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Quien quizá haya estudiado con mayor detenimiento el cuento oral español, Maxime Chevalier, distingue dentro del género dos grupos esenciales: el cuentecillo tradicional y el cuento folklórico. Las semejanzas básicas que ambas especies presentan serían esencialmente dos: «Unos y otros son de carácter oral y vivieron dentro de una civilización de tipo tradicional» (1).
Mayores son, sin duda, las diferencias, que pueden ser de orden histórico (fecha lejana de los cuentos folklóricos frente a la reciente creación de los cuentecillos tradicionales), geográfico, sociológico, formal... Tal vez la diferencia más esencial a la hora de distinguir un cuentecillo tradicional de un cuento folklórico sea la de contenido. El cuentecillo tradicional «de tono familiar y de sabor «realista», no suele admitir ni los animales dotados de palabra, ni la intervención de hadas y ogros, ni la presencia de enanos y gigantes, ni reyes que tienen hija por casar» (2). Todos estos aspectos recién enumerados son característicos del cuento folklórico. El cuentecillo tradicional, en fin, suele ser muy breve; tiene una intención jocosa y a menudo presenta una forma dialogada.
Es sabido el gran aprecio de que gozaron estos cuentos en el Renacimiento. Una de las cualidades más convenientes del nuevo hombre de corte era la de saber referir anécdotas y facecias graciosas (3). En línea con esta positiva valoración de la literatura oral tradicional florecen en el siglo XVI las recopilaciones de cuentos y expresiones paremiológicas como las llevadas a cabo por Juan de Timoneda, el anónimo Floreto de anécdotas reunido por un dominico sevillano, la Floresta española de apotegmas, de Melchor de Santa Cruz; las Seiscientas apotegmas, de Juan Rufo, sin olvidar la Filosofía vulgar, de Juan de Mal Lara, tan influida por los Apotegmas, de Erasmo de Rotterdam. Por otro lado, es conocida la presencia de cuentos folklóricos y tradicionales en obras como Lazarillo de Tormes o las misceláneas del XVI, y en autores como Lope de Vega, Calderón de la Barca y, de modo muy especial, Cervantes (4).
Centrándonos ya en el objeto de este artículo, es preciso indicar que apenas tenemos noticias de recopilaciones de esta literatura oral referidas al ámbito palentino. Disponemos de las Leyendas de Palencia para los niños recogidas por Rosa Gutiérrez, Angeles Díaz y Carmen Alonso (5); tales leyendas, como se indica en el prefacio, en algún caso están cogidas de viva voz en los pueblos» (6); de ellas la de la «Malasada» con un rey y una princesa y la del carretero de Llanaves con elementos maravillosos entrarían fácilmente en el ámbito de los cuentos folklóricos y tal vez también se encontrarían en este grupo el cuento de Alonso de Villada con un viaje a tierras lejanas, y la leyenda de la cueva de San Antolín; no obstante, los cuatro cuentos ofrecen un aspecto un tanto extraño, ya que combinan el dato realista -una precisa localización geográfica- con el elemento maravilloso. La leyenda de la mano del escribano tal vez sea adecuado considerarla un cuentecillo tradicional con intención de ejemplaridad. Por otro lado, se puede detectar la presencia de cuentos referidos a la provincia de Palencia en recopilaciones de cuentos castellanos como la efectuada por Joaquín Díaz y Maxime Chevalier (7) y es abundante la paremiología palentina recogida por Germán Díez Barrio (8).
