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Con cierta frecuencia salta el recuerdo de España, su antigua patria, en los refranes de las gentes sefardíes, recuerdos y alusiones que acaso pudiesen multiplicarse por diez si se estudiasen con pormenor todas las formas de su literatura popular, y no con el topónimo de Sefarad con que por lo general la denominaban, sino con su propio nombre, al decir en un proverbio: "Está dulse como el pan de España", que así llamaban al mazapán, similar al que hoy mismo se elabora en Toledo, ciudad tan íntimamente ligada a la tradición social y cultural judeo-española.
La nostalgia de la antigua patria se muestra en la añoranza de nombres de ciudades y pueblos, como cuando dicen: "No se fragua Zamora en una hora" (M.M., 398), calco del refrán que circula en la España actual y que dice: "No se hizo Zamora en una hora".
O este que alaba a Sevilla: "Quien no vido Sevilla, no vido maravilla" (G., RHi., 369), sin que tampoco se olvide de Lisboa, el puerto en que acaso residieron en un corto tránsito y tal vez se embarcaron para el definitivo destierro: "El quien no vido Lisbona, no vido cosa buena", que deforma el proverbio portugués: "Quem ñâo víu Lisboa, ñâo víu coisa boa", o una pequeña villa de la provincia de Toledo (refiriéndose a su origen: "De los de Makeda" (j. 101), o diferenciando la patria de uno y otro, acaso con altanería y orgullo: "Vos de Francia, yo de Aragón" (F.-D., 1293).
También la referencia satírica, en recuerdo permanente de algún error facultativo: "Médicos de Valencia, muchas aldas, poca siensia". (C.C., 40), si bien el vocablo médico se cambia en merco, profesión sobre cuya eficacia parecen los sefardíes más bien incrédulos y escépticos: "Ierro de merco, voluntá de Dio" (S., 1835).
Lo que resulta sorprendente es que entre los proverbios sefardíes aparezca una frase pronunciada, según parece, por Payo Martínez Barbeito en 1412, cuando al frente de sus mesnadas se dirigía a la conquista de Almería, recogida en diversas versiones: "Somos gaigos y no mos entendemos" (G. RHi., 419), que ya otro colector recoge con mayor claridad: "Somos gallegos y no mos entendemos" (S., 887), aunque el mismo colector desfigure su sentido en otra paremia: "Favlamos gallego y no mos comprendemos" (S., 886).
DESCUBRIMIENTO DEL MUNDO SEFARDI
Al encomendarnos en 1930 la Junta de Relaciones Culturales del entonces Ministerio de Estado, el desempeño de la cátedra de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Bucarest, al ponernos en contacto con un país latino tan extremo, tan poco conocido entonces por los españoles, a pesar de haber sido español el emperador Trajano el que lo había latinizado tardíamente, nos deslumbró en un principio el hallazgo de una lengua romance de tal interés como el rumano, y una de las pocas que nos era totalmente desconocida entre las neo-latinas, y que pronto, como pudimos comprobar, resultaba tan similar por otra parte, al habla cariciosa de Galicia, del finisterre español, tan entrañable para nosotros, por ser nuestra segunda lengua para uso literario y campesino. El conocimiento de otras lenguas romances -el francés, el italiano, el catalán- que nos eran familiares y en las que nos era dada la posibilidad de leer a sus grandes escritores, la pronta amistad que nos dispensó un ilustre y apasionado hispanista rumano, el Profesor Nicolai Iorga, el entusiasmo que sentían por el país nuestros representantes diplomáticos y consulares de Bucarest, nos identificaron pronta y enteramente Con Rumanía y su lengua.
Pero nuestra atención se desvió al cabo de los días, no demasiado tarde tampoco, en otro sentido y dirección. Desde un comienzo, se incorporó a nuestra aula un nutrido grupo de alumnos judíos de origen español. Sus apellidos totalmente hispánicos nos chocaron desde el primer momento que solicitaron la asistencia a nuestras clases, al expresarnos con verdadera ansiedad su deseo de conocer nuestro lenguaje actual, de saber cosas y noticias sobre la España contemporánea, de profundizar en lo peculiar de nuestra cultura.
