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1. Algunas referencias históricas
Aunque la fabricación y uso de la miera es ancestral, su incorporación a obras escritas relacionadas con Cuenca no es tan antigua. Un rápido rastreo de fuentes bibliográficas nos llevará al Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias Orozco (1539-1613), referencia especialmente oportuna por cuanto este autor fue «capellán de su Magestad, Maestrescuela, Canónigo de la Santa Yglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición». Así trata la voz «miera» Covarrubias:
El azeite que llaman de enebro, de que parece usan los pastores para curar su ganado. Y dize Mingo Revulgo:
O mate mala ponzoña
a pastor de tal manera,
que tiene cuerno con miera
y no les unta la roña.
Latine dicitur Reum Iuniperum: parece nombre Arabigo, aunque el Brocense quiere sea nombre corrupto de amurca.
Casi sin variaciones, encontramos esta definición en la edición de 1734 del Diccionario de autoridades (tomo IV).
Como es sabido, la industria de la miera ha tenido gran implantación en la sierra de Cuenca dadas sus particulares condiciones botánicas y la presencia de una gran cabaña ganadera trashumante, que requería de tal producto, abriendo las posibilidades de comercializar los excedentes tanto de miera como de otros productos obtenidos con el concurso de hornos similares al que vamos a analizar. Las hemerotecas ofrecen muestras de cómo productos como el aguarrás o la pez, derivados del pino, se vendían en tierras lejanas. En la noticia que reproducimos a continuación se citan puertos marítimos, mercados ávidos de pez para el calafateado de los barcos. Pese a que en el texto no se cita a Alcantud sino a pueblos aledaños, la incorporación de vecinos de esta localidad a tales rutas comerciales es perfectamente verosímil:
[…] Los de Armallones, Huerta-Pelayo, Valtablado del Rio, y Carrascosa de la Sierra, corren toda la Peninsula con su agua-rás, y pez, frequentando particularmente los Puertos de Cartagena, y de Cadiz, donde logran despacho ventajoso. (Correo mercantil de España y sus Indias, n.º 22, del lunes 16 de diciembre de 1793, Agricultura).
Casi un siglo más tarde, es José-Lucas Torres Mena (1822-1879), en sus Noticias conquenses (1878), quien aporta nuevos datos. En el capítulo décimo de su obra —p. 365— nos informa de que la producción provincial de aceite de enebro es de 200 arrobas, aclarando que el sobrante se vendía fuera. Más adelante, en la página 377, dedicada a la estructura de los 733 montes de Cuenca extendidos en 439 796 hectáreas, 2863 lo eran de enebro. Finalmente añade:
«En la Exposición universal celebrada en Filadélfia, durante el verano de 1876, ha figurado nuestra Provincia de una manera que podemos considerar expléndida, relativamente á las mezquindades anteriores […]. Don Ambrosio Yáñiz, de Cuenca, presentó miera ó sea aceite de enebro» (op. cit., pp. 404-405).
2. El enebro merero (Juniperus oxycedrus)
En Alcantud, y en general en esas Alcarrias, se conoce con el nombre común de «enebra» o enebro hembra, dando a entender que de él se obtiene algo productivo. Se trata de un arbusto, entendiendo por tal la planta cuyo porte está comprendido entre uno y cuatro metros, muy adaptado a las circunstancias excepcionales de la sequía estival. Llama la atención su aspecto llorón, es decir, con los extremos de las ramitas caídas. Sus diminutas hojas son aciculares y presentan una doble línea longitudinal de color verde claro. Esa característica lo distingue del otro enebro, el de la ginebra: Juniperus communis, cuyas hojas solamente tienen una ancha franja longitudinal. En ambos casos las hojas son perennes y de textura coriácea, perfectamente adaptadas para evitar el exceso de transpiración y pérdida de agua en los rigurosos veranos.