Ofrecemos aquí unos cuentos de inequívoco signo tradicional y folklórico llegados a nuestro conocimiento generalmente por la vía familiar, en un ámbito geográfico próximo a Herrera de Pisuerga. Los cuentecillos tradicionales 1 y 2, de amplia difusión a tenor de las ocasiones en que pudimos escucharlos, a veces se cuentan como hechos reales -casi con nombres propios- y otras veces presentando a sus protagonistas como tipos o modelos de determinada conducta (el estudiante sería un simple, el agostero agudo). El 3, que basa su gracia en el doble sentido de la respuesta de la madre, tiene cierta semejanza con el 2 (hijo torpe, temporalmente alejado de la casa). El 4, contado como hecho real ocurrido en las proximidades de Osorno a principios de siglo, ofrece una peculiaridad corriente en los cuentecillos tradicionales: la réplica final que «frecuentemente tiene, o vino a tener, carácter proverbial» (9); en el caso que nos ocupa, la frase de Régulo ha quedado como idónea para indicar aquellas situaciones de lo que podríamos llamar «conformidad forzosa» , su significado sería parecido al de la expresión popular «a ver qué remedio». El cuentecillo 5 se apoya en un conocido esquema, base de multitud de cuentecillos, el más famoso de los cuales tal vez sea el de la lechera. Usando unas palabras de Américo Castro, podríamos decir que este cuentecillo aparece fundado «en el contraste entre la experiencia del tiempo imaginado y la del tiempo real» (10); cuentecillos semejantes al que aquí ofrecemos dieron lugar a frases proverbiales como «Aún no ensillamos, ya cabalgamos», o «¿Aún no es parida la cabra, ya el cabrito se desmanda?» (11). El dicho número 6 entraría, utilizando la terminología de Chevalier, dentro de la categoría de las pullas y sería semejante así a frases del tipo: «A Belmonte, caldereros, que dan jubones y dineros», o «Ruin con ruin, que así casan en Dueñas» (12); indicaremos que la economía de trueque que recoge el dicho se daba en forma parecida en tierras zamoranas; allí era frecuente que los habitantes de la pobre Zona norte (Sanabria, sobre todo) bajasen a Sayago o a Campos y cambiasen un kilo de jamón por varios kilos de tocino; el significado de la pulla que nosotros recogemos lo explicamos en su lugar. El cuentecillo número 7, en fin, ofrece la peculiaridad de combinar verso y prosa.
Por lo que se refiere a los cuentos folklóricos, el del gallo Perico y el de la ratita presumida (el ratoncito Pérez) son versiones ligeramente diferentes de las que ofrecen Joaquín Díaz y Maxime Chevalier (cuentos 57 y 58 de su antología). El de los cuatro músicos se puede encontrar con el título «El gallo viejo y sus amigos», y con mayor número de protagonistas, en la recopilación de cuentos de Aurelio M. Espinosa (13). El título de «El labrador indiscreto» lo tomamos de Maxime Chevalier, quien ofrece este cuento con distinto final y mayor amplitud (14). Los relatos del patito sabio, de los cabritillos y el lobo y del padre y el hijo vago no los hemos encontrado en las antologías consultadas.
En fin, queden estos catorce cuentos, algunos de los cuales, como se ha visto, gozan de antigua y venerable tradición, como una pequeña muestra de la literatura oral palentina, y esperemos que sirva no sólo para entretener al lector, sino que también le incite a aportar su grano de arena en cuanto al conocimiento de ese folklore porque, en efecto, cuando el saber pertenece a una comunidad, la recopilación de ese saber será más completa cuanto mayor sea el número de aportaciones.
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(1) Maxime CHEVALIER: Folklore y literatura: el cuento oral en el Siglo de Oro (Barcelona, Crítica, 1978), pág. 44.
(2) lbid., pág. 48.
(3) Cf. Baltasar de CASTIGLIONE: El cortesano, introducción y notas de Rogedio Reyes Cano. (Madrid, Espasa-Calpe, 1984, 5ª), págs. 179 y sigs., y de la introducción páginas 27 y 44.
(4) Sobre eso cf. Maxime CHEVALIER, op. cit. Alan C. SOONS: Haz y enves del cuento risible en el Siglo de Oro (Londres, Támesis, 1976), y también el artículo de Domingo YNDURAIN comentando los dos libros, "Cuento risible, folklore y literatura en el Siglo de Oro", Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XXXIV (1978), págs. 109-136.