La pérdida del contacto con el castellano literario de España, que fue casi total en los sefardíes que emigraron a países y ciudades mediterráneos, mucho menor en los que lo hicieron a Francia u Holanda, su aislamiento de las lenguas regionales, que influyeron en algunos aspectos de su expresión habitual, convirtió el habla sefardí en una curiosa reliquia filológica, en una muestra fosilizada del español del siglo XV, en un vehículo de expresión esencialmente popular, reducido, casi de modo exclusivo al ámbito familiar, conservador a todo trance de todo lo tradicional y peculiar de su antigua patria, y de la comunidad, y en todo caso a una literatura popular muy precaria de periódicos y revistas de escasas páginas y limitadísima difusión, que apenas traspasaban el ambiente de la ciudad donde se publicaban, ya fuese Salónica (su centro cultural más importante por hallarse radicado en ella el núcleo más numeroso de población judeo-española, y que por ello fue la comunidad más martirizada por la bestialidad nazi), Istambul, Adrianópolis, Esmirna o Sofía, sin repercusión alguna en el país griego, turco o búlgaro, ni tampoco en el resto de la diáspora, de igual manera que tampoco trascendían las escasas y aisladas publicaciones sobre temas sefardíes que veían la luz en Nueva York, Buenos Aires o Tel-Aviv.
Teníamos del tema jud.-esp. al iniciar nuestro contacto con Rumanía las contadas noticias que poco más o menos pudieran llegar a un universitario iniciado en la filología románica, a través de los más importantes trabajos publicados por entonces, del gran investigador en la materia, el profesor Max Leopold Wagner, que después tanto nos distinguió con su amistad, y por el profesor Kalmi Baruch, de Sarajevo, que acababa de publicar un interesante estudio en la Revista de Filología Española, y que acabábamos de conocer en Madrid. Y en el aspecto más bien informativo y anecdótico, a través de las colaboraciones de diversos sefardíes en La Gaceta Literaria, la revista que por entonces publicaba Ernesto Giménez Caballero, gran animador del descubrimiento y posible expansión de la cultura judeo-española en la propia España.
Con todo, y debido a ello, fue mucho mayor nuestra sorpresa, ya que asociábamos la existencia de núcleos sefardíes de modo casi exclusivo a ciudades como Istambul, Salónica, Adrianópolis, Esmirna y alguna más de Bosnia, puesto que apenas aparecían citados en ocasión alguna en cuantos estudios sobre la materia conocíamos, los que componían la comunidad de Rumanía.
El trato diario con los alumnos sefardíes que asistían puntualmente a nuestras clases, que ya nos esperaban a la entrada del aula, que seguían con nosotros para preguntarnos mil cosas, una vez terminada la explicación del día, derivó pronto en íntima relación y franca amistad con muchos de ellos -que, por otra parte, tampoco eran gente demasiado joven, sino personas de cierta edad, algunos destacados profesionales de carreras universitarias- y sirvió para que seguidamente nos pusiéramos en contacto con la población judeo-española de que formaban parte, en los hogares de muchos de ellos, en el ambiente familiar en que vivían, y que pasado algún tiempo nos indujeron a pronunciar una primera conferencia en la Comunidad sefardí de Bucarest, a la que acudieron todos ellos con sus familias y relaciones.
Recuerdo que les hablé de la expansión del idioma español en el mundo, con el entusiasmo a que nos da derecho nuestra colonización en América y Oceanía, de la importancia de la España actual en Europa, de su situación, de su desarrollo, de su arte y literatura. Recuerdo que nuestras palabras, apoyadas en estadísticas y datos reveladores produjeron un efecto insospechado en los numerosos oyentes, conmovidos por el hecho de hablarles en "español de España", que acaso oyesen por primera vez y que comprendían perfectamente. Luego me dijeron los alumnos, mis amigos, que jamás habían visto la Sinagoga tan concurrida, y, lo que es mejor, nunca tan atentos e interesados los oyentes. Lo que me supuso repetir con cierta frecuencia mi contacto con aquellas gentes sumamente interesadas por las cosas hispánicas.
Pero si mis oyentes se conmovían y emocionaban al oir hablar de España, nosotros, en recíproca correspondencia, sentimos también una gratísima simpatía al hallarnos inmersos en aquel breve oasis español en un país tan distante del nuestro, cuyos componentes se expresaban en un castellano antiguo, arcaizante, suave y caricioso, acaso el mismo que debió hablarse en el siglo XV en los barrios judíos de las viejas ciudades españolas.