Otra característica distintiva de esta planta es la referida a su «falso fruto», conocido como gálbulo o piña. Un falso fruto que tiene que ver con la clasificación de esta planta como gimnosperma, es decir, con óvulos al desnudo. Es la ausencia de ovario la que impide la formación del fruto. El gálbulo o piña es simplemente una estructura de fácil apertura donde maduran las semillas. Por ello, su mal llamada flor es desnuda y, por tanto, su polinización se lleva a cabo gracias a la acción del viento. Efectivamente, el grano de polen es muy voluminoso y prácticamente hueco, facilitando de este modo su flotabilidad y movilidad en el aire. Sin embargo, pocas personas —a excepción de los colmeneros— saben que las abejas lo consumen ávidamente en las tempranas fases de maduración. Tempranas porque a lo largo de los meses de enero, febrero y marzo pueden madurar las cápsulas polínicas. En las tibias mañanas es frecuente ver abejas rondando los enebrales para llevar algo de alimento fresco a la colmena. Buena parte de ese polen acabará fecundando óvulos.
Por su parte, la madera de enebro de la miera ha sido muy apreciada en trabajos de ebanistería por combinar dureza, tonalidades claroscuras y aroma penetrante debido al contenido de miera en el duramen.
3. La mierera
La mierera analizada en este trabajo se sitúa en el término del municipio conquense de Alcantud —coordenadas SIGPAC (Sistema de Información Geográfica de Parcelas Agrícolas): 30T 0.557.944/4.489.603— a los pies del monte llamado La Varga.
Genéricamente, la mierera es un horno compuesto de dos cúpulas, una interna y otra exterior, al modo de las muñecas rusas, que dejan un espacio entre ambas en el cual se aloja el material combustible. Ambas cúpulas se construyen por aproximación de hiladas, por lo que pueden llamarse cúpulas materiales frente a las cúpulas formales. Trataremos de explicar tal distinción:
En el caso de la cúpula formal, la denominación le vendrá dada por consistir en una estructura masiva que funciona por gravedad y es al igual que un muro. Se trata, pues, de un elemento constructivo autoportante. Por el contrario, la cúpula formal, que solo podrá mantenerse en pie una vez terminada, entrará en carga en el momento de retirar unas estructuras auxiliares: las cimbras y apeos.
La cúpula interna, o caldera, está construida mediante hiladas de cascotes de teja unidas por arcilla que se emplea para dar cohesión a estas piezas y enfoscar el trasdós de la ligera estructura —entre diez y quince centímetros de espesor— en contacto con el fuego. El material empleado tiene propiedades refractarias muy superiores a las de la piedra caliza.
En el caso que nos ocupa, las dimensiones de la ovalada planta de la caldera alcantucense son: 2,35 m en su eje mayor y 1,90 m en el menor, con una altura interior de 2,40 m. Esta caldera se asienta sobre una lastra caliza con una inclinación de 25º apenas modificada. En su parte superior existe un hueco o piquera que sirve para alimentarla y dejar escapar los gases que se unen al humo que desprende el combustible. En el frente se abre un hueco de acceso por donde se extrae la miera, recogida en recipientes de cerámica de los que quedan fragmentos en los alrededores.
La cúpula externa está construida con mampostería de sillarejo reforzada en sus esquinas con piezas de mayor entidad, configurando un frente con tres huecos adintelados, el aludido, y otros laterales de menores medidas —0,50 m de ancho por 0,35 m de alto—, que sirven para alimentar el horno perimetral. Las dimensiones de este frente, reforzado en su base con dos muros de contención son: 5,00 m de anchura por 2,50 m de altura, teniendo la mierera 3,50 m de fondo. Cotejados otros ejemplos de los alrededores, estas medidas, sujetas a pequeños cambios derivados de la piedra empleada o el emplazamiento de las miereras, eran muy similares.
En el mismo Alcantud, según testimonio directo de algunas personas, sabemos de algunos hornos que eran montados y desmontados al acabar el proceso, siempre usando cascotes de teja y barro. Estos hornos poco eficientes y carentes de cúpula envolvente funcionaban por la aplicación directa del fuego externo. Cabe suponer que estas efímeras estructuras permitían la incorporación de grandes ramas y troncos sin cortar, ahorrando así parte del trabajo de hacha. Por sus características, este tipo de hornos, que no ha dejado restos salvo la losa inclinada con alguna incisión y un montón de cascotes por los alrededores, tienen sentido cuando se trata de aprovechar una masa de enebros distante de la residencia del mierero.
