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Xanas, Lavanderas, Diaños, Xuan d'os Caminos, Diabrecos, Busgosos, Nubeiros, Farraucos, Agoiros, Santa Compaña. A la bruxa que estaba en contacto con los espíritus y al curandero al que nunca faltó clientela.
Arribo a Boal un viernes por la tarde, gran día y hora para tener las veinticinco conversaciones que dice Manolo Lisardo, de Alosno, que aguanta un vasito de aguardiente. Aquí puedo encontrar orujo, anís, pero no aquel alosnero, zalamero, que ligado a un cuarto de agua se transforma en espírítu, paloma blanca. Boal tiene sus chigres para el vino y la sidra, el serrín en el suelo. Me pregunto por qué aquí, en Boal, Asturias, se me viene a la voz el nombre de Alosno, que anda por Huelva. Quizás porque hace años, cuando entré en alguna de sus tabernas con Satué, Lisardo, Perolino, Paquillo Zapatero y Juan Díaz, a desgranar paso a paso el contenido de cultura popular que estaba dicho, no escrito, cantado y vivido, flotando, como atmósfera necesaria, no fríamente archivado, empecé a interesarme en el tema. También porque no en balde mi niñez jugó en el Sur un tiempo y otro por aquí, Asturias, según qué abuelos me tenían. Dice Juan Pedro Garrido que, aparte la influencia portuguesa y la venida por mar, el Alosno era así por mor de la recibida en línea directa del reino de León. Otra nota que enriquece es el trasiego de alosneros como consumistas, o cuidadores de fielatos, en los pueblos asturianos, aún no sé por qué. Aquí, en Boal, me vuelvo a topar con otro de esos puntos claves de riqueza de cultura popular. Esta vez las influencias vienen de Galicia, a la par que las propias y hasta me dicen que indianas, según los aires que trajeron los emigrantes al concejo. Aquí la vida es más bien agrícola y ganadera. Hubo minería –volframita- y algún índice textil para sayales. Pienso visitar mañana los enclaves celtas de Las Viñas, La Escrita y Penouta. El hoy, sorbo a sorbo, lo tengo fijado en una charla de chigre, donde me dicen que si para ir donde quiero tengo que atravesar el puente de Froseira, recuerde que fue construido por el Diaño. Y me repiten algunos conxuros por si la mordedura de culebra, de víbora, o la hemorragia de nariz, el frío, el mal de ojo, la desfeita -que intuyo como queratitis-, y las lliras. Me avisan de que: «Si te morde el escorpión, nun esperes confesión; pero si enfermas de lliras, te vas a un mojón que divida heredades y haces comer a un perro sobre el sitio nueve trozos de pan con manteca:
Lliras che quito
n'el marco las pono
toma can
lliras y pan.
O si la cosa va por la desfeita: «Tienes que poner en agua nueve granos de trigo y otros tantos de miyo y sal, y durante el mismo número de días aplicártelo a los ojos haciendo una cruz:
San Alfonso se levantó,
sus manos blancas lavó,
a misa de nuestra señora llegó.
El que n'a misa taba,
y la hostia nun vía,
a desfeita n'el oyo tía.
Donche con trigo,
donche con miyo,
donche con sal,
donche con agua,
de fonte pernal.
Antes, cuando moría un pastor, no se dejaba el ganado en la cuadra para que el espíritu del muerto no entrase. El cuerpo reposaba en el ataud sobre fondo de ramas de laurel. El ganado se ahumaba con aulaga y brezo fresco por San Juan. Por San Antonio se bendecía:
Arriba oveyia,
arriba medrar,
al campo d'a llebre,
y al río del villar.
Meu san Antolín,
has de guardar
as mias oveyias
y as del meu lugar.
Raposa nun veñas,
comerme as oveyias,
si el llobo nun ven,
eu curarei ben.
A los entierros iban mujeres con ofrendas de cirios metidos en cestos y una gasa blanca en la cabeza. La ofrenda mayor la llevaba otra que precedía al cortejo. Con lloureiro –laurel- y agua bendecida se rociaban los campos de cultivo por San Marcos:
Sapos, sapagueiras
y todo lo demás,
salid de aquí,
que el agua bendita
pasó por aquí.
La sapagueira es la salamandra, y el arto el romero, que junto a la zarzamora son plantas sagradas. El primero ocultó a la familia de José en su huida, y la segunda retomó del río el manto de María. Pero la hiniesta y el humeiro son malditas. La primera no ocultó al sagrado trío, y el segundo dejó al río que se llevase el manto. Dicen que hasta dijo la Virgen:
Arto bendito
humeiro maldito.
Si ves una lechuza, una merma o una mariposa negra es mal augurio. Pero si es blanca presagia noticias. Y si la urraca canta en la ventana de la moza está queriendo decir que llega carta del novio. El esfoyá -la deshoja del maíz- terminaba en fiesta, baile y toma y dame puyas. Y al hilar lino o estopa -la filazón-, las reuniones se estiraban hasta muy negra la madrugada -como los alosneros, que no saben dónde caen las fronteras de una juerga-. A los curas no les gustaba la costumbre y parece ser que metieron baza.
Señor cura nun se canse
en quitar los filazones,
que la que quiere ser mala
no le faltan ocasiones.
El cuento, la leyenda, el chisme, la tertulia, el cortejo vigilado tenían un marco: la Polavilla.
Polavilla, polavilla,
en ver sei do la hay,
indo po lo río arriba,
n'o moliño do meu pai.
Antes estaba prohibido a los buenos acudir de noche a los molinos. Estas reuniones tampoco eran del gusto de los cuidadores de la moral, y recomendaban la ausencia de tales sitios. Pero si no allí, allá, que, entre otras cosas, para eso estaban las fiestas y los mercados, la gente se soltaba la bullanga haciendo Maragatas con cantos, bailes y puyazos de desahogo sobre «lo que yo tengo contra ti» a lo claro, sin que hubiera otra salida al conflicto que no fuera la palabra. Y surgía la Huita, el Regodixo -traído de alguna vaqueirada-, la Muñeira, la Polka, la Jota, el Mandilín, la Carrasquina y las Palmitas. Llegué a Boal un viernes por la tarde, día no sé, pero hora mágica para tener las veinticinco conversaciones que dice Lisardo, que aguanta un vasito de aguardiente.