Si el encuentro y el contacto externo con las gentes sefardíes, en un país de idioma diferente de aquel en que podíamos entendernos ellos y nosotros, tenía que atraernos irresistiblemente, al ser introducidos en la intimidad del hogar sefardí, no pudimos menos de sentir una honda, una patética impresión. Era -salvo el aspecto religioso, que unos y otros soslayábamos de intento- la familia española, con muchas costumbres semejantes, con igual sentido de la hospitalidad, con la misma cortesía en el trato, con idénticas virtudes domésticas, hasta el punto de sentirnos en una casa española que se rigiese un poco a la antigua. El platico de confituras de limón o naranja ofrecido al visitante por la madre, pudiera hacernos recordar el hogar de una ciudad andaluza. El, obsequio con unos trozos de pan de España, que es nuestro mazapán, le hacía pensar que se hallaba en una casa de Toledo.
Contra lo que suponíamos, al no tener noticia de ello, nos encontramos en Bucarest con una población hispano-judía de cierta amplitud, que acaso superase las diez mil almas, según calculaban algunos de mis autorizados interlocutores, pero no separada en determinados barrios, sino, por el contrario, dispersa por toda la ciudad y entremezclada con las más varias clases sociales, incluso con las más elevadas, y aun con otras razas, en especial con la rumana, salvo una rara excepción. Ponían los sefardíes de Bucarest cierto empeño en distinguirse y aislarse de sus correligionarios, los judíos asquenazi, es decir, los judíos rubios, procedentes de Polonia y Rusia, hasta el punto de poseer rabinos, sinagoga y cementerios independientes, orgullosos acaso de su segunda patria, la lejana España, Sefarad, y de ciertas virtudes caballerescas heredadas de siglos, que les convertían en algo así como los nobles de su raza. Escasos eran, por esta razón, los cruces matrimoniales entre una y otra rama del hebraísmo, como si entre una y otra existiese gran distancia social, que sólo se acortaba excepcionalmente por los motivos humanos que en otras sociedades enlazan el noble con el adinerado.
Independientemente de estas razones íntimas e históricas, creo que incluso podría intentarse sintetizar las calidades psicológicas que caracterizan y separan a ambas ramas del judaismo: los asquenazi acaso sean más positivas y realistas, más dados a las ciencias y la investigación, en los que impera sobre todo un espíritu de negociantes; los sefardíes más idealistas y nostálgicos, más aptos para las letras, que poseen y fomentan una rica y variada literatura popular, con su romancero (1) heredado de España, sus refranes de origen bíblico o hispánico, y sus consezas (2) contaminadas de imaginación oriental, que desarrollan, aunque en menor grado y sin tan apoteósicos resultados, cualidades y virtudes de unos y otros, que nos parece se están fundiendo feliz y eficazmente en esa gran nación que es hoy Israel.
Una estancia breve en Constantinopla y un nuevo viaje más demorado para comprobar extremos que nos interesaban, nos pusieron en contacto con una comunidad sefardita muy numerosa y completaron nuestro conocimiento del medio y el ambiente judeo-español. Ibamos de asombro en asombro. En la calle de Pera, sin duda la más importante y concurrida de la ciudad, eran frecuentes las muestras de las lujosas tiendas o las placas de los profesionales -médicos, abogados, arquitectos, odontólogos- en que aparecían apellidos españoles, similares a los de cualquiera de nuestras ciudades. Lo que asimismo ocurría con las modestas o lujosas tiendas. Con sólo reparar en ciertas características raciales que denunciaban a los ciudadanos turcos -por ejemplo, un pequeño mostacho semejante al que había usado Mustafá Kemal, su admirable dictador, al que sus súbditos trataban de imitar hasta en ese detalle físico-, podía intentarse preguntar en castellano al primer transeúnte con que nos cruzábamos en la casi completa seguridad de que nos respondería en nuestra misma lengua con verdadero júbilo y satisfacción. Del mismo modo, cabía preguntar el valor de una chuchería cualquiera en ésta o aquélla tiendecilla del Gran Bazar, esas inmensas galerías cubiertas que albergan varios centenares de tiendas, donde se venden las más variadas e inverosímiles mercancías Lo más probable era que en un noventa por ciento de los casos, no respondieran alegremente en nuestro propio idioma, aunque distinguiendo al momento que éramos "españoles de España", y que por ello mismo nos invitasen a una tacica de excelente café y, sin regatear ,nos hiciesen desde un principio, una rebaja considerable en el precio marcado.