Por último, citaremos otros ejemplos de hornos de enebro. En Rubielos de Mora y Alloza (Teruel), la destilación se hacía sin ningún tipo de horno de vaso. Bastaba con una losa ligeramente inclinada con unas incisiones en forma de espina de pez, por las que discurriría el aceite. Para ello se amontonaban las cepas de enebro en posición vertical, configurando una suerte de cono similar al empleado para producir carbón. La capa superficial era de ramaje fino, que se usaba como combustible. El calor producido por dicha capa, que ardía, se transmitía al interior propiciando la destilación del aceite. Este proceso, poco eficaz, no dejaba carbón como subproducto. En Castilla, escritos del siglo xix citan a Salas de los Infantes y Arauzo de Miel (Burgos) como productoras de aceite de enebro, sin que conozcamos la tipología de sus hornos.
4. El proceso
Tras el acopio de enebro y de retama, se comienza con la colocación de raíces, cepas y troncos de enebro verde abiertos con el hacha o la cuña para que expongan directamente el duramen, en el interior del horno a través de la piquera de carga situada en la plataforma superior. Era importante colocar bien las cepas y troncos más gruesos evitando dejar bolsas de aire que pudieran favorecer la quema de los mismos, ya que el aceite se halla en la médula o duramen de la planta. Una vez completada la caldera se procedía al sellado con la losa superior.
Iniciado el proceso, los huecos eran tapados para evitar las pérdidas de calor, quedando únicamente libre un orificio en la parte baja de la puerta que da paso al canal o desagüe. La puerta tan solo era abierta ocasionalmente para atizar o recolocar las raíces de enebro con objeto de mejorar el rendimiento. La adición de materia combustible —ramas finas del propio enebro y otras de pino, aliagas, sabinas…— se hacía a través de las piqueras laterales.
Tras el encendido debía cuidarse el fuego continuamente para que el calor se repartiera bien por el exterior del vaso de la caldera. El efecto refractario del barro y cerámica permite un caldeado uniforme por el interior, amortiguando el fuego directo. Cuando había iniciado la destilación de aceite, se tapaban las chimeneas del hogar con el fin de que no se desperdiciase el calor y mantuviese ese estado durante horas, quizá hasta dos días.
La destilación de aceite producía además la carbonificación de la madera del enebro. De ahí que el carbón fuese un subproducto del proceso. Se dice que la venta de ese carbón era la propina del jornalero, una vez vendido en las fraguas y herrerías del pueblo. No obstante, el carbón más fino o picón era usado para los braseros en la calefacción de las cocinas. No se descarta el uso en calientacamas metálicos para evitar la humedad en las sábanas y hacer más agradable la llegada al lecho en las noches invernales.
El aceite de enebro así producido no tenía ningún otro proceso adicional. Era metido directamente en pellejos u odres y se vendía por los pueblos de forma ambulante. El odre era un buen recipiente con fácil vertido, adaptable a los lomos de una caballería y, sobre todo, sin posibilidad de rotura por golpe. Por ello, la industria de la botería destinaba los grandes pellejos de machos cabríos para el aceite de enebro, aceite de oliva y vino, oportunamente impermeabilizados con pez griega.
5. La miera
Por norma general se usa en plural —«mieras»— como genérico para designar toda una serie de productos obtenidos del bosque mediterráneo, cuyo proceso de producción es muy parecido, ya que se necesita destilar una planta con algún tipo de horno. En cualquier caso, el usufructo y aprovechamiento de los montes engloba ese tipo de actividades, sometidas a permisos de explotación, pago de tasas y un régimen de subasta al alza a la hora de la concesión.
Bajo la denominación de «mieras», existen tres productos:
- Aceite de enebro, aceite de cade o brea de enebro. Obtenido siempre a partir del Juniperus oxycedrus. El enebro común produce enebrinas —vulgarmente, «cucos»— usadas como aromatizante para la fabricación de ginebra, palabra derivada de «ginebro». Para este proceso hay que macerar y luego posiblemente destilar en alambique de alcoholes.
