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El Molino: ese edificio peculiar, bellísimo, que parece romper en dos el paisaje, erguido entre la tierra y el cielo, sólido y grácil a la vez, como inmóvil y aéreo, transformando sus aspas en los brazos de un gigante perdido en el suelo. ..Escribir unas líneas sobre la otra vida que adquiere como pretexto, símbolo o fetiche estético, no es nada fácil, sin caer en el descriptivismo y la enumeración. Por eso he decidido, sin olvidar la referencia a otros signos, basar esta unión de un instrumento artesanal y popular con la estética de la más bella obra que sobre este tema, una historia de amor, ha podido hacer un artista: Franz Schübert y su maravilloso ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller: «La bella molinera».
El molino, el molinero, la molinera...Sencillez y pureza. El cuento de Pedro Antonio de Alarcón alcanzó renombre universal cuando Manuel de Falla compuso su rutilante ballet. La farruca del molinero, que todo bailarín ha puesto en su repertorio definía al trabajo, la honestidad y la fuerza de este personaje, trasunto del Fígaro de Beaumarchais como lo era la bella molinera. Falla, Mozart...el molinero y el Barbero triunfan sobre el Conde y el Corregidor. Y el Molino, en el estreno triunfal, se hace imagen, en la escenografía picassiana. Todo desborda vitalidad, desde una orquestación a la vez lujuriosa y austera. La enceguecedora voluptuosidad raveliana no existe en los pentagramas de Falla, que se harán todavía más adelgazados, esenciales, en sus últimas obras maestras: «El retablo de Maese Pedro» y «Concierto para clave», pero sí una rotundidad popular que en las danzas llega a lo vertiginoso (la Farruca antedicha) o la Jota final en la que se refleja el triunfo (por una vez y casi en la utopía) del personaje popular sobre el rijoso Corregidor y es que «también la Corregidora era guapa...» u «ojo por ojo y diente por diente». Ya se sabe. El molino, mientras tanto, en su signo de laboriosidad directa de instrumento firme, es testigo. Y ya, inmortalizado en la música y la danza, se incorpora a esa misma vibrante jota que lo cierra.
Los «Molinos de Viento» de Pablo Luna son holandeses y sirven únicamente de contexto turístico y de fácil metáfora con el amor y la mujer (¿Piuma al vento? , que se cantaba en «Rigoletto»): Este país, con nuestra quijotesca Mancha parece ser el destinatario de esa máquina que transforma la fuerza de la naturaleza (agua, viento) en beneficio del hombre y de su trabajo. Algo tangible, artesano, sencillo (en «Los Gnomos» de Poortalivert y Huygen el molino y su fuerza son parte integrante de su mundo) se convierte en fantástico depositario de la tradición de todos los cuentos del mundo. Así, la imagen cotidiana se hace mágica y no resultará extraño que Don Quijote los confunda con gigantes ¿acaso no lo eran? y que tanto Pabst como Kotsintev hayan plasmado en las imágenes fílmicas al caballero de la triste figura luchando contra esos terribles enemigos. Alberto, el pintor escultor que salió de España para lejanos países nos dejó los esquemas, los cuadros de ese paisaje cuya luz conservaba desde la memoria. Los molinos de viento constituían una especie de heraldo que rompía un tiempo u otro. Así, literatura, poesía, pintura, cine, recogen la imagen del molino, preservado para esa pervivencia del pasado. Y estos testigos, a veces se descoyuntan, se rompen y se sumergen en el misterio. Cuando la vida les ha abandonado, otra nueva vida surge en sus vísceras. Desde aquel dibujo de Walt Disney «El Viejo Molino» parece entronizarse en él el mundo de los elfos, de los seres del bosque, de los animalillos que encuentran una nueva vida desde la vida vieja...La memoria busca incesantemente la silente pesantez de una estructura muerta para integrar el pasado, o la decadencia, en una especie de resurrección de la poesía.
Don Quijote...y la música hace también de los molinos de viento su propio leit motiv. Mientras el violoncello desgrana su serena melodía, la orquestación extraordinaria de Ricardo Strauss hace del episodio de los molinos el momento más rotundo en la potencia que expresa la realidad y la fuerza de la imaginación. Mejor suerte ha tenido el inmortal personaje de Cervantes en el poema sinfónico que en la ópera, Massenet era un poco blando, pero los molinos siguen siendo a través del arte esos seres vivos que nacen en la imaginación de la locura, que es, a la postre, el idealismo de una raza que permanece tantas veces pegada al suelo sin alzar sus brazos en aspa, con la belleza de lo que rompe la atmósfera, reagrupa el viento, hace salir de la tierra los sonidos más extraños, como si la naturaleza gimiese buscando el aura de los tiempos...El molino o la fijación de esos sueños que puedan terminar en el dolor de los cuerpos quebrantados y perdidos...