(S) Las Leyendas... componen uno de los fascículos de la serie Apuntes palentinos (Falencia, Caja de Ahorros, 1983). En el artículo de Rodrigo Nebreda "La mano del escribano y otras Leyendas del Partido de Astudillo", PITTM, XX (1959), págs. 229-257, es lástima que no se refieran detalladamente otras cuatro leyendas ahí mencionadas; por otro lado, el artículo de José María Fernández Nieto "Humoristas palentinos", PITTM, XVII (1958), págs. 63-97, aun recogiendo hechos y dichos graciosos, es claro que no interesa a nuestro propósito en la medida en que se refiere a literatura escrita por autores concretos.
(6) Rosa GUTIERREZ, Angeles DIAZ y Carmen ALONSO: op. Cit., pág. 2.
(7) Cf. Joaquín DIAZ y Maxime CHEVALIER: Cuentos castellanos de tradición oral (Valladolid, Ambito, 1985, 2ª), el cuento nº 44, "El cura y el alcalde", sucede "cerca de Alar".
(8) Cf. Germán DIEZ BARRIO: Los refranes en la sadiduría popular (Valladolid, Castilla, ed. 1985), en especial páginas 76-78.
(9) Maxime CHEVALIER: op. cit., pág. 41.
(10) Américo CASTRO: "Juan de Mal Lara y su Filosofía vulgar", en Hacia Cervantes (Madrid, Taurus, 1967, 3ª), pág.206.
(11) Cf. en ibid., pág. 207 y Maxime Chevalier, op cit., págs. 48-49. El cuentecillo tiene cierto parecido con el que incluye Calderón de la Barca en El pintor de su deshonra; ahí, un niño al que su padre ha olvidado darle de comer increpa al gato de este modo: " ¡Zape! / ¿De qué me pides los huesos / si aún no me han dado la carne?" (citamos por Maxime Chevalier, op cit., pág. 100). En la tradición oral zamorana, en fin, se cuenta el caso de un padre de familia cargado de hijos que para matar el hambre todos los días a la hora de comer reunía a sus hijos y se ponía a hacer "títeres", hasta que un día, llegado el momento en que el padre se disponía a iniciar los consabidos juegos, el hijo más pequeño, mirando a su padre con ojos de lástima, comentó: "Tosino, pare, tosino." Parece inútil resaltar la triste realidad que reflejan tanto el relato palentino como el zamorano.
(12) Cf. Maxime CHEVALIER, op cit., págs. 67-68, y Germán DIEZ BARRIO, op cit., pág. 78; ninguno de estos dos autores registra la pulla que nosotros presentamos.
(13) Cf. Aurelio M. ESPINOSA: Cuentos populares de España (Madrid, Espasa-Calpe, 1965, 3ª), es el cuento nº 61,
págs. 199-204.
(14) Cf. Maxime CHEVALIER: Cuentos folklóricos españoles del Siglo de Oro (Barcelona, Crítica, 1983), pág. 155.
CUENTECILLOS TRADICIONALES
Estaban en la era haciendo el verano el amo con dos criados, y al llegar la hora de comer resultó que el ama, que era tacaña, no les había llevado la comida. Como todos los demás que estaban trabajando en las eras habían interrumpido la labor para comer, al amo le parecía mal que les viesen trabajando a ellos, porque los otros labradores se darían cuenta de que él no daba de comer a sus agosteros, entonces les dijo:
-Como todos se han puesto a comer, vamos a dejar de trabajar también nosotros y vamos a sentarnos a la sombra de la morena como que estamos comiendo.
Pasado un rato y viendo que los demás labradores volvían al trabajo, el amo requirió a los agosteros para reanudar la labor. Entonces, uno de ellos, levantándose del suelo y apeándose junto a la manivela de la beldadora, dijo:
-Bueno, pues después de hacer como que comemos, vamos a hacer como que trabajamos -sin intención ninguna de dar vueltas a la manivela.
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El hijo de un labrador había estado fuera del pueblo un año en el Seminario. Llegado a casa, va a saludar a su padre, que estaba en la era trabajando. Allí, contemplando un rastro que había en el suelo, preguntó el estudiante:
-Padre, ¿qué instrumento tan raro es este?
-¡Pero, hombre, no me digas que se te ha olvidado lo que es eso!- respondió el labrador
El muchacho, entretenido en pisar las puntas del rastro, continuaba:
-Que no sé lo que es, de verdad, padre.