- Pez griega, comúnmente conocida como «pedriega» por deturpación de las palabras originales. Se obtiene a partir de la destilación en horno o pegueras de las cepas y viejos tocones de pino. No obstante, es frecuente llamar mereras a esos hornos de pez griega, de ahí la confusión. Confusión que se agrava con las operaciones derivadas del uso de la pez griega y del aceite de enebro. Aparte de su uso en el calafateo de los barcos, impermeabilización de odres e incluso, en el campo bélico clásico, los proyectiles de fuego a base de bolas de brea encendidas, la pez griega se ha usado para señalar ovejas y cabras. Esa operación se hace tras el esquilo y consiste en marcar con un hierro finalizado en un signo sumergido en pez caliente y líquida —40 o 50 ºC— la corta lana del animal. Una vez enfriada, la pez quedará como una costra que permanece hasta el año siguiente. Esa operación de marcaje se denomina «empegar», «amerar», «almerar»… vocablos que complican todavía más todo lo anteriormente dicho.
- Resina en bruto, proveniente de la simple exudación del pino al practicarle una herida. La especie de pino más a propósito es el llamado «rodeno» —Pinus pinaster—, aunque se han resinado pinares de negral, carrasco e incluso albar. Se trata, insistimos, de resina en crudo. Sin embargo, la jerga del resinero remasador invita de nuevo a la confusión porque a las caras de resinación del pino las llamaba «mereras» o «meleras». En otras partes de España, al no haber grandes fábricas de resina, el proceso de destilación se hacía a pequeña escala, en hornos con capacidad para una o dos toneladas máximo, instalados en mitad del campo y en un curso de agua cercano, ya que se necesitaba leña para calentar el vaso y un foco frío para completar el proceso de destilación por alambique. A esas antiguas fábricas a pequeña escala también se les ha denominado mereras. Por su parte, en las grandes resineras se obtenía aguarrás —o trementina— y colofonia. Esta última es una pasta seca y transparente susceptible de seguir empleándose en industria química o destilatoria. Tras la obtención de una veintena de productos entre los que se incluyen alcoholes —etílico y metílico—, alcanfores, celuloides —predecesor de los plásticos—, baquelitas, terpenos… queda un residuo untuoso de bajo punto de fusión que dieron en llamar «pez». Por tanto, la destilación industrial también produce pez. Es posible que en las antiguas pegueras el hecho de quemar la primera brea no sea otra acción que eliminar por combustión esos alcoholes, alcanfores, celuloides…
Buena parte de los productos citados, excluyendo los procesados industrialmente, eran servidos al vulgo por las mismas personas, posiblemente porque en ciertas épocas propicias esos vendedores se dedicaban a la obtención de cada producto en hornos en cierto modo parecidos, aunque con técnicas bien distintas. Para colmo de males a esos vendedores ambulantes se les conocía como mereros, meleros o pegueros.
6. Usos
Dado que nos hallamos en una comarca de gran tradición ganadera, hemos de comenzar destacando el uso de la miera en estas actividades. La miera o aceite de enebro, de propiedades desinfectantes y vermífugas, se empleaba para sanar la roña o sarna de las ovejas, cabras y otros animales domésticos. El encargado de provocar tal infección es el arador de la sarna, ácaro o arácnido que parasita a los animales por norma general desnutridos o viejos, llegando a vivir entre la epidermis y dermis. Las heridas producidas, amén de infectarse, dejaban pequeños boquetes en el cuero y por tanto esas pieles no valían para producir pergaminos.
Para combatir las infecciones se empleaba la miera, aplicada por vía cutánea a los animales del siguiente modo:
La miera se vertía en un recipiente, a menudo un «colodro» o cuerno de toro y, empleando una pluma de gallina como si de un pincel se tratara, se trazaban una serie de líneas longitudinales a lo largo del lomo de las ovejas, apartando para ello la lana del animal para que la miera estuviera directamente en contacto con la piel.
