíbulo para imprimirlas.
Escuchad, noble auditorio;
escuchad con atención,
que cosas oiréis aquí
que os tembrará el corazón.
Escuchad los padres todos,
tenerlas en el pensamiento,
que si a los hijos queréis,
esto os sirva de escarmiento.
Mi familia y mi apellido
por desgracia he deshonrado,
no lo quiero aquí poner,
pongo Risca el malvado.
Me querían tanto mis padres
que mil halagos me dieron,
el cariño de los padres
a muchos hijos perdieron.
Yo le suplico a los padres
desde la cárcel metido
que corrijan a sus hijos,
pues es el ser más querido.
Que a las horas regulares
les hagan venir a casa,
y cuando les den dinero
que sea cantidad escasa.
Que a la taberna no vayas,
que los juegos los prohiba,
porque los vicios son malos,
perdiendo la honra y la vida.
Que las malas compañías
corrompe al que sea bueno,
porque hay amigos peores
que cien varas de veneno.
Hacerlos ir a la iglesia,
que sepan que hay un Dios,
pos los jóvenes hoy
no piensan en su Hacedor.
No piensan que sus abuelos
vivieron bastantes años,
en la religión creían
y a nadie hacían daño.
Con frecuencia confesaban,
sin oir misa no pasaban,
no blasfemaban a Dios
porque a su Dios adoraban.
Si así enseñáis a los hijos
pedazos del corazón
viviréis y moriréis
bendiciéndole a su Dios.
Ya veis como yo me encuentro
sentenciado ya a morir,
deshonrando a mi familia,
haciéndola ya infeliz.
Del crimen ya no os hablo,
porque todos lo sabéis;
os contaré los pesares
que ninguno conocéis.
Cuando muerto apareció
aquel santo sacerdote,
nadie sabía el matador,
pues todos lo desconocen.
Mi madre querida y santa
como tenía un hijo cura
porque parecieran los reos
con una novena ayuda.
A la gran Santa Teresa
la novena la dijeron,
y los tres días de acabada
un hijo le prendieron.
Madre que estás desolada
por la suerte de tu hijo,
las penas que estás pasando
te acercan a Dios de fijo.
Nos llevaron a la cárcel
a los cuatro que sabéis,
las penas de una prisión
muy pocos las conocéis.
Llegamos a juicio oral,
ya visteis el resultado,
a muerte a tres nos condenan
y a Tapiero lo han soltado.
Nunca podréis comprender
una sentencia de muerte,
Ojalá que Dios os tenga
reservada mejor suerte.
Ni de noche ni de día
se aparta de la memoria
el patíbulo afrentoso,
aquella muerte infamatoria.
Con el verdugo me sueño
si me duermo algún momento,
pasando miles de penas,
pasando miles tormentos.
Todos piden nuestro indulto
Y a Tapiero lo conceden,
quedando Capolo y yo
sin que nos sirvan mercedes.
De noche, válgame Dios,
pensando siempre en la muerte,
aquí los valientes lloran,
pues no sirve hacerse fuertes.
Santísima Concepción,
día de fiesta y algazara,
hoy nos dicen que ya en Alba
el cadalso se levanta.
Adiós, mi querida madre.
Adiós, hermanos del alma.
Adiós, parientes y amigos;
rogad todos por mi alma.
Adiós, Salamanca ilustre,
centro de sabios varones
y de honrados artesanos,
rogar que Dios nos perdone.
Adiós, presos de la cárcel,
que mis penas habéis visto;
rogar a Dios por mi alma
y apartaros bien del vicio.
Adiós para siempre adiós.
Adiós, sol, árboles y flores;
hasta el pequeño gusano
compadece mis dolores.
Queremos que llegue pronto
aquel momento fatal,
pero al pensar cómo es
nos ponemos a temblar.
Abrazamos a los presos,
al director de la cárcel,
al defensor de la causa
y a todos los circonstantes.
Llegamos el 9 a Alba
y en capilla nos metieron,
cuanto se pasa en capilla
haceros llorar no quiero.
El día 10 por la mañana,
después de haber comulgado,
al patíbulo nos llevan
a purgar nuestro pecado.
Amigo, amigo Capolo,
ya estamos en el entablado,
yo ya no puedo escribir
por desgracia a Galisancho,
que ahora se ve desde aquí.
Rueguen todos por mi alma
y por la del pobre Capolo,
menos sufría su familia
y que estuviera yo solo.
Padres que hijos tenéis,
educarlos con rigor,
que nunca se vean aquí,
que aquí llora el corazón.
Educarlos, enseñarlos,
que a la taberna no vayan,
que después de juego y vino
nada bueno es lo que salga.
Jóvenes, obedecer
a lo que los padres manden;
no derrotéis en jaleo
lo que por el día ganen.
Estas coplas que he sacado,
hechas con terrible calma,
leérselas a los hijos,
que son pedazos del alma.
Amarrado en una cárcel,
perdida ya la ilusión,
son suspiros arrancados
de mi pobre corazón.
Guardad el mi recuerdo
que consuelo fue a mis penas,
cuántas veces las he escrito
al compás de mis cadenas.