-Anda, anda, no digas bobadas -le decía su padre, casi enfadado.
Entonces, por pisar muy fuerte sobre las puntas, el rastro se irguió de repente y de prisa y fue a dar en la cara del estudiante, que exclamó al momento:
-¡Me cago en el rastro de la mierda!
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Era una familia humilde que mientras estaba el hijo en la mili hizo obras en la cocina y amplió el tamaño de la trébede, de modo que quedó tan grande que ocupaba casi la mitad de la cocina. Volvió el hijo de la mili y, admirado del tamaño de la nueva trébede, preguntó a su madre:
-Madre, ¿cómo han podido meter una trébede tan grande por una puerta tan pequeña?
Ante semejante simpleza, la madre le respondió:
-Ay, hijo: adobe a adobe.
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Un matrimonio muy humilde, que tenía un solo hijo, de no muchas luces, llamado Régulo, había recibido la visita inesperada de un conocido. Al ir a comer, como no contaban con tener invitados, resultó que el cocido era escaso. El ama, un tanto apurada, partió el chorizo en tres trozos, como todos los días, y optó por dejar a Régulo sin su cacho, alegando que no le gustaba. El visitante, viendo la injusticia que se hacía por su culpa, salió en defensa del muchacho, pero el padre insistía:
-No, no; si es que a Régulo no le gusta el chorizo. De verdad.
Entonces el hijo, sin levantar la vista del plato, cohibido y algo amoscado, replicó:
-A Régulo sí que le gusta. Lo que pasa es que no se lo dan.
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Era una familia muy humilde y numerosa, en la que la comida escaseaba. Un día próximo a Navidad, a la hora de comer, el padre se puso a hablar a sus hijos de lo que haría si le tocase el gordo.
-Si nos tocase la lotería lo primero que haría sería comprar un cerdo para criarlo.
Los niños, entonces, se empezaron a agrupar alrededor de su padre para escucharle.
-Cuando estuviese cebado y bien gordo, haríamos la matanza -seguía diciendo el padre. Y los niños se iban juntando más a su alrededor-. Y comeríamos el calducho y las morcillas.
Los niños se apiñaban, sentados en el suelo, junto a la silla de su padre.
-Y haríamos chorizo y lomo. Los niños, apretándose unos a otros, seguían embelesados el relato de su padre.
-Y comeríamos cocido, con su sopa, los garbanzos y luego la carne, el tocino, el chorizo, el relleno...
Los niños, casi relamiéndose, seguían estrechándose más y más junto al padre.
-Y algunos días, para variar, comeríamos costillas con patatas.
Entonces, uno de los niños, que pugnaba con un hermano, por estar más cerca de su padre, exclamó, enfadado:
-Padre, que éste no me deja untar
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Tontos los de Campos,
que cambian granos por cascos.
El origen de esta pulla radica en una realidad que los más mayores de los pueblos todavía han llegado a conocer. En efecto, al acercarse el invierno era frecuente que los habitantes de la zona montañosa de Palencia -los pueblos de arriba de Cervera y Guardo, La Pernía- bajaran cargados de nueces, avellanas y hayucos (cascos) a los pueblos productores de cereal -Campos y zona próxima a Herrera- y cambiasen sus mercancías por el trigo o la cebada (granos) de los que ellos escaseaban. De ahí la pulla.
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En Prádanos había una mujer rica que tenía una hija llamada Polaca, a la que no lograba casar porque era bastante fea. Un día la madre fue a rogar por su hija a San Cristóbal, y de rodillas ante su imagen, le dijo así:
-San Cristobalín, manín, maninas, cara de plata, cásame a mi hija Polaca.
Estaba el sacristán en la iglesia en aquel momento y como oyó lo que dijo la mujer, escondido detrás del órgano y cambiando el tono de voz, respondió:
-Cásale con el sacristán,
que es buen galán.
Con que se casaron Polaca y el sacristán, pero resultó que éste era un tunante y le daba muy mala vida a su mujer, por lo cual la madre de Polaca se fue un día a la iglesia y arrodillada ante la imagen de San Cristóbal, le dijo:
-San Cristobalón, manón, manazas,
cara de cuerno,
según tienes la cara,
así me has dado el yerno.