Y más todavía, para sobrecargarnos de emoción. Pasear por el barrio del Phanar al atardecer era encontrarse, transportarse de pronto, ni más ni menos, al núcleo popular de una pequeña ciudad española, mejor, andaluza -digamos Ubeda, Osuna o Lucena- con muchachas morenas, bellísimas, de grandes ojos negros, con el pelo negro y brillante como si fuera de charol, que llevaban flores en el pelo y que al pasar junto a nosotros, enlazadas, cantaban antiguas y románticas canciones en su español antiguo, con seseo típicamente andaluz, como éstas que me apresuré a recoger, tratando de captar la peculiar fonética de cada palabra, ya que no nos era dado anotar su música:
Si mi vó sola non te dezio;
il portré lu dezio en tí.
Qui mi yores y qui yoris
coandu t' ecias a dormí.
Amami sigún ti amo
quéreme sigún ti queru
non me vaias engañiandu
mira qui mi vó morí.
Y en otro grupo, con gran melancolía, más aguda en aquella triste hora del atardecer:
Felice in il mundu vevía
y yiorando lu qui era il amor.
Y agora qui lo a comprendido,
¡ay, qui vive con muncio dulor!
Y, lo sorprendente, la canción cantada por un tercer grupo: la españolísima Habanera del músico Sebastián de Iradier, que se hizo famosa en el mundo entero, y que desde Cuba tantas vueltas habría dado hasta llegar a Istambul:
Si a tu ventana yega
una palomba
trátala con cariñio
que es mi presona.
Cuéntali tus amores
bien de mi vida
coronala di flores
qui es cosa mía.
Otra prueba de la identificación de aquellas gentes desterradas con la patria en que vivieron por siglos sus antepasados, la veíamos y sentíamos al entrar en la Sinagoga y oir los cantos rituales de sus ceremonias religiosas, que nos hacían pensar que asistíamos a una curiosa sesión de cante jondo, semejanza que, según tenemos entendido, ya estudió algún erudito en la materia.
Algo que nos asombró en Istambul y en algunos barrios donde predominaba la población sefardí, como ocurre precisamente en el Phanar, fue observar la fuerza expansiva de su habla, que no sólo resiste a siglos de aislamiento de su idioma originario, sino que también se impone a las de unas razas tan opuestas como son los armenios y los turcos, que la aprenden con sus convecinos y usan habitualmente con ellos este español arcaico y adulterado de los sefardíes.
La convivencia, entrañable ya, con las comunidades de Bucarest e Istambul, nos proporcionó un mejor conocimiento de su lengua y su literatura popular, que nos interesó vivamente desde entonces. Nos atraía el estudio de sus romances, de sus consezas, pero como quiera que el horizonte de ambos sectores resultase amplísimo en demasía, y existiesen ya variados e importantes investigadores de estas dos ramas, ya desde un comienzo nos consagramos con preferencia a un sector más limitado, al estudio de sus proverbios, que en un principio nos pareció una materia más virginal y menos estudiada, acaso por un afán personalísimo que nos acucia en todos nuestros estudios e investigaciones: el deseo de iniciar nuestros trabajos por caminos inéditos y poco transitados.
Bien es verdad que al decidirnos por el estudio de la paremiología jud.-esp., se debía también en gran parte al hecho de haber tenido la fortuna -y la curiosidad- de haber recogido cuantos proverbios iban recordando los jóvenes y viejos con quienes conversábamos, que los entreveraban continuamente en su coloquio, de igual manera que ocurre con el lenguaje habitual del estado llano español, de Sancho en adelante, que interpola continuamente en su conversación el refrán sabroso y expresivo.
Esta curiosidad por la filosofía popular de los sefardíes nos permitió reunir abundante material en transcripción fonética. En cuanto alguien traía a cuento algún proverbio, sacábamos nuestro cuadernito para anotarlo y aún se lo hacíamos repetir tantas veces como fuese preciso para lograr su más perfecta transcripción fonética posible. Llevaba cada uno el nombre de la persona, su edad y profesión y el lugar en que vivía.
Los resultados de esta minuciosa tarea fueron provechosos, pues llegamos a registrar cerca de ochocientos proverbios, que al estudiar posteriormente las demás colecciones publicadas con anterioridad, pudimos comprobar que muchos eran diferentes de los conocidos o, al menos, transcritos en versión más fiel.