Buscan la propia experiencia los signos del molino, encuadrando incluso la sexualidad chauceriana en uno de los mejores relatos de los«Cuentos de Canterbury» o las cartas poéticas de Alphonse Daudet o la elegía de Eliot en «El Molino junto al floss»...¿Para qué agotar referencias? Fragmentos de escritura que se mezclan con otros fragmentos de escritura, hasta formar por sí solos una forma diferente. Tal vez la de un molino de viento que hubiera sufrido una mutación esencial, escrituras que se hacen imágenes en la metáfora y el molino es ya signo..,«Le moulin de la Galette» «Molin Rouge» o «El Molino» barcelonés, antaño mascota del Paralelo...es como si la utilidad de la edificación se trasvistiera en jolgorio, ocio, invitación al pecado...o al placer. Y la sensualidad del Molino se hace pintura, Renoir o affiche, Toulouse-Lautrec, para desembocar en el desenfrenado can-can manes de Renoir (hijo) y Huston o, en último caso, imagen viva del esperpento fiesta y procaz que pasa del gran Gilbert a La Maña, y un Molino, siempre un molino como inextinguible fetiche...
Volver, como resumen, al principio, a Müller-Schubert. «La bella molinera». Escucho el disco, Fischer Dieskau, el gran barítono conduce el viaje triste del molinero, Gerald Moore le acompaña en ese piano sutil, excepcional que crea todo el ambiente necesario con la mayor simplicidad. Como la propia historia del molinero que amó a su molinera y que la perdió por un cazador. Un volkslied de calidad excepcional en un ramillete de veinte canciones que tienen al molino como testigo...el caminante... sí, el caminante... «Das wandern ist des Müllers Lust...» («Andar es el placer del molinero» ) y luego añade este lied que abre la serie...¡Mal molinero habría de ser aquel a quien nunca se le antojó andar!... El movimiento incesante... como las ruedas del molino que siempre giran, o las piedras...«O wandern, wandern, meine Lust» (Oh, andar, andar, bella mia...). Y ya el molinero vivirá su historia, y el propio molino será testigo privilegiado, El arroyo sirve de guía y al fin: el molino... y la molinera. ¡Hacia la molinera! (Zur Müllerin hin). Todo comienza: el molino trabaja y se hace el silencio. Descanso. El amor puede comenzar su periplo, pero siempre desde esa imagen que la música sencilla y genial de Schubert hace tan viva que, ahora, al escucharla parece como si el molino cantara su labor y luego su silencio. El molinero y la molinera son como los retratos de todos los amantes de cualquier tiempo que sean, la melancolía de lo que no se consigue, aventado por las aspas del molino, el viaje de invierno que cerraría el ciclo de Müller y en el que la premonición de la muerte cercana da un tinte de una tristeza sin límites, pero al tiempo resignada y transida. Schubert y el molino ¿cabe una mayor significación poética?
El molino como realidad; como metafora, como fetiche. ..¡Guten Morgen, Schüne Mullerin! ¡Buenos días linda molinera! Es el amor y el molino rompe su materia en alegría. La exaltación «Die Geliebte Müllerin ist mein». (La adorada molinera es mía...). La canción que habla de felicidad y que se transformara en los heraldos de la desgracia. Es el cazador quien rompe el idilio, y el molino se hace amenazante, pétreo, mágico y gigantesco como aquel al que se enfrentó Don Quijote. Y ya no vuelve a aparecer. La despedida final la realiza el arroyo sobre el joven molinero...¡Buenas noches, hasta el día del último despertar. Adiós, molino de la felicidad, adiós molinera, amada imposible, Buenas Noches. Adiós!
En la noche de los tiempos, en los lugares en los que nacen los mitos, en la tradición oral, en los relatos de las gentes que se han quedado prendidos en la atmósfera, el paseante es ya el enamorado, de una mujer, de la felicidad en abstracto, tal vez de la verdad...El molino Schubertiano ha sido el bello paisaje, el hábitat, el símbolo...¿estabas verdaderamente enamorada molinera? ¿O tu corazón sólo quería que rodara el tiempo, se agitara el viento en busca de otro ser? El molinero era tu igual ¿por qué el cazador suplantó su imagen? ...Salía de su campo de juego la muchacha y el extraño producía en ella nuevos deseos...¿Eras tú culpable, doncella? ¡No! El molino no te protegía de ese flujo irresistible de nuevas imágenes...Schubert lo comprendía y antes el poeta que tituló sus canciones «La bella molinera». Bella, niña, como la propia solidez del molino dominando la planicie. La fuerza de la melodía transforma la sencillez en absoluta obra maestra.
Y así cantar el molino es abrir las hojas del libro de la música, la poesía, incluso la fuerza de la memoria o la irrisión. Hoy los molinos no son sino imágenes de un pasado que a lo mejor se han transformado en iconos estéticos. Hoy el molino es esa metáfora de la libertad y de la solidez, de la contradicción entre lo utilitario y lo soñado. Una ventana abierta al tiempo que se desliza entre los dedos y muchas cosas más... 101 números de una Revista que ha acercado lo sencillo de las gentes a otras gentes. El molinero y la molinera se aman de nuevo y el molino, comienza su andadura. Canta el barítono. «Tuviera yo mil brazos para usar». ¡Pudiera yo mover los ruidosos batanes...Ella te quiere molinero, ella te quiere. ¿Para qué pensar en el futuro? Y el cuando se fija, la música inmóvil, en el más puro momento de felicidad.