CUENTOS FOLKLORICOS
EL GALLO PERICO
Aquel día el gallo Perico se había puesto muy guapo porque iba a ir a la boda de su tío Federico. Cuando ya estaba de camino se encontró con una boñiga y se dijo: «¿Qué hago, pico o no pico? Si pico me mancho el pico y no puedo ir a la boda de mi tío Federico, y si no pico me quedo sin comer y con las ganas.» No pudo resistir la tentación y picó, y, claro, se manchó el pico. Entonces, como así no podía ir a la boda, pensaba de qué modo se podría limpiar, y según iba andando, andando, andando, se encontró con una malva y le dijo:
-Malva, límpiame el pico para que pueda ir a la boda de mi tío Federico.
Y malva le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con una oveja, y le dijo:
-Oveja, come a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y oveja le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con un lobo, y le dijo:
-Lobo, come a oveja, porque oveja no quiso comer a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y lobo le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con un perro, y le dijo:
-Perro, muerde a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y perro le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con un palo, y le dijo:
-Palo, pega a perro, porque perro no quiso morder a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y palo le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con el fuego, y le dijo:
-Fuego, quema a palo, porque palo no quiso pegar a perro, porque perro no quiso morder a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y fuego le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con el agua, y le dijo:
-Agua, apaga a fuego, porque fuego no quiso quemar a palo, porque palo no quiso pegar a perro, porque perro no quiso morder a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y agua le contestó:
-No quiero.
Entonces siguió andando, andando, andando y se encontró con una vaca, y le dijo:
-Vaca, bebe a agua, porque agua no quiso apagar a fuego, porque fuego no quiso quemar a palo, porque palo no quiso pegar a perro, porque perro no quiso morder a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a malva, porque malva no quiso limpiarme el pico para poder ir a la boda de mi tío Federico.
Y vaca le contestó:
-No quiero.
Y, por fin, llegó a la boda de su tío Federico, pero como tenía el pico sucio no se atrevió más que a meterse debajo de la mesa, y allí, entre el mantel, sólo pudo picar las migas que caían del pastel.
LA RATITA PRESUMIDA
Erase una vez una ratita que era muy presumida, y estando barriendo la portada de su casa se encontró una perra gorda.
Entonces se puso a pensar qué se compraría con ese dinero:
-¿Me compro un caramelo o una cinta para el pelo? Si me compro un caramelo me llamarán golosa, y si me compro una cinta para el pelo me llamarán presumida.
Por fin, se decidió a comprar la cinta, y con ella puesta se sentó a que la vieran en la puerta de su casa.
Por allí pasó un perro, que le dijo:
-Ratita, ¡qué guapa estás!
-Hago muy requetebién, porque tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo? -le dijo el perro.
-¿Y a los niños qué les dirás?
-Guau, guau -ladró el perro.
-Huy, no, no, no, no, no; que me los despertarás.
El perro, desairado, se marchó, y entonces acertó a pasar por allí un gato, que al ver a la ratita le dijo:
-Ratita, ¡qué guapa estás!
-Hago muy requetebién, porque tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo? -le dijo el gato.
-¿Y a los niños qué les dirás?
-Miau, miau -maulló el gato.
-Huy, no, no, no, no, no; que me los despertarás.
El gato se fue triste y compungido, pero entonces llegó el ratoncito Pérez, que le dijo:
-Ratita, ¡qué guapa estás!
-Hago muy requetebién, porque tú no me lo das.
-¿Te quieres casar conmigo? -le dijo el ratón.
-¿Y a los niños qué les dirás?
-Ea, ea, ea -dijo el ratón.
-Huy, sí, sí, sí, sí, sí; que me los arrullarás.
Y se casaron.
En esto, cuando estaban durmiendo, el ratoncito Pérez le dijo a la ratoncita presumida:
-Ratita, ¡que quiero mear!
-Debajo de la cama está el orinal.
-Yo no bajo, que me come el gato.