Una vez reunida y alfabetizada nuestra colección nos interesó desde el primer momento estudiar la fuente de cada refrán, su posible ascendencia bíblica, donde tanto se prodigan las frases sentenciosas, los dichos sapienciales, pensando, como es natural, que la raza judía tiene a la Biblia como su gran libro de lectura diaria, que le comunica en todo instante su ancestral sabiduría.
Por otra parte, cabía pensar también en su probable origen hispánico, después de tantos siglos de íntima convivencia.
Así, pues, comenzamos por investigar entre los refranes recogidos por nosotros su posible paralelismo con la literatura gnómica del pueblo hebreo, labor apenas iniciada por algunos recopiladores, pero como quiera que ésta se hallase desarrollada de modo especial en determinados libros del Antiguo Testamento, particularmente en el Libro de los Proverbios, del que asimismo se deriva también buena parte de la paremiología española y, en general, la de los países neo-latinos, y con mayor razón en la sefardí, pensamos que la mejor manera de conjugar las sentencias bíblicas con la expresión castellana de los refranes judeo-españoles, que poseían al menos la antigüedad de cinco siglos (sería anotar al pie de cada refrán, cuando se ofrecía tal coincidencia) era ofrecer no la traducción en español moderno, sino la versión de tan sabroso arcaísmo que de él nos daba la Biblia de Ferrara, traducida el año 1553, obra de judíos por entonces desterrados de España, añadiendo a ella la de Ciprieno de Valera, que había utilizado la de Casiodoro de Reina, ambos del siglo XVI, vertida en una lengua relativamente próxima a la usada por los judíos de España.
Para aquellos refranes que pudieran considerarse de origen netamente español, y poder mostrar su perfecta conservación o las leves deformaciones que hubiesen experimentado, había que comprobar si su existencia en nuestra patria era anterior a la triste fecha de la expulsión y para ello recurrimos a los textos de Juan Ruiz, del Marqués de Santillana, de un anónimo colector de Segovia, de La Celestina, por lo que se refiere al siglo XIV y al siglo XV.
Para confirmar su utilización por nuestro pueblo en épocas posteriores, recurrimos a consultar la abundante filosofía vulgar de Sancho en las páginas de Don Quijote y a las colecciones de Hernán Núñez y del maestro Gonzalo Correas -cuyo Vocabulario de refranes, tan inseguro y antimetódico, posee, sin embargo, subido valor por ser en gran parte recogidos oralmente, aunque haya volcado en su colección las anteriores que conocía-, y todavía para comprobar su supervivencia en nuestra época, a las amplísimas series de Rodríguez Marín, que logró reunir el más importante caudal de refranes españoles, si bien en muchos casos adulterados al modernizar su lenguaje, en relación con los que transmiten con tanta fidelidad, al cabo de los siglos, los sefardíes.
Ahora bien, esta tarea cuidadosa que nos habíamos impuesto, reducida al material recogido por nosotros, que abarcaba, por tanto, tan sólo una breve parcela de la paremiología judeo-española, nos pareció incompleta, ya que venía a ser simplemente una nueva serie más entre las colecciones de refranes ya publicadas, aunque sin duda recogida con mayor minuciosidad y rigor que la mayor parte de ellas. Pensamos entonces que podría resultar del mayor interés la ampliación de nuestra labor a un intento más ambicioso: formar un verdadero y completo Corpus paremiológico jud.-esp. de los Balcanes, añadiendo a la nuestra en apéndice y por orden cronológico todas las series de refranes que nos eran conocidas y publicadas con anterioridad a nuestro trabajo, es decir, las reunidas y editadas por KAYSBRLING (1890), FOULCHE-DELBOSC (1895), MOSCUNA y PASSY (1897), ABRAHAM DANON (1903), MARQUES DE HOYOS (1904), YEHUDA (1927), BARUCH UZIEL (1927), MAX A. LURIA (1930 y 1933), HENRY V. BESO (1948), MOSCO GALIMIR (1951), HEMSI (1954), SAPCRTA (1957), DENAH LIDA (1958), MARIUS SALA (1959), MICHAEL MOLHO (1960), ELNECAVE (1968), C. MUNUERA (1967).