Hace casi dos siglos, el soriano Manuel del Río Alcalde (1757-¿?), Hermano del Real Concejo de la Mesta, en su obra Vida pastoril (Madrid, 1828), explicaba el empleo de la miera. En la página 29 se describe el uso más común:
Toda la parte enferma se esquilará, y se untará con miera, ó bien se lavará con una decocción de vedegambre. Si es procedente del piojo basta con untarlas con un poco aceite común.
Al tratar del mal llamado «sanguiñuelo» —p. 35— dice:
Es la salida abundante de moco sanguinolento por las narices: se conoce además en que la res enferma tose frecuentemente y arroja sangre por las narices, en cuyo caso es muy dañoso.
En esta enfermedad el mayor cuidado de los Pastores debe dirigirse a preservarla, porque una vez declarada, las produce la muerte. Sin embargo algunos ponen en uso para curarla la sal mezclada con tejo molido; otros les dan sal amierada; otros en fin, unen á la sal una planta llamada juciana: de todos estos remedios los mejores son los dos últimos, y si se dan antes que el moco se presente sanguinolento se precave la enfermedad.
Por último, en la página 153, añade:
Cuando los ganados marchan cañada arriba, llevan ya el fruto completo; está ya próxima la época de cortarlo, y si en ese intermedio se presentase algún grano de roña, es necesario curarlo sin manchar la lana, mezclando la miera con un poco de aceite de comer para que corra por el cutis; pero si los granos son muchos, lo mejor es lavarlos con agua de vedegambre. Cualquier pequeño defecto en la lana se advierte mucho en la sierra de Segovia; pero en las demás que se coge á vellón redondo no se nota tanto, y solo se ve en el lavadero. Algunos no curan la roña cañada arriba, y lo hacen en la peguera, porque si el rebaño está limpio al salir de Estremadura poco puede inficionarse en veinte días lo más que tarda en llegar á Villacastin y tienen la satisfaccion de que ninguna oveja llegue manchada.
Si el mes de Marzo es seco, y las ovejas no salen cojas, la marcha no es muy penosa para estas ni para los Pastores; pero si sucede lo contrario los cogeros no pueden reposar, la mayor parte de la noche estan andando, y de dia tienen que curar con miera las gusaneras ó las grandes supuraciones que producen las peras que motivan la cojera.
Otras referencias señalan que en ausencia de miera, especialmente en el período trashumante, los pastores aplicaban sobre las heridas la saliva obtenida tras mascar tabaco.
Precisamente otro uso, el humano, se apunta en las Actas y memorias de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la provincia de Segovia (tomo II-1786), sin embargo, por referir al pino esta sustancia, parece tratarse de un tipo de pez, reproduciendo los errores antes mencionados.
En otro plano ajeno al que venimos analizando, un uso que llegó de Oriente tenía que ver con la fabricación de incienso. Desde Mesopotamia y posiblemente la India, llegan crónicas del uso de inciensos en ceremonias religiosas de inhumación de cadáveres. Los vapores desinfectantes aseguraban las condiciones salubres de la estancia de los muertos. No es de extrañar que la tradición cristiana adoptase el incienso en sus ceremonias. Destaca en este sentido el famoso botafumeiro de la catedral de Santiago de Compostela empleado para favorecer la profilaxis y desinfección ante la llegada continua de peregrinos poco aseados que transportaban en su piadoso viaje piojos, ladillas, pulgas e incluso sarna.
BIBLIOGRAFÍA
Covarrubias, Sebastián: Tesoro de la lengua castellana (Madrid, 1611).
Del Río Alcalde, Manuel: Vida pastoril (Imp. de Repullés, Madrid, 1828).
Font Quer, Pío: Plantas medicinales. El Dioscórides renovado (Ed. Labor, Barcelona, 1992).
Rodríguez Pascual, Manuel: La trashumancia, cultura, cañadas y viajes (Ed. Edilesa, León, 2001).
Torres Mena, José-Lucas: Noticias conquenses (Imprenta de la Revista de la Legislación, Madrid, 1878).
Vélez Cipriano, Iván: Técnicas e ingenios en la Sierra de Cuenca (Dip. Cuenca, Cuenca, 2010).