LOS CUATRO MUSICOS
Erase una vez un burro al que su amo quería vender, pues ya ni podía dar vueltas a la noria. Al sentirse abandonado se dijo, rebuznando:
«Aquí ya no me quieren. Pues me voy.»
Dicho y hecho, se puso en camino, y andando, andando, se encontró con un gallo que cantaba con mucha tristeza: «Kikirikí, kikirikí.»
El burro le preguntó el porqué de su tristeza, y el gallo le contestó:
-Mañana es la fiesta del pueblo y mi amo quiere celebrarlo metiéndome en la cazuela. Por eso canto así, para despedirme del mundo.
Entonces el burro le dijo:
-¡Ah, pues vente conmigo, que a mí tampoco me quiere el amo!
Dicho y hecho, se pusieron en camino, y andando, andando, se encontraron con un perro que aullaba muy tristemente. El burro y el gallo le preguntaron por qué estaba tan triste, y el perro les contestó:
-Es que mi amo ya no me quiere, porque dice que ya no sirvo ni para guardar la casa.
-¡Ah, pues a nosotros nos pasa lo mismo! Así que ven con nosotros -dijeron los dos amigos.
Dicho y hecho, se pusieron en camino, y andando, andando, se encontraron con un gato, que aullaba muy apenado. Entonces los tres amigos le preguntaron por qué estaba triste, y el gato les contestó:
-Porque mi amo dice que ya no puedo cazar ratones y que ya no valgo para nada.
-¡Ah, pues ven con nosotros! -dijeron los tres amigos.
Y así ya eran cuatro los que se pusieron en camino.
Y siguieron andando, andando, andando, hasta que se cansaron y se pusieron a buscar un sitio para descansar, y buscando, buscando, encontraron una luz a lo lejos, y cuando fueron hacia allí resultó ser una casa. Pero al asomarse a la ventana vieron que dentro de la casa había unos ladrones que repartían el botín mientras cenaban; entonces, los cuatro amigos se pusieron a pensar cómo podrían asustar a los ladrones para que se fueran y así poder entrar ellos en la casa y cenar y descansar. Y pensando, pensando, el burro, que era el más listo, dijo:
-¡Ya sé! Yo me pongo frente a la puerta; el perro se sube encima de mí; el gato se sube encima del perro, y el gallo se sube encima del gato, y mientras yo coceo la puerta, nos ponemos a rebuznar, ladrar, maullar y cantar con todas nuestras fuerzas.
Dicho y hecho, formaron tal escalera y tocaron tal música que los ladrones huyeron por la ventana despavoridos.
Así pudieron entrar los cuatro amigos músicos en la casa y se pusieron a cenar y a descansar.
Pero los ladrones se habían dejado el botín de sus robos en la casa y quisieron recuperarlo, por eso se echaron a suerte quién iba a ir a por el botín a la casa, y le tocó al más tonto.
El gallo, que estaba asomado a la ventana, vio venir al ladrón y avisó a sus amigos. El burro dijo:
-Apaga la luz, que a este le daremos, un buen recibimiento.
Dicho y hecho. Cuando el ladrón entró por la ventana fue tal la sarta de coces, mordiscos, arañazos y picotazos que le dieron que dejó el botín y se fue corriendo mientras escuchaba el kikirikí, kikirikí, victorioso del gallo.
Cuando el ladrón llegó donde sus compinches les contó la historia como la entendió, diciendo todo dolorido:
-Yo no vuelvo. Allí, mientras uno te da de estacazos, otros te llenan de pinchazos y otro grita: «¡Fuera de aquí, fuera de aquí!»
Los ladrones se fueron, y los cuatro amigos músicos se quedaron a vivir felices en esa casa y comieron perdices, y a mí no me las dieron porque no quisieron.