Cabía limitarse a reproducir estas colecciones textualmente, pero ello tenía que dar lugar, sin duda, a que en muchos casos, se repitiese el mismo refrán en varias o en todas y cada una de ellas, lo que a la larga resultaría enojoso y superfluo A fin de evitar esta innecesaria repetición, luego de darles una sigla y numeración a las que carecían de ella, optamos por dar al pie de las primeras colecciones comenzando por la nuestra, por ser sin duda la que contenía un mayor número de refranes que no aparecían en las demás, las diferentes versiones que ofrecían las colecciones subsiguientes, dando la sigla y el número de la serie correspondiente, limitada en la mayor parte de los casos a las simples variantes, reducidas en algunos casos a simples palabras.
Realizada esta labor con la nuestra, seguimos con la de Kayserling y con las publicadas después de ésta, ofreciendo en cambio, íntegros, los refranes nuevos de cada colección, no registrados con anterioridad, pero sí ampliando a éstos los posibles paralelismos con las colecciones españolas.
Por este sistema de ofrecer nuestra colección coordinadas con las variantes que pudiesen presentarse en otras anteriores y ofreciendo luego en apéndices todas las demás sometidas a semejante compulsa de naturales cambios y deformaciones, tan natural en frases desgastadas y modificadas por el continuo uso, creemos haber reunido la totalidad conocida y publicada hasta ahora del repertorio judeo-español conocido del Sudeste europeo.
Escojamos al azar dos muestras de esta labor realizada por nosotros. Por ejemplo, el proverbio:
Aciuntate a los savios y serás unu d'eyius.
Lleva las siguientes notas:
Biblia de Ferrara: XIII, 2º: "Andan con sabios se asabentará".
Cipriano de Valera: "El que anda con sabios, sabio será".
Gonzalo Correas: "El que anda con sabios, sabio será".
Rodríguez Marín, I. p. 8: "Allégate a los buenos y serás uno de ellos" y p. 229: "Júntate con los buenos...".
Yehuda, 70: Ag'úntate a los buenos, te azerás y serás uno d'eyius.
Saporta, 27: "Agiúntate con un bueno, serás uno d'eyios".
Michael Molho, 3: "Agiúntate con un negro, y serás uno de ellos"; agiúntate con un bueno y serás uno de ellos.
Veamos otro todavía con sus variantes:
-A muncias palavras ieros no faltan:
Biblia de Ferrara, X, 19: "En multitud de palabras, no es vedado rebello".
Cipriano de Valera: "En las muchas palabras, no falta pecado".
Arcipreste de Hita, estr. 733: "Quien mucho fabla, yerra".
M. de Santillana: 427: "Mucho fablar, mucho yerrar".
Gonzalo Correas: "A mucho favlar..."
Fowlché-Delbosc, 726: "Mucho hablar, mucho errar".
Luria, X: "Muchu favlar, muchu ierrar".
Mosco Galimir, 165: "El que mucho habla, mucho yerra".
Denah Lida, 165: "...iera".
Saporta: "Quien mutcho favla, mutcho yerra".
Pudiera parecer superfluo, excesivo dar tan variadas versiones de una muestra literaria minúscula, como es un refrán, pero de la comparación de una y otra pudieran extraerse varias consecuencias, entre ellas la posibilidad de fijar el texto más correcto y lo que es acaso de mayor interés, a través de las vacilaciones ortográficas con que los transcriben los colectores sefardíes, su posible pronunciación, ya que fijan aquellos que con rigor científico los recogen con transcripción fonética.
Hay que reconocer, sin embargo, que los primeros, llevados del entusiasmo que sintieron al recoger los dichos sentenciosos oídos tantas veces a sus mayores, prestaron un buen servicio a los filólogos, ya que de la suma de las defectuosas y balbuceantes transcripciones que a su manera realizó cada uno, puede deducirse en muchos casos su verdadera pronunciación. Es de sentir que, en bastantes casos, estos aficionados se hayan limitado a transcribirlos tal como les fueron comunicados -el propio Kayserling lo declara- por gentes de mayor o menor cultura, poco preocupados de captar los matices de la pronunciación.
Muchos de los refranes recogidos por nosotros carecían de antecedentes conocidos o nosotros, al menos, no se los hemos hallado, por más que hayamos compulsado con verdadera minuciosidad las más diversas colecciones. Tal vez procedan algunos de la paremiología turca, griega, búlgara o armenia -vaya usted a saber-,cuya relación podrá establecer en su día algún conocedor de estas lenguas y de su filosofía vulgar. Por nuestra parte, hemos iniciado el estudio de las evidentes correlaciones del refranero rumano y sefardí, en las que no repararon ni Mss. Crews ni el profesor Marius Sala, tan excelentes conocedores de los proverbios sefardíes en el medio cultural de Rumanía, donde centralizaron su trabajo y que estudiaron con tanta precisión y acierto.