EL LABRADOR INDISCRETO
Un labrador y su hijo volvían andando de una feria con un burro que habían comprado. Traían al burro sin carga, y ello hizo que al pasar al lado de otro labrador que cultivaba un campo éste se burlara de ellos por ir ambos caminando y el burro descargado. Molestó esto al amo del burro, que de inmediato hizo subir a su hijo a lomos del animal. De nuevo en camino se encontraron con un pastor que ahora se dirigió a ellos reprendiendo al joven por ir encima del burro cuando su padre, más viejo y menos fuerte, iba andando. Oído esto, cambiaron las tornas, pasando a ir el padre encima del burro y el hijo andando. Pero no habían andado mucho cuando se encontraron con un hortelano que esta vez se dirigió al padre, riñéndole por dejar ir a su joven hijo andando mientras él, hombre ya hecho, iba cómodo encima del burro. Este comentario ya comenzó a desesperar al labrador, que ahora optó por mandar también subir al hijo a lomos del burro. Y así llegaron al pueblo, los dos encima del burro, y allí los vecinos empezaron a echarle en cara el que cargara tanto a un animal tan pequeño, habiendo podido venir alguno de ellos andando. Fue entonces cuando vio el labrador que hiciera lo que hiciera, nunca lo iba a hacer a gusto de todos, y nunca podría evitar los comentarios de la gente.
EL PATITO SABIO
Erase una vez un patito que vivía muy feliz en una granja con su papá pato y su mamá pata, pero como se aburría quiso correr aventuras y conocer mundo. Creyendo que todo lo sabía hacer muy bien, cogió el hatillo y se puso en camino.
Andando, andando, andando, se sentó a la sombra de un árbol a descansar, y cuando se cepillaba de polvo las plumas apareció un perro, que le dijo:
-Pato, ¿qué haces aquí?
El patito le dijo que estaba en busca de aventuras.
-¡Ah, sí! -dijo el perro-. Pues la primera aventura que vivirás es que me vas a servir de almuerzo.
Asustado, el patito se puso a correr, pero el perro le perseguía y corría más; entonces, cuando ya le iba a coger el perro al patito, éste se acordó que sabía volar, y así lo hizo, dejando al perro con cien palmos de narices.
Una vez a salvo, el patito se decía:
-Bueno, correr no es lo mío, pero volando soy el rey.
Y volando, volando, volando, llegó a lo alto de una montaña, y en un gran nido se sentó a descansar. Pero llegó el amo del nido, que era un águila, y le dijo:
-Pato, ¿qué haces aquí?
El patito le dijo que se había marchado de casa para vivir aventuras.
-¡Ah, sí! -dijo el águila-. Pues la primera va a ser que me vas a servir de comida.
Esto asustó más al patito, que se puso a volar para huir del águila, pero éste le perseguía y volaba más aprisa. Y cuando el águila iba a cazar al patito, éste se acordó que sabía nadar y se echó al mar, dejando al águila con cien palmos de narices.
Cuando el patito se creyó a salvo, se decía:
-Bueno, volar no es lo mío, pero nadando soy el rey.
Y estaba nadando, nadando, nadando, cuando apareció un tiburón, que le dijo:
-Pato, ¿qué haces aquí?
El patito le dijo que estaba buscando aventuras.
Entonces le dijo el tiburón:
-¡Conque sí, eh! Pues la primera aventura será que me vas a servir de cena.
Asustado, el patito se puso a nadar, pero el tiburón iba tras él y nadaba más de prisa. Cuando ya le mordía las plumas de la cola, el patito se echó a volar, dejando al tiburón con cien palmos de narices. Cuando llegó a la orilla se puso a pensar y dijo:
-¡Vaya! Resulta que no soy el rey ni corriendo, ni volando ni nadando. Mejor estaba en mi granja, que allí sí que era el rey.
Y así comenzó el regreso, y, por fin, llegó un día a su granja, donde ya le esperaban su mamá pata y su papá pato en el camino.
Y allí vivieron felices y comieron perdices.
LOS CABRITILLOS Y EL LOBO
Mamá cabra se iba a marchar de casa, y como tenía que dejar solos a los tres cabritillos les advirtió muy bien que no abriesen la puerta a nadie más que a ella. Cuando se hubo ido, el lobo, que estaba aguardando, llamó a la casa y dijo:
-Abrid, hijitos míos, que soy vuestra mamá.
Y los cabritillos contestaron:
-No; tú no puedes ser nuestra mamá, porque tienes la voz muy ronca, y nuestra mamá la tiene muy suave.