Por lo que se refiere a la dependencia de las paremias sefarditas con las de origen bíblico e hispánico, el resultado comparativo fue muy fecundo, ya que la mayor parte de ellos aparecen en nuestra colección con numerosas variantes de expresión o de formas lingüísticas que pueden permitir la fijación probable o definitiva del refrán sefardí.
Con la publicación en apéndice a la nuestra de las colecciones anteriores, coordinada con ellas como lo hemos realizado, creemos con la mejor buena fe y voluntad de acierto haber iniciado una tarea de excepcional interés filológico, como es la de reunir un verdadero Corpus de refranero sefardí del Sudeste europeo, labor que estaba por realizar, y que como es natural deberá acrecentarse en lo sucesivo con los nuevos materiales y estudios que aporten los investigadores que sigan interesándose por la materia y vayan publicándose de ahora en adelante. Ya tenemos noticia de algunas colecciones, unas publicadas, como la de Cherezbi, que no hemos logrado conocer, y otras inéditas, como la de Arditti o la del hispanista ruso Werjavin, recogida en Bulgaria, que sabemos se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional de Leningrado o la del rabí Bejarano, cuya edición hemos preparado nosotros y que acaso se publique algún día, aunque a pesar de su amplitud no añade demasiadas novedades ni aportaciones de interés a este trabajo nuestro, por limitarse a reproducir las soluciones anteriores.
Trabajo que se publica muy tardíamente y con gran retraso. Cuando ya lo habíamos ultimado, tan sólo a falta de una breve introducción gramatical, que considerábamos precisa -de la que posteriormente dimos algunos avances en la Revista de Filología Española(2) y en Sefarad(3)- tuvimos la desgracia de perder, con toda nuestra biblioteca, la labor puesta en limpio para su posible publicación durante la turbamulta de nuestra penosa guerra civil iniciada en 1936, y ya desviado momentáneamente nuestro interés por el tema, debido a nuestras obligaciones profesorales en Las Palmas, Valladolid y Salamanca, que nos tuvieron alejados durante cuarenta años de las bibliotecas donde pudiésemos seguir trabajando sobre el tema, nos propusimos posteriormente en las escasas horas de ocio, alternándolo con otros estudios obligados, reconstruir este trabajo -del cual conservábamos los materiales iniciales- porque seguía siendo para nosotros un tema apasionante, que, al fin, al disponer del vagar preciso, nos decidimos a ofrecer hoy al cabo de tantos años, en la creencia de que hacemos un buen servicio al folk-lore ya la cultura sefardíes.
SIGLAS USADAS
C.C: CORREA CALDERON, Corpus paremiológico judeo-español del Sudeste europeo (En vías de publicación).
F.-D: FOULCHE-DELBOSC, Ravmond. "Proverbes judeo-spagnols", in Revue Hispanique, 1895, II, pp. 312-352.
G. Rhi: GALANTE, ABRAHAM. "Proverbes judeospagnols", in Revue Hispanique, 1902, IX, pp. 440-454.
J: J. JEHUDA, ISAAC I. "Jurdaco spanish proverbs", in Zion, II, 1927, p. 80. (Introducción del hebreo por Mª Elena ROMERO).
M.M: MOLHO, MICHAEL. Literatura Sefardí de Oriente, Madrid-Barcelona, Instituto Montano, 1960.
S: SAPORTA y BEJA, ENRIQUE. Refranero sefardí. Madrid-Barcelona, Instituto Arias Montano, 1957.
RFE: Revista de Filología Española.
SEF: Revista SEFARAD.
(1) F. N. S. "Una colección de refranes del siglo XV" en Revista de Archivos, Museos y Bibliotecas, Madrid, 1904, mayo-junio, 434-447.
(2) E. CORREA CALDERON. "Jud-esp. I "también", en RFE, Madrid, 1963, XLVI, 149-161.
(3) E. CORREA CALDERON. "Sobre algunos metaplasmos en judeo-español", en SEF, 1968, XXVIII, 220-226.