Entonces, el lobo se fue a casa, batió muchas claras de huevos y se las tomó hasta que se le aclaró la voz. Cuando ya la tenía suave volvió a llamar a la casa de los cabritillos:
-Abrid, hijitos míos, que soy vuestra mama,
Y los cabritillos contestaron:
-A ver, enséñanos la patita por la gatera. El lobo metió la pata por el aguero de la gatera y los cabritillos le dijeron:
-No; tú no puedes ser nuestra mamá, porque nuestra mamá tiene la patita blanca y tú la tienes muy negra.
Entonces, el lobo se fue a su casa y se empolvó la pata con harina hasta que se le quedó blanca del todo. Cuando la tenía muy muy blanca volvió a llamar a la casa de los cabritillos:
-Abrid, hijitos míos, que soy vuestra mamá:
Y los cabritillos contestaron:
-A ver, enséñanos la patita por la gatera.
El lobo metió la pata por la gatera y los cabritillos, al ver que tenía la pata blanca y la voz suave, se pensaron que era su mamá y abrieron la puerta. Entonces entró el lobo y se fue tragando uno a uno a los corderitos, a todos menos al más chiquito, que se escondió debajo de una cama.
El lobo se marchó a echarse la siesta al lado del río, y el cabritillo se quedó solo en su casa esperando a su madre, y cuando ésta llegó le contó lo ocurrido.
Entonces, la madre le dijo:
-Ya sé lo que vamos a hacer. Coge un cuchillo, aguja e hilo y ven conmigo.
La mamá cabra y el cabritillo fueron donde el lobo y con el cuchillo le abrieron la barriga y de ella salieron los cabritillos vivitos y coleando, porque el lobo se los había tragado enteros. Después les dijo la madre:
-Ahora traed piedras del río, antes que el lobo se despierte.
Los cabritillos trajeron piedras del río, y la mamá cabra las metió en la barriga del lobo, y después, con la aguja y el hilo, le cosió la barriga al lobo. El lobo, al despertarse, notó cómo la barriga le pesaba mucho, y como tenía mucha sed (debido a las piedras que le habían metido en la barriga), dijo:
-Como he comido mucho, tengo sed y noto la barriga pesada. Voy a beber al río a ver si se me pasa.
Pero al agacharse a beber agua, con el peso de las piedras que tenía dentro se cayó al río y se ahogó, y desde entonces la mamá cabra y los cabritillos viven felices en su casita.
EL LABRADOR Y EL HIJO VAGO
Un labrador y su hijo iban encima de una mula a una feria cercana, cuando el padre vio en el suelo una herradura que habría perdido otra cabalgadura anteriormente. El padre le dijo al hijo que bajara a por ella, pero éste le contestó:
-¡Ahí voy a bajar yo! ¿A por una herradura vieja? ¡Ande!
Y no bajó. Pero sí bajó el padre y la recogió.
Una vez que llegaron a la feria, el padre fue con la herradura al herrero y éste le dio algún dinero por ella. Con ese dinero el padre compró unas cerezas.
De regreso a su pueblo iban también los dos encima de la mula, y como hacía mucho calor, el padre echó mano de las cerezas para refrescar. El hijo, agobiado por el calor, le dijo al padre:
-¡Padre! ¿No me da unas cerezas para que también me refresque yo?
El padre, sin contestar, le arrojó una cereza de modo que cayó al suelo, bajando el hijo a por ella y comiéndola en el acto.
De nuevo en la cabalgadura, el hijo le dijo al padre:
-¡Qué buena estaba! Pero, padre, ¿no me da usted más?
El padre le arrojó otra cereza, que también fue a caer en el camino, y de nuevo bajó el hijo a por ella, comiéndola tras ello.
Así fueron repitiendo la operación hasta que se acabaron las cerezas. Entonces le dijo el padre al hijo:
-A ver si esto te sirve de lección, que por no querer bajar una vez a por la herradura has tenido que bajar dieciocho a por las cerezas. Por no querer hacer un trabajo, has tenido que hacer ciento.